CANTO XXIII

CÍRCULO VIII. BOLSA VI: HIPÓCRITAS

Bajo un manto de plomo. Catalano dei Malavolti, Loderingo degli Andald. Crucificados en el suelo.

Caifás, Anás, el Sanedrín.

Callados, solos, ya sin compañía,

fuimos uno en pos de otro caminando

3como frailes menores por su vía.

En la riña pasada iba pensando

y de Esopo la fábula —aquel cuento

6de la rata y la rana— recordando.

Y, si al principio y fin miras atento,

verás que el parecido tan grande era

9cual decir «al instante» y «al momento».

Y, como un pensamiento a otro genera,

así nació de aquél uno en seguida

12que redoblaba mi aprensión primera.

Pues yo pensaba así: «Si escarnecida

por culpa nuestra fue la gente prava,

15yo creo que estará muy resentida.

Si la ira a la maldad vuelve más brava,

se nos vendrán encima más airados

18que el perro que a la libre el diente clava».

Ya sentía los pelos erizados

de miedo, y a la zaga estaba atento,

21cuando dije: «Maestro, si celados

no haces que estemos dentro de un momento,

tomo a los Malasgarras: ya mi mente

24los ve, ya están llegando, ya los siento».

«Si azogado cristal resplandeciente

fuese yo, tu exterior no reflejara

27—dijo— cual tu interior, tan prontamente.

Un consejo tan sólo nos depara

de nuestros pensamientos el abrazo,

30pues tienen igual gesto e igual cara.

Si hacia el lado derecho hay un ribazo

que a otra bolsa nos baje, a la temida

33cacería daremos esquinazo.»

Esta opinión apenas emitida,

los vi venir dispuestos a la caza,

36y no muy lejos ya, de ala tendida.

El poeta de súbito me abraza

cual la madre que al ruido se despierta

39y siente de las llamas la amenaza;

que toma al hijo y a escapar acierta

sin pararse, y de sí ya no se cura,

42pues con una camisa va cubierta;

y desde el borde de la riba dura

dejóse resbalar por la pendiente

45que a la bolsa siguiente allí clausura.

Nunca el agua correr tan raudamente

hacia la rueda ha visto el molinero,

48cuando ya de las palas está enfrente,

como el guía bajó el resbaladero,

contra el pecho llevándome apretado

51igual que a un hijo, y no que a un compañero.

Apenas con el pie hubimos tocado

el fondo, en el alcor los descubrían

54nuestros ojos, el miedo ya pasado:

pues de la providencia recibían

sus ministerios en la quinta fosa,

57mas salir de la misma no podían.

Gente pintada vimos y llorosa

que en torno iba, despacio caminando,

60con la cara cansada y pesarosa.

Una capa cada uno iba arrastrando

cuyo capucho ante los ojos baja

63los cluniacenses mantos imitando.

Brillan por fuera cual dorada alhaja,

mas dentro son de plomo y pesan tanto

66que Federico las ponía de paja.[184]

¡Oh sempiterno y fatigoso manto!

La procesión seguimos, que marchaba

69hacia la izquierda, oyendo el triste llanto;

mas tanto el peso aquel los agobiaba

e iban tan lentos, que al mover los huesos

72mi compañía siempre renovaba.

Y yo dije al maestro: «Ve si entre esos

hay alguno de nombre conocido:

75mueve la vista, andando, entre los presos».

Y uno, que hablar toscano había oído,

nos gritó por detrás: «¡Alto un momento,

78los que hasta el aire fosco habéis venido!

Quizá os pueda dar yo contentamiento».

Y el guía se volvió y me dijo: «Para

81y anda luego con él a paso lento».

Me detuve, y a dos les vi en la cara

que por llegar tenían mucha prisa,

84si el manto que llevaban no pesara.

Cuando están cerca, de torcida guisa

se miran, no me dicen ni una sola

87palabra, pero el uno al otro avisa:

«Que éste está vivo veo por su gola;

y si muertos están, ¿qué privilegio

90los libra de llevar la grave estola?

—Y luego a mí: ¡Oh toscano, hasta el colegio

de los tristes hipócritas venido,

93querríamos saber tu nombre egregio!».

«Yo nací —les repuse— y he crecido

al pie del Arno bello, en la gran villa,[185]

96y el cuerpo que me veis siempre he tenido.

Mas ¿quién sois? ¿Por qué os baña la mejilla

destilado dolor constantemente?

99¿Y por qué vuestra pena tanto brilla?»

Y uno dijo: «La capa reluciente

es de plomo por dentro, y, ay, crujimos

102cual balanza que al peso se resiente.

Frailes gozosos[186] de Bolonia fuimos;

Catalano[187] yo fui, y este otro era

105Loderingo[188]; en tu tierra ya estuvimos,

aunque elegir a uno el uso fuera,[189]

para guardar la paz, y el resultado

108en torno del Gardingo[190] persevera».

Yo empecé: «Vuestros males…», mas callado

de repente quedé, que en tierra estaba,

111con tres palos y en cruz, uno clavado.

Se torció cuando a él me aproximaba,

y su barba agitaba con su aliento;

114y el fraile Catalano, que observaba,

me dijo: «Ése que miras tan atento

dijo que, por el pueblo, convenía

117que a un hombre condujesen al tormento.[191]

Desnudo, atravesado en esta vía,

como le ves, encima el peso siente

120de cuantos van en esta compañía.

De igual martirio el suegro[192] se resiente

en esta fosa, así como el concilio

123que en Judea sembró mala simiente».

Entonces sorprenderse vi a Virgilio

por el que en cruz hallábase clavado

126de forma vil, en el eterno exilio.

Después le dijo al fraile condenado:

«No dejes, si es que puedes, de decirnos

129si hay una hoz hacia el derecho lado

por la que ambos de aquí podamos irnos,

que a los ángeles negros no quisiera

132obligar a bajar para subirnos».

«Antes de lo que crees, una escollera

—le contestó— se encuentra que, tendida,

135avanza sobre cada fosa fiera,

salvo ésta, que aquí se halla derruida,

pero podéis subir por la pendiente

138de la piedra que al lado está caída.»

El poeta inclinó un punto la frente

y dijo luego: «Fue mal consejero

141el que a los reos clava allí el tridente».

Y el fraile: «Mucho vicio y desafuero

del diablo oí en Bolonia, y ya sabía

144que es padre del embuste y trapacero».

A grandes pasos caminó mi guía,

con el rostro de ira algo turbado:

147yo dejé a la cargada compañía

para seguir tras de su rastro amado.