CANTO XXII

CÍRCULO VIII. BOLSA V: BARATEROS

Ciampolo, fray Gomita, Michele Zanche.

Yo he visto alzar el campo a caballeros,

comenzar un asalto, hacer paradas;

3y salvarse por pies los vi ligeros;

por vuestra tierra vi bandas armadas,

oh aretinos, y he visto jugadores,

6chocar los escuadrones, y algaradas;

ya al son de trompas, ya con atambores,

con campanas o señas de una hoguera,

9con cosas nuestras y otras exteriores;

mas con tal caramillo nunca vierta

moverse caballeros ni pendones

12ni, viendo estrella o tierra, la galera.

Íbamos con los diez diablos follones,

¡compañía feroz!: mas con el clero

15en misa, y con el hampa en los figones.

De la pez contemplaba el hervidero

por saber de la bolsa el contenido

18y ver a quién cocía aquel caldero.

Igual que hace el delfín cuando, advertido

por el arco del lomo, el navegante

21está a salvar su leño prevenido,[179]

para aliviar sus penas un instante,

asomaba la espalda un condenado,

24mas se hundía cual rayo fulminante.

Y como en el pantano o el bañado

tienen las ranas el hocico fuera

27y el resto de su cuerpo está celado,

tal de los reos la postura era;

mas cuando Barbacrespa se aproxima

30a hundirse en el hervor ninguno espera.

A uno vi —recordarlo me da grima—

que, cual sucede, no saltó primero

33y, como rana tarda, quedó en cima.

Del pelo pegajoso, Ganchofiero

le agarró, pues a mano le tenía:

36parecía una nutria aquel matrero.

Yo el nombre de los diablos conocía,

que escuché cuando fueron elegidos,

39y cuando se llamaban atendía.

«Desuella, Sarampión, con tus buidos

dedos su espalda, y hazle que reviente»,

42decían a la vez, enfurencidos.

Y yo: «Maestro mío, cautamente

averigua quién es el desdichado

45que en manos se halla de enemiga gente».

Luego mi guía se llegó a su lado

y, cortés, preguntó: «Dinos quién eres».

48«Fui de Navarra —respondió el cuitado—.

Me dedicó a servirles menesteres

mi madre, que me tuvo de un ribaldo

51destructor de sí mismo y sus haberes.

Después fui familiar del rey Tebaldo[180]:

allí me puse a hacer baratería

54y por eso me encuentro en este caldo.»[181]

Y Muerdecirios, a quien le salía

de cada comisura un gran colmillo,

57con uno le hizo ver de qué servía.

Entre gatos estaba el ratoncillo;

y Barbacrespa le agarró, rugiendo:

60«¡Quietos, mientras espeto yo a este pillo!

—Y volviendo al maestro el rostro horrendo—:

Pregunta —dijo— más, si es tu deseo,

63antes de que le demos fin tremendo».

El guía, entonces: «Dime si algún reo

conoces por aquí que sea latino

66y esté bajo la pez». Y el otro: «Creo

que uno hay aquí de algún país vecino:

mejor con él me viera en ese cazo

69que entre ganchos y garras, ay mezquino».

Y Putañero echóle el garfio a un brazo

y diciendo: «¡De más te hemos sufrido!»,

72lo desgarró y se le llevó un pedazo

Veneno de Serpiente, decidido,

a una pierna amagóle; mas miraba

75el decurión con gesto desabrido.

Cuando se apaciguó la gente brava,

al otro, que mirábase la herida,

78preguntó sin tardar quien me guiaba:

«¿Del lado de quién sientes la partida,

según decías, por ganar altura?».

81«De fray Gomita[182] —contestó en seguida—,

vaso de engaños que era de Gallura.

Su dueño a gente hostil puso en su mano

84pero ellos le alabaron con hartura.

Cogió el dinero y absolvió de plano,

como él dice; y en todo obró por oro,

87pues fue doloroso sumo, y no mediano.

Aquí trata el señor de Logodoro,

Miguel Zanque[183]; y, tratando de Cerdeña,

90las lenguas de los dos hablan a coro.

Pero, ay de mí, los dientes ése enseña:

más os diría, pero estoy temiendo

93que la tiña me rasque, si se empeña.»

Y el gran preboste, al diablo Trampa viendo,

que entornaba los ojos para herir,

96«Pajarraco —exclamó—, ¡ya te estás yendo!».

«Si por ventura ver queréis u oír

toscanos o lombardos —proseguía

99el prisionero—, los haré venir,

si los malos están en cesantía

y no se hallan dispuestos a vengarse,

102yo, sentándome aquí, los llamaría,

conmigo siete más han de juntarse

en cuanto silbe, que estoy hacemos cuando

105es posible subir para orearse.»

Mas Perrazo, el hocico levantado,

sacudió la cabeza y dijo: «Buena

108malicia para huir está inventando».

Y él, que tenía la cabeza llena

de trucos, «¿Malicioso —le repuso—,

111cuando a los míos busco mayor pena?».

No se aguantó Alirroto, que se opuso

a los demás, y «Si tirarte quieres,

114no galopando —retador propuso—,

sino volando, por detrás me esperes:

subamos y que sea escudo la riba;

117vamos a ver si el más listo tú eres».

Deja, lector, que el juego te describa:

todos miraron hacia el otro lado,

120y el primero el que más reacio iba.

Calculó el tiempo bien el condenado:

los pies afirmó en tierra y, al instante,

123saltó, dejando al otro chasqueado.

Culpables se sintieron del desplante

todos, mas quien tramó la travesura

126se movió y le gritó: «¡Ya te echo el guante!».

Pero no le valió, pues la pavura

pudo más que las alas; fuese al fondo

129y el otro el pecho alzó ganando altura:

no de otro modo vase el pato a lo hondo

cuando el halcón, veloz, casi le alcanza

132mas, derrotado al fin, vira en redondo.

Enojado Piesfríos por la chanza,

echó a volar detrás, pues deseaba

135que se escapase, porque hubiese danza.

Y como ya el navarro se esfumaba,

con las uñas agarra al compañero

138y sobre el foso la pelea traba.

Mas era el otro gavilán entero

y le engarfió con fuerza, de manera

141que ambos fueron a dar al hervidero.

El calor dirimió la pelotera,

mas, teniendo las alas impregnadas,

144no podían del foso echarse fuera.

Barbacrespa, con voces indignadas,

mandó a cuatro volar al lado opuesto

147con las cuatro garrochas preparadas:

a donde les mandó bajaron presto,

y el gancho echaban ya a los atrapados

150que a hervir bajo la piel se habían puesto;

los dejamos allí medio apurados.