CANTO XIX

CÍRCULO VIII. BOLSA III: SIMONÍACOS

Metidos en un hoyo boca abajo con los pies ardiendo.

Nicolás III.

Oh Simón Mago[148] y míseros secuaces,

que a las cosas de Dios, que separadas

3de bondad no han de ser, tenéis, rapaces,

por el oro y la plata adulteradas,

que os salude mi trompa es conveniente,

6almas al tercer valle condenadas.

Ya la tumba mirábamos siguiente,

subidos al escollo que en tal parte

9pasa sobre su centro exactamente.

¡Oh supremo saber, cuánto es tu arte

en la tierra, en el cielo y el mal mundo;

12con qué justicia tu virtud reparte!

Yo por la orilla vi, y en lo profundo,

por doquier de la piedra en los livores,

15hoyos cuyo brocal era rotundo.

No eran ni menos amplios ni mayores

que aquellos que en el bello San Juan[149] mío

18sirven de pila a los bautizadores;

uno no ha mucho que rompí con brío

por salvar al que dentro de él se ahogaba:

21y en que esto desengañe a muchos fío.

Cada una de las bocas ver dejaba

las piernas y los pies de un condenado

24hasta lo grueso, y lo otro dentro estaba.

Ardían los pies con fuego duplicado,

y eran presa de tales convulsiones

27que habrían sogas y cuerdas destrozado.

Como al caer la grasa en los tizones

los recorre la llama que alta crece,

30así iba de la punta a los talones.

«¿quién, maestro, es aquel que se enfurece

y más que sus consortes los pies mueve,

33—dije—, y la llama en él más se enrojece?»

Y él me dijo: «Si quieres que te lleve

donde la riba va perdiendo altura,

36por él sabrás de su conducta aleve».

«En tu gusto —le dije— hallo dulzura:

tú eres señor, y yo nunca me aparto

39de quien a mi silencio voz procura.»

Nos acercamos, pues, al borde cuarto:

por la izquierda bajamos su ladera

42hasta aquel fondo agujereado y harto

estrecho. Y el maestro en la cadera

me cargó y me condujo al agujero

45de aquel cuyo pernear el llanto era.

«Oh alma triste clavada cual madero,

con lo de arriba abajo —yo le hablaba—,

48dime, si puedes, que a tu lado espero.»

Yo como fraile que confiesa estaba

al pérfido asesino[150] que confía

51la muerte retrasar, y le recaba.

Y él, gritando: «¿Ya estás aquí? —decía—,

ya estás tú, Bonifacio[151], aquí plantado?

54En poco me mintió la profecía.

¿Tan pronto las riquezas te han saciado,

por las que no temías a la hermosa

57dama engañar, y así la has deshonrado?».

Yo quedé al escuchar la voz llorosa,

cuyo sentido no era manifiesto,

60callado y con la mente cavilosa.

Virgilio dijo entonces: «Dile presto:

“No soy aquel que estás imaginando”»;

63y yo repuse cual me fue propuesto.

Torció el alma los pies y, suspirando,

con su llorosa voz dijo al momento:

66«¿Qué, en ese caso, estás de mí esperando?

Si por saber quién soy tanto contento

esperas que el escollo has recorrido,

69sabe que fue el gran manto mi ornamento;[152]

e hijo de la osa[153] en realidad he sido

y de engordar oseznos tan celoso

72que allá y acá en la bolsa me he metido.

Sobre otros traicioneros aquí poso

que fueron antes, ay, simoneando

75y apretados están en este foso.

Allí he de desplomarme también cuando

venga el que antes creía que tú eras,

78cuando te hablé de súbito y errando.

Pero es más tiempo el que estas llamas fieras

aquí arriba mis pies están cociendo

81que él en los pies tendrá sendas hogueras:

pues, sucio de un pecado más tremendo,

vendrá un pastor sin ley desde el Poniente

84que a los dos hundirá en el hoyo horrendo.[154]

Será nuevo Jasón[155] y, blandamente,

como el que en Macabeos al rey sedujo,

87seducirá al que en Francia es hoy regente».

Locamente tal vez, mi voz produjo

estos versos que fueron mi respuesta:

90«Ah, dime: ¿qué tesoro y cuánto lujo

pide a Pedro el Señor cuando le presta

las llaves y a su guarda las confía?

93“Ven tras de mí”, su petición es ésta.

A Matías, ni a él ni a otros, le pedía

oro ni plata, cuando fue elegido

96al lugar que ha perdido a tu alma impía.

Mas sigue ahí, que bien lo has merecido;

guarda la mal ganada, vil moneda

99que te hizo contra Carlos tan ardido.[156]

Y, pues la reverencia me lo veda,

ya que tuviste las supremas llaves

102cuando estabas allá, en la vida leda,

no he de decir palabras aún más graves.

Oh avaricia en que el mundo se contrista:

105hundir al bueno, alzar al mano sabes.

De vosotros habló el Evangelista

cuando la sobre el agua entronizada

108con los reyes puteaba ante su vista:[157]

la que con siete testas fue engendrada

y encontró en los diez cuernos argumento,

111pues su virtud fue del esposo amada.[158]

A Dios hicisteis ya de oro y de argento:

¿no sois peor que idólatras ahora,

114pues adoráis, no a uno, sino a ciento?

Ay, Constantino, madre fue traidora,

no ya tu conversión: la dote impía

117que al primer padre enriqueciera otrora».[159]

Mientras cantaba yo esta melodía,

porque ira o la conciencia le mordiera,

120fuertemente ambos pies al par movía.

Yo creo que a mi guía grato le era,

pues con la faz complacida lo escuchaba,

123el son de mi palabra verdadera.

Mas ya con los dos brazos me tomaba

y cuando al pecho túvome abrazado

126por donde me bajó me remontaba;

no se cansó al llevarme así estrechado

y me subió hasta el arco por el que era

129del cuarto el quinto valle separado.

Suavemente su carga en la escollera

depositó, pues su pendiente hacía

132que mala trocha, aun para cabras, fuera.

Y desde allí otro valle se veía.