CANTO XVII

CÍRCULO VII. RECINTO III: USUREROS. SALTO A LOMOS DE GERIÓN

(¿Catello di Rosso?) Gianfigliazzi, (¿Ciapo?) Obriachi, (¿Reginaldo?) Scrovegni. Salto a lomos de Gerión hasta el Círculo VIII.

La fiera de la cola aguda es ésta,

que ha montes, muros y armas traspasado;

3¡ésta es la que a la tierra toda apesta!»

Así me habló mi guía; y al cortado

borde le señaló que descendiera

6del mármol por nosotros paseado.

Y del fraude[133] la fétida quimera

vino, y posó en la orilla testa y busto

9sin dejar que la cola se le viera.

Su faz era la faz de un hombre justo,

tan benignos sus cueros parecían,

12mas era de reptil el resto adusto:

pelos en ambas garras le nacían,

y su pecho, su espalda y sus costados

15pintados nudos, círculos lucían.

Con más color sus telas y bordados

los tártaros y turcos nunca hicieron,

18ni han sido por Aracne[134] imaginados.

Como las barcas tantas veces fueron

dejadas parte en agua y parte en tierra,

21o como los tudescos, ebrios vieron

al castor preparado a hacer su guerra,[135]

así la fiera pésima se estaba

24en la orla que el ardiente arenal cierra.

La cola en el vacío meneaba

agitando su horquilla venenosa

27que a guisa de escorpión la punta armaba.

Dijo el maestro: «De la bestia odiosa

bueno es que desviemos nuestra vía

30para llegar al sitio en que se posa».

Del costado derecho, con mi guía,

diez pasos di hacia el borde, así evitando

33a la arena y al fuego que caía.

Y cuando a ella ya estábamos llegando,

gente sentada vi sobre la arena

36cerca de donde el suelo iba faltando.

Y aquí el maestro dijo: «Porque plena

idea del recinto adquieras luego,

39ve a contemplar el modo de su pena.

Mas habla poco allí, mientras me llego,

entretanto, hasta ésa y las razones

42de que en su espalda nos conduzca alego».

Así recorrí solo los bastiones

de aquel círculo séptimo, y sentados

45vi a los que allí sufrían aflicciones.

Vi en sus ojos sus daños reflejados,

de acá y de allá sus manos apartaban

48ardiente arena o copos inflamados.

Lo mismo que los perros se portaban,

que con pata y hocico, al ser mordidos,

51con tábanos y pulgas guerra traban.

Tras mirar varios rostros renegridos

por las hirientes llamas que caían,

54no advertí que me fuesen conocidos,

mas unas bolsas vi que les pendían

del cuello, con insignias coloreadas,

57y en mirarlas tal vez se complacían.

Como en ellas posase mis miradas,

vi en una gualda un signo azul marino

60con facha y testa del león copiadas.[136]

Siguiendo de mis ojos el camino,

otra vi de apariencia sanguinosa

63con una oca más blanca que albo lino.[137]

Una cerda preñada y azulosa

en el saquito blanco se veía[138]

66del que me dijo: «¿Qué haces tú en la fosa?

Vete; y ya que estás vivo todavía

sabe que mi vecino Vitaliano[139]

69vendrá a sentarse a la siniestra mía.

Entre estos florentinos soy paduano:

y me atruenan en muchas ocasiones

72gritando: “¡Venta el noble soberano

que en su bolsa traerá los tres cabrones!”».[140]

Sacó la lengua, el labio retorciendo

75cual buey que da a su belfo lametones.

Como temí que estaba ya ofendiendo

al que estar poco allí me había pedido,

78le dejé con los otros padeciendo.

Llegué junto a mi guía, quien subido

estaba ya a la grupa de la fiera

81y me dijo: «Sé fuerte y decidido,

que ésta será, al bajar, nuestra escalera:

ve delante, que en medio he de viajar

84para que con la cola no te hiera».

Como el que a la cuartana ve llegar

—ya pálidas las uñas— y temblando

87está de sólo el fresco contemplar,

tal quedé sus palabras escuchando;

mas sentí la vergüenza que amenaza

90al siervo que a buen amo está acatando.

De aquel monstruo sentéme en al espaldaza;

decir quise, y la voz no me salía

93como esperaba: «Mi cintura abraza».

Mas el que tantas veces me acudía

en el peligro, apenas cabalgué,

96con sus brazos mi cuerpo sostenía

y «Gerión —le dijo—, muévete;

en amplios giros, baja suavemente;

99en tu insólita carga fíjate».

Como sale la barca lentamente

de popa, de la orilla se alejaba

102y, cuando navegaba libremente,

de sitio cola y pecho intercambiaba;

y, tiesa cual anguila, se movía

105y al aire con las garras abrazaba.

Pienso que Faetón[141] no sentiría

cuando perdió las riendas tal pavura,

108viendo que el cielo alrededor ardía;

ni el pobre Ícaro[142] viendo su cintura

desplumarse, al fundírsele la cera,

111y oyendo al padre: «¡Mal final se augura!»,

como la que sentí, pues por doquiera

vi que el aire no más me rodeaba

114y sólo ver podía a aquella fiera.

Ésta, lenta, muy lenta navegaba:

giró y bajaba; y yo noté que el viento

117en el rostro y por bajo me azotaba.

Sentía a mi derecha el violento

ruido que abajo hacía la cascada

120y hacia abajo miré en aquel momento.

Entonces, cogí miedo a la bajada,

pues fuego pude ver y oí quejidos

123y me encogí con alma acongojada.

Y vi males terribles —que escondidos

tuve mientras bajábamos girando—

126en lugares distintos repartidos.

Como el halcón que asaz está volando

y pájaros no ha visto ni el señuelo

129y hace al dueño gritar: «¡Ya estás bajando!»,

desciende lento, tras su raudo vuelo,

cien vueltas dando y, luego, despegado

132y airado contra el amo, llega al suelo,

así a Gerión en lo hondo vi posado

al mismo pie de la pared rocosa;

135y, habiendo a ambas personas descargado,

se alejó como flecha presurosa.