CANTO XVI

CÍRCULO VII. RECINTO III: SODOMITAS. PASO DE LA CASCADA

Paso junto a la cascada.

Guido Guerra, Teggbiaio Aldobrandi, Iacopo Rusticucci, Guiglielmo Borsiere.

Yo estaba donde oía el rimbombar

del agua al otro círculo cayendo,

3semejante al que forma un colmenar,

y vi tres sombras juntas que corriendo

partieron de otro grupo que pasaba

6bajo la lluvia del martirio horrendo.

Se acercaban, y cada una gritaba:

«Para tú, que, a juzgar por tu vestido,

9pareces ser de nuestra tierra prava».

¡Ay de mí, cuánto miembro vi ofendido

por quemaduras viejas y recientes!

12Me siento al recordarlos dolorido.

Mi doctor en sus gritos paró mientes,

se detuvo, miróme y dijo: «Espera:

15conviene ser cortés con estas gentes;

y si al ser del lugar así no hiriera

este fuego, tú irías a su lado,

18que a ti esa prisa más te conviniera».

Al pararnos nosotros, renovado

su antiguo verso oí; y, al acercarse,

21por ellos tres un corro fue formado:

cual suelen los campeones acecharse

—ya desnudos y ungidos— calculando

24su ventaja un poco antes de enzarzarse,

mientras giraban me iban contemplando,

y el rostro atrás volvían de manera

27que en contra de sus pies iba viajando.

«Si este mísero suelo causa fuera

de que oigas nuestros ruegos con desprecio

30y a nuestra tinta faz el fuego altera,

tu ánimo —uno empezó— tenga en aprecio

la antigua fama, y di por qué tus pies

33por el infierno van pisando recio.

Éste al que hollar las huellas hoy me ves,

aunque desnudo y con la piel pelada,

36más importante fue de lo que crees,

pues nieto fue de la gentil Gualdrada,

Guido Guerra[128] llamóse, y en la vida

39fue bueno en el consejo y con la espada.

El que arena tras mí pisa, encendida,

es Tegghiaio Albdobrandi[129], y debió ser

42en el mundo su voz agradecida.

Yo, a quien en igual cruz ves padecer,

Iácopo Rusticucci[130] me he llamado:

45víctima fui de mi feroz mujer.»

Si a cubierto del fuego hubiese estado,

bajado habría al punto hasta su vera,

48pues mi doctor lo hubiera soportado;

mas, como me quemara y me cociera

de hacerlo, mi pavor venció al violento

51deseo de abrazarlos que sintiera.

«No es desprecio, mas pena, el sentimiento

—repuse— que me embarga al contemplaros

54—y no se ha de extinguir en un momento—

desde que mi señor, al señalaros

de tal modo me habló que yo al instante

57miré en vosotros a varones claros.

De vuestra tierra soy, y con constante

devoción vuestros nombres he escuchado

60y siempre honré vuestra obra relevante.

Dejo la hiel y voy hacia el granado

fruto que me promete mi fiel guía;

63que baje al mismo centro está mandado.»

«Así tu alma y tu cuerpo larga vía

anden juntos y fama halagadora

66goces después —me dijo todavía—,

dinos si cortesía y valor mora

allá en nuestra ciudad, como ha solido,

69o si arrojado de ella vese ahora;

que a Guiglielmo Borsiere[131], que ha venido

hace poco a sufrir nuestros tormentos,

72palabras de aflicción hemos oído.»

«Gentes nuevas y súbitos aumentos

de riqueza, y orgullo y desmesura,

75provocan, oh Florencia, tus lamentos.»

Así grité, mirando hacia la altura;

se miraron los tres, con tal respuesta,

78como quien la verdad temida apura.

«Si responder con rapidez te cuesta

siempre tan poco —me dijeron luego—,

81¡feliz quien como tú se manifiesta!

Mas, si te libras de este lugar ciego

y las estrellas bellas ves un día,

84cuando “Allí estuve” digas, cumple el ruego

de hablar de nuestra antigua nombradía.»

Vilos irse, deshecha ya la rueda:

87y cada pierna un ala parecía.

Antes de que un amén decirse pueda,

los tres habían desaparecido;

90y el maestro tomó nuestra vereda.

Yo le seguí y, a poco, escuché un ruido

de agua, que parecía tan vecino

93que hablar allí no habría consentido.

Como del río que hace su camino,

primero desde el Veso hacia levante,

96por la vertiente izquierda de Apenino,

y se llama Aguaquieta más delante,

antes de haber cumplido su bajada,

99y a este nombre en Forlí deja vacante,

en San Benito de Alpes, en cascada,

rimbomba el agua al ir por la pendiente,

102que allí por mil sería despeñada;

así en una roqueda, de repente,

vimos sonar aquella linfa oscura

105que ofende a los oídos gravemente.

Yo llevaba una cuerda a la cintura

con la que alguna vez pensado había

108la pantera cazar y atar segura.[132]

Cuando ya desceñida la tenía,

obedeciendo a lo que había mandado,

111bien enrollada se la di a mi guía.

Entonces se volvió hacia el diestro lado

y, del borde teniéndola apartada,

114la hizo bajar aquel foso escarpado.

«Alguna novedad es esperada

—me dice— que responda al argumento,

117porque el maestro aguza la mirada.»

¡Ay, tenemos que obrar con mucho tiento

con los que no ven sólo lo exterior,

120sino que entran también al pensamiento!

«Pronto vendrá —me dijo mi doctor—

lo que espero y tu mente busca inquieta;

123pronto has de ser de todo sabedor.»

Conviene que la lengua se esté quieta

cuando parece la verdad mentira

126y en deshonor del que habla se interpreta,

mas no puedo callar, y por mi lira

y esta comedia, yo, lector, te juro

129—y así se juzgue al estro que me inspira—

que por el aire aquél, denso y oscuro,

una figura, arriba, vi nadando

132—que asustaría a un ánimo seguro—

como el que por el agua va bajando

a desprender el ancla, sin tardanza,

135que algún oculto escollo está trabando,

y, al encoger los pies, su cuerpo avanza.