CANTO XV

CÍRCULO VII. RECINTO III: SODOMITAS

Brunetto Latino, Prisciano, Francesco d’Accorso, Andrea dei Mozzi.

La dura margen nos conduce ahora;

y el río opone al fuego su humeante

3niebla, de agua y ribazos protectora.

Como hacen los flamencos, entre Gante

y Brujas —por temor a la violenta

6marea—, un muro que a la mar aguante;

y como los paduanos junto al Brenta,

por defender sus fuertes y poblados

9antes que Chiarentana el calor sienta;

así fueron aquéllos fabricados,

no tan altos y gruesos, quienquier fuera

12el maestro que alzólos. Alejados

íbamos de la selva, de manera

que yo no habría visto donde estaba

15por mucho que a mirarla me volviera,

y un grupo de almas vimos que pasaba

siguiendo el muro que descrito dejo,

18y cada una de aquéllas nos miraba

como se miran dos —el entrecejo

frunciendo— si la luz lunar no brilla,

21o como enhebra el hilo un sastre viejo.

Siendo escrutado así por tal pandilla,

uno me conoció y, al punto, asido

24a mi mano, exclamó: «¡Qué maravilla!».

Y yo, que vi su brazo a mí tendido,

miré al rostro cocido por completo,

27sin ser por sus ampollas impedido

de conocer al punto a aquel sujeto;

e, inclinando la mía hacia su frente,

30repuse: «¿Estáis aquí, señor Brunetto[122]?».

Y él: «Hijo mío, muéstrame indulgente

si Brunetto Latino va contigo

33un poco, y avanzar deja a esta gente».

Y yo le dije: «Con el alma os digo

que lo hagáis; si queréis que nos sentemos,

36lo haré, si place al que en mi viaje sigo».

«Hijo —repuso—, un punto no podemos

parar sin que cien años, derribados,

39sin defendernos de la quema estemos.

Mas sigamos andando emparejados

y luego volveré con mi mesnada

42que eternamente llora sus pecados.»

Yo no osaba bajarme de la estrada

para andar junto a él, mas de contino

45mi frente, reverente, iba inclinada.

«¿Qué fortuna —me dijo— o qué destino

te trae aquí sin ser tu último día?

48¿Quién es el que mostrando va el camino?»

«De la vida serena por la vía

—repuse— en una selva me perdí

51antes que culminase la edad mía.

La espalda ayer mañana le volví:

éste se presentó, al volver a ella,

54y a mi casa me lleva por aquí.»

Y él respondió: «Si tú sigues tu estrella,

has de llegar hasta el glorioso puerto,

57si es que recuerdo aún la vida bella;

y si tan pronto yo no hubiera muerto,

viendo que te era el cielo tan benigno,

60que te habría ayudado ten por cierto.

Mas el pueblo, que ingrato es y maligno,

que se formó de Fiésole al abrigo

63y aún del monte y la peña lleva el signo,[123]

se hará, por ser tú bueno, tu enemigo:

y es natural que entre ásperos serbales

66no deba madurar el dulce higo.

La fama llama locos a esos tales:

gente avara, soberbia y envidiosa,

69con sus costumbres tú no te señales.

La suerte que te aguarda es tan honrosa

que ambas partes de ti querrán hartura,

72mas no alcance las uvas la raposa.

Las bestias fiesolanas su basura

hagan de sí, mas no toquen la planta

75si alguna nace aún en su aradura

en que reviva la simiente santa

de la romana gente fundadora

78del que hoy es nido de malicia tanta».

Contesté: «No estaríais vos ahora,

de haberse mi deseo consumado,

81lejos de los humanos; y aún os llora

mi memoria, que siempre ha conservado

vuestra buena y paterna imagen cara,

84cuando me habéis cien veces enseñado

cómo a lo eterno el hombre se prepara;

mientras viva, mi lengua pregonera

87será de la lealtad que ahora os declara.

Escribo lo que habláis de mi carrera,

y lo habrá de glosar con otro texto

90—si a ella llego— la dama que me espera.

Y me place que os sea manifiesto,

con tal que mi conciencia esté callada,

93que ante cualquier fortuna estoy dispuesto.

Ya me ha sido esta especie anticipada:

a su rueda Fortuna en movimiento

96puede poner, y el labrador su azada».

Mi maestro volvió en aquel momento

la cabeza hacia atrás, así exclamando,

99tras mirarme: «¡Bien oye el que está atento!».

Mas yo seguí con seor Brunetto hablando,

y de los más notorios y eminentes

102quise saber, que estaban en su bando.

Y él respondióme: «Bueno es parar mientes

en algunos, que tiempo no tendría

105para poderte hablar de tantas gentes.

Sabe, en suma, que fueron clerecía

y escritores de fama celebrada

108a los que igual pecado envilecía.

Va Prisciano[124] en la turba atormentada,

y Francesco d’Accorso[125]; y contemplado

111habrías, si tu mente preocupada

por tal tiña estuviese, al que llevado

fue por el papa de Arno a Bacchiglión,

114do su cuerpo dejó, mal inclinado.[126]

Más diría, mas no puede el sermón,

ni el paseo, durar, que ya estoy viendo

117surgir un humo nuevo del sablón.

Gente que evitar debo está viniendo;

como en él estoy vivo todavía,

120mi Tesoro, no más, te recomiendo».

Alejóse, y de aquellos parecía

que corren en Verona en lienzo verde[127]

123por la campaña, y, de ellos, se diría

aquel que gana, pero no el que pierde.