CANTO XII

CÍRCULO VII. RECINTO I: EL MINOTAURO. LOS CENTAUROS. TIRANOS

Anastasio II. Virgilio explica la disposición del Infierno.

Era alpestre el lugar en que la riba

bajamos, y a cualquier mirada le era,

3por aquel que allí estaba, muy esquiva.

Como en aquella ruina, en la ladera

de acá de Trento, que el Adigio azota,

6por terremoto o que el sostén cediera,

desde lo alto del monte, hendida y rota

vino al llano a caer, y, aunque empinada

9que podría subirla el pie denota,

de aquel pedregal era la bajada;

y al borde de la abrupta escarpadura

12a la infamia de Creta[92] vi tumbada,

la que en la vaca falsa tuvo hechura;

cuando nos vio, a sí propio se mordía

15cual domando de su ira la bravura.

Mi guía le gritó: «¿Crees —le decía—

que quizás está aquí el duque de Atenas[93]

18que en el mundo segó tu vida impía?

Aparta, bestia: que éste con las buenas

instrucciones no viene de tu hermana,

21sino a ver en su viaje vuestras penas.»

Como el toro desátase y se afana

cuando el golpe mortal ha recibido,

24que irse no sabe y salta en danza vana,

tal vi yo al Minotauro y, advertido,

«¡Corre hacia el paso! —me gritó mi guía—,

27baja mientras se siente enfurecido».

Así hacia abajo nos abrimos vía

por el derrumbadero, y más de una

30piedra bajo mi peso se movía.

Yo iba pensando; él dijo: «¿Por fortuna

piensas en esa ruina que es guardada

33por la ira bruta que domé? Ninguna

de estas rocas estaba quebrantada

—debes saberlo— en este bajo infierno

36cuando me trajo a él mi otra bajada.

Pero un poco antes, si es que bien discierno,

de que viniese el que el botín glorioso

39llevó a Dite del círculo superno,[94]

de forma tal tembló el valle apestoso

que yo llegué a pensar que el universo

42sintiese amor, y estuve temeroso

de ver al mundo en nuevo caos converso;[95]

y fue entonces, aquí y en otro lado,

45cuando quebróse el risco ahora disperso.

Mas mira bien al valle, que allegado

se halla el río de sangre, en la que hirviendo

48están los que a su prójimo han forzado».

¡Ira y ciega codicia, que impeliendo

nos vais por medio de la vida escasa

51y en la eterna tan mal nos vais sumiendo!

Un gran foso arqueado vi, que pasa

cual si un abrazo a aquel recinto diera,

54como dijo mi guía. Entre la basa

de la riba y aquél, vi que una hilera

de Centauros[96] corría, bien armados,

57igual que si en el mundo a cazar fuera.

Al vernos ir, quedáronse parados,

mas avanzaron tres de los que digo,

60de arcos y de saetas pertrechados;

de lejos, gritó uno: «¿A qué castigo

venís los que bajando estáis la cuesta?

63Decidlo, o a flechazos os persigo».

Mi maestro le dijo: «La respuesta

daremos a Quirón[97] cuando lleguemos:

66siempre tu voluntad ha sido presta».

Tocóme y dijo: «Allí a Neso[98] tenemos,

que murió por la bella Deyanira

69y él mismo se vengó; y aquel que vemos

en medio, que a su propio pecho mira,

es Quirón, que maestro fue de Aquiles,

72y el otro es Folo[99], siempre ardiendo en ira.

Junto al foso, asaeteando van, a miles,

a quien ven de la sangre destacando

75más que consienten sus acciones viles».

Ya a las veloces fieras arribando,

Quirón tomó una flecha y fue con ella

78sus barbas hacia atrás del rostro echando.

Descubierta la boca, dijo a aquella

compañía: «¿Os habéis apercibido

81de que el de atrás remueve lo que huella?

Nunca los pies de un muerto así han venido».

Paróse ante su pecho mi maestro,

84donde sus dos esencias se han unido,

y dijo: «Está bien vivo, y a él le muestro

solamente este valle tenebroso:

87por conveniencia, y no placer, le adiestro.

Alguien dejó su canto jubiloso

para encargarme de este oficio nuevo:

90no es ladrón, ni yo espíritu doloso.

Mas por esa virtud por la que muevo

mis pasos por camino tan salvaje,

93consiente, si a uno tuyo ahora me llevo

para que al vado nos conduzca y baje

y éste vaya a su grupa caballero,

96que alma no es que por el aire viaje».

Quirón volvió a la diestra el pecho fiero

y dijo a Neso: «Vuelve a éstos guía;

99y que evitéis más escuadrones quiero».

Nos fuimos en tan buena compañía

por la ribera del ardor bermejo

102donde la gente hervida alto gemía;

a gente hundida vi hasta el entrecejo;

y el gran Centauro dijo: «Son tiranos

105y sangre y robo fueron su consejo;

llorando están sus hechos inhumanos;

junto a Alejandro está Dionisio, fiera[100]

108que tanto mal causó a los sicilianos.

La frente de la negra cabellera

es Azzolino[101]; el otro, rubicundo,

111Obezzo del Este, quien, sin duda, fuera

muerto por su bastardo, allá en el mundo».

Yo me volví al poeta, y él me dijo:

114«Éste sea el primero, y yo el segundo».

A poco, se quedó el Centauro fijo

en unos, que advertí sobresaliendo

117hasta el gaznate del hervor prolijo.

Una sombra mostróme, así diciendo:

«De Dios en el regazo, abrió la herida

120que hacia el Támesis hoy sigue corriendo».[102]

A gente vi en el río sumergida

hasta la testa, y con el pecho fuera,

123y mucha fue por mí reconocida.

Poco a poco, más bajo el nivel era

de la sangre, y cocía allí los pies,

126y ése era el paso de una a otra ribera.

«Igual que de este lado, como ves,

el hervidero siempre va bajando

129—dijo el Centauro—, por el otro es

poco a poco mayor, y va aumentando

su fondo hasta que, al fin, el sitio alcanza

132donde la tiranía está llorando.

Allí es de la justicia la venganza

contra Atila, flagelo de la tierra,

135y Pirro y Sexto; al llanto eterno lanza

a Rinier de Corneto, al que allí encierra

con Rinier Pazzo[103], por haber llevado

138antes a los caminos tanta guerra.»

Volvióse luego, y repasó aquel vado.