CANTO I

SELVA OSCURA

El leopardo, el león y la loba.

Virgilio.

A mitad del camino de la vida

yo me encontraba en una selva oscura,

3con la senda derecha ya perdida.[1]

¡Ah, pues decir cuál era es cosa dura

esta selva salvaje, áspera y fuerte

6que en el pensar renueva la pavura!

Es tan amarga que algo más es muerte,

mas por tratar del bien que allí encontré

9diré de cuanto allá me cupo en suerte.

Repetir no sabría cómo entré,

pues me vencía el sueño el mismo día

12en que el veraz camino abandoné.[2]

Mas tras llegar al cerro[3] que subía

allí donde aquel valle terminaba

15que con pavor a mi alma confundía,

al mirar a la cumbre, vi que estaba

vestida de los rayos del planeta[4]

18Que el buen camino a todos señalaba.

Quedóse la aprensión un poco quieta

que de mi corazón adolorido

21en el lago duró la noche inquieta.

Y como aquel que con aliento ardido,

del piélago salido a la ribera,

24mira al agua que casi le ha perdido,

mi alma, que fugitiva entonces era,

volvióse a contemplar de nuevo el paso

27que no atraviesa nadie sin que muera.[5]

Tras reposar un poco el cuerpo laso,

mi camino seguí por tal desierto,

30más bajo siempre el pie que no da el paso.

Y, apenas el camino me hube abierto,

un leopardo[6] liviano allí surgía,

33de piel manchada todo recubierto;

parado frente a mí, frente me hacía

cortando de ese modo mi camino,

36y yo, para volver, ya me volvía.

Era el tiempo primero matutino

y se elevaba el sol con las estrellas

39que estuvieron con él cuando el divino

amor movía aquellas cosas bellas[7],

y esperar bien podía, y con razón,

42aunque a la fiera moteada viese,

la hora del alba y la dulce estación;

mas no sin que temor me produjese

45la imagen, que vi entonces, de un león[8].

Me pareció que contra mí viniese,

alta la testa y con hambrientos ojos,

48que parecía que el aire le temiese.

Y una loba[9], que todos los antojos

alojar semejaba en su magrura

51y a muchos procuró duelo y enojos,

me llenó de inquietud con la bravura

que veía lucir en su mirada

54y perdí la esperanza de la altura.

Y, como a aquel que goza en la jornada

de la ganancia y, cuando llega el día

57de perder, llora su alma contristada,

así al bestia, que hacia mí venía,

me empujaba sin tregua, lentamente,

60al lugar en que al sol no se le oía.[10]

Mientras me deslizaba en la pendiente,

ya mi mirada había descubierto

63a quien por mudo di, por lo silente.

Cuando le contemplé en el gran desierto,

«¡Apiádate —yo le grité— de mí,

66ya seas sombra o seas hombre cierto!».

Respondióme: «Hombre no, que hombre ya fui,

y por padres lombardos engendrado,

69de la mantuana patria. Yo nací

bajo Julio, aunque tarde, y he morado

en la Roma regida por Augusto,

72la que a falsas deidades ha adorado.

Poeta fui, canté entonces al justo

hijo de Anquises[11], que de Troya vino

75cuando el soberbio Ilión quedó combusto.

¿Mas por qué vuelves tú al amargo sino,

por qué no vas al monte complaciente

78que de todos los goces es camino?».

«¿Eres tú aquel Virgilio[12] y esa fuente

de quien brota el caudal de la elocuencia?

81—le respondí con vergonzosa frente—.

De los poetas el honor y ciencia,

válgame el largo estudio y gran amor

84con que busqué en tu libro la sapiencia.

Mira tú mi maestro, tú mi autor:

eres tú solo aquel del que he tomado

87el bello estilo que me diera honor.

Mira la bestia que hacia atrás me ha echado,

sabio famoso, y ahorrándome su ultraje;

90por ella pulso y venas me han temblado.»

«Te conviene emprender distinto viaje

—me respondió mirando que lloraba—

93para dejar este lugar salvaje:

que ésta, por la que gritas, bestia brava

no cede a nadie el paso por su vía

96y con la vida del que intenta acaba;

y es su naturaleza tan impía

que nunca sacia su codicia odiosa

99y, tras comer, tiene hambre todavía.

Con muchos animales se desposa

y muchos más serán hasta el momento

102en que le dé el Lebrel muerte espantosa.[13]

No serán tierra y oro su alimento,

sino amor y sapiencia reunidas;

105tendrá entre fieltro y fieltro nacimiento.[14]

Verá Italia sus fuerzas resurgidas

por quien, virgen, Camila halló la muerte

108y Euríalo, Turno y Niso, con heridas.[15]

De un pueblo y de otro la echará, de suerte

que habrá de dar con ella en el Infierno,

111del que la envidia prima la divierte.

De donde, por tu bien, pienso y discierno

que me sigas y yo seré tu guía,

114y he de llevarte hasta el lugar eterno

donde oirás espantosa gritería,

verás almas antiguas dolorosas:

117segunda muerte lloran a porfía;

verás gentes también que son dichosas

en el fuego, que esperan convivir

120un día con las almas venturosas.

A las cuales, si aspiras a subir,

más que la mía existe un alma pura[16]:

123con ella, al irme yo, te veré ir;

que aquel emperador que hay en la altura,

puesto que fui rebelde a su doctrina,

126que yo no llegue a su ciudad procura.[17]

A todo desde allí rige y domina,

allá están su ciudad y su alta sede;

129¡feliz aquel a quien allí destina!».

Y dije yo: «Poeta, pues lo puede

aquel Dios que tú nunca has conocido,

132de este mal libre, y de otro mayor, quede;

llévame donde ahora has prometido,

y a las puertas de Pedro vea un día

135y a los de ánimo triste y afligido».

Él echó a andar, y yo detrás seguía.