CANTO IX

CIELO III: ESPÍRITUS AMANTES

Cunizza da Romano, Folquet de Marselha, Raab. Invectiva contra Florencia y la corrupción de la curia romana. Ascensión al otro lado de las sombras de la Tierra.

Cuando tu Carlos, oh bella Clemencia[131],

me esclareció, narróme los engaños

3que tiene que sufrir su descendencia,

mas «Calla —dijo— y deja andar los años»:

no puedo, pues, decir sino que un llanto

6justo vendrá detrás de vuestros daños.

Y la vida de aquel esplendor santo

hacia el sol que la llena vuelto había

9como a aquel bien que a todo alegra tanto.

¡Ay, almas engañadas, gente impía,

que de tal bien torcéis vuestros amores

12y el rostro alzáis con vana altanería!

Y al punto otro de aquellos esplendores

se acercó, y su deseo de agradarme

15mostraba derramando resplandores.

Los ojos de Beatriz, que de mirarme

no habían cesado, de su caro asenso

18quisieron con su luz certificarme.

«Calma el anhelo de que estoy suspenso,

santo espíritu —dije—, y dame prueba

21de que en ti se refleja lo que pienso.»

Y, en respuesta, la luz para mí nueva,

de lo profundo en que ella antes cantaba,

24dijo, como quien ruego justo aprueba:

«En esa parte de la tierra prava

itálica que yace entre Rialto

27y donde nace el Brenta y corre el Piava,

se eleva un monte, y no surge muy alto,

de donde bajó antaño una centella

30que le dio a la comarca duro asalto.

Nací yo de la misma raíz que ella:

Cunizza fui, y aquí mi brillo muestro

33porque la luz vencióme de esta estrella;[132]

mas, alegre, a mí misma me demuestro

que fue buena mi suerte, y no me enfada,

36aunque parezca extraño al vulgo vuestro.

De esta joya luciente y muy preciada

de nuestro cielo que ahora tengo al lado

39quedó gran fama; y no será olvidada

sin que este siglo sea quintuplicado:

ve si el mortal debió hacerse excelente

42si una más, tras su vida, se ha dejado.[133]

Y esto no piensa la turba presente

que, al par que el Tagliamento, Adigio ciñe,

45ni por ser castigada se arrepiente,[134]

mas se verá muy pronto cómo tiñe

Padua al pantano que a Vicenza baña,

48porque contra el deber su gente riñe;[135]

y donde al Sile el Cáñano acompaña,

tal señorea y lleva la testa alta

51cuando la red le tienden ya con maña.[136]

También llorará Feltro la gran falta

de su impío pastor, tan traicionera

54que otra igual a ninguno encerró en Malta.

Grande el barril sería que acogiera

la sangre ferraresa, y muy rendido

57quedara quien por onzas la midiera,

la que dará el prelado comedido

por mostrar partidismo; y tales dones

60el uso del país ha permitido.[137]

Los que tronos llamáis, y en las regiones

altas espejos son de Dios juzgante,

63buenas han de encontrar estas razones».

Callóse, y yo leía en su semblante

que a otro se había vuelto; y en seguida

66regresó al corro de ánimas radiante.

La otra alegría, ya antes referida

por su bondad, surgió cual resplandece

69una piedra rubí del sol herida.

Allí, con la alegría el brillo crece

como la risa aquí; y abajo vela

72la sombra al que en su mente se entristece.

«Dios lo ve todo, y tu mirar se enela[138]

—dije—, alma santa, y a la vista tuya

75ningún deseo a sí se roba y cela.

Luego tu voz, que alegra la aleluya

que siempre entonan esas almas pías

78que con las seis se han hecho la cogulla,[139]

¿por qué no calma ya las ansias mías?

No estaría esperando tu demanda

81si me entuase como tú te enmías[140]

«El mayor valle en que el agua se expanda[141]

—empezó con palabras elegantes—

84fuera del mar que la tierra enguirlanda,

contra el sol, entre playas discordantes,

avanza tanto que hace meridiano

87de lo que su horizonte hacía antes.[142]

De aquel valle yo he sido litorano

entre Ebro y Magra, que por corta vía

90al genovés separa del toscano.[143]

Casi al ocaso y orto de Bujía

yace la tierra aquélla en que naciera,

93que al puerto caldeó con su sangría.[144]

Folco se me llamó en aquella esfera

que conoció mi nombre; y este cielo

96de mí se sella, como de él yo hiciera,

que en más fuego no ardió la hija de Belo,

a Siqueo y Creúsa acongojando,

99que yo mientras convino así a mi pelo;[145]

ni aquella Rodopea que llorando

se vio por Demofonte, ni el potente

102Alcides cuando a Iole estaba amando.[146]

Aquí se goza, y nadie se arrepiente,

no del yerro, que al juicio no retorna

105mas del valor que ordena providente.

Aquí se admira al arte que se adorna

con tal efecto, y a saber se viene

108por qué el mundo de arriba al bajo torna.

Mas porque mi palabra calme y llene

el afán que esta esfera te depara,

111seguir más adelante me conviene.

Quieres saber a quién la llama ampara

que tanto centellea, a mi contigua,

114como rayo de sol en agua clara.

Sabe que dentro de ella se apacigua

Raab, que a nuestro coro aquí se junta

117y en sumo grado con su luz santigua.

Vino a este cielo, al que tan sólo apunta

la sombra de tu mundo, antes que otra alma

120por el triunfo de Cristo fuera asunta.

Y es muy justo dejarla como palma,

en algún cielo, de la gran victoria

123que conquistó con una y otra palma

porque favoreció la primer gloria

que obtuvo Josué en la Tierra Santa,

126que poco pesa al Papa en la memoria.[147]

Que tu ciudad, que del primero es planta

que ha vuelto las espaldas a su autor

129y cuya envidia al llanto solivianta,

forma y propaga la maldita flor

que a ovejas y corderos ha engañado

132y en lobo ha convertido a su pastor.[148]

Por eso el Evangelio han olvidado

los doctores, y sólo Decretales

135se estudian, como muestran al costado.[149]

A esto se dan el Papa y cardenales:

no a Nazaret su vuelo es dirigido,

138do abrió Gabriel las alas inmortales.

Mas Vaticano, y cuanto de elegido

tiene Roma, que han sido cementerio

141de la milicia que a Pedro ha seguido,

pronto se librarán del adulterio.»