CANTO XXVI

CIELO VIII: ESPÍRITUS TRIUNFANTES

San Juan Evangelista. Objeto de la Caridad. Argumentos filosóficos y Revelación, fuentes de Caridad.

Mientras dudaba yo de mi ceguera,

del fulgor[380] que la había producido

3salió una voz que me hizo que atendiera,

diciendo: «Mientras vuelve a ti el sentido

de la vista, que en mí ha sido consunta,

6razonando has de verte resarcido.

Comienza pues, y dime, adonde apunta

tu alma; y, aunque perdida está, confía

9en que tu vista no se halla difunta,

porque tiene la dama que te guía

igual virtud en su visivo dardo

12que en su mano Ananías poseía».[381]

Yo dije: «A su placer, o presto o tardo,

dé a mis ojos salud, que fueron puente

15cuando entró con el fuego en que siempre ardo.

El bien que da a esta corte gozo ardiente

Alfa y Omega es de la escritura

18que Amor me lee, ya leve o fuertemente».

La voz que me libró de la pavura

que aquella ofuscación me había causado

21me invitó a razonar con más holgura,

y dijo: «Por cedazo más delgado

te conviene cribar, y que razones

24quién tu arco hacia el blanco ha enderezado».

Y yo: «Por filosóficas razones

y autoridad que desde aquí desciende,

27en mí este amor estampa sus renglones.

Que el bien, en cuanto bien, cuando se entiende,

prende a un amor que tanto se aventaja

30cuanto mayor bondad en sí comprende.

Así en la esencia en que hay tanta ventaja

que cualquier bien que fuera de ella llueva

33es luz que de su rayo se desgaja,

más que en otra conviene que se mueva

la mente, que de amor ve las señales

36de certeza que fundan esta prueba.

A mi mente mostró verdades tales

el mismo que me muestra el primo amor

39de todas las sustancias eternales.[382]

La voz mostrólas del veraz autor

que a Moisés dice, de sí mismo hablando:

42“En mí yo te haré ver todo valor”.[383]

Tú también me la muestras, comenzando

tu alto pregón que publicó el arcano

45de aquí allá abajo más que ningún bando».[384]

Y yo le oí: «Por intelecto humano

y por la autoridad con que concuerda,

48de tus amores Dios sea el soberano.

Mas dime si tú sientes otra cuerda[385]

lanzarte hacia él; y tañe todavía

51con cuántos dientes crees que amor te muerda».

La intención santa no se me escondía

del águila de Cristo, el rumbo viendo

54en que a mi profesión poner quería.

«Cuantos bocados —yo seguí diciendo—

pueden volver a Dios el albedrío

57sé que a mi caridad fueron mordiendo;

y sé que el ser del mundo y el ser mío,

la muerte que él sufrió porque yo viva

60y lo que espera aquella fe en que fío,

con la ya antes mentada ciencia viva,

me han sacado del mar del amor muerto

63y del viviente me han puesto en la riba.

Las frondas que enfrondecen todo el huerto

del hortelano eterno, amo yo tanto

66cuanto él a ellas de bienes ha cubierto.»

Cuando dejé de hablar, un dulce canto

resonó por el cielo, y mi señora

69también decía: «¡Santo, santo, santo!»[386].

Como una luz despierta cegadora

porque acude el espíritu visivo

72al esplendor que túnicas perfora[387],

y el despertado a lo que ve es esquivo,

tan necia es la vigilia inesperada

75hasta que el juicio nos socorre activo;

así todo melindre a mi mirada

quitó Beatriz con ojos tan radiantes

78que a mil millas sería divisada:

y desde entonces vi mejor que antes,

y estupefacto pregunté quién era

81la cuarta de las luces circunstantes.[388]

Y mi dama: «En sus rayos prisionera,

con su autor se embebece el alma prima

84que antes creara la virtud primera».[389]

Cual fronda que ceder hace a su cima

al tránsito del viento, y luego acaba

87por alzarla el valor que la sublima,

de igual modo hice yo cuando ella hablaba,

pasmado, mas mi frente alzó, animosa,

90un deseo de hablar que me quemaba.

Y empecé: «¡Oh padre antiguo, oh nemorosa

fruta cuya sazón nació contigo,

93de quien es hija y nuera toda esposa;

con toda devoción, que hables conmigo

te pido, porque mi ansia estás notando,

96y por oírte pronto no la digo!».

Cubierto, un animal se está agitando

tanto a veces, que lo hace bien presente

99la envoltura, su afecto secundando;

y el alma primordial similarmente

me dejaba entrever por la cubierta

102que a complacerme vino alegremente.

Luego espiró: «Sin serme descubierta

por ti, tu voluntad mejor reflejo

105que tú la cosa que hallas que es más cierta;

pues yo la veo en el veraz espejo

que hace parejo a él lo en él incluso

108pero nada de sí le hace a él parejo.

Quieres saber en qué año Dios me puso

en el jardín excelso en que tu guía

111a tan larga escalera te dispuso,

y cuánto deleitó a la vista mía,

y qué causa enojó tanto a mi dueño,

114y el idioma que hablaba, y lo que hacía.

Mira, hijo mío: no el gustar del leño

fue por sí la razón del gran exilio,

117mas la desobediencia de mi empeño.

Allí donde tu dama urgió a Virgilio

cuatro mil y trescientos dos solares

120volúmenes ansié yo este concilio;[390]

y recorrer le vi los luminares

de su camino novecientas treinta

123veces, llorando en tierra mis pesares.[391]

La lengua que yo hablaba ya no cuenta[392]

desde antes de que a la obra inconsumable

126la gente de Nemrod se hallara atenta;

porque ningún efecto razonable,

dado que el gusto humano se transforma

129siguiendo al cielo, fue siempre durable.

Con la naturaleza se conforma

que hable el hombre, mas déjale natura

132que hable a su gusto de una u otra forma.

Antes que fuese a la infernal tortura,

I se llamaba en tierra el bien que tiene

135ardiendo de alegría a mi envoltura;

y El se llamó después: y así conviene,

porque el uso mortal fronda es fecunda

138en la rama, que vase y otra viene.[393]

En el monte que el mar hondo circunda

viví, con vida pura y deshonesta,

141de la hora prima a aquella que secunda,

cuando cambia cuadrante el sol, la sexta»[394]