CANTO XV
CIELO V: ESPÍRITUS MILITANTES
Guerreros: Cacciaguida. La antigua Florencia.
La suave voluntad en que se licua
siempre el amor que rectamente inspira
3—igual que la codicia hace en la inicua—,
silencio impuso a aquella dulce lira
e hizo a las santas cuerdas aquietarse
6que la diestra de Dios suelta y estira.[230]
¿Cómo al justo pedir podrán negarse
esas sustancias que, como aliciente
9a mis ruegos, optaron por callarse?
Bueno es que para siempre se lamente
quien, por amor de cosa que no dura,
12de ese amor se despoja eternamente.
Cual en la noche despejada y pura
corre un fuego fugaz de cuando en cuando
15atrayendo a la vista antes segura,
y una estrella parece caminando,
sino que por la parte en que se enciende
18dura poco y ninguna está faltando;
tal, del cuerno que al lado diestro tiende,
al pie de aquella cruz se corrió un astro
21de esa constelación que tanto esplende;
no se apartó la gema de su rastro,
mas por la lista radial surcaba
24y era cual luz detrás del alabastro:
tal la sombra de Anquises se mostraba,
si fe merece nuestra mayor Musa,
27cuando el Elíseo su hijo visitaba.[231]
«O sanguis meus, o superinfusa
gratia Dei, sicut tibi cui
30bis unquam coeli ianua reclusa?»[232]
Así la luz; la vista puse allí,
y, cuando hacia mi dama me volvía,
33me quedé estupefacto allí y aquí;
pues en sus ojos tal sonrisa ardía
que contemplar creí el fondo fecundo
36del Paraíso y de la gloria mía.
El espíritu, al ver y oír jocundo,
tras su principio algunas cosas puso
39que no entendí, tal fue su hablar profundo.
Y no era que escondérmelas dispuso,
sino necesidad, pues su concepto
42al signo del mortal se sobrepuso.[233]
Y cuando el arco del ardiente afecto,
tras aflojarse, se inclinó certero
45y apuntó al signo de nuestro intelecto,
esto fue lo que yo entendí primero:
«¡Bendito seas siempre, trino y uno,
48pues eres tan cortés con mi heredero!».
Y prosiguió: «Grato y lejano ayuno,
leyendo el magno libro alimentado
51que no cambia jamás blanco ni bruno[234],
dentro de esta luz, hijo, me has colmado,
merced a quien te viste con las plumas
54con que a tan alto vuelo te has alzado.
Y entiendo que del que es primero asumas
que desciende hasta ti mi pensamiento,
57cual cinco y seis da el uno cuando sumas,
mas quién soy y por qué mayor contento
crees descubrir en mí que el que demuestra
60la gaya turba, no inquiere tu acento.
Crees la verdad; que en esta vida nuestra
chicos y grandes miran al espejo
63que, antes que pienses, el pensar ya muestra.
Porque del sacro amor que nunca dejo
de vigilar, mi sed sea calmada,
66y del dulce deseo, te aconsejo
que en tu voz firme, leda y confiada
suene el deseo, suene la apetencia,
69que ya está mi respuesta decretada».
A Beatriz volvíme, y su anuencia
me sonrió tal seña, que su aspecto
72nuevas alas prestaba a mi querencia.
Yo empecé a hablar: «El juicio y el afecto,
cuando mostróse la igualdad primera[235],
75fue en vosotros de igual peso y efecto,
porque en el sol que es foco y es hoguera
que os da calor y luz, son tan iguales
78que toda semejanza escasa fuera.
Mas querer y argumento en los mortales,
por la razón que ya os es manifiesta,
81tienen alas con plumas desiguales;[236]
y yo, que soy mortal, me siento en esta
desigualdad, y así sólo regracio
84de corazón a la paterna fiesta.
Yo te suplico a ti, vivo topacio
que engemas esta joya de valía,
87que me dejes del nombre tuyo sacio».
«En ti me he complacido, oh fronda mía,
hasta esperando; tu raíz yo he sido»,
90empezó a responder con cortesía.
Luego me dijo: «Aquel del que ha salido
tu cognación, y cien años el suelo,
93y más, del primer zócalo ha corrido,
ha sido mi hijo y fue tu bisabuelo:
bueno es que su fatiga prolongada
96acortes con tus obras y tu celo.[237]
Florencia, del primer cerco rodeada,
en donde aún sigue oyendo tercia y nona,
99en paz vivía, sobria y recatada.
No usaba cadenilla, no corona,
no faldas recamadas, no cintura
102que se hiciese ver más que la persona.
No le causaba, con nacer, pavura
la hija al padre; que no llegó a perderse
105en el tiempo y la dote la mesura.
Casas vacías no solían verse;
ni había Sardanápalo enseñado
108todo lo que en la alcoba puede hacerse.
Ni estaba Montemalo derrotado
por vuestro Uccellatoio; y si ha vencido
111al subir, al caer será alcanzado.[238]
Yo vi a Bellinción Berti andar ceñido
de cuero y hueso; a su mujer llegando
114del espejo con rostro no teñido;[239]
y a Nerli y a Del Vecchio vi llevando
contentos piel sencilla y descubierta,
117ya sus mujeres junto al huso hilando.[240]
¡Oh dichosas, que do sería abierta
vuestra tumba sabíais, y ninguna
120vio a su cama, por Francia, estar desierta!
Una velaba al lado de la cuna
y, consolando, usaba aquel idioma
123que a padre y madre alegra y no importuna;
otra las crines de la rueca toma
y con sus familiares habla un rato
126de troyanos, de Fiésole y de Roma.
Y fuera maravilla tener trato
con la Cinghela o Lapo Saltarello,
129cual si fuesen Cornelia y Cincinato.[241]
A esta vida tan bella y sin recelo,
a esta ciudadanía tan cumplida,
132a este hogar que de hogares fue modelo,
María diome, a gritos requerida[242];
y cuando al Baptisterio me llevaron
135a la vez fui cristiano y Cacciaguida[243].
Moronto y Elíseo me llamaron
hermano[244]; y tu apellido has heredado
138de mi mujer, que junto al Po criaron.
Después seguí al emperador Conrado,
y él me armó caballero en su milicia:
141tanto, por bien obrar, fui de su agrado.[245]
Tras él fui combatiendo a la nequicia
de la ley cuyo pueblo os usurpara,
144por culpa del pastor, vuestra justicia.
Allí fui yo, por esa gente ignara,
liberado del mundo y del delirio
147cuyo amor tantas almas deturpara,
y me vine a esta paz desde el martirio».