CANTO XII

CIELO IV: ESPÍRITUS SABIOS

San Buenaventura, Agustín de Asís, Iluminado de Rieti, Hugo de San Víctor, Pedro Coméstor, Pedro Hispano, Natán, San Juan Crisóstomo, Anselmo d’Aosta, Donato, Rábano Mauro, Gioacchino da Fiore.

Apenas hubo la feliz candela

a su postrer palabra dado suelta,

3a rodar comenzó la santa muela;

y ésta por otro corro viose envuelta,

antes de por completo haber girado,

6que unió canto con canto y vuelta a vuelta;

canto por dulces tubas entonado

que excede al de la Musa o la Sirena

9cuanto el rayo inicial al reflejado.

Como se curvan en la nube amena

dos arcos paralelos concolores

12si un servicio a su esclava Juno ordena,[184]

dando el de dentro al otro sus colores,

a guisa del hablar de aquella errante

15que amor borró cual borra el sol vapores,[185]

y logran que la gente no se espante

—pues ya con Dios Noé lo pactó un día—

18de que el mundo se inunde en adelante;[186]

así moverse en torno se veía

de sempiternas rosas dos guirlandas,

21y a la íntima la extrema respondía.

Cuando en su tripudiar las santas bandas,

y en su cantar y al tiempo flamearse

24de una luz a otra luz ledas y blandas,

a la vez decidieron aquietarse,

cual ojos que a un deseo obedeciendo

27a un tiempo han de cerrarse y levantarse;

una luz nueva, nueva voz moviendo,

me hizo aguja que apunta hacia la estrella,

30mi atención a su donde convirtiendo,

y comenzó:[187] «El amor que me hace bella

quiere que mi palabra al duque aduzca

33por quien el mío aquí tanto destella.

Donde uno se halle, al otro se introduzca;

y si la misma fue su lucha honrosa,

36así a la vez la gloria de ambos luzca.

La mesnada de Cristo, que costosa

fue de rearmar, detrás de su bandera

39marchaba tarda, poca y sospechosa,

cuando el emperador que siempre impera

proveyó a la milicia, ya apurada,

42sólo por gracia, no que digna fuera;

digo que socorrió a su esposa amada

con dos campeones, cuyo ejemplo y mando

45reagrupó a la gente desviada.

Y donde se alza el céfiro que, blando,

hace abrirse y crecer las nuevas frondas

48con las que Europa vase engalanando,

no muy lejos del golpe de las ondas

a las que el sol, tras larga fuga, llega

51y esconde en ellas sus guedejas blondas,

se encuentra la dichosa Caleruega

bajo la protección del gran escudo

54en que el mismo león manda y se pliega.[188]

Nació allí el que se ató con fuerte nudo

de amor al cristianismo, el santo atleta

57dulce a los suyos y al contrario crudo.

Y, a la vez que creada, fue repleta

de tan viva virtud su santa mente

60que dentro de la madre fue profeta.

Cuando entre él y la fe, junto a la fuente

sacra, los esponsales se cumplieron,

63de salud se dotaron mutuamente,

y aquella cuyos labios asintieron

por él, el bello fruto vio en un sueño

66que él y sus herederos[189] después dieron.

Y, por compaginar nombre y diseño,

un espíritu allí movió a nombrarle

69con el modo del que era ya su dueño.

Le llamaron Domingo; y alabarle

quiero como al agrícola que Cristo

72en su huerto eligió para ayudarle.

Mostróse nuncio y familiar de Cristo;

que el primo amor que en él fue manifiesto

75fue al consejo primero que dio Cristo.

Callado, en tierra de rodillas puesto,

cien veces por el aya fue encontrado

78como diciendo: “¡Yo he venido a esto!”.

¡Oh padre con verdad Félix llamado!

¡Oh madre suya, verdadera Juana,

81si es que su nombre vale interpretado![190]

Como otros, por el mundo no se afana

yendo en pos del Ostiense y de Tadeo,

84mas pronto de doctor la fama gana,

siendo el maná de amor su gran deseo[191];

y en seguida a cercar la viña empieza,

87la que blanquea si el viñero es reo.

Y a la silla que ya mostró largueza

con los pobres —que al yerro no es propensa,

90mas por el que la ocupa sí tropieza—,

no, al dos o al tres por seis, una dispensa,

no los diezmos, ni renta de vacantes,

93quae sunt pauperum Dei, pedirle piensa,

sino a las gentes combatir errantes

por la simiente que ahora te ha ceñido

96con veinticuatro plantas rutilantes.[192]

Y, con querer a la doctrina unido,

cayó, con apostólica licencia,

99como torrente desde lo alto urgido;

los heréticos brotes su vehemencia

golpeó, con ataques más ardientes

102en donde era mayor la resistencia.

De él nacieron después otras corrientes

con que el huerto católico se riega

105y tiene a sus arbustos verdecientes.

Si una rueda tan alto papel juega

del carro en que luchó la Iglesia Santa

108y en el campo venció su civil brega,

bien verás hasta dónde se levanta

el que antes de que yo compareciera

111trató Tomás con cortesía tanta.[193]

Pero la órbita que hizo su cimera

circunferencia ha sido abandonada

114y hay heces donde ayer hubo solera.[194]

Su familia, que andaba bien guiada

con los pies tras sus huellas, cambió tanto

117que el primero al de atrás da una pedrada.

Y muy pronto ha de verse el adelanto

del mal cultivo: la cizaña impía

120prorrumpirá, fuera del arca, en llanto.

Si hoja a hoja mirase alguien un día

nuestro libro, podría en una carta

123leer claro: “Yo soy el que solía”.

No será de Casal ni de Acquasparta

de donde han de venir a la escritura,

126que uno huye de ella y otro la coharta.[195]

Yo soy la vida de Buenaventura

de Bañorregio; y, siendo purpurado,

129siempre pospuse la intención impura.[196]

Aquí están Agustín e Iluminado[197],

los primeros descalzos pobrezuelos

132que a Dios con el cabestro han agradado.

Aquí Hugo de San Víctor[198] colma anhelos,

y Petrus Comestor[199] y Pedro Hispano,

135que luce abajo en sus doce libelos;

Natán[200] profeta, el metropolitano

Crisóstomo y Anselmo[201]; el que pusiera,

138Donato[202], en el primer arte la mano.

Rabano[203] se halla aquí; luce a mi vera

el abad catabres que fue Joaquín,

141que don de profecía poseyera[204].

A envidiar[205] a tan alto paladín

me movió la inflamada cortesía

144de fray Tomás y su cortés latín;

y conmigo movió a esta compañía».