CANTO I

SUBIDA AL PARAÍSO

Ascensión de Dante y Beatriz a través de la esfera del fuego.

Penetra el universo, y se reparte,

la gloria de quien mueve a cuanto existe,

3menos por una y más por otra parte.[1]

Yo al cielo[2] fui que más su luz reviste

y vi lo que, al bajar de aquella cima,

6a poder ser contado se resiste;

pues cuando a su deseo se aproxima

nuestro intelecto, se sumerge tanto

9que la memoria ya no se le arrima.

Mas, en verdad, cuanto del reino santo

mi mente atesorar haya podido

12ahora será materia de mi canto.

En mi último trabajo yo te pido

de tu valor, oh Apolo[3], ser tal vaso

15que me halles digno del laurel querido.

Bastó hasta aquí una cumbre del Parnaso,

mas ambas necesito cuando intento

18a la última palestra abrirme paso.[4]

Entra en mi pecho, espira en él tu acento

como cuando los miembros de Marsías

21sacaste de su vaina y aposento.[5]

Oh divina virtud, si a mí te alias

para mostrar la sombra que he guardado

24del santo reino en las memorias mías,

ir me verás hacia tu leño amado[6]

y con las hojas coronar mi frente

27que por ti y la materia habré ganado.

Cogidas, padre, son tan raramente

para ser de un poeta o cesar palma

30—culpa y vergüenza de la humana mente—,

que leticia parir sobre la calma

deidad de Delfos la fronda penea[7]

33debiera, si sed de ella siente un alma.

Pequeña chispa grandes llamas crea:

mejor voz tras de mí, si le pregunta,

36quizás por Cirra[8] respondida sea.

Por más de un abra ante el mortal despunta

la lucerna del mundo; mas de aquella

39que tres cruces y cuatro cercos junta,[9]

con mejor curso y con mejor estrella

conjunta sale[10], y la mundana cera

42más a su modo remodela y sella.

Que allí mañana y noche aquí ya fuera

hizo tal abra, y todo blanqueaba

45el hemisferio aquél, y negro éste era,

cuando vi a Beatriz, que vuelta estaba

mirando al sol, a mi siniestro lado:

48nunca un águila así su ojo le clava.

Y como vuelve arriba, reflejado

de un primer rayo, el que salió segundo

51—así torna el romero de buen grado—,

tal por su acción, que su mirar profundo

en mi mente infundió, me vi movido

54y miré cual no se usa en este mundo.

Mucho es lícito allí que prohibido

está aquí, porque aquel lugar ya fuera

57para la humana especie concebido[11].

No mucho ni tan poco lo sufriera

que centellear en torno no lo viese

60cual hierro que se saca de la hoguera;[12]

y parecióme entonces cual si uniese

un día al día aquel que los gobierna

63y al cielo un nuevo sol embelleciese.

Fija la vista en la alta esfera eterna[13]

tenía Beatriz, mientras la mía,

66por verla, se apartó de la lucerna.

Al contemplarla, en mi interior sentía

lo que Glauco al comer la hierba[14], cuando

69de los dioses del mar socio se hacía.

Transhumanar significar hablando

no se podría; y el ejemplo baste

72a quien lo esté la gracia demostrando.

Si yo por mí era sólo el que creaste

nuevo, amor que los cielos organizas,

75tú lo sabrás que con tu luz me alzaste.

Cuando el rodar que tú sempiternizas

deseado, me atrajo hacia su seno

78con el orden que riges y armonizas,[15]

al cielo contemplé de ardor tan lleno

por el sol, que la lluvia o la corriente

81nunca en lago cambió tanto terreno.

La novedad del son, la luz fulgente,

de su porqué encendieron tal deseo

84que nunca otro sentí tan fuertemente.

Y ella, que me veía cual me veo

yo mismo, por templar mis emociones[16],

87la boca abrió sin aguardar careo

y comenzó: «Te crea confusiones

tu falso imaginar, y no estás viendo

90lo que verías libre de ilusiones.

No estás en tierra como estás creyendo;

mas un rayo, dejando su morada,

93no corre como tú que a ella estás yendo».[17]

De esta duda mi mente desnudada

por las risueñas palabritas breves,

96en una más se vio luego enredada,

y dije: «Me contentas y me mueves

a gran admiración; y más me admira

99el poder trascender cuerpos tan leves[18]».

Y ella, como la madre que suspira,

puso su vista en mí, con el semblante

102de quien contempla a un hijo que delira

y comenzó: «Las cosas un constante

orden entre sí guardan, y éste es forma

105que hace al cosmos a Dios ser semejante.

Del eterno valor aquí la horma

ven las altas criaturas[19], que él es meta

108a la que tiende la mentada norma.

Al orden que te digo se sujeta,

de una manera u otra, toda hechura,

111pues, cerca o lejos, por su amor se inquieta[20];

un puerto cada cosa así procura

por el gran mar del ser, y a cada una

114el instinto a ella dado la apresura.

Este levanta el fuego hacia la luna,

del mortal corazón éste es motor;

117éste a la tierra en sí tupe y aduna:

no sólo a la criatura que, inferior,

no tiene inteligencia, este arco tira[21],

120sino a aquella que piensa y siente amor.

La providencia, que por todo mira,

con su luz tiene al cielo siempre quieto

123en el que el más apresurado gira;[22]

y allí, según dispone su decreto,

nos lleva la virtud de aquella cuerda

126que lanza de la dicha hacia el objeto.

Cierto es que, cual la forma no concuerda

más de una vez con la intención del arte

129—que al responder es la materia lerda—,

la criatura, a veces, se echa aparte

de esta carrera, porque puede, y luego

132se pliega, así impulsada, hacia otra parte;

y como de la nube cae el fuego,

el impulso inicial va decayendo

135cuando a falsos placeres muestra apego.[23]

No te ha de admirar más, si bien entiendo,

tu ascensión que del río la carrera

138cuando del monte al valle va cayendo.

En ti gran maravilla, en cambio, fuera

que, ya libre, quedases en el suelo,

141como quieta en la tierra viva hoguera».

Dicho lo cual, volvió la vista al cielo.