CANTO VII

RESALTO II: VALLE DE LOS PRÍNCIPES REMISOS

Príncipes remisos: Rodolfo I de Habsburgo, Otocar II de Bohemia, Felipe III de Francia, Enrique I de Navarra, Pedro III de Aragón, Carlos I de Anjou, Alfonso III de Aragón, Enrique III de Inglaterra, Guglielmo di Monferrato.

Cuando el abrazo aquél de regocijo

fue tres y cuatro veces reiterado,

3dio un paso atrás Sordelo y «¿Quién sois?» dijo.

«Al monte no se habían acercado

las almas que verán a Dios un día

6cuando fui por Octavio[63] sepultado.

Yo soy Virgilio. Fue la culpa mía

no tener fe; por ella perdí el cielo.»

9De esta manera respondió mi guía.

Como quien cosa ve quedó Sordelo

que causa maravilla de repente

12y «Es… no es…» se repite con recelo.

Luego, volvióse e inclinó la frente

y, allí donde al menor le es permitido,

15un abrazo le dio modestamente.

«Gloria de los latinos, que has podido

mostrar de qué es capaz la lengua nuestra

18—dijo—, honor del lugar donde he nacido,

¿qué mérito o qué gracia te me muestra?

Dime si vienes —si merezco tanto—

21del Infierno, y qué claustro te secuestra.»

«A través de los círculos del llanto

—le contestó— me vine abriendo paso:

24virtud del cielo me movió entretanto.

No por hacer, mas por contrario caso,

el sol que ansias mi alma no merece,

27pues yo lo he conocido con retraso.

Hay allá abajo un sitio al que entristece

lo oscuro, y no el martirio; y de lamentos

30y deseos —no de ayes— se estremece.

Tienen conmigo allí sus aposentos

los que mordió la muerte siendo infantes

33que no estaban de culpa humana exentos,

y aquellos que las tres santificantes

virtudes no vistieron y, sin vicio,

36tuvieron y siguieron las restantes.

Mas danos, si es que puedes, un indicio

que nos permita andar sin más espera

39del Purgatorio al verdadero inicio.»

«Subir y rodear esta ladera

no es cosa —dijo— que me esté vedada,

42y hacer puedo de guía a vuestra vera.

Mas ya está declinando la jornada,

y andar de noche aquí no se consiente,

45y conviene buscar buena posada.

Lejos, a la derecha, hay una gente

a la que conocer te agradaría

48si consientes que yo te la presente.»

«¿Cómo es esto? —repuso—. ¿No podría

subir nadie de noche? ¿Es que estorbado

51por otro, o incapaz, se sentiría?»

Pasó un dedo por tierra y, sosegado,

dijo Sordelo: «¿Ves? Tras de la tarde

54no podrías pasar al otro lado

ni de esta raya. Y no es que el paso guarde

nadie, sino la misma noche oscura,

57que hará que tu deseo se acobarde.

Mas bajar sí podrías de esta altura

y pasear la costa, en torno errando,

60mientras dura del día la clausura».

Entonces mi señor, casi admirando.

«Llévame —dijo— allí donde provecho

63decías que hallar puedo demorando».

Era escaso el camino entonces hecho

cuando vi estar el monte dividido,

66cual lo están los de aquí, donde el repecho.

Dijo la sombra: «Vamos donde hundido

el terreno se ve de la costana,

69y el nuevo día allí será atendido».

Entre la parte abrupta y la otra plana,

tortuosamente nos llevó un camino

72a mitad del declive que se allana.

Oro, albayalde, grana, argento fino,

ébano puro y, tras reciente corte,

75el más fresco fulgor esmeraldino,

de hierbas y de flores la cohorte

venciera en los colores de consuno,

78como al de menos vence el de más porte.

No hizo a aquel cuadro la natura ayuno

de su aroma, que, suaves, mil olores,

81incógnito y ambiguo, hacían uno.

Salve, Regina[64], sobre verde y flores,

a unas almas cantando ya veía,

84que ocultaban del valle los alcores.

Dijo el Mantuano que camino abría;

«Antes que llegue al nido el sol poniente,

87no queráis hasta allá mi compañía.

Conoceréis su rostro y continente

mejor si los miráis desde esta loma

90que mezclados allí con tanta gente.

El que a altura mayor sentado asoma

y se ve que el deber jamás cumpliera,

93igual que en el cantar parte no toma,

fue Rodolfo imperante[65], el que pudiera

de Italia la mortal llaga sanar,

96que otro llegara tarde, si quisiera.

Quien le mira y le quiere consolar

rigió el país do nacen los caudales

99que da el Moldava al Elba, y Elba al mar.

Era Otocar: mejor entre pañales

fuera que el hijo Wenceslao barbado,[66]

102que ocio devora y pace bacanales.

Y el que parece allá, desnarigado[67],

oír aquel benigno con provecho,

105murió huyendo, su lirio desflorado:

¡ved de qué modo se golpea el pecho!

Ved cómo a su mejilla, suspirando,

108con la palma hace el otro suave lecho.

Son padre y suegro del francés nefando[68]:

bien saben de su vida miserable,

111y así los está el duelo traspasando.

El membrudo que afina en lo cantable

con el de la nariz superlativa[69]

114ciñó el cordón de todo lo loable;

y, de heredar su real prerrogativa

el jovencito que detrás se sienta,

117bien el valor de vaso en vaso iba,

no son sus herederos de igual cuenta:

pues Jaime y Federico, con corona,

120no guardan para sí la mejor renta.

Poco suele el valor de una persona

en sus ramas brotar, pues quien lo envía

123que lo pidamos nunca nos perdona.

También va al Narigudo el habla mía,

igual que a Pedro, que a su lado canta,

126por quien Pulia y Provenza llora hoy día.[70]

Tan inferior al germen es la planta

cuanto, más que a Beatriz y a Margarita,

129aún a Constanza su marido encanta.[71]

Sentado solo, a contemplarle invita

el rey sencillo, Enrique de Inglaterra,

132cuya rama mejor fruto suscita.[72]

Quien más abajo siéntase en la tierra

es Guillermo el marqués, y alza la vista:

135él, con Alejandría y con su guerra,

a Monferrato y Canavés contrista[73]».