CANTO XXVIII

FLORESTA DIVINA: MATELDA

Llegada junto al río Leteo. Matelda.

Por recorrer sentíame impaciente

la divina floresta espesa y viva[302]

3que amortiguaba al día renaciente,

y, sin pensarlo más, dejé la riba,

yendo por la campaña a paso lento,

6que una fragancia exhala que cautiva.

Un aura blanda, en la que mudamiento

no había, me atacaba por delante

9no con más fuerza que liviano viento;

y a ella dócil, la fronda, y tremolante,

cedía, y se inclinaba hacia la parte

12en que el monte da sombra en tal instante;

mas de la vertical no tan aparte

que muchos pajarillos por las cimas

15dejasen de mostrar cuál es su arte;

sino que, alegres, a las horas primas

entre las hojas recibían cantando,

18que acompañaban con bordón sus rimas

como de rama en rama van vibrando

por la llanura, en el pinar de Chiaso[303],

21cuando Eolo a Siroco[304] va soltando.

Ya me había llevado el lento paso

tan dentro, do la selva se espesaba,

24que no hallara el lugar que me dio paso;

allí el camino un río[305] me cortaba

que, con sus parvas ondas, blandamente

27a la izquierda las hierbas inclinaba.

Toda agua que en el mundo es transparente

tener parecería mezcla alguna

30junto a aquella purísima corriente,

aun cuando discurría un tanto bruna

bajo la eterna vegetal sombrilla

33que nunca paso da ni a sol ni a luna.

Quietos los pies, pasé hacia la otra orilla

con los ojos, por ver cómo florece

36gran variedad de mayos que allí brilla.

Y se me apareció, como aparece

algo súbitamente, que desvía

39al pensamiento, que el asombro empece,

una mujer sólita que venía[306]

cantando y escogiendo bellas flores

42de que pintada hallábase su vía.

«Bella mujer, que con ardor de amores

te abrasas, si juzgando los semblantes

45nos denuncian los fuegos interiores,

yo te ruego, cortés, que te adelantes

—le dije— en dirección de esta ribera,

48tanto que entender pueda lo que cantes.

Tú me haces recordar cómo y cuál era,

al perderla su madre, Proserpina,

51el día que perdió la primavera.»[307]

Cual se suele volver la bailarina,

a tierra y entre sí los pies unidos,

54que apenas se dijera que camina,

giró sobre los tallos florecidos

de amarillo y carmín, con movimiento

57de virgen, y los ojos abatidos;

y al ruego que le hacía dio contento,

pues tanto se acercó, que su tonada

60me trajo de sí misma entendimiento.

Al llegar do la hierba está mojada

por el bello ondear, con dulcedumbre

63me regaló, elevando la mirada:

no creo que brillase tanta lumbre

so las cejas de Venus, por la flecha

66del hijo herida fuera de costumbre.

En la otra orilla sonrió, derecha,

y más color sus manos me han mostrado

69que el que la tierra sin simientes echa.

Por el río tres pasos alejado

de ella, el ancho Helesponto, que pasara

72Jerjes[308], que todo orgullo ha domeñado,

no en Leandro[309] mayor odio suscitara,

entre Abidos y Sesto enfurecido,

75que aquél en mí, no abriendo su agua clara.

«Nuevos sois, y quizás porque he reído

—ella nos dijo— en este sitio electo

78para ser de la humana especie nido,

de asombraros de mí tenéis aspecto;

mas que del salmo Delectasti[310] baste

81la luz para aclarar vuestro intelecto.

Y tú que vas delante y me llamaste,

di si oír quieres más, que vengo presta

84a resolver las dudas que abrigaste.»

«El agua —dije— y son de la floresta

mi nueva fe reconciliar no puede

87con cosa que escuché contraria a ésta.»[311]

Y ella: «Yo te diré cómo procede

de su razón lo que admirarte te hace,

90hasta que niebla alguna en ti no quede.

El sumo bien, que en sí sólo se place,

bueno hizo al hombre, y éste fue su puesto,

93porque en su paz eterna se complace.

Mas por su falta abandonólo presto,

y por su falta, en llantos y trabajo

96cambió los gozos y el reír honesto.

Porque la turbación que forma abajo

la exhalación del agua y de la tierra,

99que siempre tras de sí el calor atrajo,

no le hiciesen al hombre nunca guerra,

este monte hacia el cielo subió tanto,

102y libre de ella está donde se cierra.

Pero como en circuito, mientras tanto,

se vuelve el aire con la prima vuelta

105si el cerco no está roto en algún canto,

en esta altura, entre aire vivo suelta,

percute el movimiento y es movida

108la selva, y suena, por aquél envuelta.

De este modo, la planta sacudida

con su propia virtud al aire empreña,

111y él, girando, la deja repartida;

y la otra tierra, si de hacerlo es dueña

por sí o su cielo, engendra; y diferente

114virtud produce diferente leña.

No allá parecería sorprendente,

esto escuchado, ver que alguna planta

117brota, aunque no se vea su simiente.

Debes saber que la campaña santa

en que estás, de semillas está llena

120y fruta da que allí jamás se planta.

No surge el agua de ninguna vena

en que vapor que cambia el frío vierta,

123cual río que la pierde y la almacena;

que sale de una fuente firme y cierta

que tanto del poder de Dios rescata

126cuanto vierte, a los dos lados abierta.

De acá desciende, y la virtud desata

que borra la memoria del pecado;

129de allá, devuelve la obra que fue grata.

Aquí Leteo, y por el otro lado

Eunoe[312] tiene por nombre y no labora

132si aquí y allí primero no es gustado:

su sazón es de todas vencedora.

Y aunque imagino que tu sed se sacia

135sin que yo te descubra más ahora,

un corolario te daré de gracia;

no menos, si mis frases te alegraron,

138te alegrará mi voz si más se espacia.

Quizás los que de antiguo poetizaron

la feliz Edad de Oro y su ventura

141por el Parnaso este lugar soñaron.

Del hombre la raíz aquí fue pura;

siempre dio aquí sus frutos primavera;

144de este néctar nos habla su escritura».

Yo, entonces, me volví sin más espera

a mis poetas: vilos sonriendo

147por como su discurso concluyera,

y a la bella mujer me fui volviendo.