CANTO XXVII

CORNISA VII: PASO DEL FUEGO. SUEÑO DE DANTE. DESPEDIDA DE VIRGILIO

El ángel de la castidad borra la séptima pe a Dante, cantando Beati mundo corde. Paso del juego. Sueño de Dante y ascensión al Paraíso por la escalera. Despedida de Virgilio.

Como cuando su luz primera vibra

donde su autor la sangre ha derramado,

3y el Ebro yace bajo la alta Libra

y está a la nona el Ganges abrasado,

se hallaba el sol; y se alejaba el día

6cuando el ángel surgió letificado.

Beati mundo corde[294] profería

fuera del fuego, en medio del alero,

9con solfa que a las nuestras excedía.

«No se sigue si no muerde primero

la hoguera, ánimas santas: id entrando,

12que a la canción de allá sordas no os quiero»,

dijo cuando a él estábamos llegando;

y, oyéndole, quédeme en tal instante

15como el que en una fosa están echando.

Me encogí con las manos por delante,

que el recuerdo pintó con trazo fuerte

18cuerpos que vi en la pira llameante.

Giró mi escolta y viome de esta suerte,

y Virgilio me dijo: «Hijo querido,

21puede aquí haber tormento, mas no muerte.

¡Acuérdate! Recuerda que yo he

sido quien de Gerión[295] a lomos te salvara:

24¿qué no haré, si hacia Dios hemos subido?

Sabe que si en su vientre te albergara

esta llama por mil y por más años,

27ni de un cabello calvo te dejara.

Si mis palabras tomas por engaños,

acércate y adquiere la creencia

30aproximando el borde de tus paños.

Ahuyente a tu temor tal evidencia;

¡ven aquí y entra!, ¡ven y está seguro!».

33Yo quieto, contrariando a mi conciencia.

Cuando tan terco me advirtió y tan duro,

«Hijo —exclamó turbado—, el miedo deja,

36que entre tú y Beatriz se halla este muro».

Como al nombre de Tisbe alzó la ceja

Píramo, y la miró mientras moría,

39cuando el moral[296] su fruta dio bermeja,

lo que era duro en mí blando se hacía,

y a mi sabio volvíme, el nombre oyendo

42que siempre en flor está en la mente mía.

«¡Cómo! —dijo, la testa sacudiendo—,

¿nos quedamos aquí?», con la sonrisa

45del que una fruta a un niño está ofreciendo.

A la hoguera, ante mí, se fue deprisa,

rogando a Estacio que detrás viniese,

48que anduvo entre los dos por la cornisa.

Al verme dentro, en un vidrio que hirviese

me hubiera echado yo por refrescarme,

51pues tal ardor no habría quien midiese.

Y aquel padre, queriendo confortarme,

me dijo de Beatriz mientras andaba:

54«Ya creo con sus ojos encontrarme».

Una voz nos condujo, que cantaba,

al otro lado: habiéndola seguido,

57salimos al lugar que se elevaba.

Venite, benedicti, hemos oído,

Patris mei[297], de la luz que allí florece,

60y es tanta que mirarla no he podido.

«El sol se va —siguió—, la tarde crece:

no os detengáis, al pie dadle trabajo

63mientras no el occidente se ennegrece.»

Recto, el camino, entre el rocoso tajo,

iba hacia donde yo cortando iba

66al sol los rayos, que lucía bajo.

Muy pocos pasos dimos hacia arriba,

y al sol dormir, al ver mi sombra irse,

69sentimos yo y mi sabia comitiva.

Y antes que con igual color cubrirse

pudiera el horizonte en cada trecho

72y la noche llegase a repartirse,

de un escalón cada uno hicimos lecho,

que el monte, de subir nos fue quebrando

75el deleite, y las fuerzas en el pecho.

Como se quedan, mansas y rumiando,

las cabras —que han estado por la cumbre,

78antes de hartarse, ariscas y saltando—

a la sombra, si aviva el sol su lumbre,

junto al pastor, que apóyase en su vara

81y de guardarlas guarda su costumbre;

y cual zagal que fuera pernoctara

mientras el hato duerme sosegado,

84por si un animal fiero lo atacara;

de ese modo los tres hemos quedado,

yo como cabra, y ellos de pastores,

87en la gruta que albergue nos ha dado.

Poco podía ver los rededores,

mas yo, por aquel poco, las estrellas

90contemplaba, más claras y mayores.

Y, ora rumiando, ya la vista en ellas,

tomóme el sueño que, frecuentemente,

93antes que el paso está viendo las huellas.

A la hora, creo yo, que desde oriente

Citerea sus rayos difundía[298],

96que de fuego de amor parece ardiente,

bella y joven, en sueños yo creía

a una mujer mirar, que en una landa

99cantaba, mientras flores recogía:

«Sepa, si alguien mi nombre me demanda,

que yo soy Lía, y muevo con gracejo

102las manos para hacerme una guirlanda.[299]

Me adorno por gustarme en el espejo,

y otra cosa Raquel, mi hermana, no hace

105que sentarse del suyo ante el reflejo.[300]

Sus bellos ojos ver a ella le place

igual que a mí adornarme con las manos,

108a ella mirar, y a mí obrar, nos complace».

Los rayos, al lucir, antelucanos,

que al peregrino alegran que, volviendo,

111a albergues llega ya menos lejanos,

a las tinieblas iban encogiendo

y a mi sueño a la vez; y álceme aína

114a mis maestros levantados viendo.

«La fruta[301] que a mil ramas encamina,

por buscarla, al afán de los mortales

117hoy será de tus hambres medicina.»

Virgilio se volvió y me dijo tales

palabras; y presagio que agasaje

120más que éste no escuché, ni otras iguales.

Tanto querer sobre el querer atraje

de estar arriba, que al subir el tajo

123para volar crecía mi plumaje.

Cuando ya la subida quedó abajo,

tras de pisar el escalón superno,

126Virgilio me miró y a sí me atrajo,

y dijo: «El temporal, y el fuego eterno

has visto; y has llegado hasta esta parte

129en la que por mí mismo no discierno.

Te he conducido con ingenio y arte;

desde aquí, tu deseo te conduce:

132de escarpas y estrechez logré sacarte.

Contempla al sol que frente a ti reluce,

de hierba, flor y arbustos los destellos

135ve, que la tierra de por sí produce.

Mientras llegan los ledos ojos bellos

que junto a ti lleváronme, llorando,

138puedes sentarte, o bien andar entre ellos.

Ya mi tutela no andarás buscando:

libre es tu arbitrio, y sana tu persona,

141y harás mal no plegándote a su mando,

y por eso te doy mitra y corona».