CANTO XXIV
CORNISA VI: GLOTONES. ÁRBOL PROHIBIDO
Bonagiunta Orbicciani, Martín IV, Ubaldin della Pila, Bonijazio dei Fiescbi, Márchese degli Argogliosi. Segundo Árbol prohibido. Ejemplos de glotonería. El ángel de la templanza borra la sexta pe a Dante, cantando Beati qui esuriunt iustitiam.
Ni hablar a andar, ni andar a hablar, más lento
Hacían; que deprisa, razonando,
3íbamos como naves con buen viento;
las sombras, más que muerte aparentando,
admiradas, la viva imagen mía
6de su vista en la fosa iban captando.
Y yo con mis palabras proseguía
y «ésa[256] —dije— subiendo se demora
9demás, por el que le hace compañía.
Mas ¿sabes tú Picarda[257] dónde mora?
Y dime si estoy viendo a una persona
12notable entre esta gente escrutadora».
«Mi hermana, de quien no sé si pregona
la fama más bondad o más belleza,
15ya goza en el Olimpo[258] su corona
—dijo primero, y luego—: No es torpeza
nombrar a nadie aquí, donde consunta
18la dieta nos tiene la corteza.
Ése —y mostrólo a dedo— es Bonagiunta,
Bonagiunta de Luca[259], y, a su lado,
21ese rostro que el hambre más pespunta
estuvo con la Iglesia desposado[260]:
era de Tours y purga con ayuno
24anguilas del Bolsena, y lo libado.»
Dio a conocer a muchos, uno a uno,
y todos se mostraron complacientes,
27pues no vi ensombrecerse rostro alguno.
Vi en vacío, por hambre, usar los dientes
a Ubaldin dalla Pila[261] y Bonifacio,
30que con su torre[262] apacentó a las gentes.
Y vi a micer Márchese, que hubo espacio
de beber en Forlí sin tal sequía,
33y era tal que jamás se sintió sacio.
Yo en mirar y escoger me entretenía
y al fin me decidí por el de Luca,
36que querer decirme algo parecía.
No sé qué murmuraba de «Gentuca»,
según sentí, la parte en que la llaga
39sentía que justicia le manduca.
«Oh espíritu —le dije—, si te halaga
poderme hablar, procura que te entienda
42y tu voz a los dos nos satisfaga.»
«Una mujer nació que aún no usa venda[263]
—comenzó—, que agradable habrá de hacerte
45a mi ciudad, aunque otro la reprenda.
Con esta predicción podrás volverte:
si murmurando pude equivocarte,
48con los hechos seguro habrás de verte.
Mas dime si estoy viendo al contemplarte
al que hizo nuevas rimas comenzando:
51“Damas que del amor sabéis el arte”[264].»
Le contesté: «Yo soy uno que, cuando
Amor me inspira, escribo, y el acento
54que dicta dentro voy significando».
«¡Ay! —me dijo—, ya sé qué impedimento
al Notario[265], a Guitón y a mí ha vedado
57el dulce estilo nuevo que ahora siento.
Veo que vuestras plumas el dictado
siguen del dictador sin desviarse,
60cosa que con las nuestras no ha pasado;
y aquel que en algo más quiera fijarse
no ve lo que hay del uno al otro estilo»,
63y, ya contento, decidió callarse.
Cual las aves que invernan junto al Nilo
forman a veces en el aire hileras
66y van con vuelo raudo e intranquilo,
de igual modo las almas compañeras,
volviendo el rostro, andaban velozmente,
69por su magrura y por su afán ligeras.
Como quien, tras sus socios, lentamente,
cansado de trotar, se va moviendo
72hasta que serenado el pecho siente,
así al santo rebaño fue cediendo
Forese el paso, y a mi lado iba
75«¿Cuándo volveré a verte?» repitiendo.
«No sé —repuse— cuánto tiempo viva;
mas mi retorno no ha de ser tan presto
78que antes no quiera verme allá en la riba;
pues el lugar en que a vivir fui puesto
día a día del bien seca la pulpa
81ya arruinarse parece estar dispuesto.»
«Ve —dijo— que al que tiene mayor culpa
veo, a la cola de una bestia atado,
84ir al valle en que nadie se disculpa.
Va el bruto cada vez más desbocado,
hasta estrellarse al fin, y sobre el suelo
87queda el cuerpo vilmente destrozado.[266]
Esas ruedas —siguió, mirando al cielo—
mucho no han de girar antes que claro
90veas lo que a pesar mío te velo.
Quédate, pues, aquí; que el tiempo es caro
en este reino, y ya perder no quiero
93más, mientras a tu lado aquí me paro.»
Como, de su escuadrón, el caballero
al galope se lanza decidido
96por ganarse el honor de herir primero,
tal, con pasos más largos, ha partido;
y con los dos quedé en aquella vía
99que mariscales en el mundo han sido.
Cuando ya tan delante se veía
que mi vista escoltaba su carrera,
102como mi mente aquello que decía,
ramas preñadas y vivaces viera
de otro frutal, que no estaba lejano,
105pues di con él doblando la ladera.
Debajo vi a una gente alzar la mano
y elevar al follaje su protesta
108como niños que anhelan algo en vano,
que ruegan y el rogado no contesta
y, para hacer que crezca el apetito,
111lo deseado en alto manifiesta.
Siguió, desengañada, su circuito;
y hacia el árbol nos fuimos al instante
114que rechaza las lágrimas y el grito.
«Pasad, sin acercaros, adelante:
un palo arriba está, que mordió Eva,
117del que nace esta planta exuberante»[267],
exclamó entre la fronda una voz nueva;
y Virgilio y Estado y yo, agrupados,
120seguimos por el lado que se eleva.
«Los malditos en nubes engendrados
recordad, que a Teseo combatieron
123—dijo— con dobles pechos, embriagados;[268]
y a los hebreos que al beber cedieron
apartó Gedeón de las legiones
126que a Madián, de los montes, descendieron.»[269]
Yendo por una orilla, exclamaciones
contra la culpa de la gula oímos,
129a la que siguen tan menguados dones.
Por el camino solo proseguimos
algo más de mil pasos, contemplando,
132y ninguna palabra nos dijimos.
«¿En qué, solos, los tres venís pensando?»,
oí de pronto; y, como bestia esquiva
135y asustadiza, me encontré temblando.
Para ver quién habló, miré hacia arriba;
y jamás el metal o el vidrio diera
138luz tan roja en el homo, ni tan viva,
como aquel que decía: «Si os pluguiera
ir arriba, volveos de este lado,
141que pasa por aquí quien paz espera».
Con su aspecto me hallaba yo cegado,
por lo que fui detrás de mis doctores
144como el que va por una voz guiado.
Y como, anunciador de los albores,
perfuma el aire en mayo, y su meneo
147va impregnado de hierbas y de flores,
tal de un viento sentía el aleteo
en la frente, y la pluma se movía
150que de ambrosía trajo un dulce oreo.
Y «Beato al que alumbra —alguien decía—
tanto la gracia, que el amor del gusto
153no le humea en el pecho en demasía,
y ajusta su apetito a lo que es justo».