CANTO XVI

CORNISA III: IRACUNDOS

Marco Lombardo. Debate sobre el libre albedrio y la corrupción humana.

Sombras de Infierno y noche despojada

de sus luceros, bajo pobre cielo,

3por nubes hasta el colmo encapotada,

no tendió ante mi rostro tan gran velo

como el humo que allí nos envolvía,

6ni me ofendió con tan rasposo pelo:

que el ojo estar abierto no sufría;

y, así, mi escolta sabia y complaciente

9se me acercó, y el hombro me ofrecía.

Como va tras su guía el invidente

por no perderse o tropezar en cosa

12que le hiera o le mate de repente,

iba entre bruma sucia y amargosa

escuchando al maestro que me hablaba:

15«Sígueme con pisada cuidadosa».

Un conjunto de voces semejaba

al Cordero de Dios misericordia

18y paz pedir, pues los pecados lava.

Sin cesar Agnus Dei cada una exordia,

todas igual diciendo y entonando

21como si allí reinase la concordia.

«¿Son almas —dije— las que están cantando?»

Y el maestro repuso: «Bien entiendes,

24y de iracundia el nudo están soltando».

«¿Quién eres tú que nuestra humaza hiendes

y, como aquel que de calendas fía,

27saber de los espíritus pretendes?»

Así exclamó una voz, y dijo el guía:

«Respóndele, y pregunta si subiendo

30vamos mientras seguimos esta vía».

«Oh alma —dije— que te estás puliendo

para ir hermosa ante el que te ha esculpido,

33sigúeme y oirás algo estupendo.»

«Lo haré hasta do me sea permitido

—me repuso—, y si el humo ver no deja,

36en su lugar nos unirá el oído.»

Y yo le respondí: «Con la pelleja

subo que por la muerte es liquidada,

39después de atravesar la infernal queja.

Y si Dios en su gracia me da entrada

y dispuesto su corte está a mostrarme

42de forma en estos tiempos desusada,

quién has sido no quieras tú ocultarme,

y para que a otro puerto lleve el barco,

45procuren tus palabras escoltarme».

«Lombardo he sido y me llamaban Marco[164];

del mundo supe, y la virtud serví,

48hacia la que hoy ninguno tiende el arco.

Para subir, ve recto por aquí.»

Así repuso, y luego: «Te suplico

51que cuando arriba estés pidas por mí».

«Por mi fe —yo le dije— certifico

que haré lo que me pides, mas exploto

54si una duda que tengo no me explico.

Sencilla fue, mas que es doble ya noto

por tu decir, que me hace dar por cierto

57lo que escuché, y añado, en otro coto.

De virtudes el mundo está desierto,

tal como tu palabra canta y toca,

60y de malicia grávido y cubierto;

mas la causa declara con tu boca,

que a otros la he de decir: que éste en el cielo

63pero aquél aquí abajo la coloca.»

Un «Ay» lanzó, que le arrancaba el duelo,

y «Hermano —me repuso suspirando—

66el mundo es ciego y de él alzas el vuelo.

Los que vivís estáis siempre culpando

de todo al cielo, igual que si movido

69todo hubiera de ser bajo su mando.

Si fuera así, sería destruido

el libre arbitrio, y no habría justicia

72si el bien goza y el mal es afligido.

Vuestros actos el alto cielo inicia,

no digo todos, mas aunque lo diga

75luz tenéis para el bien y la malicia

y libre voluntad; que si fatiga

luchando con el cielo se procura,

78vence cuando con brío se castiga.

A mayor fuerza y a mejor natura,

libres, estáis sujetos; y ella os cría

81la mente, de que el cielo no se cura.

Mas si el mundo presente se extravía,

que cada cual en sí la causa vea;

84por ti seré su más veraz espía.

Sale de mano que, antes que ella sea,

lo mismo que a una niña la acaricia,

87que llorando y riendo juguetea,

el alma simplecilla, sin pericia,

pero, movida por feliz autor,

90se inclina a cuanto piensa ser delicia.

En leve bien primero halla sabor,

pero se engaña y, por lograrlo, corre

93si rienda o freno no tuercen su amor.

La buena ley la frena y la socorre,

que un rey conviene que a lo menos mida

96de la ciudad auténtica la torre.

La ley existe, mas ¿por quién cumplida?

Por nadie, que el pastor que marcha al frente

99rumiar puede, mas su uña no está hendida;

y puesto que a su guía ve la gente

herir la presa de ella codiciada,

102nada pregunta y en pacer consiente.

Bien ves que la conducta depravada

es la causa que al mundo torna inmundo,

105no que nuestra natura esté dañada.

Solía Roma, por quien fue fecundo,

con un sol señalarnos el camino

108de Dios, y con el otro aquel del mundo.

Apagó el uno al otro, y su destino

unen tiara y espada, y si la mano

111se dan por fuerza, es puro desatino,

porque, juntos, ninguno es soberano:

si no me apruebas, fíjate en la espiga,

114que la hierba se juzga por el grano.

En la tierra que Po y Ádige irriga,

cortesía y valor solían darse

117antes de Federico y de su intriga:[165]

puede hoy, tranquilo, por allí pasarse

quien de hacerlo dejó porque temía

120a los buenos hablar o aproximarse.

La edad vieja a la nueva desafía

en tres ancianos, que al Señor creen tardo

123porque a vida mejor no los envía:

Currado da Palazzo[166], el buen Gherardo

y Guido da Castel[167], que es conocido,

126a la francesa, por el fiel Lombardo.

Hoy la Iglesia de Roma ha confundido,

hasta en el fango dar, dos regimientos

129y a sí misma y su carga ha deslucido».

«Oh Marco mío, tales argumentos

me aclaran —dije yo— por que han quedado

132los hijos de Leví de herencia exentos.[168]

Mas ¿qué Gherardo es ése al que has nombrado,

que, siendo resto de extinguidas gentes,

135es un reproche al siglo depravado?»

«Al hablarme me tientas o me mientes

—dijo—, que hablas toscano y se dijera

138que de este buen Gherardo nada sientes.

No sé ningún apodo que tuviera

si no lo invento yo por su hija Gaya[169].

141Id con Dios, que me voy de vuestra vera.

Mira el albor que por el humo raya

ya clareando; y antes de llamarme

144—que un ángel es— conviene que me vaya.»

Se dio la vuelta y no quiso escucharme.