CANTO XV

CORNISA II SOBRE EL AMOR A DIOS.

CORNISA III: IRACUNDOS

El ángel de la generosidad borra la segunda pe a Dante, cantando Beati misericordes. Disquisición sobre el amor a Dios. Envueltos en humo caminan cantando el Agnus Dei. Ejemplos de mansedumbre.

Cuando entre que a su fin la tercia llega

y el principiar del día por la esfera,

3que, lo mismo que un niño, siempre juega,

tanto el sol parecía que tuviera

que andar antes que hubiese anochecido;

6tarde allí, pero aquí medianoche era.[158]

Yo me sentía en la nariz herido

por el sol, pues andaba hacia el Poniente

9—tan grande nuestra vuelta había sido—,

cuando sentí pesar sobre mi frente

un más vivo esplendor que de primero,

12y estupor me produjo el accidente;

y así, para limar el reverbero,

las manos levanté hasta el entrecejo

15y me cubrí del resplandor severo.

Como cuando del agua o del espejo

el rayo salta hacia la opuesta parte,

18y el modo de subir es muy parejo

al de bajar, haciendo que se aparte

del caer de la piedra el mismo trecho,

21según demuestran experiencia y arte;

así me pareció que había hecho

esa luz que me había golpeado,

24y el rostro no le tuve ya derecho.

«¿Qué es eso, dulce padre, que, escudado,

mi rostro no soporta tanta lumbre

27—dije— y venir parece a nuestro lado?»

«No es de maravillar que te deslumbre

la familia del cielo; un mensajero

30es —dijo— que te invita hacia la cumbre.

Que grave no te sea en breve espero

ver estas cosas, mas tan agradable

33cuanto a humana natura es hacedero.»

Llegamos junto al ángel admirable

y «Pasad por aquí, que una escalera

36hay menos empinada», dijo afable.

Subíamos por ella la ladera:

Beati misericordes[159], detrás nuestro,

39y «Goza tú que vences» cantado era.

Solo ascendía yo con mi maestro

y pensé mientras íbamos andando

42aprovecharme de su verbo diestro;

y así empecé el coloquio, preguntando:

«El de Romana ¿qué decir quería

45lo del bien exclusivo mencionando?».

«Del achaque más grave que sufría

conoce el daño —dijo— y se comprende

48que por ahorrar más llantos se reñía.

Porque cuando el deseo vuestro tiende

a lo que disminuye compartido

51el fuelle de la envidia el pecho enciende.

Pero si vuestro amor fuera torcido

hacia el deseo de la esfera suma,

54no en el pecho el temor haría el nido;

que el decir allí nuestro mayor suma

hace que corresponda a cada uno

57y que de amor el claustro[160] se consuma.»

«Estoy de estar contento más ayuno

—hablé— que si me hubiera antes callado

60y más sospechas en la mente aduno.

¿Cómo es posible que un bien desmembrado

por más de un poseedor más ricos haga

63a muchos que el por pocos disfrutado?»

Y él contestó: «Como a tu mente estraga

el mirar lo mundano solamente,

66con tinieblas no más la luz te paga.

El infinito bien, que no consiente

definición, se lanza hacia el amor

69como a lúcido cuerpo el rayo ardiente.

Tanto se da cuanto él halla de ardor;

y así, en la caridad que va aumentando,

72sigue creciendo el eternal valor.

Y cuantos más arriba van llegando,

habiendo más amor, más se comparte,

75que como espejos vanse reflejando.

Pero si mi razón no ha de saciarte,

ya vendrá Beatriz, quien por entero

78de este deseo, y más, ha de librarte.

Porque sean borradas ve ligero

las cinco llagas, como dos lo han sido,

81que sanan si el dolor es verdadero».

Cuando quise decir «Me has instruido»,

vi que en el otro círculo ya estaba

84y la curiosidad me ha enmudecido.

Me pareció que allí me arrebataba

un éxtasis de santo regocijo

87y que en un templo a muchos contemplaba;

y, al entrar, maternal y humilde, dijo

una santa mujer, apareciendo:

90«¿Cómo nos haces esto, amado hijo?

Tu padre y yo veníamos temiendo

en busca tuya».[161] Y la visión primera

93se fue, cuando calló, desvaneciendo.

Otra surgió después, con la salmuera

con que el dolor nos surca la mejilla

96si el despecho por otro la genera,

y dijo: «Si gobiernas esta villa

que entre los dioses provocó pendencia

99y en la que toda ciencia tanto brilla,

oh Pisístrato, venga la insolencia

de los brazos que a mi hija han estrechado»

102Y entonces el señor, con indulgencia,

le respondió, su rostro sosegado:

«¿Qué debo hacer a quien el mal conspira

105si es por mí aquel que ama condenado?».[162]

A gente luego vi que ardía en ira

a pedradas matando a un jovenzuelo

108mientras que «¡Muera!» su furor delira.[163]

Vi que la muerte le abatía al suelo

y que a tierra, por fin, se desplomaba,

111mas sus ojos la puerta eran del cielo,

y, en esa guerra, al alto Sir rogaba

perdón para sus torpes ofensores,

114y con aspecto tal que lastimaba.

Cuando mi alma volvió a las exteriores

cosas que fuera de ella son lo cierto,

117reconocí mis no falsos errores.

Y, pudiendo advertir mi desconcierto,

pues iba como aquel que se espabila,

120«¿Por qué —me interpelaba el guía experto—

das de traspiés y velas tu pupila:

que has hecho media legua caminando

123cual durmiente o borracho que vacila?».

«Si escuchas, padre, yo te iré contando

—le contesté— las cosas que veía

126mientras iban mis piernas flojeando.»

«Cubierta con cien máscaras vería

tu faz, y para mí no se escondiera

129tu menor pensamiento —dijo el guía—.

Eso que has visto fue porque se abriera

tu corazón, y porque el agua abrace

132de la paz, que eternal fuente genera.

No pregunté “¿Qué tienes?” como hace

el que mira con vista que no advierte

135cuando desanimado el cuerpo yace;

mas pregunté para que pises fuerte:

porque a los perezosos y a los lentos

138se los saca del sueño de esta suerte.»

Por la tarde marchábamos, atentos

hasta do cabe al ojo prolongarse

141contra los vespertinos lucimientos.

Y poco a poco vimos elevarse

un humo que era como noche oscuro;

144no había allí lugar donde alojarse,

y nos privó de vista y aire puro.