CANTO XI

CORNISA I: ORGULLOSOS

Caminan cantando el Padrenuestro agobiados bajo el peso de una piedra. Omberto Aldobrandesco, Oderisi da Gubbio, Provenzano Salvani.

«Padre nuestro, que estás en las alturas,

no circunscrito, y sí por un amor

3mayor a las primeras criaturas,

loados sean tu nombre y tu valor,

pues es digno que todo lo creado

6gracias dé a tu dulcísimo vapor.

Venga a nos el tu reino, que alcanzado

ha de ser cuando venga la paz tuya,

9que lograrla al ingenio no le es dado.

Cual los ángeles cantan aleluya

y hacen de su intención renunciamiento,

12tal sepa hacer el hombre de la suya.

Danos hoy el diario nutrimiento,

sin el cual, por el yermo desabrido,

15se queda atrás quien pone más aliento.

Y así como del mal que hemos sufrido

perdonamos, del mismo modo absuelve

18y no mires lo que hemos merecido.

Nuestra virtud, que pronto se disuelve,

no expongas al antiguo y detestable

21enemigo, que hostiga y se revuelve.

La última petición, señor amable,

por nosotros no estamos formulando;

24mas a quien queda atrás sea aplicable.»

Para ellos y nosotros deseando

fortuna, iban las sombras bajo un peso

27como el que uno tal vez siente soñando;

y, fatigadas por distinto exceso,

vueltas le dan a la primer cornisa,

30purgando de este mundo el humo espeso.

Si por nosotros piden de esta guisa

por allá, ¿por acá, qué hacer por ellas

33el alma que a piedad no sea remisa?

Hay que ayudarlas a lavar las huellas

que aquí llevaron; y que el vuelo leve

36alcen hasta el motor de las estrellas.

«Así amor y piedad os libre en breve

del peso, y menear podáis el ala,

39que de vuestro deseo al par se eleve,

mostradnos por qué mano hasta la escala

antes se llega y, si hay más de un camino,

42mostrad el de pendiente menos mala;

que el que viene conmigo, por el sino

de la carne de Adán, que está vistiendo,

45mal sube, a su pesar, terreno pino.»

Las palabras que hablaron respondiendo

a lo que dijo aquel con quien yo iba

48no supe de qué boca iban saliendo;

y eran: «A la derecha, por la riba,

con nosotros venid hasta un atajo

51por do puede subir persona viva.

Si no me lo impidiese estar debajo

del risco que, al domar mi altanería,

54me obliga a mantener el rostro bajo,

a este que no se nombra miraría

porque, si vivo está y es conocido,

57pueda apiadarse de la carga mía.

Yo era latino, y padre mío ha sido

Guiglielmo Aldobrandesco[100], el gran toscano;

60yo no sé si su nombre habréis oído.

Por mi antigua prosapia, tan ufano,[101]

y por su obrar cortés, tan arrogante

63fui, que al común origen di por vano;

me dio la muerte el ser tan petulante,

hecho que a los sieneses no es extraño

66y sabe en Campañático[102] un infante.

Yo soy Omberto; y no sólo mi daño

la soberbia causó: toda mi gente

69ha caído por ella en el mal año.

Que soporte este peso es conveniente

por ella, hasta que Dios sea satisfecho,

72y, muerto, sufra lo que no viviente».

Escuchando, incliné la barba al pecho;

y uno de ellos, no el mismo que me hablaba,

75torció a mí el rostro, de dolor deshecho,

y viome y conocióme y me llamaba,

mirándome con gesto fatigado

78mientras que yo, inclinado, caminaba.

«Oh, ¿no eres Oderisi —he comenzado—,

honor de Gubbio, honor también del arte

81que iluminar es en París llamado?»[103]

«Hermano —dijo—, más debe agradarte

la pintura de Franco el Boloñés[104]:

84suyo es todo el honor, y mío en parte.

Con él no habría sido tan cortés

mientras viví, que entonces lo impedía

87de mostrar mi excelencia el interés.

Aquí liquido la soberbia mía;

y aun aquí no estaría si no fuera

90que a Dios torné cuando pecar podía.

¡Es la humana excelencia cosa huera

y en su cima el verdor muy poco dura

93si no le siguen tiempos de ceguera!

Creía Cimabúe en la pintura

tener el campo, que ahora es mantenido

96por Ciotto, que su fama vuelve oscura:[105]

así quitóle el uno al otro Guido

la gloria de la lengua; y tal vez viva

99quien a los dos arrojará del nido.[106]

El humano rumor tan sólo estriba

en leve soplo de variable viento

102que alza al nombre y, si cambia, lo derriba.

Si un cuerpo viejo dejas, ¿más tu acento

se escucharía que muriendo acaso

105cuando eran papa y dada tu argumento,[107]

de aquí a mil años? Tiempo es tan escaso

como para lo eterno un pestañeo,

108ante el cielo de más pausado paso.[108]

El de este que cargado ante mí veo

por toda la Toscana se abrió ruta

111y ahora es, no más, en Siena un cuchicheo,

ciudad que hizo vencer en la disputa

contra Florencia airada, que superba

114fue en aquel tiempo, como en éste es puta.

Es vuestra fama de color de hierba,

que viene y va, y aquél la decolora

117que de la tierra la levanta acerba.»

Yo dije: «Tu discurso me enamora

de la humildad, y la hinchazón me frena;

120mas di de quién hablando estás ahora».

«De Provenzán Salvani[109], que aquí pena

—me respondió— por ser presuntuoso

123de tener a su arbitrio toda Siena.

Así se ve y prosigue, sin reposo,

desde su muerte: así paga su tasa

126quien en la vida se mostró orgulloso.»

Yo le dije: «Si el alma que retrasa

su contrición al borde de la vida

129abajo mora y hasta aquí no pasa,

si una oración por ella no es oída,

antes que pase el tiempo que viviera,

132¿cómo se ha permitido su subida?».

«Cuando era más glorioso —respondiera—

en el Campo de Siena, libremente,

135toda vergüenza, humilde, depusiera;

por librar a su amigo, delincuente

en la prisión de Carlos, ha obligado

138a temblar a sus venas febrilmente.[110]

No digo más, y sé que hablo velado,

mas dentro de muy poco tus vecinos

141harán que tú te des por enterado.[111]

Tal obra franqueóle estos caminos.»