—Tranquilo, Geralt —dijo Nenneke—. Sin nervios. Ahora se le pasará. Se ha quedado sin fuerzas y eso es todo, y para colmo la emoción… Ella quiere mucho a Ciri, ya sabes.
—Lo sé. —Geralt alzó la cabeza, miró al mozalbete de la armadura brillante que estaba de pie junto a la puerta de la habitación—. Escucha, hijo, vuelve a la capilla. Aquí no hay nada para ti. Y así, entre nosotros, ¿quién coño eres?
—Soy… Soy Galahad —murmuró el caballerete—. ¿Puedo…? ¿Estaría mal que preguntara cómo está esa hermosa y valiente doncella?
—¿Cuál? —El brujo sonrió—. Hay dos, las dos hermosas, las dos valientes y las dos doncellas, aunque una lo es todavía por casualidad. ¿A cuál te refieres?
El mozalbete se ruborizó visiblemente.
—A la… más joven… —dijo—. A aquella que se lanzó sin dudarlo a salvar al Rey Pescador.
—¿A quién?
—Se refiere a Herwig —dijo Nenneke—. El girador atacó la barca en la que Herwig y Loki estaban pescando. Ciri se lanzó sobre el girador y este jovencito, que se encontraba por casualidad en los alrededores, se apresuró a ayudarla.
—Ayudaste a Ciri. —El brujo miró al caballerete con mayor atención y acentuada simpatía—. ¿Cómo te llamas? Lo he olvidado.
—Galahad. ¿Es esto Avalon, el castillo del Rey Pescador?
La puerta se abrió, salió Yennefer por ella, algo pálida, apoyada en Triss Merigold.
—¡Yen!
—Vamos a la capilla —anunció la hechicera con voz débil—. Los invitados están esperando.
—Yen… Podemos retrasar…
—¡Voy a ser tu mujer aunque se me lleven todos los diablos! ¡Y lo voy a ser ahora!
—¿Y Ciri?
—¿Qué pasa con Ciri? —La brujilla salió de detrás de Yennefer, embadurnándose de glamarye la mejilla sana—. Todo está bien, Geralt. Ni siquiera sentí este arañazo estúpido.
Galahad, con la armadura tintineando y chirriando, se arrodilló o, mejor dicho, se echó sobre una rodilla.
—Hermosa señora…
Los grandes ojos de Ciri se hicieron incluso mayores.
—Ciri, permíteme —dijo el brujo—. Éste es el caballero… humm… Galahad. Ya os conocéis. Te ayudó cuando luchabas con el girador.
Ciri se cubrió de rubor. El glamarye comenzaba a actuar, así que el rubor aquel era verdaderamente encantador y la herida casi no se veía.
—Señora —balbuceó Galahad—, concededme una merced. Permitid, oh hermosa, que a los pies vuestros…
—Me apuesto el cuello a que ahora va a querer ser tu caballero, Ciri —dijo Triss Merigold.
La brujilla se puso las manos a la espalda y bufó ruidosamente, sin decir nada.
—Los invitados están esperando —interrumpió Yennefer—. Galahad, veo que no sólo eres valiente sino también atento. Has luchado hombro con hombro junto a mi hija, así que le prestarás tu brazo durante la ceremonia. Ciri, deprisa, ponte el vestido. Geralt, péinate y métete la camisa dentro de los pantalones, que se te ha salido. ¡Quiero veros a todos en la capilla dentro de diez minutos!