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—Yen…

Tenía un aspecto encantador. Los rizos negros, ondulantes, sujetos con una pequeña diadema de oro, caían como una brillante cascada sobre los hombros y el alto cuello de un largo vestido de blanco brocado con mangas abombadas negras y encajes mantenidos en su sitio por una incontable cantidad de tiras de lilas y colgaduras.

—Las flores, no olvidéis las flores —dijo Triss Merigold, vestida toda de profundo azul celeste al tiempo que le daba a la novia un ramo de rosas blancas—. Oh, Yen, me alegro tanto…

—Triss, querida —sollozó inesperadamente Yennefer, después de lo cual ambas hechiceras se abrazaron con cuidado y besaron el aire junto a las orejas y los pendientes de brillantes.

—Basta de tanta terneza —dijo Nenneke, mientras se alisaba la falda de su traje de sacerdotisa blanco como la nieve—. Vamos a la capilla. Iola, Eurneid, sujetadle el traje porque se va a rozar con las escaleras.

Yennefer se acercó a Geralt, con una mano dentro de un guante de encaje le arregló el cuello de un jubón negro galonado de plata. El brujo le tendió la mano.

—Geralt —le susurró junto a la oreja—, todavía no puedo creérmelo…

—Yen —le contestó él—, te quiero.

—Lo sé.