13. ÆSAHÆTTR

Cuando salió la luna, las brujas procedieron a realizar el hechizo para curar la herida de Will.

Lo despertaron y le pidieron que dejara la daga en el suelo, de tal forma que el resplandor de las estrellas incidiera sobre ella. Lyra, sentada cerca, vertió unas hierbas en un puchero de agua hirviendo colocado sobre el fuego y, acompañada por el rítmico batir de palmas y pies y cantos de sus compañeras, Serafina se agachó junto a la daga y empezó a cantar con voz potente y aguda:

¡Pequeña daga! El hierro que te dio vida

lo desgajaron de las entrañas de la madre tierra.

Después encendieron un fuego para calentar el metal,

lo hicieron llorar, sangrar y manar,

a golpes de martillo lo templaron,

sumergiéndolo en agua helada,

calentándolo en la forja

hasta poner al rojo vivo tu hoja.

Luego te hicieron herir el agua

de nuevo, muchas, muchas veces,

hasta que el vapor formó una ardiente niebla

y el agua clamó piedad.

Y cuando partiste una sola sombra

en treinta mil sombras distintas,

supieron que estabas acabada,

y te pusieron el nombre de sutil.

Pero ¿qué has hecho, pequeña daga?

¡Has dejado abiertas las espuertas de la sangre!

Pequeña daga, tu madre te llama,

desde las entrañas de la tierra,

desde sus más profundas galerías y cavernas,

desde su secreto vientre de hierro.

¡Escucha!

Serafina volvió a marcar el ritmo con los pies y las manos, uniéndose a las otras brujas, y juntas profirieron un fiero alarido que desgarró el aire como una zarpa. Will, sentado en medio de ellas, sintió un escalofrío.

Acto seguido Serafina se volvió hacia el muchacho y le tomó la mano herida entre las suyas. Cuando reanudó su cántico, su voz sonó tan penetrante y afilada y fue tan intenso el brillo de sus ojos que Will estuvo a punto de retroceder. Permaneció, con todo, inmóvil, dejando que prosiguiera el hechizo.

¡Sangre! ¡Obedece! Da media vuelta,

Sé un lago y no un río.

Cuando aflores al aire,

¡detente! Levanta una pared de coágulo,

levántala firme para contener la sangre.

Sangre, tu bóveda celeste es el cráneo,

tu sol son los ojos abiertos,

tu viento el aire que llega a los pulmones,

sangre, tu mundo es limitado. ¡Quédate en él!

Will creyó notar que todas las células de su cuerpo reaccionaban a ese mandato y se concentró, conminando a su sangre a escuchar y a obedecer.

La bruja le soltó la mano al tiempo que se volvía hacia el pequeño puchero del fuego, que producía un vapor acre y un ruidoso gorgoteo, y siguió cantando:

Corteza de roble, hilo de araña,

musgo del suelo, hierbas salinas…

formad tenaza, apretad,

contened, cerrad,

atrancad la puerta, echad la llave,

endureced la pared de sangre,

secad el agujero por donde mana.

A continuación tomó su propio cuchillo y cortó de arriba abajo un ejemplar joven de aliso, cuyo blanco tronco partido relució bajo la luz de la luna. Serafina lo untó con el humeante líquido y cerró la herida, juntándola de la raíz a la punta de tal modo que el arbolillo recuperó su integridad.

Will oyó que Lyra reprimía un grito y al volverse vio a otra bruja asir con mano firme una liebre. El animal jadeaba, con los ojos desorbitados, y daba furiosas patadas, pero las manos de la mujer lo sujetaban sin compasión; con una cogía las patas delanteras, y con la otra las de atrás, manteniendo al aterrorizado animal con el palpitante vientre hacia arriba.

Serafina hundió el cuchillo en él. Will sintió que arreciaba su sensación de mareo y Lyra tuvo que contener a Pantalaimon que, transformado en liebre por solidaridad, se debatía y forcejeaba en sus brazos. La liebre de verdad quedó inmóvil, con el pecho agitado y las entrañas relucientes al descubierto.

Serafina cogió un poco más de poción, roció con ella la herida y la cerró con los dedos, apretando el mojado pelo. La bruja que retenía al animal aflojó la presión y lo depositó con suavidad en el suelo, donde tras desperezarse se volvió para lamerse el lomo. Luego la liebre agitó las orejas y comenzó a mordisquear la hierba tan tranquila, como si estuviera sola. De pronto pareció percatarse del círculo de personas que la rodeaban y se alejó como una bala para adentrarse con veloces saltos en la oscuridad.

Sin dejar de apaciguar a Pantalaimon, Lyra lanzó una mirada a Will y advirtió que éste sabía qué significaba aquello: la medicina estaba lista. El muchacho tendió la mano y, mientras Serafina le embadurnaba con la hirviente decocción los muñones de los dedos, de donde no cesaba de manar la sangre, apartó la vista y respiró hondo varias veces, pero sin hacer ademán de retirar la mano.

Cuando la carne viva estuvo totalmente empapada, la bruja aplicó parte de las hierbas de la poción a las heridas y las ató con un jirón de seda.

Y eso fue todo; el hechizo había concluido.

Will durmió profundamente el resto de la noche. Como hacía frío, las brujas lo taparon con hojas, y Lyra durmió acurrucada junto a su espalda. Por la mañana Serafina volvió a curarle la herida, y él trató de deducir por su expresión si comenzaba a sanar, pero ella mantuvo impasible el semblante.

Después de comer, Serafina comunicó a los niños que las brujas habían acordado que, puesto que habían acudido a ese mundo para proteger a Lyra, ayudarían a ésta a llevar a cabo el cometido que sabía debía cumplir: conducir a Will hasta su padre.

Así pues, se pusieron en camino, y el viaje resultó tranquilo en general. Lyra consultó el aletiómetro antes de partir, con cautela, y se enteró de que debían dirigirse hacia las distantes montañas que se divisaban más allá de la extensa bahía. Como nunca habían subido hasta esa altura, coronaban la gran curva que formaba la costa y no habían visto el horizonte poblado de montañas. Durante el viaje, cuando llegaban a un claro o a sus pies se abría una pendiente, divisaban el mar despejado y las altas cumbres azules tras las cuales se hallaba su punto de destino; aún les quedaba un largo trecho por recorrer.

Apenas si hablaban. Lyra observaba absorta los seres vivos que habitaban el bosque, desde pájaros carpinteros hasta ardillas, además de verdes serpientes con dibujos de diamantes en el lomo. Will, por su parte, necesitaba todas sus energías para proseguir. Lyra y Pantalaimon además no paraban de discutir a propósito de él.

—Podríamos consultar el aletiómetro —propuso el daimonion cuando se desviaron del camino para comprobar hasta dónde podrían acercarse a un cervatillo que pastaba antes de que éste advirtiera su presencia—. No hemos prometido no hacerlo. Así nos enteraríamos de un montón de cosas que le beneficiarían. Lo haríamos por su bien, no por nosotros.

—No seas tonto —replicó Lyra—. Lo haríamos por nosotros, porque él no nos lo ha pedido. Eres un entremetido, Pan.

—No está mal para variar. Normalmente eres tú la entremetida y yo el que he de advertirte que no hagas ciertas cosas, como en aquel salón del Jordan. Yo no quería ir allí.

—Si no hubiéramos ido, Pan, ¿crees que todo esto hubiera ocurrido?

—No, porque el rector habría envenenado a lord Asriel y allí se habría acabado todo.

—Sí, seguramente… ¿Quién será el padre de Will? ¿Y por qué es importante?

—¡A eso me refería! ¡Podríamos averiguarlo en un momento!

—En otro tiempo lo habría hecho —reconoció con expresión reflexiva Lyra—, pero me parece que estoy cambiando, Pan.

—No, qué va.

—Tal vez tú no… Eh, Pan, cuando yo cambie, tú dejarás de cambiar. ¿Qué serás entonces?

—Una pulga, espero.

—No, en serio. ¿De verdad no sabes qué vas a ser?

—No, ni ganas.

—Estás enfadado porque no te hago caso.

El daimonion se convirtió en un cerdo y estuvo chillando, gruñendo y roncando hasta arrancarle unas carcajadas, tras lo cual se transformó en ardilla y comenzó a saltar entre las ramas a su lado.

—¿Quién crees tú que es su padre? —inquirió Pantalaimon—. ¿Crees que puede ser alguien a quien conocemos?

—Quizá sí. En todo caso tiene que ser alguien importante, casi tan importante como lord Asriel. Tiene que serlo por fuerza. Después de todo, nosotros sabemos que nuestra misión es importante.

—No lo sabemos —disintió Pantalaimon—. Lo creemos, pero no lo sabemos. Nosotros simplemente decidimos investigar la cuestión del Polvo por la muerte de Roger.

—¡Sí lo sabemos! —insistió con vehemencia Lyra, al tiempo que daba un enérgico taconazo—. Y también lo saben las brujas. ¡Han hecho todo este viaje sólo para protegerme y ayudarme! Y nosotros hemos de ayudar a Will a encontrar a su padre. Eso es importante. Tú lo sabes bien, pues de lo contrario no le hubieras lamido cuando se hirió. ¿Por qué hiciste eso, dime? No me pediste permiso siquiera. No podía creerlo cuando lo vi.

—Lo hice porque él no tiene daimonion y entonces lo necesitaba. Y si fueras la mitad de espabilada de lo que piensas, no habría hecho falta que te lo explicara.

—En el fondo ya lo sabía —aseguró la niña.

Se detuvieron al alcanzar a Will, que se había sentado en una roca al lado del camino.

—Will, ¿qué crees qué harán esos niños? —preguntó Lyra mientras Pantalaimon revoloteaba entre las ramas, convertido en papamoscas.

—No nos seguirán. Quedaron demasiado asustados con las brujas. Quizá volverán a vagar sin un propósito, como antes.

—Sí, quizá… Aunque cabe la posibilidad de que quieran apoderarse de la daga y nos persigan para arrebatárnosla.

—Pues que vengan. No pienso dársela. Al principio no la quería, pero después de haber descubierto que es capaz de matar a los espantos…

—Siempre me dio mala espina Angélica —aseguró con actitud virtuosa Lyra.

—No es cierto —la contradijo él.

—Bueno, tienes razón. Lo que ocurre es que al final llegué a detestar esa ciudad.

—En un primer momento a mí me pareció el cielo. No podía imaginar algo mejor. Sin embargo, estaba plagada de espantos, y ni siquiera lo sabíamos…

—Yo por mi parte no pienso fiarme más de los niños —afirmó Lyra—. Cuando estaba en Bolvangar pensaba que los niños eran distintos de los adultos. No los creía capaces de cometer crueldades, pero ya no estoy tan segura de eso. Nunca había visto a unos niños actuar de esa forma.

—Yo sí —admitió Will.

—¿Cuándo? ¿En tu mundo?

—Sí —comentó un tanto molesto. Como Lyra aguardaba callada, decidió continuar—: Era cuando mi madre pasaba una mala temporada. Ella y yo vivíamos solos, ¿sabes?, porque mi padre no estaba. De vez en cuando imaginaba cosas y actuaba de una forma que no tenía sentido, o al menos para mí. Tenía que hacer ciertas cosas porque si no se ponía muy nerviosa y entonces le asustaba todo, de modo que yo la ayudaba. Se imponía obligaciones como tocar todas las barandillas del parque, o contar las hojas de un arbusto, cosas por el estilo. En general se sentía mejor al cabo de poco tiempo, pero yo temía que alguien se enterara de lo que le pasaba, porque entonces se la llevarían; por eso la vigilaba y ocultaba sus actos. Nunca se lo comenté a nadie.

»Y una vez se asustó mientras yo estaba en el colegio, y no podía ayudarla. Salió a la calle sin darse cuenta de que iba medio vestida. Unos niños de mi escuela la encontraron y empezaron a…

Will tenía el rostro encendido. Sin poder evitarlo, comenzó a caminar de un lado a otro sin mirar a Lyra, con los ojos empañados en lágrimas. Con voz quebrada, prosiguió:

—Se pusieron a atormentarla, como hacían esos niños en la torre con el gato… La habían tomado por loca y querían hacerle daño, matarla incluso, no me extrañaría. Ella era diferente, y por eso la despreciaban. En fin, el caso es que la encontré y la llevé a casa. Al día siguiente, en el colegio, me peleé con el chico que hacía de cabecilla. Le rompí un brazo y me parece que también varios dientes, no lo sé. Tenía intención de pegarme con el resto, pero comprendí que no debía porque si no se enterarían los profesores y las autoridades, y entonces se entrevistarían con mi madre para presentarle quejas de mí, verían cómo estaba y se la llevarían. Por eso fingí que estaba arrepentido, aseguré a los profesores que no volvería a hacerlo y acepté que me castigaran. De ese modo la mantuve protegida, ¿lo entiendes? Nadie aparte de esos niños conocía el estado en que se encontraba mi madre, y ellos sabían qué les haría si decían algo; sabían que la próxima vez los mataría, que no me limitaría a hacerles daño. Al cabo de unos días ella se recuperó. Nadie se enteró de nada.

»A partir de entonces desconfié de los niños tanto como de los adultos; les atrae la maldad. Por eso no me sorprendió el comportamiento de esos chiquillos de Ci’gazze. De todas formas me alegré de que llegaran las brujas.

Volvió a sentarse de espaldas a Lyra y todavía rehuyéndole la mirada se frotó los ojos, simulando que no veía bien.

—Will, lo que has contado de tu madre… Y Tullio, cuando lo atacaron los espantos… Ayer dijiste que pensabas que los espantos provenían de tu mundo…

—Sí, porque no encuentro explicación a lo que le ocurría a mi madre. No está loca, por mucho que esos chicos lo creyeran y se burlaran de ella e intentaran hacerle daño. Lo raro era que le daban miedo cosas que yo no veía y que estaba convencida de que debía hacer cosas que parecían disparatadas. Yo no encontraba sentido a sus actos, pero ella sí. Lo de contar las hojas era parecido a lo que hizo Tullio ayer, cuando palpaba las piedras. Quizá de ese modo intentaba mantener a raya a los espantos. Tal vez si ignoraban lo que los asustaba y procuraban concentrarse en las piedras o en las hojas del arbusto, como si sólo ellos pudieran averiguar algo de verdadera importancia, estarían a salvo. No lo sé. Debe de ser algo así. Ella tenía motivos reales para estar asustada, pues de hecho esos hombres entraron en casa para robarnos, pero había algo más. Por eso pienso que quizás en mi mundo existen espantos, aunque no los veamos ni tengamos una palabra para designarlos. Me temo que están allí e intenten atacar una y otra vez a mi madre. Por ese motivo me alegré tanto ayer cuando el aletiómetro dijo que estaba bien.

Tenía la respiración acelerada y la mano derecha crispada en torno a la empuñadura de la daga, que reposaba en la funda. Pantalaimon se mantenía muy quieto.

—¿Cuándo supiste que tenías que buscar a tu padre? —preguntó Lyra al cabo de unos minutos.

—Hace mucho —contestó—. A menudo jugaba a que él había caído prisionero y yo lo ayudaba a escapar. Jugaba mucho rato solo, a veces días enteros. En otras ocasiones imaginaba que él estaba en una isla desierta y yo llegaba en barco para llevarlo a casa. Él sabría cómo actuar, y cómo tratar a mi madre sobre todo; ella mejoraría y él cuidaría de nosotros, de modo que yo no tendría más preocupaciones y me limitaría a ir al colegio, tendría amigos y un padre y una madre también. Siempre pensaba que cuando creciera buscaría a mi padre… Y mi madre solía decirme que yo tomaría su manto. Me lo decía para hacerme sentir bien. Yo no sabía qué significaba, pero se me antojaba algo importante.

—¿No tenías amigos?

—¿Cómo iba a tenerlos? —le replicó con verdadera perplejidad—. La gente lleva a sus amigos a casa y conocen a sus padres. A veces algún chico me invitaba a la suya y yo aceptaba, pero nunca podía devolverle la invitación. Por eso nunca tuve amigos de verdad. Me habría gustado… Tenía un gato —añadió—. Espero que esté bien. Ojalá alguien cuide de él…

—¿Y el hombre que mataste? —se atrevió a preguntar Lyra—. ¿Quién era?

—No lo sé. No me importa si lo maté; se lo merecía. Venía a casa con otro tipo y no paraban de agobiar a mi madre hasta que le entró otra vez el miedo y se puso peor que nunca. Querían que les contara todo lo que sabía de mi padre y no la dejaban en paz. No sé si eran policías. Al principio sospeché que eran una especie de mafiosos que creían que mi padre habría robado un banco y escondido el dinero. Sin embargo no querían dinero, sino unos papeles, unas cartas que había mandado mi padre. El día en que entraron en casa por la fuerza comprendí que mi madre estaría más segura en otro sitio. No podía pedir ayuda a la policía, ¿entiendes?, porque se habrían llevado a mi madre. No sabía qué hacer.

»Al final acudí a una señora vieja que me daba clases de piano. Fue la única persona que se me ocurrió. Le pedí que acogiera a mi madre en su casa. Me parece que cuidará bien de ella. Después volví a la mía para buscar las cartas; sabía dónde estaban guardadas, y cuando las cogí esos individuos entraron forzando la puerta. Era de noche, o de madrugada. Yo estaba escondido en lo alto de las escaleras y Moxie, mi gato, salió de la habitación. Yo no lo vi, y tampoco ese hombre. Cuando me lancé contra él tropezó con el gato y cayó por las escaleras, hasta abajo…

»Escapé corriendo. Eso fue lo que ocurrió. No quería matarlo, pero si lo hice no me arrepiento. Huí a Oxford y entonces encontré esa ventana. Precisamente la localicé porque vi a ese otro gato y me detuve para mirarlo. Fue él el que se fijó primero en la ventana. Si no hubiera visto a ese gato… y si Moxie no hubiera salido de la habitación en ese momento…

—Sí, fue una suerte —comentó Lyra—. Hace un momento Pan y yo nos preguntábamos qué habría pasado si no nos hubiéramos escondido en el armario de esa sala del Jordan y no hubiéramos visto al rector verter veneno en el vino. Entonces no hubiera pasado nada de esto tampoco…

Continuaron sentados en la piedra cubierta de musgo, en silencio bajo el sol que penetraba inclinado entre los grandes pinos, pensando en cuántas hechos casuales se habían confabulado para llevarlos a ese lugar. Cada uno de esos acontecimientos fortuitos podría haber dado a sus vidas un rumbo distinto. Quizás en otro mundo, otro Will no hubiera visto la ventana de Sunderland Avenue y hubiera seguido vagando, cansado y perdido, en dirección norte hasta que lo hubieran atrapado. Y en otro mundo otro Pantalaimon habría persuadido a otra Lyra de que no se quedara en el salón y otro lord Asriel habría sido envenenado, y otro Roger habría salvado la vida para jugar para siempre con Lyra en los tejados y callejuelas de otro Oxford inmutable.

Como Will había recuperado ya las fuerzas, se pusieron en camino juntos, envueltos por la quietud del inmenso bosque.

Siguieron andando el resto del día, realizando frecuentes paradas para descansar, mientras disminuía la espesura de los árboles y el terreno se volvía más rocoso. Lyra consultó el aletiómetro: «Continuad —le contestó—; ésta es la dirección correcta». Al mediodía llegaron a un pueblo donde los espantos no parecían haber causado estragos; las cabras pastaban en la ladera de la colina, un limonar protegía con su sombra el suelo. Los chiquillos que jugaban en el riachuelo echaron a correr alarmados hacia sus madres al ver a la niña vestida con andrajos, al niño pálido con la camisa manchada de sangre y al elegante lebrel gris que los acompañaba.

A pesar de sus recelos, los adultos mostraron buena disposición a venderles un poco de pan, queso y fruta a cambio de una moneda de oro de Lyra. Si bien las brujas se mantenían fuera de la vista, tanto ella como Will sabían que acudirían en cuestión de segundos si los amenazara algún peligro. Después de que Lyra regateara una vez más, una anciana les vendió un par de pellejos de cabra y una estupenda camisa de lino, con la que Will sustituyó con gusto su mugrienta camiseta, después de lavarse en el helado riachuelo y secarse al calor del sol.

Tras ello reanudaron la marcha. El terreno se tornaba más abrupto; tenían que refugiarse a la sombra de los peñascos, pues ya no había árboles, y bajo las suelas de sus botas notaban el suelo recalentado por un sol cuya intensidad los deslumbraba. Su avance se volvió más lento a medida que se pronunciaba la pendiente y cuando el sol comenzó a ocultarse tras las crestas de las montañas, vieron un pequeño valle a sus pies y decidieron quedarse allí.

Bajaron con dificultad, sufriendo más de un resbalón, y después se abrieron paso entre la frondosa espesura de rododendros enanos, sobre cuyo brillante follaje verde oscuro salpicado de flores carmesíes sonaba un constante murmullo de abejas. Por fin llegaron a la hondonada que bordeaba el arroyo; allí, entre la hierba, que les llegaba hasta las rodillas, crecían en abundancia acianos, gencianas y cincoenramas.

Tras beber en el riachuelo, Will se tendió en el suelo. No podía permanecer despierto y tampoco conciliar el sueño; la cabeza le daba vueltas, lo percibía todo con un halo de extrañeza y en la mano sentía un punzante dolor.

Para colmo, la herida volvía a sangrarle.

Serafina la examinó, le aplicó más hierbas y le apretó aún más la tela de seda, mientras en su rostro se traslucía la preocupación. Will prefirió no preguntarle nada. ¿Para qué, si era evidente que el hechizo no había surtido efecto?

Cuando anocheció, advirtió que Lyra se tumbaba a su lado y enseguida captó un quedo ronroneo; el daimonion, transformado en gato, dormitaba con las patas dobladas a escasos centímetros de él.

—¿Pantalaimon?

—¿Sí? —susurró el daimonion abriendo los ojos. Lyra no se movió.

—Pan, ¿voy a morir?

—Las brujas no lo permitirán, y Lyra tampoco.

—Pero el hechizo no ha funcionado. No dejo de perder sangre. Ya no puede quedarme mucha. La herida sangra otra vez. Estoy asustado…

—Lyra no cree que lo estés.

—¿No?

—Te considera el guerrero más valiente que ha conocido, tan valiente como Iorek Byrnison.

—Entonces quizá será mejor que disimule el miedo —repuso Will. Guardó silencio un minuto y luego añadió—: Me parece que Lyra es más valiente que yo. Creo que es la mejor amiga que he tenido nunca.

—Ella opina lo mismo de ti —susurró el daimonion.

Will cerró los párpados.

Lyra permanecía quieta, pero tenía los ojos muy abiertos en medio de la oscuridad y el corazón le latía con fuerza.

Cuando Will recuperó la conciencia era noche cerrada y la mano le dolía más que nunca. Se incorporó con cuidado y observó que a unos pasos ardía una hoguera, donde Lyra trataba de tostar una rebanada de pan pinchada en un palo y un par de aves se asaban ensartadas en una rama. Mientras Will se acercaba a su amiga, Serafina Pekkala aterrizó con su nube pino.

—Will, come estas hojas antes de tomar otro alimento —le aconsejó.

Le tendió un puñado de hojas de leve sabor amargo, similar al de la salvia, que él masticó y engulló obedientemente. Aunque le dejaron un regusto áspero, enseguida se sintió más despierto y acusó menos el frío.

Comieron las aves asadas aliñadas con zumo de limón y las bayas que había recogido otra bruja. Después todas se reunieron alrededor del fuego para conversar en voz baja. Algunas habían volado a considerable altura y una había visto un globo suspendido encima del mar.

—¿El globo del señor Scoresby? —preguntó Lyra, incorporándose al instante.

—Viajaban dos hombres en él, pero estaba demasiado lejos para identificarlos. Comenzaba a formarse una tormenta a sus espaldas.

—¡Si viene el señor Scoresby, podremos volar, Will! —exclamó, dando palmas, Lyra—. ¡Ay, ojalá sea él! No me despedí del señor Scoresby, y se portó tan bien… Tengo ganas de volver a verlo.

La bruja Juta Kamainen escuchaba con sumo interés, con su petirrojo posado en el hombro, pues la mención de Lee Scoresby le había traído a la memoria la misión que éste se había impuesto. Juta era la bruja que había quedado prendada de Stanislaus Grumman y cuyo amor él había rechazado, la bruja que Serafina Pekkala había llevado a ese mundo para impedir que le diera muerte en el suyo.

Serafina tal vez habría reparado en la actitud de la mujer si algo no la hubiera distraído; levantó la mano y alzó la cabeza, al igual que todas las demás brujas. Will y Lyra percibieron, procedente del norte, el tenue grito de alguna ave nocturna. Sin embargo, no se trataba de un ave, como bien adivinaron en el acto sus compañeras de viaje, sino de un daimonion. Serafina Pekkala se puso en pie al tiempo que escrutaba el cielo.

—Creo que es Ruta Skadi —apuntó.

Las demás permanecieron en silencio, con las cabezas ladeadas, el oído aguzado.

De pronto sonó otro grito, más cercano, seguido de un tercero; entonces las brujas tomaron sus ramas y alzaron el vuelo. Sólo quedaron dos en tierra, que se mantuvieron cerca de Will y Lyra, con los arcos preparados para protegerlos.

En lo alto, en algún punto indeterminado de la oscuridad informe, se libraba un combate. En cuestión de segundos, los niños percibieron el susurro de las ramas, los silbidos de las flechas, gruñidos, gemidos y exclamaciones de dolor, rabia o exhortación.

A continuación, con un golpe tan repentino que no les dio tiempo a reaccionar, cayó del cielo una criatura, una bestia de piel correosa y pelambre deslustrada que Lyra identificó como un espectro de los acantilados o algo similar.

Aún dolorida por la caída, con una flecha clavada en el costado, se levantó a trompicones y arremetió contra Lyra. Las brujas no podían disparar, porque la niña se hallaba en su línea de tiro, pero Will actuó sin tardanza y con la daga cortó de un tajo la cabeza de la criatura, que rodó por el suelo. De sus pulmones surgió un borboteante suspiro antes de desplomarse, muerta.

Volvieron a mirar hacia el cielo, pues el combate se desarrollaba ahora más abajo y gracias a la luz de la fogata se veía un veloz torbellino de seda negra, pálidos brazos y piernas, verdes agujas de pino y costroso cuero gris pardusco. Will no acertaba a comprender cómo lograban mantener el equilibrio las brujas, con aquellos súbitos virajes, paradas en seco y vertiginosas acometidas, y además apuntar y disparar.

Junto al arroyo cayó otro espectro de acantilado, y luego otro, tras lo cual el resto huyó hacia el norte profiriendo agudos chillidos.

Un par de minutos después Serafina Pekkala se posaba en tierra junto con sus compañeras, a quienes se había sumado otra bruja muy hermosa, de mirada destellante y negra cabellera, que tenía las mejillas encendidas de furia.

Al reparar en el espectro decapitado, la recién llegada escupió.

—No es de nuestro mundo —dictaminó—, y tampoco de éste. Existen millares de estas repugnantes abominaciones que se reproducen como moscas… ¿Quién es esta niña? ¿No es Lyra? ¿Y este chaval?

Lyra le devolvió la mirada con rostro imperturbable, pese a que se le había acelerado el pulso, pues Ruta Skadi vivía con tanta intensidad que provocaba una sacudida en los nervios de quien se hallaba a su lado.

Después la bruja se volvió hacia Will, y éste sintió el mismo hormigueo de emoción, pero como Lyra se mantuvo impasible. Al ver la daga que aún empuñaba, Ruta Skadi dedujo lo que había hecho con ella y sonrió. Entonces Will la hincó en la tierra para limpiar la sangre de aquella repulsiva bestia y luego la enjuagó en el arroyo.

—Serafina Pekkala, estoy aprendiendo muchísimo —comentó entretanto Ruta Skadi—. He descubierto que lo que antes era inmutable ahora cambia, perece o pierde contenido. Estoy hambrienta…

Comió como un animal, despedazando con las manos los restos de las dos aves y metiéndose en la boca el pan a puñados, todo lo cual regaba con largos tragos de agua del arroyo. Mientras cenaba, varias brujas se llevaron el cadáver del espectro y avivaron el fuego antes de asumir el primer turno de guardia.

Las otras se sentaron cerca de Ruta Skadi para escuchar lo que ésta contaba. Les refirió lo ocurrido tras separarse de ellas con la intención de conocer a los ángeles y los pormenores de su viaje hacia la fortaleza de lord Asriel.

—Hermanas, es el mayor castillo que imaginar cabe… con murallas de basalto que apuntan hacia los cielos, anchos caminos en todas las direcciones por donde llegan cargamentos de pólvora, comida o armaduras. ¿Cómo ha logrado esto? En mi opinión debe de llevar mucho tiempo preparándolo, varias eras. Lo preparaba ya antes de que naciéramos nosotras, hermanas, a pesar de que él es mucho más joven. Si me preguntáis cómo es posible, debo reconocer que no encuentro explicación. Sencillamente no lo entiendo. Creo que él tiene autoridad sobre el tiempo y lo hace discurrir más deprisa o más despacio según su voluntad.

»El caso es que a esa fortaleza acuden guerreros de toda condición, venidos de todos los mundos. Hombres y mujeres, sí, además de espíritus combatientes, criaturas armadas como nunca había visto iguales… lagartos y gorilas, grandes aves con espolones venenosos, criaturas tan exóticas que desconozco sus nombres. Y hay brujas en otros mundos, hermanas, ¿lo sabíais? Hablé con brujas procedentes de un mundo parecido al nuestro y a la vez muy diferente, pues viven más años que los humanos de nuestro mundo y cuentan con varones en sus filas, brujos que vuelan como nosotras…

Las compañeras de Serafina Pekkala escuchaban el relato con admiración, temor e incredulidad. Serafina la creía, no obstante, y la urgió a continuar.

—¿Viste a lord Asriel, Ruta Skadi? ¿Y conseguiste acercarte a él?

—Sí, aunque no resultó fácil, porque vive en el centro de muchísimos círculos de actividad, todos los cuales dirige él. Me hice invisible y encontré la manera de llegar hasta su habitación más privada cuando se disponía a acostarse.

Todas las brujas adivinaron qué había sucedido a continuación, aunque Will y Lyra ni lo sospecharon. Así pues, Ruta Skadi prosiguió su narración sin necesidad de entrar en detalles.

—Entonces le pregunté por qué concentraba todas aquellas fuerzas y si era cierto lo que habíamos oído acerca del desafío dirigido a la Autoridad, y se echó a reír.

»“¿Acaso hablan de ello en Siberia?”, preguntó. Le contesté que sí, y que también en Svalbard y en todas las regiones del norte… de nuestro norte. Le mencioné nuestro pacto y le expliqué que había decidido abandonar nuestro mundo con la intención de buscarlo.

»Nos invitó a sumarnos a él, hermanas, a sumarnos a su ejército para oponernos a la Autoridad. Lamenté profundamente no poder asegurar nuestra participación al instante; con gusto habría prestado mi clan para esa guerra. Él me demostró que era justo rebelarse, teniendo en cuenta lo que los agentes de la Autoridad habían hecho en su nombre… Me acordé de los niños de Bolvangar y de las otras terribles mutilaciones que he visto en nuestras regiones del sur, y él me habló de otras muchas crueldades espeluznantes cometidas en nombre de la Autoridad. Me explicó que en algunos mundos capturan a las brujas y las queman vivas, hermanas, lo que oís, brujas como nosotras…

»Lord Asriel me abrió los ojos. Me enseñó cosas que nunca había visto, crueldades y horrores perpetrados en nombre de la Autoridad con la finalidad de destruir los goces y la autenticidad de la vida.

»¡Ay, hermanas, cómo deseé unirme con todo mi clan a su causa! No obstante, sabía que antes debía consultaros y luego regresar a nuestro mundo para hablar con Ieva Kasku, Reina Miti y las otras reinas. Así pues, salí de su habitación oculta en la invisibilidad, monté en mi nube pino y me alejé volando. Había recorrido una escasa distancia cuando se levantó un terrible viento que me empujó hacia las cumbres, de forma que tuve que refugiarme en lo alto de un acantilado. Sabedora de la clase de criaturas que habitan esos parajes, me hice invisible otra vez y mientras permanecía en la oscuridad oí voces.

»Por lo visto había ido a parar al sitio donde tiene su nido el más viejo de todos los espectros de los acantilados. Estaba ciego, y otros lo alimentaban con una pestilente carroña que traían volando desde lejos. Aparte le pidieron consejo.

»—Abuelo —le preguntaron—, ¿hasta dónde alcanzan sus recuerdos?

»—A mucho, mucho tiempo atrás. Mucho antes de que aparecieran los humanos —respondió con voz débil y entrecortada.

»—¿Es verdad que pronto se librará la mayor batalla de todos los tiempos, abuelo?

»—Sí, hijos —confirmó—. Una batalla aún mayor que la última. Representará un magnífico banquete para nosotros. Serán días placenteros de abundancia para los espectros de todos los mundos.

»—¿Y quién ganará, abuelo? ¿Derrotará lord Asriel a la Autoridad?

»—El ejército de lord Asriel lo forman millones de combatientes —contestó el viejo espectro de acantilado— llegados de todos los mundos. Es un ejército más nutrido que el que se enfrentó la otra vez a la Autoridad y está mejor comandado. Las fuerzas de la Autoridad son cien veces más numerosas, claro, pero ésta está lastrada por la edad, por una vejez incluso mayor que la mía, hijos, y a sus tropas les pesan el miedo y la complacencia cuando no tienen miedo. Será una lucha equilibrada, pero tal vez lord Asriel consiga vencer, porque es apasionado y osado y cree en la justicia de su causa. Sin embargo le falta algo, hijos: no tiene a Æsahættr. Sin Æsahættr, él y todas sus fuerzas se precipitarán a la derrota. ¡Y entonces nosotros nos cebaremos durante años, hijos míos!

»Tras estas palabras comenzó a roer entre carcajadas el apestoso hueso que le habían llevado, mientras los demás lanzaban chillidos de alborozo. Como supondréis, permanecí atenta con la intención de averiguar algo más sobre ese Æsahættr, pero aparte del aullido del viento sólo oí a un joven espectro que preguntó: “Si lord Asriel necesita a Æsahættr, ¿por qué no lo llama?” A lo que el viejo espectro respondió: “¡Lord Asriel no sabe más acerca de Æsahættr que vosotros, hijos! ¡Ahí está la gracia! Es para mondarse de risa…”

»Cuando intenté acercarme más a esos asquerosos bichos para averiguar más, fallaron mis poderes, hermanas, y perdí la invisibilidad. Los jóvenes me vieron y rompieron a chillar, de modo que huí y regresé a este mundo por una puerta imperceptible que hay en el aire. Me siguió una bandada, y los últimos que quedan son esos muertos de ahí.

»No cabe duda, por tanto, de que lord Asriel nos necesita, hermanas. ¡Sea quien sea ese Æsahættr, lord Asriel nos necesita! Ojalá pudiera reunirme ahora mismo con lord Asriel y decirle: “No te preocupes, estamos en camino. Las brujas del norte te ayudaremos a ganar.” Lleguemos a un acuerdo, Serafina Pekkala, y convoquemos un gran consejo de todas las brujas de todos los clanes, para ir a la guerra.

Serafina Pekkala miró a Will, quien tuvo la impresión de que le pedía permiso para algo, pero puesto que él no podía orientarla, volvió de nuevo la vista hacia Ruta Skadi.

—Nosotras no podemos —repuso Serafina—. Ahora nuestro cometido es ayudar a Lyra, y el suyo conducir a Will hasta su padre. Tú debes volver, estoy de acuerdo, pero nosotras debemos quedarnos con Lyra.

Ruta Skadi meneó la cabeza en un gesto de impaciencia.

—Bueno, si no hay más remedio… —aceptó.

Will se tendió, porque le dolía la herida, mucho más aún que cuando estaba reciente. Tenía toda la mano hinchada. Lyra se tumbó también, con Pantalaimon enroscado en el cuello, y contempló el fuego con los párpados entornados mientras oía soñolienta el murmullo de las brujas.

Ruta Skadi echó a andar junto al arroyo acompañada de Serafina Pekkala.

—Ay, Serafina Pekkala, deberías ver a lord Asriel —susurró la reina latviana—. Es el comandante más espléndido que ha existido jamás. En su cabeza guarda todos los detalles de sus fuerzas. ¡Qué osadía, declarar la guerra al creador! Pero ¿quién crees que será ese Æsahættr? ¿Cómo es posible que no lo hayamos oído mencionar? ¿Y cómo podemos exhortarlo para que se sume al bando de lord Asriel?

—Quizá no sea un hombre, hermana. Sabemos tan poco como los jóvenes espectros de ese acantilado. Tal vez el viejo abuelo se reía de su propia ignorancia. Por su sonido la palabra podría significar «destructor de dioses», ¿no lo sabías?

—¡Entonces podría referirse a nosotras, Serafina Pekkala! De ser así, piensa en lo mucho que reforzaría nuestra presencia sus ejércitos. ¡Ay, ansío dar muerte con mis flechas a esos desalmados de Bolvangar, de todos los Bolvangar de todos y cada uno de los mundos! Hermana, ¿por qué actúan así? ¡En todos los mundos los agentes de la Autoridad sacrifican niños a su cruel dios! ¿Por qué? ¿Por qué?

—Tienen miedo del Polvo —explicó Serafina Pekkala—, aunque ignoro en qué consiste eso.

—Y ese chico que has encontrado, ¿quién es? ¿De qué mundo proviene?

Serafina Pekkala le contó cuanto sabía de Will.

—No sé por qué es importante —dijo a modo de conclusión—, pero nosotras estamos al servicio de Lyra, y su instrumento indica que ése es su cometido. Además, hermana, hemos tratado en vano de curarle la herida. Probamos con el hechizo de la contención y no dio resultado. Quizá las hierbas de este mundo sean menos potentes que las del nuestro. Hace demasiado calor aquí para que crezca musgo de la sangre…

—Es un chico extraño —señaló Ruta Skadi—. Es la misma clase de persona que lord Asriel. ¿Le has mirado a los ojos?

—Si he de serte sincera, no me he atrevido —reconoció Serafina Pekkala.

Las dos reinas permanecieron un rato tranquilamente sentadas al lado del agua. Unas estrellas desaparecieron y otras las relevaron. Alguien de los que dormían lanzó un grito apagado; era Lyra, que soñaba. Las brujas oyeron el estruendo de un trueno y vieron el relámpago sobre el mar y la base de las montañas; por fortuna la tormenta quedaba muy lejos.

—La niña, Lyra, ¿qué función cumple? —inquirió Ruta Skadi—. ¿Es ésta? ¿Es importante porque puede conducir al niño hasta su padre? Hay algo más, ¿verdad?

—De momento ése es su cometido, pero en el futuro, habrá mucho más, sí. Las brujas hemos afirmado que esa niña pondría fin al destino. Nosotras conocemos el nombre por el que la señora Coulter reconocería lo que la pequeña significa y sabemos además que esa mujer lo ignora. La bruja que torturó en el barco, cerca de Svalbard, estuvo a punto de revelarlo, pero Yambe-Akka llegó a tiempo.

»De todos modos ahora se me ocurre que tal vez Lyra sea eso de que oíste hablar, ese Æsahættr. Imagina que no fuéramos nosotras, las brujas, ni esos seres angélicos, sino esa niña dormida, el arma definitiva en la guerra contra la Autoridad. Si no, ¿cómo explicar la ansiedad de la señora Coulter por encontrarla?

—Esa mujer fue amante de lord Asriel —comentó Ruta Skadi—, y Lyra, por supuesto, es la hija de ambos… Serafina Pekkala, si yo hubiera tenido una hija con él, ¡qué bruja sería! ¡Una reina de reinas!

—Silencio, hermana. Escucha… ¿Qué es esa luz?

Se pusieron en pie, alarmadas porque algo había burlado su vigilancia, y observaron que del lugar de acampada surgía una luz que en nada se parecía a la del fuego.

Retrocedieron con sigilo, las flechas preparadas ya en los arcos, y de repente se detuvieron en seco.

Todas las brujas estaban dormidas sobre la hierba, al igual que Will y Lyra. Lo extraordinario era que en torno a los dos niños había unos doce ángeles, contemplándolos.

En aquel instante Serafina comprendió algo para lo cual las brujas no disponían siquiera de palabra: la idea del peregrinaje. Entendió por qué a aquellos seres no les importaba esperar durante miles de años y recorrer vastas distancias con el fin de disfrutar de la proximidad de algo importante y por qué aquella breve experiencia tendría una repercusión duradera en sus vidas. Aquello era lo que traslucían esas criaturas, esos hermosos peregrinos de rara luminiscencia que permanecían alrededor de aquella niña con la cara sucia y vestida con una falda de cuadros y el niño con la mano herida que fruncía el entrecejo mientras dormía.

En el cuello de Lyra se movió algo. Pantalaimon, en forma de blanquísimo armiño, abrió con somnolencia los ojos y miró en derredor sin asustarse. Más tarde, Lyra atribuiría a un sueño aquel recuerdo. Pantalaimon, que pareció aceptar aquella atención como un merecido homenaje a Lyra, volvió a arrellanarse y cerró los ojos.

Finalmente una de aquellas criaturas abrió las alas en toda su extensión. Las otras, pese a la corta distancia que mediaba entre ellas, la imitaron, y sus alas se interpenetraron sin resistencia, como la luz que atraviesa otra luz, hasta formar un radiante círculo ininterrumpido en torno a los niños dormidos sobre la hierba.

A continuación los ángeles alzaron el vuelo, uno tras otro, elevándose cual llamas al tiempo que aumentaban de tamaño hasta hacerse inmensos. Se alejaban, con todo, veloces como estrellas fugaces en dirección al norte.

Serafina y Ruta Skadi montaron en sus ramas de pino y echaron a volar tras ellos, sin conseguir alcanzarles.

—¿Eran como las criaturas que viste, Ruta Skadi? —preguntó Serafina mientras aflojaban la marcha, contemplando cómo empequeñecían en el horizonte aquellas rutilantes llamas.

—Mayores, creo recordar, pero de la misma especie. ¿Te has fijado en que no son de carne? Están formados sólo de luz. Deben de tener una percepción tan distinta de la nuestra… Serafina Pekkala, me marcho ahora mismo para congregar a todas las brujas de nuestro norte. Cuando volvamos a vernos, la guerra ya habrá comenzado. Que te vaya bien, querida.

Se abrazaron en el aire antes de que Ruta Skadi diera media vuelta y se alejara a toda velocidad rumbo hacia el sur.

Tras observarla un momento, Serafina se volvió para ver cómo se extinguía en la lejanía el último resplandor de los ángeles. No le inspiraban más que compasión aquellos grandes seres. ¡Era tanto lo que se perdían al no poder sentir la tierra bajo los pies, ni el viento en los cabellos, ni el hormigueo de la luz de las estrellas sobre la piel! Con tales pensamientos cortó una brizna de la rama de pino sobre la que volaba y aspiró el potente olor de la resina con ávido placer, antes de iniciar un lento descenso para reunirse con las figuras tendidas en la hierba.