Capítulo 68

Minho iba a la cabeza esta vez, con la espalda recta mientras corría. Cada centímetro de su cuerpo reflejaba el orgullo que sentía por aquellos dos años en los que había dirigido a los corredores del Laberinto. Thomas iba justo detrás de él, estirando el cuello para ver los muros de hiedra que majestuosamente se erigían hacia el techo gris. Era una extraña sensación estar otra vez allí después de todo lo acontecido desde su huida.

Nadie dijo gran cosa mientras corrían hacia el Claro. Thomas se preguntó qué debían de pensar Brenda y Jorge sobre el Laberinto; sabía que les resultaría enorme. Una cuchilla escarabajo jamás podría transmitir semejante tamaño a la sala de observación. Y no podía ni imaginarse los malos recuerdos que volverían a la memoria de Gally.

Doblaron la última esquina, que llevaba al amplio pasillo al otro lado de la Puerta Este del Claro. Cuando Thomas llegó a la parte de la pared donde había atado a Alby con la hiedra, miró en aquella dirección y vio la maraña de enredaderas. Todo aquel esfuerzo por salvar al antiguo líder de los clarianos, sólo para verlo morir pocos días después, al no acabar de recuperarse su mente tras el Cambio. Un torrente de ira le abrasó las venas.

Llegaron al enorme hueco entre los muros que constituía la Puerta Este y Thomas aguantó la respiración mientras aflojaba el paso. Había cientos de personas deambulando por el Claro. Le horrorizó constatar que entre la muchedumbre había incluso algunos bebés y niños pequeños. Tardó un momento en difundirse el rumor por el mar de inmunes, pero en cuestión de segundos todos los ojos estaban centrados en los recién llegados y un completo silencio reinó en el Claro.

—¿Sabías que había tantos? —le preguntó Minho a Thomas.

Se veía gente por todas partes; desde luego, muchas más personas que las que habían sumado los clarianos. Pero lo que dejaba a Thomas sin palabras era volver a ver el Claro: el edificio torcido que llamaban la Hacienda; el patético bosquecillo; el establo de la Casa de la Sangre; los campos, ahora apenas maleza; la Sala de Mapas carbonizada y su puerta metálica ennegrecida, que todavía colgaba entreabierta. Desde donde estaba también veía el Trullo, y una burbuja de emociones amenazó con estallar en su interior.

—Eh, soñador —le llamó Minho, chascando los dedos—, te he hecho una pregunta.

—¿Eh? Ah… Hay tantos que hacen que el sitio parezca más pequeño que cuando estábamos aquí.

Sus amigos no tardaron en localizarlos: Fritanga, Clint el mediquero, Sonya y otras chicas del Grupo B… Todos fueron corriendo y el reencuentro produjo un alboroto de abrazos.

Fritanga dio un golpecito a Thomas en el brazo.

—¿Puedes creerte que me volvieran a meter en este sitio? Ni siquiera me dejan cocinar, sólo nos mandan un puñado de comida envasada en la Caja, tres veces al día. La cocina ni siquiera funciona; no hay electricidad, nada.

Thomas se rio; la ira iba disminuyendo.

—Si ya cocinabas fatal para cincuenta tíos, imagínate para todo este ejército.

—Qué gracioso, Thomas; eres muy gracioso. Me alegro de verte —entonces sus ojos se agrandaron—. ¿Gally? ¿Gally está aquí? ¿Gally está vivo?

—Yo también me alegro de verte —replicó secamente el chico.

Thomas le dio a Fritanga unas palmaditas en la espalda.

—Es una larga historia. Ahora es un buen chico.

Gally resopló, pero no dijo nada. Minho se acercó a ellos.

—Muy bien, el momento de felicidad se ha acabado. ¿Cómo vamos a hacer esto, tío?

—No debería ser tan difícil —respondió Thomas.

En realidad, odiaba la idea no sólo de tener que sacar a toda esa gente del Laberinto, sino de llevarlos por todo el complejo de CRUEL hasta el Trans Plano. Aun así, debía hacerlo.

—No me vengas con esa clonc —dijo Minho—. Tus ojos no mienten.

Él sonrió.

—Bueno, lo que es obvio es que tenemos a mucha gente para luchar a nuestro lado.

—¿Has visto a esos pobres infelices? —repuso su amigo con indignación—. La mitad son más jóvenes que nosotros y la otra mitad parece que no ha echado muchos pulsos, por no hablar de peleas a puñetazos.

—A veces la cantidad es lo único que importa —respondió Thomas.

Vio a Teresa y la llamó para que se acercara. Después fue a buscar a Brenda.

—¿Cuál es el plan? —preguntó Teresa.

Si Teresa estaba de verdad con ellos, ahora era cuando Thomas la necesitaba, así como todos los recuerdos que había recuperado.

—Vale, separémonos en grupos —dijo a todo el mundo—. Tiene que haber unas cuatrocientas o quinientas personas, así que… grupos de cincuenta. Luego poned a un clariano o a alguien del Grupo B a cargo de ellos. Teresa, ¿sabes cómo llegar a esa sala de mantenimiento? —le enseñó el mapa y ella asintió tras examinarlo. Thomas continuó—: Entonces, ayudaré a trasladar a la gente mientras tú y Brenda los dirigís. Que el resto dirija a uno de los grupos. Excepto Minho, Jorge y Gally. Creo que vosotros deberíais cubrir la retaguardia.

—Me parece bien —dijo Minho, encogiéndose de hombros. Por increíble que pareciera, aparentaba estar aburrido.

—Lo que tú digas, muchacho —añadió Jorge.

Gally se limitó a asentir.

Pasaron los siguientes veinte minutos dividiendo a todos en grupos y colocándolos en largas filas. Pusieron especial cuidado en formar los grupos incluso por edades y fuerza física. Los inmunes no pusieron objeciones a seguir las órdenes en cuanto se dieron cuenta de que los recién llegados habían ido a rescatarlos.

Una vez que se organizaron en grupos, Thomas y sus amigos se situaron en fila ante la Puerta Este. Thomas movió las manos para atraer la atención de todo el mundo.

—¡Escuchad! —empezó—. CRUEL planea usaros para la ciencia. Vuestros cuerpos, vuestros cerebros. Llevan estudiando años a la gente, recogiendo datos para desarrollar una cura para el Destello. Ahora quieren utilizaros a vosotros también, pero no os merecéis una vida de ratas de laboratorio. Vosotros sois (todos nosotros somos) el futuro, y ese futuro no va a ser como quiere CRUEL. Por eso hemos venido, para sacaros de este lugar. Vamos a atravesar un puñado de edificios para encontrar un Trans Plano que nos lleve a un lugar seguro. Si nos atacan, tendremos que luchar. No os separéis de vuestro grupo; los más fuertes deberán hacer lo que haga falta para proteger a los…

Las últimas palabras de Thomas fueron interrumpidas por un violento crujido, como el sonido de una piedra partiéndose. Y luego, nada. Tan sólo un eco que rebotaba en los enormes muros.

—¿Qué ha sido eso? —gritó Minho, buscando el origen en el cielo.

Thomas escrutó el Claro; los muros del Laberinto se alzaban a sus espaldas, pero no había nada fuera de lugar. Justo cuando estaba a punto de hablar, sonó otro crujido y después, otro. Un estruendo retumbante atravesó el Claro. Empezó suave y fue creciendo en intensidad y volumen. El suelo comenzó a temblar y pareció como si el mundo se viniera abajo.

La gente daba vueltas en busca del origen del ruido, y Thomas constató que el pánico se estaba propagando. Pronto perdería el control. El suelo se agitó con más violencia, los sonidos se amplificaron —el estruendo y el crujido de la roca— y los gritos estallaron entre la muchedumbre que tenía delante.

De pronto, Thomas cayó en la cuenta:

—Los explosivos.

—¿Qué? —gritó Minho.

Thomas miró a su amigo.

—¡El Brazo Derecho!

Un ruido ensordecedor sacudió el Claro. Thomas se dio la vuelta para mirar hacia arriba: una gran parte del muro a la izquierda de la Puerta Este se había soltado y grandes trozos de piedra volaban por todas partes. Una enorme sección pareció sostenerse en el aire en un ángulo imposible; a continuación, se desplomó hacia el suelo.

Thomas no tuvo tiempo de gritar una advertencia antes de que el gigantesco trozo de roca cayera sobre un grupo de personas, aplastándolas al partirse por la mitad. Se quedó unos instantes sin habla mientras la sangre rezumaba de los bordes y se formaba un charco en el suelo de piedra.