Capítulo 65

Janson sacó un largo y fino cuchillo, lo levantó y lo examinó con los ojos entrecerrados.

—Déjame que te diga algo, chaval. Nunca me he considerado un hombre violento, pero tú y tus amigos me habéis llevado al límite. Se me ha agotado la paciencia, pero voy a mostrar compostura. Al contrario que tú, pienso en algo más que en mí mismo. Trabajo para salvar a la gente y terminaré este proyecto.

Thomas hizo un esfuerzo descomunal por relajarse, por estar tranquilo. Al resistirse no había conseguido nada, y tenía que reservar energías para cuando se le presentara la oportunidad. Estaba claro que el Hombre Rata había perdido el juicio y, a juzgar por el cuchillo, estaba decidido a llevarle a la sala de operaciones a cualquier precio.

—Buen chico; no hay por qué resistirse. Deberías estar orgulloso: tú y tu mente salvaréis el mundo, Thomas.

El hombre que le sujetaba —un tipo bajo y rechoncho, con el pelo negro— habló entonces:

—Voy a quitarte la mano de la boca, chico. No digas ni pío o el subdirector Janson te clavará ese cuchillo. ¿Lo entiendes? Te queremos vivo, pero eso no significa que no puedas tener un par de heridas de guerra.

Thomas asintió lo más calmado que pudo y el hombre le soltó para sentarse.

—Chico listo.

Ahora le tocaba a él. Movió de golpe la pierna a la derecha y le dio una patada en la cara a Janson. La cabeza del hombre se sacudió y su cuerpo cayó al suelo. El hombre moreno se movió, dispuesto a enfrentarse a Thomas, pero él se retorció para quitárselo de encima y volvió a por Janson, esta vez dándole una patada en la mano y arrebatándole el cuchillo. Este salió disparado, rebotando por el suelo, hasta el lateral del edificio.

Thomas centró su atención en el cuchillo y eso fue todo lo que le hizo falta al hombre bajo. Arremetió contra él, que cayó de espaldas encima de Janson. A su vez, Janson se retorcía debajo de ambos mientras peleaban. Thomas sintió que la desesperación se apoderaba de él, que la adrenalina explotaba por su cuerpo. Gritó y empujó, dio patadas, luchó por salir de entre los dos hombres. Trató de arañarles y golpearles con manos y pies, consiguió soltarse y se lanzó hacia el edificio en busca del cuchillo. Cayó justo al lado, lo cogió y se dio la vuelta, esperando un ataque inmediato. Los dos hombres estaban levantándose, obviamente atónitos por aquel repentino despliegue de fuerza.

Thomas también se puso en pie y blandió el cuchillo en lo alto.

—Dejad que me vaya, marchaos y dejad que me vaya. Juro que, si venís detrás de mí, me volveré loco y os apuñalaré hasta la muerte. Lo juro.

—Somos dos contra uno, chaval —repuso Janson—. No me importa que tengas un cuchillo.

—Ya has visto lo que puedo hacer —respondió Thomas, intentando sonar tan peligroso como se sentía—. Me has visto en el Laberinto y en la Quemadura —casi tenía ganas de reírse por la ironía. Le habían convertido en un asesino… ¿para salvar vidas?

El tipo bajo se rio.

—Si crees que somos…

Thomas retrocedió para coger impulso y lanzó el cuchillo tal y como había visto hacer a Gally, agarrándolo por la hoja. El arma se abrió camino por los aires y se clavó en el cuello del hombre. Al principio no hubo sangre, pero entonces este levantó la mano, con el rostro transfigurado por la sorpresa, y agarró el cuchillo hundido en él. La sangre salió a chorros, al ritmo de los latidos de su corazón. Abrió la boca, pero antes de que pudiera hablar, cayó de rodillas.

—Maldito… —susurró Janson, sin apartar los ojos, abiertos de par en par por el terror, de su colega.

Al principio, Thomas sintió tal impresión por lo que había hecho que se quedó clavado en el sitio; pero, cuando Janson giró la cabeza para mirarle, echó a correr fuera del patio y dobló la esquina del edificio. Tenía que volver al agujero y entrar.

—¡Thomas! —gritó Janson, y Thomas oyó sus pasos persiguiéndole—. ¡Vuelve aquí! ¡No tienes ni idea de lo que estás haciendo!

Thomas no se detuvo. Pasó junto al arbusto tras el que se había escondido y corrió a toda velocidad hacia el hueco en el lateral del edificio. El hombre y la mujer seguían sentados donde antes, en cuclillas en el suelo de modo que sus espaldas se tocaban. Al verle, ambos se pusieron de pie.

—¡Soy Thomas! —les gritó justo cuando abrieron la boca para hacerle preguntas—. ¡Estoy de vuestro lado!

Intercambiaron una mirada y volvieron la atención a Thomas justo cuando paró derrapando delante de ellos. Mientras intentaba recuperar el aliento, se volvió y vio la figura ensombrecida de Janson que corría hacia ellos, tal vez a unos quince metros.

—Te están buscando por todas partes —dijo el guardia—; pero se suponía que estabas ahí dentro —señaló con un dedo al agujero.

—¿Dónde está todo el mundo? ¿Dónde está Vince? —inquirió entre jadeos.

Hablaba con la certeza de que, entretanto, Janson seguía corriendo tras él. Se volvió para mirar al Hombre Rata, cuyo rostro estaba contraído por una furia antinatural. Era una expresión que ya había visto: la misma ira desquiciada de Newt. El Hombre Rata tenía el Destello.

Janson habló entre resuellos:

—Ese chico… es propiedad… de CRUEL. Entregádmelo.

La mujer no se inmutó.

—CRUEL para mí no es más que un montón de excrementos de ganso, viejo. Yo en tu lugar me perdería, y tampoco volvería adentro. Tus amigos están a punto de pasarlas canutas.

El Hombre Rata no respondió, sino que siguió jadeando, con la vista fija en Thomas y los otros. Finalmente, comenzó a retroceder despacio.

—Vosotros no lo entendéis. Vuestra arrogancia santurrona será el final de todo. Espero que podáis vivir con eso mientras os pudrís en el infierno.

Luego se dio la vuelta y echó a correr, desapareciendo en la penumbra.

—¿Qué has hecho para cabrearle? —inquirió la mujer.

Thomas intentó recuperar el aliento.

—Es una larga historia. Tengo que encontrar a Vince o a quien esté al mando. He de encontrar a mis amigos.

—Cálmate, chaval —respondió el hombre—. Las cosas están bastante tranquilas ahora. La gente se está poniendo en su sitio, colocando y ese tipo de cosas.

—¿Colocando? —preguntó Thomas.

—Colocando.

—¿Qué significa?

—Están colocando explosivos, idiota. Estamos a punto de derrumbar el edificio. Vamos a demostrarle a CRUEL que vamos en serio.