Capítulo 64

Había dos laberintos en el mapa; por supuesto, el del Grupo A y el del Grupo B. Ambos debían de haberse construido en las profundidades de los edificios principales de la sede de CRUEL. Thomas no sabía a cuál le habían indicado que fuera, pero desde luego iba a regresar al Laberinto. Con un pavor enfermizo, echó a correr hacia el túnel de la ministra Paige.

Siguió el mapa y recorrió pasillo tras pasillo hasta que llegó a unas largas escaleras que descendían a un sótano. El camino le llevó por unas habitaciones vacías y después, al final, a una puerta pequeña que se abría a un túnel. El túnel estaba en penumbra, pero, como Thomas descubrió con alivio, no totalmente a oscuras. Mientras corría por el estrecho pasillo vio que varias bombillas al aire colgaban del techo. Tras unos sesenta metros, llegó a una escalera de mano que estaba marcada en el mapa. La subió; arriba había una puerta metálica, redonda, que se abría con un volante y que le recordó la entrada a la Sala de Mapas en el Claro.

Giró el volante y empujó con todas sus fuerzas. Una luz tenue entró al apartar la puerta, las bisagras se abrieron y una gran ráfaga de aire frío se le vino encima. Se impulsó para salir directo al suelo, cerca de una gran roca en el terreno árido y cubierto de nieve que se extendía entre el bosque y la sede de CRUEL.

Levantó con cuidado la tapa del túnel para volver a cerrarla y luego se agachó detrás de la piedra. No había advertido ningún movimiento, pero estaba demasiado a oscuras para ver muy bien. Alzó la vista al cielo y, al ver los mismos nubarrones densos y grises que cuando llegó al complejo, se dio cuenta de que no tenía ni idea de cuánto tiempo había transcurrido desde entonces. ¿Había estado dentro del edificio tan sólo unas horas o había pasado toda una noche y un día?

La nota de la ministra Paige decía que el Brazo Derecho había logrado entrar a los edificios, seguramente con las explosiones que Thomas había oído antes, y allí tenía que ir primero. Lo lógico era reunirse con el grupo, dado que estarían a salvo al ser más, y tenía que hacerles saber dónde estaban escondidos los inmunes. A juzgar por el mapa, la mejor opción era ir a toda prisa a los edificios que se hallaban más lejos de donde él había salido y buscar por aquella zona.

Fue hacia allí, pegándose a la roca y después acelerando en dirección al edificio más cercano. Corría tan agachado como le era posible. Algunos relámpagos surcaron el cielo, iluminaron el cemento del complejo y se reflejaron en la nieve blanca. A continuación se oyó un trueno, que retumbó en la tierra y sacudió el interior de su pecho.

Llegó al primer edificio y atravesó una fila de arbustos desiguales que había contra la pared. Avanzó poco a poco por el lateral de la estructura, pero no encontró nada. Se detuvo cuando llegó a la primera esquina y se asomó; entre el espacio de los edificios vio una serie de patios. Pero seguía sin haber ninguna manera de entrar.

Bordeó los siguientes dos edificios, pero, al acercarse al cuarto, oyó voces e inmediatamente se tiró al suelo. Tan en silencio como pudo, fue a toda prisa por el suelo helado hacia un arbusto descuidado y echó un vistazo para buscar la fuente del ruido.

Allí estaba. Los escombros se encontraban esparcidos por el patio en enormes montones y detrás, el gigantesco agujero que habían hecho al estallar el lateral del edificio, lo que significaba que la explosión se había originado dentro. Una débil luz brillaba desde la abertura, proyectando sombras rotas en el suelo. Sentadas al borde de aquellas sombras estaban dos personas vestidas de civiles. El Brazo Derecho.

Thomas había comenzado a levantarse cuando una mano gélida le tapó la boca con fuerza y tiró de él hacia atrás. Otro brazo le envolvió el pecho y le arrastró por el suelo, hundiéndole los pies en la nieve. Thomas dio patadas, se esforzó por liberarse, pero aquella persona era demasiado fuerte.

Doblaron la esquina del edificio hacia otro patio pequeño y allí lanzó a Thomas al suelo, bocabajo. Su captor se tiró sobre su espalda y volvió a cubrirle la boca con la mano. Era un hombre que no reconocía. Otra figura se agachó junto a él.

Janson.

—Estoy muy decepcionado —dijo el Hombre Rata—. Por lo visto, no todos en mi organización están en el mismo equipo.

Thomas no podía hacer nada, salvo forcejear ante la presión de la otra persona. Janson suspiró.

—Supongo que tendremos que hacerlo por las malas.