Durante un buen rato, Thomas no vio más que oscuridad. La brecha en el vacío de sus pensamientos era sólo una fisura lo bastante ancha para permitirle comprender la existencia del propio vacío. En alguna parte al filo de todo, era consciente de que se suponía que estaba dormido, que le mantenían vivo sólo para inspeccionar su cerebro. Para desmontarlo, probablemente trozo a trozo.
Así que todavía no estaba muerto.
En algún punto mientras flotaba en aquella negrura, oyó una voz. Le llamaba por su nombre.
Después de oír «Thomas» varias veces, decidió seguirla, encontrarla. Se esforzó por moverse hacia la voz.
Hacia su nombre.