Capítulo 58

Thomas entró en un amplio vestíbulo con unos cuantos sillones y sillas, en el que destacaba un gran escritorio vacío. Era diferente a los que vio la última vez que estuvo allí. El mueble era colorido y brillante, pero no reavivaba en absoluto la deprimente sensación que transmitía el lugar.

—Pensé que podíamos pasar unos minutos en mi despacho —dijo, y señaló hacia el pasillo que torcía a la derecha antes de comenzar a caminar—. Sentimos muchísimo lo que pasó en Denver. Una lástima perder una ciudad con tanto potencial. Por eso tenemos que darnos prisa en terminar esto enseguida.

—¿Qué es lo que tenéis que hacer? —se obligó a preguntar.

—Lo discutiremos todo en mi despacho. Nuestro equipo principal está allí.

El dispositivo escondido en su mochila pesaba sobre la conciencia de Thomas. Tenía que colocarlo de alguna forma lo antes posible y poner el reloj a funcionar.

—Muy bien —dijo—, pero antes tengo que ir al lavabo.

Fue la idea más simple que se le ocurrió y la única manera de asegurarse un minuto a solas.

—Hay uno ahí delante —contestó el Hombre Rata.

Doblaron una esquina y continuaron por un pasillo aún más anodino que llevaba al servicio de caballeros.

—Esperaré aquí fuera —dijo Janson, señalando la puerta con la cabeza.

Thomas entró sin decir palabra, sacó el dispositivo de su mochila y miró a su alrededor. Había un armario de madera para guardar artículos de tocador sobre el lavabo y, encima, un borde lo bastante alto para poder dejar el chisme y que este quedara oculto. Tiró de la cadena y abrió el grifo del lavabo. Activó el dispositivo como le habían enseñado y se estremeció ante el pitido que sonó; luego lo depositó encima del armario. Tras cerrar el grifo, se calmó mientras el secamanos seguía su curso.

Luego salió de nuevo al pasillo.

—¿Ya has terminado? —preguntó Janson, irritantemente educado.

—He terminado —contestó Thomas.

Continuaron andando y, de camino, pasaron ante algunos retratos torcidos de la ministra Paige como los de los pósteres de Denver.

—¿Conoceré alguna vez a la ministra? —inquirió al final, pues sentía curiosidad por aquella mujer.

—La ministra Paige está muy ocupada —respondió Janson—. Tienes que recordar, Thomas, que completar el programa y finalizar la cura sólo es el principio. Todavía estamos organizando la logística para hacérsela llegar a las masas. La mayoría del equipo está trabajando duro mientras hablamos.

—¿Qué os asegura que funcionará? ¿Por qué yo?

Janson clavó la vista en él y le dedicó su sonrisa de roedor.

—Lo sé, Thomas. Creo en ello con todo mi ser. Y te prometo que se te reconocerá como mereces.

Por algún motivo, Thomas entonces pensó en Newt.

—No quiero que se me reconozca nada.

—Ya hemos llegado —anunció Janson, ignorándole.

Se encontraban ante una puerta sin ningún cartel. El Hombre Rata le hizo un gesto para que entrara. Dos personas —un hombre y una mujer— estaban sentadas de cara a un escritorio. Thomas no las reconoció.

La mujer llevaba un traje de pantalón oscuro, era pelirroja y unas gafas de montura fina se posaban sobre su nariz. El hombre era calvo, anguloso y flaco, e iba con un uniforme verde de quirófano.

—Estos son mis colegas —dijo Janson, que se fue a sentar detrás del escritorio. Le hizo un gesto a Thomas para que tomara el tercer asiento entre sus dos visitas, y así lo hizo—. La doctora Wright —señaló a la mujer— es la psicóloga jefe y el doctor Christensen es nuestro médico jefe. Tenemos mucho de qué hablar, así que perdónenme si soy breve en las presentaciones.

—¿Por qué soy el Candidato Final? —preguntó Thomas, yendo al grano.

Janson caviló mientras movía innecesariamente algunos objetos sobre su escritorio. Después se recostó y juntó las manos sobre su regazo.

—Una excelente pregunta. Teníamos un puñado de (perdona el término) sujetos programados desde el principio para… competir para este honor. Hace poco se limitó a ti y a Teresa. Pero ella tiene una forma de seguir órdenes de la que tú careces. Tu tendencia hacia el librepensamiento es lo que a la larga determinó que fueras el Candidato Final.

«Jugué hasta el final», pensó Thomas con amargura.

Sus propios intentos de rebelarse habían resultado ser exactamente lo que ellos querían. Hasta la última pizca de su ira estaba dirigida al hombre que tenía delante, al Hombre Rata. Para Thomas, Janson representaba CRUEL de arriba abajo.

—Terminemos con esto —dijo. Hizo lo que pudo por disimular, pero percibió la furia en su voz.

Janson no se inmutó.

—Paciencia, por favor. No tardaremos mucho. Ten en cuenta que recoger los patrones de la zona letal es una operación delicada. Estamos tratando con tu mente y el más mínimo contratiempo en lo que pienses, interpretes o percibas puede provocar que los resultados sean inútiles.

—Sí —añadió la doctora Wright, metiéndose el pelo detrás de la oreja—. Sé que el subdirector Janson te habló de la importancia de volver y nos alegra que hayas tomado esta decisión —tenía una voz suave y agradable que, en cierto modo, emanaba inteligencia.

El doctor Christensen se aclaró la garganta y habló con una voz débil y aflautada. A Thomas enseguida le provocó desagrado.

—No sé qué otra decisión podrías haber tomado. El mundo entero está al borde del colapso y tú puedes ayudar a salvarlo.

—Si tú lo dices —repuso Thomas.

—Exacto —convino Janson—, nosotros lo decimos. Todo está preparado. Pero tenemos que explicarte más cosas para que comprendas la decisión que has tomado.

—¿Más cosas? —repitió Thomas—. ¿No trataban las Variables de que no supiera nada? ¿Vais a tirarme a una jaula llena de gorilas o algo así? ¿Quizá tendré que caminar por un campo de minas? ¿Me echaréis al océano para ver si puedo volver nadando a la orilla?

—Cuéntale el resto —respondió el doctor Christensen.

—¿El resto? —inquirió Thomas.

—Sí, Thomas —dijo Janson con un suspiro—; el resto. Después de todas las Pruebas, después de todos los estudios, después de todos los patrones que se han recogido y examinado, después de todas las Variables por las que os hemos hecho pasar a ti y a tus amigos, hemos llegado a esto.

Thomas no dijo nada. Apenas era capaz de respirar debido a una especie de expectación y los deseos simultáneos de saber y no saber.

Janson se inclinó hacia delante, con los codos sobre el escritorio, y una expresión seria ensombreció su rostro.

—Una última cosa.

—¿Cuál?

—Thomas, necesitamos tu cerebro.