Capítulo 55

Newt tenía un aspecto horrible. Le habían arrancado mechones y mechones de pelo, y las calvas no eran sino verdugones rojos. Arañazos y moratones cubrían su rostro; llevaba la camiseta rota, apenas colgando de su delgado cuerpo, y los pantalones estaban manchados de mugre y sangre. Daba la impresión de haber sucumbido a los raros, de haberse unido a sus filas por completo.

Pero no apartaba la vista de Thomas, como si se hubiera dado cuenta de que había tropezado con un amigo.

Lawrence llevaba un rato hablando, pero sólo ahora empezó a procesar Thomas sus palabras:

—Estamos bien. Ha recibido lo suyo, pero con un poco de suerte nos llevará unos cuantos kilómetros más hasta el hangar.

Lawrence dio marcha atrás y la furgoneta se alejó bamboleándose de la pared de cemento. El crujido del metal y el plástico roto y el chirrido de los frenos resonaron en el silencio absoluto en el que se habían sumido. Después comenzó a alejarse, y aquello encendió un interruptor en la mente de Thomas.

—¡Para! —gritó—. ¡Para la furgoneta! ¡Ya!

—¿Qué? —dijo Lawrence—. ¿Qué dices?

—¡Tú para la maldita furgoneta!

Lawrence pisó el pedal del freno mientras él se incorporaba e iba hacia la puerta. Empezó a abrirla cuando Lawrence le agarró de la camiseta y tiró de él.

—¿Qué demonios te crees que haces? —le gritó el hombre.

Thomas no estaba dispuesto a dejar que nada le detuviera. Se sacó la pistola de los pantalones y apuntó a Lawrence.

—Suéltame. ¡Suéltame!

Lawrence le obedeció, lanzando las manos hacia arriba.

—Vaya, chaval. ¡Cálmate! ¿Qué te pasa?

Thomas se apartó de él.

—He visto a mi amigo ahí fuera. Quiero comprobar si está bien. Si hay algún problema, volveré corriendo a la furgoneta. Tan sólo estate atento para salir de aquí cuando acabe.

—¿Crees que esa cosa de ahí fuera todavía es tu amigo? —preguntó la piloto fríamente—. Esos raros hace tiempo que traspasaron el Ido. ¿No lo ves? Tu amigo ahora no es más que un animal. Peor que un animal.

—Entonces será una breve despedida, ¿no? —respondió Thomas. Abrió la puerta y salió a la calle—. Cubridme si es necesario. Tengo que hacer esto.

—Te voy a patear el culo antes de que lleguemos al iceberg, te lo prometo —gruñó Lawrence—. Date prisa. Si los raros junto a la montaña de basura se dirigen aquí, empezaremos a disparar. No me importa si tu mami y el tío Frank están entre ellos.

—Bien.

Thomas se apartó de ellos y volvió a meterse la pistola en los vaqueros. Caminó despacio hacia su amigo, que estaba solo, lejos del grupo de raros que seguían rebuscando en el montón de basura. De momento parecían satisfechos con eso, no estaban interesados en él.

Thomas ya había recorrido medio camino para llegar hasta Newt cuando se detuvo. Lo peor de su amigo era el salvajismo que traslucían sus ojos. La locura se hallaba tras ellos, eran dos pozos inundados de males. ¿Cómo había ocurrido tan rápido?

—Eh, Newt. Soy yo, Thomas. Aún me recuerdas, ¿verdad?

La mirada de Newt se iluminó con una repentina claridad. Thomas estuvo a punto de retroceder por la sorpresa.

—Claro que te recuerdo, maldita sea, Tommy. Viniste a visitarme al Palacio y me restregarte por la cara que habías ignorado mi nota. No voy a volverme completamente loco en unos días.

A Thomas le dolieron aquellas palabras más que el aspecto lamentable de su amigo.

—Entonces, ¿por qué estás aquí? ¿Por qué estás… con ellos?

Newt miró a los raros; después, volvió a observarle.

—Va y viene, tío. No puedo explicarlo. A veces no puedo controlarme, apenas sé lo que hago. Pero normalmente es como una comezón en el cerebro que desequilibra todo lo suficiente para molestarme, para enfadarme.

—Ahora parece que estés bien.

—Sí, bueno. La única razón por la que estoy con estos pirados del Palacio es porque no sé qué otra cosa hacer. Se pelean, pero también son un grupo. Si estás solo, no tienes una maldita oportunidad.

—Newt, ven conmigo esta vez, ahora mismo. Podemos llevarte a un lugar más seguro, a algún lugar mejor para…

Newt se rio; al hacerlo, agitó la cabeza un par de veces con un movimiento extraño.

—Lárgate de aquí, Tommy. Vete.

—Ven conmigo —le suplicó Thomas—. Te ataré si eso te hace sentir mejor.

De repente, la expresión de Newt se endureció por la furia y exclamó, lleno de cólera:

—¡Cállate, fuco traidor! ¿No leíste mi nota? ¿No puedes hacer una última cosa de mierda por mí? ¿Tienes que ser el héroe, como siempre? ¡Te odio! ¡Siempre te he odiado!

«No lo dice en serio», se dijo Thomas con firmeza. Pero no eran más que palabras.

—Newt…

—¡Fue todo por tu culpa! Podrías haberles detenido cuando murieron los primeros creadores. Podría habérsete ocurrido un modo de hacerlo. ¡Pero no!, tenías que continuar para intentar salvar el mundo, para ser un héroe. Y viniste al Laberinto y no paraste. ¡Lo único que te importa eres tú mismo! ¡Admítelo! ¡Tienes que ser memorable, sentirte adorado! ¡Deberíamos haberte tirado por el agujero de la Caja! —tenía la cara muy roja y escupía mientras gritaba. Comenzó a dar pasos torpes con las manos cerradas en puños.

—¡Voy a volarle los sesos! —gritó Lawrence desde la furgoneta—. ¡Quítate de en medio!

Thomas se volvió.

—¡No! ¡Esto es entre él y yo! ¡No hagas nada! —volvió a mirar a Newt—. Newt, para. Escúchame. Sé que estás bien ahí dentro, lo suficiente para oírme.

—¡Te odio, Tommy! —ahora apenas estaba a unos pasos, y Thomas retrocedió al notar que el dolor que sentía por Newt se convertía en miedo—. ¡Te odio, te odio, te odio! ¡Después de todo lo que hice por ti, después de toda la puñetera clonc por la que pasé en ese maldito Laberinto, tú no puedes hacer la única cosa que te he pedido que hagas! ¡Ni siquiera puedo mirar esa fuca cara fea tuya!

Thomas retrocedió dos pasos más.

—Newt, tienes que parar. Van a dispararte. ¡Para y escúchame! Sube a la furgoneta y deja que te ate. ¡Déjame intentarlo!

No podía matar a su amigo. No podía.

Newt gritó y corrió hacia él. Un arco de luz procedente del lanzagranadas se deslizó y crepitó por el pavimento, pero no le alcanzó. Thomas se había quedado inmóvil, paralizado, y Newt le tiró al suelo, cortándole la respiración. Se esforzó por llenar sus pulmones mientras su viejo amigo se colocaba encima de él para inmovilizarle.

—Debería arrancarte los ojos —dijo Newt, salpicándole de saliva—, darte una lección de estupidez. ¿Por qué has venido? ¿Esperabas un maldito abrazo? ¿Eh? ¿Que nos sentáramos a hablar sobre los buenos tiempos del Claro?

Thomas negó con la cabeza, presa del terror, e intentó coger despacio la pistola con la mano que tenía libre.

—¿Quieres saber por qué cojeo, Tommy? ¿Alguna vez te lo he contado? No, creo que no.

—¿Qué te pasó? —preguntó para tratar de ganar tiempo. Ya tenía los dedos alrededor del arma.

—Intenté suicidarme en el Laberinto. Trepé hasta la mitad de uno de esos malditos muros y salté. Alby me encontró y me arrastró de nuevo al Claro antes de que las Puertas se cerraran. Odiaba aquel lugar, Tommy. Odiaba cada segundo de cada día. ¡Y fue todo… por tu… culpa!

Súbitamente, Newt se dio la vuelta y le agarró la mano que sostenía la pistola. Tiró de ella hasta que la apretó contra su frente.

—¡Repara el daño que has hecho! ¡Mátame antes de que me convierta en uno de esos monstruos caníbales! ¡Mátame! ¡Confié en ti al darte la nota, en nadie más! ¡Hazlo ya!

Thomas intentó apartar la mano, pero su amigo era demasiado fuerte.

—No puedo, Newt, no puedo.

—¡Repara el daño que has hecho! ¡Arrepiéntete! —dejó escapar las palabras mientras todo su cuerpo temblaba; luego, la voz se convirtió en un duro susurro apremiante—. Mátame, fuco cobarde. Demuestra que puedes hacer lo correcto. Líbrame de mi sufrimiento.

Aquellas palabras horrorizaron a Thomas.

—Newt, quizá podamos…

—¡Cállate! ¡Cállate! ¡Confié en ti! ¡Hazlo ya!

—No puedo.

—¡Hazlo!

—¡No puedo!

¿Cómo podía Newt pedirle que hiciera tal cosa? ¿Cómo iba a matar a uno de sus mejores amigos?

—Mátame o te mataré yo a ti. ¡Mátame! ¡Hazlo!

—Newt…

—¡Hazlo antes de que me convierta en uno de ellos!

—Yo…

—¡MÁTAME! —y entonces los ojos de Newt se despejaron como si hubiera recuperado un último momento de cordura y la voz se le suavizó—. Por favor, Tommy. Por favor.

Con su corazón cayendo en un negro abismo, Thomas apretó el gatillo.