Capítulo 52

—¿Cómo? —exclamó Brenda antes de que a Thomas le diera tiempo a hablar.

—Dejaré que Gally os lo explique.

Vince le hizo una seña al chico.

—Vale, pensad en el Brazo Derecho —dijo Gally, y se levantó—. No está constituido por soldados. Son contables, porteros, fontaneros o profesores. CRUEL básicamente tiene su propio ejército, entrenado para usar el mejor armamento y el más caro. Aunque encontráramos el mayor alijo del mundo de lanzagranadas y todo lo que usan, seguiríamos estando en desventaja.

Thomas no se imaginaba hacia dónde iba.

—Y entonces, ¿cuál es el plan?

—La única manera de equilibrar el campo de juego es asegurarnos de que no tienen armas. En tal caso, puede que tengamos una oportunidad.

—Entonces, ¿vais a robárselas? —preguntó Brenda—. ¿Vais a detener un envío? ¿Qué?

—No, nada de eso —respondió Gally, negando con la cabeza, y en su rostro apareció una expresión de entusiasmo infantil—. No se trata de a cuántos puedas reclutar para tu causa, sino de a quién reclutas. De todos los que el Brazo Derecho ha reunido, una mujer es la clave.

—¿Quién? —preguntó Thomas.

—Se llama Charlotte Chiswell. Era la ingeniera jefe de las mayores armas fabricadas en el mundo, al menos para el armamento avanzado que usa tecnología de segunda generación. Todas las pistolas, lanzagranadas, granadas…, lo que sea que utilice CRUEL viene de aquí, y todos confían en que la electrónica avanzada y los sistemas de computadoras funcionen. Y Charlotte ha averiguado una manera de hacer que sus armas resulten inútiles.

—¿En serio? —inquirió Brenda, con un tono impregnado de duda.

Thomas también encontró aquella idea difícil de creer, pero escuchó atentamente mientras Gally lo explicaba.

—Hay un chip común en todas las armas que usan. Ella ha pasado los últimos meses intentando averiguar un modo de reprogramarlos desde lejos para bloquearlas. Al final lo ha conseguido. Tardará unas horas en cuanto empiece y se tiene que colocar un pequeño dispositivo dentro del edificio para que funcione, pero de eso se encargarán los nuestros que vayan a llevarles los inmunes. Si funciona, nosotros tampoco dispondremos de armas, pero al menos tendremos un campo de juego igualado.

—Es una ventaja —añadió Vince—. Sus guardias y su equipo de seguridad están tan entrenados para usar esas armas que son como una reacción instintiva a estas alturas, estoy seguro. Pero me apuesto cualquier cosa a que se han relajado en el combate cuerpo a cuerpo, en luchar de verdad. En entrenarse con cuchillos, bates, palas, palos, piedras y puños —sonrió con malicia—. Será una pelea a la vieja usanza y creo que podemos vencerlos. Si no lo hiciéramos de esa manera, si sus armas siguieran funcionando, nos destruirían antes incluso de que nos pusiéramos en marcha.

Thomas pensó en la batalla que habían tenido con los laceradores dentro del Laberinto. Había sido como Vince acababa de describir. Se estremeció ante el recuerdo, pero seguro que era mejor que enfrentarse a auténticas armas. Y si funcionaba, tendrían una oportunidad. Un torrente de entusiasmo le sacudió.

—¿Y cómo vais a hacerlo?

Vince hizo una pausa.

—Tenemos tres icebergs. Vamos a entrar con unas ochenta personas, las más fuertes que encontremos de nuestro grupo. Entregaremos los inmunes a nuestro contacto dentro de CRUEL, colocaremos el dispositivo (eso será lo más complicado) y, cuando haga su función, abriremos un agujero en la pared para que entre el resto. En cuanto nos hagamos con el control de las instalaciones, Charlotte nos ayudará a que funcionen otra vez las armas suficientes como para seguir con el control. Lo conseguiremos o todos moriremos en el intento. Volaremos por los aires el sitio si hace falta.

Thomas lo asimiló. Su grupo podía ser inestimable en un asalto como aquel. Sobre todo con aquellos que tenían la memoria intacta. Conocían la distribución del complejo de CRUEL.

Vince continuó; pareció haberle leído la mente:

—Si lo que ha dicho Gally es cierto, tú y tus amigos seréis una gran ayuda para nuestro plan, puesto que algunos conocéis las instalaciones por dentro y por fuera. Y todos los cuerpos extra cuentan. No me importa la edad que tengáis.

—También tenemos un iceberg —añadió Brenda—. A menos que los raros lo hayan hecho pedazos. Está justo en la muralla de Denver, en el lado noroeste. El piloto está con nuestros otros amigos.

—¿Dónde tenéis los icebergs? —quiso saber Thomas.

Vince movió la mano hacia la parte trasera de la sala.

—Por ahí. Están en lugar seguro; todo está cerrado. Nos encantaría tener una o dos semanas más para prepararnos, pero no nos queda otra opción. El dispositivo de Charlotte está preparado. Puede pasar otro día para que compartáis con los demás lo que sabéis, organizar las preparaciones finales, pero luego tendremos que ponernos en marcha. No hay razón para hacer que suene más sofisticado. Nos limitaremos a entrar y a hacerlo.

Al oírle decirlo así, a Thomas le dio la impresión de que era aún más real.

—¿Estás seguro?

—Chico, escúchame —dijo Vince, serio—. Durante años, de lo que único que hemos oído hablar es de la misión de CRUEL. Cómo cada centavo, cada hombre, cada mujer, cada recurso…, cómo todo tenía que ser dedicado a la causa de encontrar una cura al Destello. Nos dijeron que encontrarían inmunes y, si podíamos averiguar por qué sus cerebros no sucumbían al virus, ¡el mundo entero se salvaría! Mientras tanto, las ciudades se desmoronaban; la educación, la seguridad, la medicina para cualquier otra enfermedad del hombre, la caridad, la ayuda humanitaria… Todo el mundo se va a la mierda para que CRUEL pueda hacer lo que quiera.

—Lo sé —dijo Thomas—. Lo sé muy bien.

Vince no podía parar de verter los pensamientos que evidentemente llevaban años arremolinándose en su cabeza:

—Podríamos haber detenido la propagación del virus mucho mejor de lo que hemos curado la enfermedad. Pero CRUEL se quedó con todo el dinero y las mejores personas. No sólo eso, nos dieron falsas esperanzas y nadie tuvo el suficiente cuidado. Creían que al final la cura mágica les salvaría. Pero si esperamos más, nos quedaremos sin gente a la que salvar.

Vince parecía cansado. La sala se quedó en silencio mientras permanecía sentado, con la vista clavada en Thomas, a la espera de una reacción. Pero él no podía rebatir sus palabras. Finalmente, el hombre volvió a hablar:

—La gente que venda a los inmunes podrá colocar el dispositivo en cuanto estén dentro, pero sería mucho más fácil si ya estuviera colocado cuando llegáramos. Al contar con los inmunes, podremos entrar en espacio aéreo y tendremos permiso para aterrizar, pero… —enarcó las cejas mirándole, como si quisiera que él mismo afirmara lo obvio.

Thomas asintió.

—Ahí es donde entro yo.

—Sí —convino Vince, sonriendo—, creo que ahí es donde entras.