Capítulo 47

Minho apuntó al techo con su arma y disparó, para sobresalto de Thomas. El ruido de la multitud disminuyó hasta convertirse en silencio.

No hizo falta que Minho dijera una palabra. Le hizo un gesto a la mujer para que hablara.

—Ahí fuera es una locura. Todo ha pasado muy deprisa. Es como si hubieran estado escondidos o esperando alguna señal. Esta mañana vencieron a la policía y abrieron las puertas. Algunos raros del Palacio se les han unido. Ahora están por todas partes —hizo una pausa y se tomó un tiempo para mirar a algunas personas a los ojos—. Os prometo que no quiero salir ahí y también que somos los buenos. No sé qué ha planeado el Brazo Derecho, pero sí sé que una parte incluye sacarnos a todos de Denver.

—Entonces, ¿por qué nos tratáis como prisioneros? —gritó alguien.

—Tan sólo hago aquello para lo que me contrataron —volvió a centrar su atención en Thomas y continuó—: Creo que es una idea estúpida salir de aquí; pero, como he dicho, si vais a hacerlo, no podéis llevaros más que a un par de personas. Esos raros localizarán a un grupo grande de carne fresca andante y todo habrá acabado. Con armas o sin ellas. Y al jefe no le va a hacer gracia que aparezca una muchedumbre. Si nuestros guardias ven una furgoneta llena de gente, puede que empiecen a disparar.

—Iremos Brenda y yo —contestó Thomas. Ni siquiera sabía lo que iba a decir hasta que salió de su boca.

—Ni hablar —Minho negó con la cabeza—. Iremos tú y yo.

Minho sería un lastre; tenía muy mal genio. Brenda pensaba antes de actuar y eso era lo que necesitaban para salir vivos de aquella. Además, no quería perderla de vista, así de sencillo.

—Ella y yo. Nos las apañamos bastante bien en la Quemadura. Podemos hacerlo.

—¡Ni hablar, tío! —Thomas podía jurar que su amigo se sentía herido—. No deberíamos separarnos. Deberíamos ir los cuatro, será más seguro.

—Minho, necesitamos que alguien se quede aquí vigilando —repuso, y lo decía de verdad. Había una sala entera llena de personas que podían ayudarles a acabar con CRUEL—. Odio decirlo, pero ¿y si nos pasa algo? Quedaos aquí y aseguraos de que nuestros planes se llevan a cabo. Tienen a Fritanga, Minho. Quién sabe a quién más. Una vez dijiste que yo debía ser el guardián de los corredores. Bueno, déjame desempeñar hoy ese papel. Confía en mí. Como ha dicho la señora, cuantos menos seamos, más posibilidades tendremos de pasar desapercibidos —miró a su amigo a los ojos y esperó una respuesta.

Minho se quedó callado un buen rato.

—Muy bien —dijo por fin—. Pero si mueres, no me alegraré.

—Bien —asintió Thomas. No se había dado cuenta de lo importante que era que Minho siguiera creyendo en él. En parte, le dio el valor necesario para hacer lo que tenía que hacer.

El hombre que había dicho que podía llevarles hasta el jefe resultó ser quien les guio. Se llamaba Lawrence y, a pesar de lo que les esperaba fuera, parecía ansioso por salir de aquella sala repleta de personas furiosas. Abrió el portón y les hizo un gesto a Thomas y Brenda para que le siguieran. Thomas llevaba la pistola y Brenda, el lanzagranadas.

El grupo volvió a recorrer el largo pasillo y Lawrence se detuvo en la salida del edificio. La tenue luz que procedía del techo iluminó su rostro y Thomas vio que estaba preocupado.

—Vale, tenemos que tomar una decisión. Si vamos a pie, tardaremos un par de horas, pero tenemos más posibilidades de avanzar por las calles. A pie nos podremos esconder con más facilidad que si cogemos la furgoneta. Con la furgoneta iremos más rápido, pero nos verán seguro.

—Velocidad o sigilo —dijo Thomas, y miró a Brenda—. ¿Qué opinas?

—La furgoneta —contestó.

—Sí —convino él. No podía quitarse de la cabeza la imagen del día anterior del raro con la cara ensangrentada—. La idea de salir ahí fuera a pie me da un miedo de muerte. Está claro, la furgoneta.

Lawrence asintió.

—Vale, pues la furgoneta. Ahora mantened la boca cerrada y preparad esas armas. Lo primero que debemos hacer es llegar al vehículo y cerrar las puertas. Está justo al otro lado. ¿Listos?

Thomas miró a Brenda con las cejas arqueadas y ambos asintieron. Más listos que nunca.

Lawrence sacó un montón de tarjetas de su bolsillo y desbloqueó todos los seguros del muro. Agarró las tarjetas y presionó con el cuerpo la puerta, que se abrió lentamente. Fuera estaba a oscuras y lo único que emitía luz era una farola. Thomas se preguntó cuánto tiempo aguantaría la electricidad antes de que dejara de funcionar, como todo al final. Denver podía morir en cuestión de días.

Vio la furgoneta aparcada en un estrecho callejón, a unos seis metros de distancia. Lawrence asomó la cabeza, miró a izquierda y derecha y luego volvió a meterla.

—Parece despejado. Vamos.

Los tres salieron con sigilo; Thomas y Brenda corrieron a la furgoneta mientras Lawrence aseguraba la puerta que acababan de cruzar. Thomas se sentía con las pilas cargadas. La ansiedad le hacía mirar a ambos lados de la calle, seguro de que vería aparecer a un raro en cualquier momento. Pero, aunque oía el lejano sonido de una risa maniaca, el lugar estaba desierto.

Las cerraduras de la furgoneta se desbloquearon, Brenda abrió la puerta y entró justo al mismo tiempo que Lawrence. Thomas se subió con ellos a la parte delantera y cerró la puerta. De inmediato, Lawrence cerró el coche y puso en marcha el motor. Estaba a punto de acelerar cuando se oyó un estruendo encima de sus cabezas y el vehículo se sacudió con un par de golpazos. Después, silencio. Luego, el sonido sordo de una tos.

Alguien había saltado al techo de la furgoneta.