Thomas luchó desesperadamente y se esforzó por recobrar el control de sus músculos, pero algo extraño se había apoderado de su cuerpo.
—¡Thomas, te tienen! —gritó Brenda—. ¡Resiste!
Observó, impotente, como su propia mano apartaba la cara de la chica y la tiraba al suelo. Jorge fue a protegerla, pero le dio un puñetazo en la barbilla con un golpe rápido. La cabeza de Jorge rebotó hacia atrás y un hilo de sangre manó de sus labios.
De nuevo salieron de Thomas unas palabras que no eran suyas:
—¡No puedo… dejaros… hacer esto!
Para entonces estaba gritando y el esfuerzo le dañaba la garganta. Era como si su cerebro hubiese sido programado con esa única frase y no pudiera decir nada más.
Brenda se había vuelto a poner de pie. Minho estaba aturdido, con la cara llena de confusión. Jorge se estaba limpiando la sangre de la barbilla y sus ojos reflejaban ira.
Y entonces recobró un recuerdo, algo de un programa infalible de su implante para evitar que lo extrajeran. Quería decirles a sus amigos que le sedaran, pero no podía. Comenzó a avanzar hacia la puerta a pasos agigantados y apartó a Minho de su camino con un empujón. Pasó medio tambaleándose por la barra de la cocina y cogió un cuchillo que había junto al fregadero. Lo agarró por el mango y, cuanto más intentaba tirarlo, más se cerraban sus dedos.
—¡Thomas! —gritó Minho al salir por fin de su estupor—. ¡Resiste, tío! ¡Saca a esa fuca gente de tu cabeza!
Thomas se volvió para mirarle, con el cuchillo levantado. Se odiaba a sí mismo por ser tan débil, por no ser capaz de controlar su cuerpo. Una vez más, intentó hablar, pero nada. Su cuerpo haría ahora todo lo posible por evitar que le extrajeran el implante de la cabeza.
—¿Vas a matarme, gilipullo? —preguntó Minho—. ¿Vas a lanzarme esa cosa como Gally a Chuck? Pues hazlo. Lánzalo.
Por un segundo, Thomas temió que eso fuera exactamente lo que iba a hacer, pero su cuerpo se dio la vuelta para mirar en dirección contraria. Mientras lo hacía, Hans cruzó la puerta y abrió los ojos como platos. Thomas supuso que Hans era su objetivo principal y que el programa infalible atacaría a todo aquel que intentara quitar el implante.
—¿Qué coño es esto? —preguntó Hans.
—No puedo… dejar… que hagáis esto —contestó Thomas.
—Ah, me temía algo así —murmuró Hans y se volvió hacia el grupo—. ¡Chicos, venid aquí a ayudarme!
Thomas se imaginó el funcionamiento interno del mecanismo en su cerebro como minúsculos instrumentos manejados por arañas minúsculas. Luchó contra ellos y apretó los dientes, pero empezó a levantar el brazo con el cuchillo bien agarrado en su puño.
—No pue…
Antes de que pudiera terminar, alguien le golpeó por la espalda y le quitó el cuchillo de la mano. Cayó al suelo y se dio la vuelta para ver a Minho.
—No voy a dejar que mates a nadie —dijo su amigo.
—¡Apártate de mí! —gritó, sin estar seguro de si eran sus propias palabras o las de CRUEL.
Pero Minho apretaba sus brazos contra el suelo. Se cernía sobre él y jadeaba para recuperar el aliento.
—No voy a soltarte hasta que dejen de controlar tu mente.
Thomas quiso sonreír, pero su rostro no podía obedecer aquella simple orden. Notaba tensos todos sus músculos.
—No parará hasta que Hans lo arregle —dijo Brenda—. ¿Hans?
El hombre mayor se arrodilló junto a Thomas y Minho.
—No puedo creer que trabajara alguna vez para esa gente. Para ti —casi escupió la última palabra, mirando directamente a Thomas.
Este observaba todo aquello, impotente. En su interior ansiaba relajarse para ayudar a Hans a hacer lo que fuera necesario. Entonces algo se encendió e hizo que la parte superior de su cuerpo se arqueara. Dio unas cuantas sacudidas y luchó por soltarse. Minho empujó hacia abajo y trató de colocar las piernas para sentarse sobre él otra vez, pero lo que controlaba a Thomas parecía despedir adrenalina en su interior. Su fuerza superaba la de Minho, que salió disparado.
Thomas se puso de pie en un instante, cogió el cuchillo del suelo y lo dirigió hacia Hans, arremetiendo con la hoja. El hombre lo desvió con el antebrazo, donde apareció un corte profundo y rojo cuando ambos chocaron y rodaron por el suelo, luchando. Thomas hizo todo lo posible para detenerse, pero el cuchillo seguía atacando al tiempo que Hans lo esquivaba.
—¡Atrapadle! —gritó Brenda desde algún lugar cercano.
Thomas vio aparecer unas manos y notó que le agarraban los brazos. Alguien le cogió del pelo y tiró hacia atrás. Thomas gritó, desesperado, y cortó a ciegas con el cuchillo. Entonces sintió un gran alivio: Jorge y Minho habían conseguido controlarle y le estaban apartando de Hans. Cayó de espaldas y dejó de sujetar el cuchillo; oyó cómo repiqueteaba sobre las baldosas mientras alguien le daba una patada para lanzarlo al otro lado de la cocina.
—¡No puedo dejaros hacer esto! —gritó. Se odiaba a sí mismo aunque sabía que no podía controlarse.
—¡Cállate —espetó Minho mientras Jorge y él luchaban contra sus intentos por soltarse—, tío loco! ¡Te están volviendo loco!
Thomas se moría por decirle a Minho que tenía razón. No se creía de verdad lo que estaba diciendo.
Minho se dio la vuelta y le gritó a Hans:
—¡Quítale eso de la cabeza!
—¡No! —gritó Thomas—. ¡No!
Se retorció y sacudió los brazos, luchó con una fuerza feroz, pero los otros cuatro también demostraron tenerla. De alguna manera, terminaron aferrándolo por cada una de las extremidades, lo levantaron del suelo y lo sacaron de la cocina para llevarlo a un corto pasillo, que recorrieron mientras él pataleaba y se retorcía, tirando de las paredes varias fotografías enmarcadas. A continuación se oyó el sonido de unos cristales rotos.
Thomas gritó una vez, luego otra y otra. No le quedaba energía para resistirse a las fuerzas internas. Su cuerpo luchaba contra Minho y los demás y decía lo que CRUEL quería que dijera. Se había rendido.
—¡Por aquí! —gritó Hans.
Entraron a una pequeña habitación, un estrecho laboratorio con dos mesas llenas de instrumentos y una cama. Una versión de aspecto rudimentario de la máscara que habían visto en CRUEL colgaba sobre un colchón vacío.
—¡Ponedle en la cama! —gritó Hans. Le colocaron bocarriba y él continuó luchando—. Coged la pierna que sujetaba yo. Tengo que dejarle sin conocimiento.
Minho, que había estado aferrando la otra pierna, ahora agarraba ambas y usaba su cuerpo para pegarlas a la cama. De inmediato, Thomas recordó cuando Newt y él hicieron lo mismo con Alby después de que despertara tras el Cambio en la Hacienda del Claro.
Hans rebuscó con estrépito en un cajón y después volvió.
—¡Mantenedle lo más quieto posible!
Por última vez, Thomas se esforzó por soltarse y gritó a pulmón abierto. Consiguió liberar el brazo que le aguantaba Brenda y le dio un puñetazo a Jorge en la cara.
—¡Basta! —gritó la chica mientras trataba de agarrarle.
Él volvió a arquear el torso.
—¡No puedo… dejaros hacer esto!
Nunca había sentido tanta frustración.
—¡Mantenedle inmóvil, maldita sea! —gritó Hans.
De algún modo, Brenda logró sujetarle el brazo de nuevo y lo aplastó con el torso.
Thomas notó un fuerte pinchazo en la pierna. Era extraño estar luchando contra algo tan violentamente y, aun así, desear que sucediera. Cuando la oscuridad comenzó a envolverle y su cuerpo se quedó quieto, por fin recuperó el control de sí mismo. En el último segundo dijo:
—Odio a esos cara fucos.
Y luego perdió el conocimiento.