Brenda se levantó.
—Nos marchamos. Ya. Vamos.
Jorge y Minho se pusieron de pie y Thomas les imitó; sabía que Brenda estaba en lo cierto. Encontrar a Hans era su prioridad: tenía que sacarles de la cabeza el dispositivo de rastreo y, si le perseguían, debían dar con él antes.
—Gally, ¿nos juras que todo lo que has dicho es verdad?
—Hasta el último detalle —el clariano no se había movido de su posición en el suelo—. El Brazo Derecho quiere actuar. Están planeando algo mientras hablamos, aunque necesitan información de CRUEL. Y ¿quién mejor que vosotros para dárnosla? Si consiguiéramos a Teresa y los demás, sería aún mejor. Cuantos más, mejor.
Thomas decidió confiar en Gally. Puede que nunca se hubieran caído bien, pero tenían el mismo enemigo, lo que les situaba en el mismo equipo.
—¿Qué hacemos si queremos unirnos? —preguntó al final—. ¿Volvemos aquí? ¿Vamos a otro sitio?
Gally sonrió.
—Volved aquí. Estaré por aquí a cualquier hora antes de las nueve de la mañana durante una semana más. No creo que hagamos ningún movimiento hasta entonces.
—¿Movimiento? —a Thomas le picaba la curiosidad.
—Ya te he contado suficiente. Si quieres más, vuelve. Estaré aquí.
Asintió y extendió la mano. Gally se la estrechó.
—No te echo la culpa de nada —dijo Thomas—. Viste lo que hice para CRUEL cuando pasaste por el Cambio; yo tampoco habría confiado en mí. Y sé que no querías matar a Chuck. Aunque no voy a abrazarte cada vez que te vea.
—El sentimiento es mutuo.
Brenda ya estaba en la puerta esperándole cuando se dio la vuelta para marcharse. Antes de que se fuera, Gally le apretó el codo.
—Se nos agota el tiempo. Pero podemos hacer algo.
—Volveremos —prometió él, y siguió a sus amigos.
El miedo hacia lo desconocido ya no le controlaba. La esperanza se había abierto camino y arraigaba.
No encontraron a Hans hasta el día siguiente.
Jorge los llevó a un motel barato después de comprar algo de ropa y comida, y Thomas y Minho usaron la sala de ordenadores para buscar en Netblock mientras Jorge y Brenda hacían un montón de llamadas a personas de las que Thomas nunca había oído hablar.
Tras horas de trabajo, por fin encontraron una dirección a través de alguien que Jorge llamaba «un amigo de un amigo del enemigo de un enemigo». Pero para entonces ya se había hecho de noche.
Thomas y Minho durmieron en el suelo, mientras que los otros dos se tumbaron en las camas.
A la mañana siguiente se ducharon, comieron y se pusieron la ropa nueva. Luego cogieron un taxi y fueron directos al lugar donde les habían dicho que vivía Hans, un edificio de apartamentos que apenas tenía mejor aspecto que el de Gally. Subieron al cuarto piso y llamaron a una puerta gris de metal. La mujer que respondió no dejaba de decir que no conocía a ningún Hans, pero Jorge siguió insistiendo. Luego, un hombre de pelo canoso y mandíbula ancha se asomó por encima de su hombro.
—Déjalos entrar —ordenó con voz áspera.
Un minuto más tarde, Thomas y sus tres amigos estaban en una cocina, sentados alrededor de una mesa desvencijada y concentrados en Hans, un hombre de carácter brusco y frío.
—Me alegra ver que estás bien, Brenda —observó—. También tú, Jorge. Pero no estoy de humor para ponernos al día. ¿Por qué no me decís qué queréis?
—Creo que ya sabes el motivo principal de nuestra visita —contestó Brenda, y señaló con la cabeza a Thomas y Minho—. Pero también hemos oído que CRUEL le ha puesto precio a tu cabeza. Tenemos que darnos prisa en hacerlo y luego tienes que salir de aquí.
Hans pareció quitarle importancia a la última parte y miró a sus dos clientes potenciales.
—Todavía tenéis los implantes, ¿no?
Thomas asintió, nervioso, pero decidido a acabar con aquello.
—Sólo quiero que me quiten el dispositivo de control. No quiero recuperar la memoria. Y antes quiero saber en qué consiste la operación.
Hans torció el gesto, indignado.
—¿Qué tonterías son esas? ¿Qué clase de cobarde pusilánime has traído a mi casa, Brenda?
—No soy un cobarde —replicó Thomas antes de que ella pudiera responder—. Es que he tenido mucha gente toqueteando mi cabeza.
Hans levantó las manos y después golpeó la mesa.
—¿Quién ha dicho que voy a hacerte algo en la cabeza? ¿Quién ha dicho que me gustas lo suficiente para hacerlo?
—¿Hay alguien simpático en Denver? —murmuró Minho.
—Tíos, os quedan tres segundos para que os eche de mi apartamento.
—¡Que todo el mundo se calle un momento! —gritó Brenda. Se inclinó hacia Hans y le habló en voz más baja—: Escucha, esto es importante. Thomas es importante y CRUEL hará cualquier cosa para echarle el guante. No podemos arriesgarnos a que se acerquen lo suficiente para empezar a controlarles a él y a Minho.
Hans fulminó a Thomas con la mirada y lo examinó como un científico analiza un espécimen.
—A mí no me parece tan importante —negó con la cabeza y se levantó—. Dame cinco minutos para prepararme —dijo, y desapareció por una puerta lateral sin dar más explicaciones.
Thomas se preguntó si el hombre le habría reconocido, si sabría lo que había hecho para CRUEL antes de llegar al Laberinto.
Brenda se recostó en la silla y dejó escapar un suspiro.
—No ha ido tan mal.
«Ya —pensó él—, la peor parte viene ahora». Le aliviaba que Hans fuera a ayudarles, pero, al mirar a su alrededor, sus nervios se acrecentaron. Estaba a punto de dejar que un desconocido juguetera con su cerebro en un viejo y sucio apartamento.
Minho se rio por lo bajo.
—Pareces asustado, Tommy.
—No olvides, muchacho —dijo Jorge—, que tú también vas a hacerlo. Ese abuelo canoso ha dicho cinco minutos, así que preparaos.
—Cuanto antes, mejor —contestó Minho.
Thomas apoyó los codos en la mesa y la cabeza, que había empezado a dolerle, en las manos.
—¿Thomas? —susurró Brenda—. ¿Estás bien?
Él alzó la vista.
—Necesito…
Las palabras se le atascaron en la garganta cuando un fuerte dolor descendió por su columna vertebral. Pero se fue tan rápido como había llegado. Se incorporó en la silla, asustado; luego un espasmo envaró sus brazos y le sacudió las piernas, retorciendo su cuerpo hasta que separó la silla de la mesa y cayó al suelo, agitándose. Gritó cuando su espalda tocó las duras baldosas y se esforzó por controlar las extremidades que se movían bruscamente. Pero no pudo. Sus pies dieron contra el suelo y las espinillas golpearon las patas de la mesa.
—¡Thomas! —chilló Brenda—. ¿Qué pasa?
A pesar de la pérdida de control total de su cuerpo, Thomas tenía la mente despejada. Por el rabillo del ojo vio que Minho estaba a su lado en el suelo, intentando calmarlo, y que Jorge se hallaba paralizado, con los ojos de par en par.
Intentó hablar, pero de su boca sólo salió baba.
—¿Me oyes? —gritó Brenda, inclinada sobre él—. ¡Thomas, qué pasa!
Entonces, de pronto sus extremidades dejaron de sacudirse, las piernas quedaron rectas, descansando, y los brazos cayeron sin fuerzas a ambos lados de su cuerpo. No podía moverlos. Hizo un gran esfuerzo, pero no pasó nada. Volvió a intentar hablar, pero las palabras no se formaban.
La expresión de Brenda cambió a algo parecido al terror.
—¿Thomas?
No sabía cómo, pero su cuerpo empezó a moverse aunque él no lo ordenaba. Sus brazos y piernas cambiaron de posición y comenzó a levantarse. Era como si fuese una marioneta. Trató de gritar, pero no pudo.
—¿Estás bien? —exclamó Minho.
El pánico se apoderó de Thomas mientras seguía haciendo cosas en contra de su voluntad. Giró la cabeza y luego se volvió hacia la puerta por la que su anfitrión había desaparecido. Unas palabras salieron de su boca, pero no tenía ni idea de dónde procedían:
—No puedo… dejaros… hacer esto.