Capítulo 22

Thomas decidió que era hora de contar a los demás los sueños que tenía, que sospechaba que eran recuerdos que estaba recuperando.

Cuando se sentaron para la segunda Reunión del día, les hizo jurar que mantendrían la boca cerrada hasta que terminase y colocaron las sillas cerca de la cabina de mando del iceberg para que Jorge lo oyera todo. Entonces, Thomas empezó a contarles los sueños que había tenido, recuerdos de su infancia, cuando CRUEL se lo llevó al descubrir que era inmune, su entrenamiento con Teresa y demás. Una vez que acabó de relatar todo lo que recordaba, guardó silencio, a la espera de una reacción.

—No sé qué tiene que ver eso con nada —dijo Minho—; sólo me hace odiar a CRUEL aún más. Menos mal que nos fuimos… y espero no tener que volver a ver la fuca cara de Teresa nunca más.

Newt, que había estado irritable y distante, habló por primera vez desde que se reunieron:

—Brenda es una maldita princesa comparada con esa sabelotodo.

—Um… ¿Gracias? —respondió Brenda, y puso los ojos en blanco.

—¿Cuándo cambiaste? —soltó Minho.

—¿Eh?

—¿Cuándo se te fue la fuca olla para volverte tan en contra de CRUEL? Has trabajado para ellos, hiciste todo lo que querían que hicieras en la Quemadura. Estabas dispuesta a ayudarles a ponernos esa máscara para volver a engañarnos. ¿Cuándo y por qué te pusiste de nuestro lado?

Brenda suspiró; parecía cansada, pero sus palabras tenían un deje iracundo:

—Nunca he estado de su parte. Nunca. Nunca he estado de acuerdo con su manera de funcionar, pero ¿qué podía hacer yo sola? Ni siquiera con Jorge. Hice lo que tuve que hacer para sobrevivir; pero luego atravesé la Quemadura con vosotros y me di cuenta…, bueno, me di cuenta de que teníamos una oportunidad.

Thomas quería cambiar de tema:

—Brenda, ¿crees que CRUEL empezará a obligarnos a hacer cosas? ¿Nos liará, nos manipulará o lo que sea?

—Por eso tenemos que encontrar a Hans —se encogió de hombros—. Yo tan sólo puedo suponer lo que os harán. Siempre que les he visto controlar a alguien con el dispositivo que tenía en el cerebro, esa persona estaba cerca y sometida a observación. Puesto que estáis huyendo y no tienen manera de ver lo que estáis haciendo exactamente, puede que no quieran arriesgarse.

—¿Por qué no? —preguntó Newt—. ¿Por qué no hacen que nos apuñalemos en una pierna o que nos encadenemos a una silla hasta que nos encuentren?

—Como he dicho, no están lo bastante cerca —respondió Brenda—. Es evidente que os necesitan, chicos. No pueden arriesgarse a que os hagáis daño o muráis. Me apuesto lo que sea a que tienen a todo tipo de personas detrás de vosotros. En cuanto estén lo bastante cerca para observar, es posible que empiecen a haceros cosas en la cabeza. Y tengo la impresión de que lo harán, y por eso llegar a Denver es indispensable.

Thomas ya se había decidido:

—Vamos a ir y punto. Y esperaremos cien años antes de volver a celebrar una reunión para hablar de estas cosas.

—Bien dicho —asintió Minho—. Estoy de acuerdo.

Dos de tres. Todos miraron a Newt.

—Soy un raro —dijo él—. No importa una clonc lo que piense.

—Podemos meterte en la ciudad —replicó Brenda, ignorándole—. Al menos, el tiempo suficiente para que Hans te quite eso de la cabeza. Tendremos que tener mucho cuidado y mantenerte alejado de…

Newt se levantó a toda velocidad y le dio un puñetazo a la pared que tenía detrás de la silla.

—En primer lugar, no importa si tengo esa cosa en mi cerebro; de todos modos, pasaré al puñetero Ido en breve. Y no quiero morir sabiendo que voy por una ciudad de gente sana propagando la infección.

Thomas recordó el sobre de su bolsillo; se había olvidado de él por completo hasta entonces. Movió los dedos para sacarlo y leerlo.

Nadie dijo nada. La expresión de Newt se ensombreció.

—Bueno, no os herniéis intentando convencerme —gruñó al final—. Todos sabemos que la elaborada cura de CRUEL no funcionará y tampoco quiero que lo haga. Menuda suerte vivir en esta clonc de planeta. Me quedaré en el iceberg mientras vais a la ciudad.

Se dio la vuelta y se alejó a zancadas para desaparecer al doblar la esquina del área común.

—No ha ido mal la cosa —masculló Minho—. Supongo que se ha acabado la Reunión —se levantó y siguió a su amigo.

Brenda frunció el entrecejo y se centró en Thomas.

—Estás…, estamos haciendo lo correcto.

—Yo ya no creo que haya nada correcto o incorrecto —dijo él, y notó la somnolencia de su voz. Lo único que quería era dormir—. Tan sólo algo horrible y algo no tan horrible.

Se levantó para unirse a los otros dos clarianos y palpó la nota en su bolsillo. Mientras se marchaba, se preguntó qué diría. ¿Cómo sabría cuándo había llegado el momento adecuado para abrirla?