Alguien agarró a Thomas por la espalda de su camiseta y tiró fuerte de él hacia la izquierda; tropezó y cayó detrás de una caja de carga justo cuando el sonido de un cristal haciéndose añicos y el chisporroteo de la electricidad inundaron el hangar. Varios arcos de luz amenazaron el cajón por encima y en derredor, chamuscando el aire. No habían ni pestañeado cuando unos disparos alcanzaron la madera.
—¿Quién los ha soltado? —gritó Minho.
—¡Creo que eso no importa ahora mismo! —respondió Newt.
El grupo se agachó todo lo que pudo, con los cuerpos bien pegados unos a otros. Parecía imposible defenderse desde aquella posición.
—Nos tendrán rodeados en cualquier momento —dijo Jorge—. ¡Hay que empezar a devolverles los disparos!
A pesar del violento ataque que se producía a su alrededor, aquella declaración sobresaltó a Thomas.
—Supongo que eso significa que estás con nosotros, ¿no?
El piloto miró a Brenda y se encogió de hombros.
—Si ella os ayuda, yo también. Y por si no te has dado cuenta, ¡están intentando matarme!
Una oleada de alivio superó el terror que sentía Thomas. Ahora tan sólo tenían que conseguir subir a uno de esos icebergs.
El ataque había cesado momentáneamente. Thomas oyó unos pies que se arrastraban y alguien que gritaba unas órdenes. Si querían aprovecharse, tenían que actuar rápido.
—¿Cómo lo hacemos? —le preguntó a Minho—. Ahora estás tú al mando.
Su amigo le miró con acritud, pero asintió secamente.
—Vale, yo dispararé a la derecha y Newt, a la izquierda. Thomas y Brenda, disparad por encima de la caja. Jorge, buscarás un lugar por el que podamos llegar a tu fuco iceberg. Dispara a cualquier cosa que se mueva o vaya de negro. Preparaos.
Thomas se arrodilló de cara a la caja, listo para ponerse de pie a la señal de Minho. Brenda estaba justo a su lado, con dos pistolas en vez de un lanzagranadas. Tenía la mirada encendida.
—¿Planeas matar a alguien? —inquirió Thomas.
—No. Apuntaré a las rodillas. Pero nunca se sabe, a lo mejor le doy a alguien más arriba por accidente.
Le dedicó una sonrisa; a Thomas cada vez le gustaba más.
—¡Vale! —gritó Minho—. ¡Ya!
Se colocaron en sus posiciones. Thomas se levantó, alzando el lanzagranadas por encima de la caja. Disparó sin arriesgarse a mirar muy bien y, en cuanto oyó explotar la granada, se puso a buscar un objetivo específico. Un hombre se estaba acercando a ellos poco a poco desde el otro extremo del hangar, y Thomas apuntó y disparó. La granada estalló en un rayo cuando alcanzó el pecho del hombre y le lanzó al suelo con un ataque de espasmos.
El aire estaba repleto de disparos y gritos, además de electricidad estática. Los guardias caían uno tras otro, agarrándose las heridas, la mayoría en las piernas, como Brenda había prometido. Otros echaron a correr en busca de refugio.
—¡Les estamos haciendo correr! —gritó Minho—. Pero no durará mucho. Lo más seguro es que no supieran que teníamos armas. Jorge, ¿dónde está tu iceberg?
—Es ese de ahí —Jorge señaló hacia la izquierda, en el otro extremo del hangar—. Esa es mi niña. No tardaré mucho en prepararla para volar.
Thomas se volvió hacia donde indicaba. La gran escotilla del iceberg, que le recordaba a cuando el grupo había escapado de la Quemadura, estaba abierta y apoyada en el suelo, a la espera de que los pasajeros subieran corriendo la pendiente de metal. Nada le había parecido nunca tan tentador.
Minho disparó otra granada.
—Vale. Primero que todo el mundo recargue; después, Newt y yo cubriremos a Thomas, Jorge y Brenda para que salgan corriendo hacia el iceberg. Jorge, lo pondrás en marcha mientras Thomas y Brenda nos cubren a nosotros desde el otro lado de la escotilla. ¿Os parece bien?
—¿Los lanzagranadas pueden dañar el iceberg? —preguntó Thomas al tiempo que todos se cargaban las armas y los bolsillos de munición adicional.
Jorge negó con la cabeza.
—No mucho. Esas bestias son más duras que un camello de la Quemadura. Si le dan a la nave en vez de a nosotros, mejor. ¡Vamos, muchachos!
—¡Pues venga, venga, venga! —gritó Minho sin avisar.
Él y Newt comenzaron a lanzar granadas como locos por todo el espacio abierto enfrente del iceberg.
Thomas notó que le subía la adrenalina. Brenda y él se colocaron a izquierda y derecha de Jorge y se alejaron a toda velocidad de la protección de la caja de carga. Una oleada de disparos llenó el aire, pero había tanta electricidad y humo que era imposible apuntar a nadie. Thomas disparó lo mejor que pudo mientras corría, igual que Brenda. Podía notar las balas pasando por su lado, fallando por muy poco. Las granadas explotaban en un estrépito de cristales y luz a ambos lados.
—¡Corred! —gritó Jorge.
Thomas aceleró el ritmo; las piernas le ardían. Unos rayos como dagas cruzaban el suelo en todas las direcciones, las balas sonaban al chocar contra las paredes metálicas del hangar, el humo giraba como dedos de niebla en sitios extraños; todo se hizo borroso cuando se concentró en el iceberg, que ahora tan sólo estaba a unos pasos de distancia.
Casi lo habían conseguido cuando una granada alcanzó la espalda de Brenda; la chica dio un grito y cayó de bruces al suelo de cemento a la vez que la electricidad se extendía como una telaraña por todo su cuerpo.
Thomas se detuvo tras un derrape y gritó su nombre; luego se echó al suelo para no ser un blanco fácil. Unos hilos de electricidad serpentearon por el cuerpo de Brenda y se redujeron a volutas humeantes cuando bajaron al suelo. Thomas estaba tumbado bocabajo a unos pasos de distancia, esquivando los rayos de calor blanco mientras buscaba un modo de llegar hasta ella.
Era evidente que Newt y Minho habían visto el desastroso giro de los acontecimientos y habían anulado el plan, puesto que corrían hacia él sin dejar de disparar. Jorge consiguió llegar al iceberg y desapareció por la escotilla, pero enseguida salió y comenzó a disparar una clase distinta de lanzagranadas que explotaban en llamaradas cuando entraban en contacto con algo. Varios guardias gritaron al empezar a arder y los demás retrocedieron un poco por la nueva amenaza.
Inquieto, Thomas esperó en el suelo junto a Brenda, maldiciendo su incapacidad para ayudar. Sabía que tenía que aguardar a que la electricidad disminuyera antes de agarrarla y arrastrarla hacia el iceberg, pero no sabía si quedaba tiempo. Se le había puesto la cara completamente blanca, le goteaba sangre de la nariz y un hilo de baba le salía de la boca al tiempo que sus extremidades se sacudían y el torso parecía rebotar en el suelo. Tenía los ojos abiertos de par en par debido a la impresión y el terror.
Newt y Minho llegaron hasta él y se tiraron al suelo.
—¡No! —gritó Thomas—. Marchaos al iceberg. Refugiaos detrás de la escotilla, esperad a que empecemos a movernos y luego cubridnos. Disparad como locos hasta que lleguemos allí.
—¡Ah, venga ya! —replicó Minho, y cogió a Brenda por los hombros. A Thomas se le cortó la respiración cuando su amigo hizo un gesto de dolor. Varios rayos irregulares se arqueaban en sus brazos. Pero la energía se había debilitado considerablemente y Minho pudo llevársela a rastras.
Thomas pasó los brazos por debajo de los hombros de Brenda y Newt la cogió por las piernas. Volvieron a dirigirse al iceberg. El hangar estaba sumido en el ruido, el humo y luces intermitentes. Una bala rozó la pierna de Thomas, que sintió mucho dolor y notó que comenzaba a sangrar. Un centímetro más y podría haberse quedado cojo de por vida o haberse desangrando hasta morir. Dejó escapar un grito de furia y se imaginó que todos los de negro eran el que le había disparado.
Le echó una mirada furtiva a Minho, cuyo rostro sólo denotaba esfuerzo por arrastrar a Brenda; entonces aprovechó la violenta oleada de adrenalina para arriesgarse, levantó su lanzagranadas con una mano y disparó a diestro y siniestro mientras usaba la otra para ayudar a arrastrar a Brenda por el suelo.
Llegaron al pie de la escotilla. De inmediato, Jorge tiró a un lado su arma y se deslizó por la rampa para coger uno de los brazos de Brenda. Thomas le soltó la camiseta y dejó que Minho y Jorge la subieran a la nave. Los talones de la chica golpeaban la moldura de agarre.
Newt volvió a disparar, soltando granadas a izquierda y derecha, hasta que se quedó sin munición. Thomas disparó una vez más y su lanzagranadas también se vació.
Los guardias del hangar sabían que se les acababa el tiempo, así que una horda echó a correr hacia la nave y abrieron fuego otra vez.
—¡Olvídate de recargar! —gritó Thomas—. ¡Vamos!
Newt se dio la vuelta y subió a toda prisa la rampa. Thomas iba justo detrás de él. Su cabeza había cruzado el umbral cuando algo le golpeó la espalda. Al instante sintió la abrasadora fuerza de múltiples rayos alcanzándole a la par. Cayó hacia atrás y dio vueltas hasta llegar al suelo del hangar, donde su cuerpo se convulsionó y todo se volvió negro.