Capítulo 17

Thomas se tambaleó uno o dos pasos a la izquierda y se aferró al pesado cajón. Durante todo ese tiempo, había pensado que quizá los raros habían atacado o que otro grupo se había infiltrado en CRUEL para llevarse a Teresa y los demás. Para rescatarlos, incluso.

Pero ¿Teresa había liderado una huida? ¿Habían conseguido escapar, someter a los guardias y salir volando en iceberg? ¿Sin ellos? Había muchos elementos en aquel escenario y ninguno encajaba.

—¡Cerrad el pico! —gritó Jorge por encima del barullo de preguntas que le hacían Minho y Newt, y Thomas volvió al presente—. Me estáis haciendo trizas la cabeza. Dejad de hablar… un minuto… y que alguien me ayude a levantarme.

Newt le agarró de la mano para ponerle de pie.

—Será mejor que empieces a contar lo que ha pasado, maldita sea. Desde el principio.

—Y date prisa —añadió Minho.

Jorge apoyó la espalda en la caja de madera y se cruzó de brazos; hacía muecas doloridas por cualquier movimiento.

—Mira, hermano, ya te he dicho que no sé mucho. Lo que he contado es lo que ha pasado. Mi cabeza está…

—Sí, lo pillamos —le interrumpió Minho—. Te duele la cabeza. Cuéntanos lo que sepas e iré a buscarte una fuca aspirina.

Jorge soltó una risita.

—Valientes palabras, chico. Si no recuerdo mal, tú eres el que tuvo que pedir perdón y suplicar por su vida en la Quemadura.

Minho frunció el ceño y se sonrojó.

—Bueno, es fácil hacerse el duro cuando tienes para protegerte a un puñado de lunáticos con cuchillos. Ahora la situación es un poco distinta.

—¡Parad ya! —les ordenó Brenda—. Todos estamos en el mismo bando.

—Pues sigue —dijo Newt—. Habla para saber de una puñetera vez lo que tenemos que hacer.

Thomas continuaba sorprendido. Estaba escuchando a Jorge, Newt y Minho, pero era como si lo viera en una pantalla, como si no ocurriera delante de él. Pensaba que Teresa no podía serle más indescifrable de lo que ya era. Y ahora aquello.

—Mira —dijo Jorge—, paso la mayoría del tiempo en este hangar, ¿vale? Empecé a oír gritos de todo tipo y advertencias, y luego las luces de alarma silenciosa comenzaron a parpadear. Salí para investigar y entonces fue cuando por poco me cortan la cabeza.

—Al menos así no te dolería —masculló Minho.

Jorge no oyó el comentario o lo ignoró.

—Luego las luces se apagaron y vine a toda prisa a buscar mi pistola. Lo siguiente que recuerdo es que Teresa y un puñado de sus amigas gamberras llegaron corriendo como si el mundo estuviera a punto de acabarse y se llevaron a Tommy para que pilotara el iceberg. Dejé caer mi pésima pistola cuando siete u ocho lanzagranadas me apuntaron al pecho; después les supliqué que esperaran, que me explicaran qué pasaba, pero una rubia me golpeó la frente con la culata de su pistola. Me desmayé y al despertarme vi vuestras caras feas mirándome y que el iceberg ya no estaba. Eso es todo lo que sé.

Thomas asimiló la información, pero se dio cuenta de que no importaban los detalles. Tan sólo destacaba una cosa de todo aquel asunto y no sólo le confundía, sino que le dolía afrontarlo.

—Han pasado de nosotros —murmuró—. No me lo puedo creer.

—¿Eh? —preguntó Minho.

—Habla más alto, Tommy —añadió Newt.

Thomas intercambio una larga mirada con ambos.

—Nos han dejado aquí. Al menos, nosotros volvimos a buscarlas. Nos han dejado aquí para que CRUEL haga lo que quiera con nosotros.

No respondieron, pero sus ojos revelaron que estaban pensando lo mismo.

—Quizá sí os buscaron —comentó Brenda— y no pudieron encontraros. O tal vez el tiroteo se complicó y tuvieron que marcharse.

Minho se rio al oír eso.

—¡Todos los guardias están atados en esa habitación de ahí atrás! Tuvieron muchísimo tiempo para ir a buscarnos. Ni de coña. Han pasado de nosotros.

—Fue a propósito —dijo Newt en voz baja.

A Thomas no le encajaba nada.

—Algo va mal. Teresa ha estado actuando últimamente como la fan número uno de CRUEL. ¿Por qué iba a escapar? Tiene que ser alguna especie de truco. Vamos, Brenda, me dijiste que no confiara en ellos. Tienes que saber algo. Habla.

Brenda negó con la cabeza.

—No sé nada de esto. Pero ¿por qué cuesta tanto creer que los otros sujetos hayan tenido la misma idea que nosotros? ¿Que quisieran escapar? Tan sólo lo hicieron mejor.

Minho hizo un sonido parecido al de un lobo gruñendo.

—Yo ahora mismo no me dedicaría a insultarnos. Y como vuelvas a usar la palabra «sujetos», te daré una piña sin importarme que seas una chica.

—Inténtalo —le advirtió Jorge—. Si la pegas, será lo último que hagas en tu vida.

—¿Podemos dejar un rato los juegos de macho? —Brenda puso los ojos en blanco—. Tenemos que averiguar lo que vamos a hacer ahora.

Thomas no podía quitarse de la cabeza lo mucho que le fastidiaba que Teresa y los demás —¡hasta Fritanga!— se hubieran marchado sin ellos. Si su grupo hubiera atado a todos los guardias, ¿no habrían buscado hasta encontrar a sus otros amigos? ¿Y por qué Teresa quería marcharse? ¿Sus recuerdos habían despertado algo que no se esperaba?

—No tenemos que averiguar nada —dijo Newt—. Salgamos de aquí y punto —señaló al iceberg.

Thomas no pudo estar más de acuerdo y se giró hacia Jorge.

—Tú eres piloto, ¿no? —le preguntó.

Este sonrió con suficiencia.

—Eso mismo, muchacho. Uno de los mejores.

—Entonces, ¿por qué te enviaron a la Quemadura? ¿No eras tan valioso?

Jorge miró a Brenda.

—Donde va Brenda, allí estoy yo. Y odio decirlo, pero ir a la Quemadura me pareció mejor que quedarme aquí. Me lo tomé como unas vacaciones, aunque resultó ser un poco más duro de lo que yo…

Comenzó a resonar una alarma, el mismo estruendo que antes. A Thomas le dio un vuelco el corazón. El ruido parecía más fuerte en el hangar que en el pasillo y retumbaba por las paredes y el techo.

Brenda miró con los ojos como platos a las puertas por las que habían entrado. Thomas se volvió para ver lo que había llamado su atención.

Al menos una docena de guardias vestidos de negro entraban por la abertura con las armas levantadas. Entonces empezaron a disparar.