Minho fue el primero en sugerir una explicación.
—Quizá sabían que pasaría algo así y no querían matarnos. Por lo visto, a menos que te den en la cabeza, esos lanzagranadas tan sólo te dejan un rato aturdido. De modo que vinieron a cogerlos para usarlos con las pistolas normales.
Brenda ya estaba negando con la cabeza antes de que terminara de hablar.
—No. Acostumbran a llevar los lanzagranadas todo el tiempo, así que no tiene sentido que hayan venido todos a la vez para coger uno nuevo. Podéis pensar lo que queráis de CRUEL, pero su objetivo no es matar el máximo número de personas posibles. Ni siquiera cuando se cuelan los raros.
—¿Ya han entrado aquí antes los raros? —preguntó Thomas.
Brenda asintió.
—Cuanto más infectados están, cuando más cerca se encuentran del Ido, más crece su desesperación. Dudo mucho que los guardias…
Minho la interrumpió:
—Quizás eso fue lo que sucedió. La alarma puede que se haya disparado porque han entrado unos raros, que se han llevado las armas que había aquí para dejar aturdida a la gente y luego comerse sus fucos cuerpos. ¡A lo mejor hemos visto pocos guardias porque el resto están muertos!
Thomas había visto a raros que habían traspasado el Ido, raros que habían vivido con el Destello durante tanto tiempo que les había corroído el cerebro hasta dejarlos totalmente locos. Casi como animales con forma humana.
Brenda suspiró.
—Odio tener que decirlo, pero creo que tienes razón —se quedó pensando un momento—. En serio. Eso lo explicaría: alguien ha venido aquí y se ha llevado un puñado de armas.
Un escalofrío recorrió el cuerpo de Thomas.
—En tal caso, nuestros problemas son mucho peores de lo que pensaba.
—Me alegro de ver que el chico que no es inmune al Destello no es el único al que le funciona el cerebro.
Thomas se volvió hacia Newt, que estaba junto a la puerta.
—La próxima vez explícate mejor en vez de actuar como un insolente —dijo Minho con una voz carente de compasión—. No creía que se te fuera tan rápido, pero me alegro de que hayas vuelto. Puede que necesitemos a un raro que olisquee a los otros raros, si es que han entrado aquí.
Thomas se estremeció ante aquel comentario hiriente y miró a Newt para ver cómo reaccionaba. A juzgar por su expresión, este no estaba contento.
—Nunca has sabido cuándo cerrar el pico, ¿verdad, Minho? Siempre tienes que decir la última maldita palabra.
—Cállate de una fuca vez —respondió él. Su voz sonó tan calmada que Thomas habría jurado que Minho también había perdido la cabeza. La tensión en la habitación era palpable.
Newt se acercó despacio a Minho y se detuvo ante él. Después, tan rápido como una serpiente cuando ataca, le dio un puñetazo en la cara. Minho se tambaleó hacia atrás y cayó en un estante vacío de armas. Entonces se abalanzó sobre Newt para tirarlo al suelo.
Todo pasó tan rápido que Thomas no podía creérselo. Corrió hacia ellos y tiró de la camiseta de Minho.
—¡Basta! —gritó, pero los dos clarianos continuaron dándose golpes y no se veían más que brazos y piernas por todos sitios.
Brenda se acercó para ayudar y al final entre ambos consiguieron levantar a Minho, cuyos puños seguían agitándose con violencia. Con un codo le dio sin querer en la barbilla a Thomas, que sintió que una oleada de ira le recorría el cuerpo.
—¡Mira que podéis ser estúpidos! —gritó Thomas, sujetando los brazos de Minho a su espalda—. Estamos huyendo de al menos un enemigo, tal vez dos, ¿y vosotros os ponéis a pelearos?
—¡Ha empezado él! —replicó Minho, salpicando con saliva a Brenda.
Ella se secó la cara.
—¿Tienes ocho años o qué? —espetó.
Minho no respondió. Se esforzó por soltarse unos segundos más antes de rendirse. Thomas estaba harto. No sabía qué era peor, que Newt pareciera estar ya volviéndose loco o que Minho, el que debería estar controlándose, actuara como un gilipullo.
Newt se puso de pie y tocó con cuidado el punto rojo en la mejilla donde Minho debía de haberle golpeado.
—Es culpa mía. Todo me cabrea. Tíos, pensad vosotros qué hacemos, yo necesito un puñetero respiro.
Y al decir eso, se dio la vuelta y volvió a salir de la habitación.
Thomas resopló por la frustración, soltó a Minho y se colocó bien la camiseta. No había tiempo para entretenerse con discusiones sin importancia. Si querían salir de allí, tenían que serenarse y trabajar en equipo.
—Minho, ve a buscar unos cuantos lanzagranadas más y coge un par de pistolas de esa estantería de ahí. Brenda, ¿puedes llenar una caja con la máxima munición posible? Yo iré a por Newt.
—Me parece bien —contestó la chica, que ya observaba en derredor.
Minho no dijo ni una palabra, tan sólo comenzó a buscar por los estantes.
Thomas salió al pasillo; Newt se había sentado en el suelo a unos seis metros y estaba apoyado con la espalda en la pared.
—No digas ni una maldita palabra —rezongó cuando su amigo se le acercó. «Empezamos bien», pensó Thomas—. Escucha, algo extraño está pasando. O CRUEL nos está poniendo a prueba o unos raros han entrado a este sitio para matar a todo con lo que se crucen. Sea lo que sea, tenemos que encontrar a nuestros amigos y salir de aquí.
—Ya —fue cuanto respondió—. Pues levántate y vuelve a entrar ahí para ayudarnos. Tú eras el que estaba frustrado, el que actuaba como si no tuviera tiempo de entretenerse. ¿Y ahora quieres sentarte aquí en el pasillo y ponerte de morros?
—Ya.
La misma respuesta.
Thomas no había visto nunca a Newt así; parecía totalmente descorazonado. Ante aquella reacción, una oleada de desesperanza le azotó.
—Todos nos estamos volviendo un poco loc… —Se calló, no podía haber dicho nada peor—. Quiero decir…
—Cierra el pico —dijo Newt—. Sé que algo ha empezado a ocurrirle a mi cerebro, no me encuentro bien. Pero descuida: si me das un segundo, me recuperaré. Os sacaremos de aquí y luego ya veré.
—¿A qué te refieres con «os sacaremos» de aquí?
—Bueno, saldremos de aquí, como quieras. Tan sólo dame un maldito minuto.
Era como si hiciese eones desde su vida en el Claro. Allí Newt siempre estaba tranquilo, sereno; y ahora se venía abajo. Daba la impresión de referirse a que no importaba si él escapaba o no mientras que el resto sí lo consiguiera.
—Muy bien —respondió Thomas. Se dio cuenta de que lo único que podía hacer era tratar a Newt como lo había hecho siempre—. Ya sabes que no podemos perder más tiempo. Brenda está cogiendo la munición; tendrás que ayudarla a cargar con ella hasta el hangar del iceberg.
—Vale —Newt se levantó enseguida—, pero antes tengo que ir a por una cosa. No tardaré mucho —empezó a alejarse, de vuelta a la recepción.
—¡Newt! —gritó Thomas, preguntándose qué demonios tramaba su amigo—. No seas tonto, tenemos que irnos. Y no debemos separarnos.
Pero Newt siguió caminando; ni siquiera se dio la vuelta para mirarle.
—¡Tú vete a por las cosas! No tardaré más que un par de minutos.
Thomas negó con la cabeza. No había nada que pudiera hacer o decir para recuperar al muchacho razonable que conocía. Giro sobre sus talones y se dirigió al almacén de armas.
Thomas, Minho y Brenda reunieron todo lo que podían llevar entre los tres. Thomas tenía un lanzagranadas atado a cada hombro además del que sujetaba en las manos. Se metió dos pistolas cargadas en los bolsillos delanteros y varios cargadores en los traseros. Minho había hecho lo mismo y Brenda llevaba una caja de cartón llena de granadas azuladas y más balas, con su lanzagranadas apoyado encima.
—Parece que pesa —dijo Thomas, señalando la caja—. ¿Quieres que…?
Brenda le interrumpió:
—Puedo arreglármelas hasta que Newt vuelva.
—A saber lo que trama —intervino Minho—. Nunca había actuado así. El Destello se le está comiendo ya el cerebro.
—Ha dicho que volvería pronto —Thomas estaba harto de la actitud de Minho. Tan sólo empeoraba las cosas—. Y ten cuidado con lo que dices delante de él: lo último que necesitamos es que vuelvas a picarle.
—¿Recuerdas lo que te dije en el camión, en la ciudad? —le preguntó Brenda a Thomas.
El repentino cambio de tema le sorprendió, y el hecho de que sacara a colación la Quemadura le sorprendió aún más, puesto que le recordaba que le había mentido.
—¿Qué? —inquirió—. ¿Me estás diciendo que algo de lo que dijiste era verdad?
Aquella noche se sintió muy cerca de ella. Se dio cuenta de que esperaba que la chica contestara afirmativamente.
—Siento haberte mentido sobre por qué estaba allí, Thomas. Y cuando te dije que sentía que el Destello afectaba mi mente. Pero el resto era cierto, lo juro —hizo una pausa y le miró con ojos suplicantes—. Bueno, hablamos de cómo los niveles superiores de actividad cerebral aceleraban el ritmo de la destrucción. Se llama la destrucción cognitiva. Por eso la droga, el Éxtasis, es tan popular entre la gente que puede permitírselo. El Éxtasis ralentiza la actividad cerebral y tardas más en volverte loco de remate. Pero es muy caro.
La idea de personas que no fueran parte de un experimento o vivieran en edificios abandonados, como había visto en la Quemadura, le parecía irreal.
—¿La gente sigue funcionando cuando está drogada? ¿Vive su vida, trabaja o lo que sea?
—La gente hace lo que tiene que hacer, pero está mucho más… relajada. Imagínate que eres un bombero: podrías estar rescatando a treinta niños de un incendio, pero no te pondrías nervioso si por el camino se te cayeran unos cuantos a las llamas.
El simple hecho de pensar en un mundo así aterrorizaba a Thomas.
—Es… enfermizo.
—Tendría que ponerme un poco de eso —masculló Minho.
—No entiendes lo que quiero decir —dijo Brenda—. Piensa el infierno por el que debe de estar pasando Newt, con todas las decisiones que debe tomar. No me extraña que el Destello actúe rápido. Se le ha estimulado demasiado, mucho más que a una persona media en su día a día.
Thomas suspiró, y aquella tristeza que había sentido antes volvió a apoderarse de él.
—Bueno, no podemos hacer nada hasta que lleguemos a un lugar más seguro.
—¿Hacer qué?
Se volvió para ver a Newt de nuevo en la puerta. Después cerró los ojos un momento y se calmó.
—Nada, no importa… ¿Adónde has ido?
—Tengo que hablar contigo, Tommy. Sólo contigo. Tan sólo será un segundo.
«¿Y ahora qué?», se preguntó Thomas.
—¿De qué va toda esta mierda? —soltó Minho.
—Relájate un poco. Tengo que darle una cosa a Tommy; a Tommy y a nadie más.
—Haz lo que quieras, venga —Minho se colocó bien las correas de los lanzagranadas en sus hombros—. Pero tenemos que darnos prisa.
Thomas salió al pasillo con Newt, muerto de miedo por lo que su amigo pudiera decir o lo loco que pudiera sonar. Los segundos pasaban.
Se alejaron unos pasos de la puerta antes de que Newt se detuviese y se girase para mirarle. Luego sacó un pequeño sobre cerrado.
—Métete esto en el bolsillo.
—¿Qué es? —lo cogió y le dio la vuelta. Estaba en blanco por fuera.
—Tú sólo guárdatelo en el bolsillo, maldita sea.
Thomas obedeció, confundido pero curioso.
—Ahora mírame a los ojos —ordenó Newt, y chascó los dedos.
A Thomas le dio un vuelco el corazón ante la angustia que percibió allí.
—¿Qué pasa?
—No hace falta que lo sepas ahora; no puedes saberlo. Pero tienes que hacerme una promesa. No es ninguna tontería.
—¿Qué?
—Tienes que jurarme que no leerás lo que hay dentro de ese maldito sobre hasta que llegue el momento adecuado.
Thomas no podía esperar a leerlo y empezó a sacarse el sobre del bolsillo, pero Newt le agarró el brazo para detenerle.
—¿Cuando llegue el momento adecuado? —preguntó—. ¿Cómo…?
—¡Lo sabrás, maldita sea! —respondió Newt antes de que terminara la pregunta—. Ahora, júramelo. ¡Júralo! —su cuerpo parecía temblar a cada palabra.
—¡Muy bien! —Thomas estaba más que preocupado por su amigo a aquellas alturas—. Juro que no lo leeré hasta que llegue el momento adecuado. Pero ¿por qué…?
—Vale —le interrumpió Newt—. Si rompes tu promesa, nunca te lo perdonaré.
Thomas quería sacudir a su amigo, golpear la pared por la frustración. Pero no lo hizo. Se quedó quieto mientras Newt se alejaba de él y volvía al depósito de armas.