Darlene recortó su fotografía del periódico y la puso en la mesa de la cocina. Vaya noche de estreno. En fin, por lo menos había conseguido publicidad.
Recogió su vestido de Harlett O’Hara del sofá y lo colgó en el armario, mientras la cacatúa la observaba y chillaba un poco desde su aro. Jones se había precipitado, sin duda, cuando descubrió que aquel hombre era un policía, llevándole directamente a aquel armario que había debajo de la barra. Ahora, los dos estaban sin trabajo. El Noche de Alegría estaba clausurado. Lana Lee estaba retirada de la circulación. Aquella Lana. Posando para fotos francesas. Por dinero era capaz de cualquier cosa.
Darlene contempló el aro dorado que había traído a casa la cacatúa. Lana había acertado en lo que había dicho. Aquel loco gordo era realmente el beso de la muerte. Qué mal trataba a su pobre mamá. Pobre señora.
Darlene se sentó a pensar en las posibilidades de trabajo que tenía. La cacatúa aleteó y chilló hasta que le puso el aro, su juguete favorito, en el pico. Luego, sonó el teléfono, y cuando lo descolgó, una voz de hombre dijo:
—Oiga, consiguió usted muchísima publicidad con lo de ayer. Mire, yo llevo un club en el 500 de Bourbon y…