Lana Lee hizo trizas el periódico y luego fue haciendo trizas los fragmentos. Cuando la matrona se detuvo junto a la celda para decirle que la limpiara, uno de los miembros del cuerpo auxiliar femenino, que compartían con Lana la celda, dijo a la matrona:
—Largúese. Nosotras somos las que vivimos aquí, nos gusta que haya papeles por el suelo. Largúese.
—Desaparezca —añadió Lee.
—Esfúmese —dijo Betty.
—Ya me encargaré yo de esta celda —contestó la matrona—. Ustedes cuatro han estado haciendo ruido desde que llegaron anoche.
—Sáqueme de este maldito agujero —chilló Lana Lee a la matrona—. No puedo aguantar ni un momento más con estos tres vampiros.
—Eh —dijo Frieda a sus dos compañeras de apartamento—. A esta muñeca no le gustamos.
—Es la gente como vosotras la que estropea el Barrio Francés —dijo Lana a Frieda.
—Cállate —le dijo Liz.
—Basta ya, queridas —dijo Betty.
—Sáqueme de aquí —gritó Lana, a través de las rejas—. He pasado una noche infernal con estos tres bichos. Tengo mis derechos. No pueden dejarme aquí.
La matrona le sonrió y se fue.
—¡Eh! —gritó Lana al fondo del pasillo—. Vuelva acá.
—Tómatelo con calma, queridita —aconsejó Frieda—. Deja de mover la barca. Ahora, ven acá y enséñanos esas fotos tuyas que tienes escondidas en el sostén.
—Sí —dijo Liz.
—Saca las fotos, muñeca —ordenó Betty—. Estoy cansada ya de mirar estas paredes espantosas.
Las tres sé lanzaron a la vez sobre Lana.