VII

Claude Robichaux miraba el periódico muy apesadumbrado en el tranvía que le llevaba al hospital. ¿Cómo podía aquel muchachote hacer sufrir así a una mujer tan dulce y delicada como Irene? Estaba tan pálida y tan agotada de las preocupaciones que le causaba aquel hijo. Santa tenía razón: a aquel hijo de Irene había que tratarlo antes de que causara más disgustos a su maravillosa madre.

Esta vez eran sólo veinte dólares. La próxima podría ser mucho más. Incluso con una buena pensión y algunas propiedades, uno no podía permitirse un hijastro así.

Pero lo peor de todo era el disgusto.