El patrullero Mancuso miró otra vez el periódico. Luego, lo sostuvo junto al pecho y chispeó el flash. Había llevado su cámara fotográfica a la comisaría y le había pedido al sargento que le fotografiase con un telón de fondo oficial: el escritorio del sargento, los escalones de la comisaría, un coche patrulla, una agente de tráfico especializada en los que excedían la velocidad máxima en zonas escolares.
Cuando ya sólo le quedaba una fotografía, el patrullero Mancuso decidió combinar dos de los decorados para un final dramático. Mientras la agente de tráfico, fingiéndose Lana Lee, subía a la parte de atrás del coche patrulla haciendo muecas y blandiendo un puño vengador, el patrullero Mancuso miraba a la cámara con el periódico, ceñudo y serio.
—Bueno, Angelo, ¿nada más? —preguntó la agente, deseosa de llegar a una escuela próxima antes de que terminara en la zona el período de velocidad limitada.
—Muchísimas gracias, Gladys —dijo el patrullero Mancuso—. Mis chicos querían unas fotos más para enseñar a sus amiguitos.
—Claro, claro —dijo Gladys, apresurándose, el bolso a rebosar de tacos de multas—. Tienen todo el derecho a estar orgullosos de su papá. Me alegro de haber podido ayudarte, querido. Si quieres hacer más fotos, no tienes más que decírmelo.
El sargento tiró el último flash en una papelera y posó la mano en el hombro vertical del patrullero Mancuso.
—Consiguió desbaratar usted solo la operación pornográfica más activa de la ciudad —luego aplicó una palmada al declive del omoplato del patrullero Mancuso y prosiguió—: Mancuso, precisamente usted habría de traernos a una mujer a la que no pudieron engañar siquiera nuestros mejores agentes secretos. Mancuso, según he sabido, ha estado trabajando en este caso fuera de servicio. Mancuso, puede identificar usted, al parecer, a uno de sus cómplices. ¿Quién ha sido el individuo que ha estado persiguiendo fuera de servicio, constantemente, a personajes como esas tres chicas e intentando su defunción? Mancuso, sólo Mancuso.
La piel aceitunada del patrullero Mancuso se ruborizó levemente, salvo en determinadas zonas arañadas por el cuerpo auxiliar femenino del Partido de la Paz. Allí la piel estaba simplemente roja.
—Ha sido sólo suerte —comentó el patrullero, carraspeando para librarse de una flema invisible—: Me dieron, una información, un soplo. Luego, ese Burma Jones me dijo que buscase en el armarito, debajo de la barra.
—Una redada hecha por un solo hombre, Angelo.
¿Angelo? El patrullero se convirtió en todo un espectro de matices del naranja al violeta.
—No me extrañaría que consiguiese un ascenso por esto —dijo el sargento—. Hace mucho ya que es usted patrullero. Y hace sólo un par de días yo le consideraba un mequetrefe. ¿Qué le parece eso? ¿Qué dice usted a eso, Mancuso?
El patrullero Mancuso carraspeó con mucha vehemencia.
—¿Puedo coger mi cámara? —preguntó, casi incoherentemente, una vez despejada la laringe.