Darlene estaba detrás de la barra echando agua en las botellas de licor a medio llenar.
—Mira, Darlene, escucha esto —ordenó Lana Lee, doblando el periódico y poniéndole encima el cenicero a modo de pisapapeles—. «Frieda Club, Betty Bumper y Liz Steele, todas de Calle St. Peter 796, fueron detenidas anoche en el Salón El Caballo, Calle Burgundi 570, acusadas de alterar el orden público. Según los funcionarios que las detuvieron, el incidente se inició cuando un individuo no identificado hizo una proposición a una de las mujeres. Sus dos compañeras se abalanzaron sobre dicho individuo, que huyó del local. Una de las detenidas, la apellidada Steele, arrojó un taburete al camarero, y las otras dos amenazaron a los clientes del establecimiento con otros taburetes y con botellas de cerveza rotas. Los clientes explicaron que el hombre que huyó llevaba zapatos de jugador de bolos.» ¿Qué te parece? Gente como ésta acaba con el barrio. Un tipo normal intenta ligar con uno de esos marimachos y las otras se lanzan a zurrarle. Antes era bonito y agradable andar por aquí. Ahora, sólo hay machorras y mariquitas. No es raro que vaya tan mal el negocio. No puedo soportar a las lesbianas, no puedo.
—Aquí sólo vienen ya policías vestidos de paisano —dijo Darlene—. ¿Cómo no ponen policías de paisano siguiendo a mujeres como ésas?
—Esto se está convirtiendo en una comisaría de mierda. Estoy montando aquí un espectáculo benéfico para la asociación de policías —dijo malhumorada Lana—. Un montón de espacio vacío y unos cuantos polis haciéndose señas. Y tengo que pasarme casi todo el tiempo vigilándote a ti para que no intentes venderles un trago.
—Bueno, Lana —dijo Darlene—. ¿Cómo voy a saber si un individuo es policía o no? Para mí, todo el mundo tiene el mismo aspecto. Y tengo que ganarme la vida.
—A los policías se les conoce por los ojos, Darlene. Están muy seguros de sí mismos. Yo llevo ya demasiado tiempo en este negocio. Localizo a un policía inmediatamente. Los billetes marcados, el disfraz. Si no puedes distinguirlos por los ojos, entonces fíjate en el dinero. Está lleno de marcas de lápiz y cosas por el estilo.
—¿Y cómo voy a ver el dinero? Aquí está tan oscuro que apenas puedo verles los ojos siquiera.
—Bueno, tendremos que hacer algo contigo. No quiero que estés ahí sentada en mis taburetes perdiendo el tiempo. Cualquier noche de éstas intentarás venderle un martini doble al jefe de policía.
—Entonces, déjame salir al escenario y bailar. Tengo un número sensacional.
—Oh, cállate ya —gritó Lana. Si Jones supiese que la policía viene aquí por la noche, entonces adiós, habría que prescindir de él—. Mira, Darlene, no le digas a Jones que se nos mete aquí de noche toda la fuerza pública. Ya sabes cómo son los negros con eso de la policía. Se asustaría y desaparecería. Yo, sabes, quiero ayudar a ese muchacho, sacarle de la calle.
—Está bien —dijo Darlene—. Pero yo no voy a poder ganar nada si tengo que tener tanto cuidado a que el tipo del taburete de al lado sea un policía. ¿Sabes lo que necesitamos aquí para ganar dinero?
—¿Qué? —preguntó Lana irritada.
—Lo que necesitamos aquí es un animal.
—¿Un qué? Dios santo.
—Yo no estoy dispuesto a limpia las cagaás de ningún animal —dijo Jones, golpeando ruidosamente con la escoba las patas de los taburetes de la barra.
—Ven aquí y limpia debajo de esos taburetes —le dijo Lana.
—¡Qué! ¡Cómo! ¿Acaso he dejao una mancha? ¿Queda alguna mota de polvo por ahí, eh?
—Mira en el periódico, Lana —dijo Darlene—. Casi todos los clubs de la calle se han conseguido un animal.
Lana buscó las páginas de espectáculos y entre la niebla de Jones repasó los anuncios de los clubs nocturnos.
—Bueno, la pequeña Darlene se va a dedicar al baile. Supongo que le gustaría convertirse en portero de este club, ¿qué le parece?
—No, madame.
—Bueno, bueno, ya cambiará de opinión —dijo Lana y recorrió con un dedo los anuncios—. Mira esto. En Jerry’s tienen una culebra, en el 104, unas palomas, un cachorro de tigre, un chimpancé…
—Y a esos sitios es adonde va la gente —dijo Darlene—. Hay que poner el negocio al día.
—Muchísimas gracias. Dado que es idea tuya, ¿tienes alguna sugerencia?
—Sugiero que votemos unánimemente en contra de convertí esto en un zoo —dijo Jones.
—Siga barriendo —dijo Lana.
—Podríamos utilizar mi cacatúa —dijo Darlene—. He estado practicando con ella un baile sensacional. Es un animal muy listo. Tendrías que oírla hablar.
—En los bares de negros, la gente anda siempre intentando impedir que entren pájaros.
—Dale una oportunidad al animal —suplicó Darlene.
—¡Vaya! —dijo Jones—. Atención. Acaba de entra tu amigo el huérfano. Es la hora del humanitarismo.
George avanzaba hacia ellos ataviado con un grueso jersey rojo, pantalones blancos de dril y botas flamencas color beige de puntera afilada. Llevaba en las dos manos tatuajes de dagas dibujadas con bolígrafo.
—Lo siento, George, hoy no hay nada para los huérfanos —se apresuró a decir Lana.
—Hay qué vé. En fin, esos huérfanos harían mejó yendo a pedí a la United Fund —dijo Jones, echando humo sobre las dagas—. Aquí tenemos problemas con el salario. La caridá ha de empezá en casa.
—¿Eh? —preguntó George.
—Seguro que hay un montón de golfos en los orfanatos hoy en día —comentó Darlene—. Yo no le daría nada, Lana. Creo que ese tío hace una especie de chantaje: si él es huérfano, yo soy la reina de Inglaterra.
—Ven conmigo —le dijo Lana a George y le llevó fuera, a la calle.
—¿Qué pasa? —preguntó George.
—No puedo hablar delante de esos dos memos —dijo Lana—. Mira, este mozo nuevo no es como el viejo. Es un culo listo y ha estado haciéndome preguntas sobre el cuento de los huérfanos desde la primera vez que te vió. No me fío de él. Tengo ya problemas con la policía.
—Entonces búscate otro criado. Hay de sobra.
—No podría conseguir ni un esquimal ciego por lo que le pago a él. Le tengo en condiciones especiales, a precio de saldo. Y él cree que si intenta largarse puedo hacerle detener por vagancia. En conjunto, es un buen trato, George. En fin, en este negocio mío tienes que andar ojo avizor, ¿comprendes?
—Pero, ¿y yo?
—Ese Jones sale a comer de doce a doce y media. Así que tú pásate por aquí sobre las doce cuarenta y cinco.
—¿Y qué voy a hacer toda la tarde con los paquetes? No puedo hacer nada hasta después de las tres. No quiero andar por ahí con eso encima.
—Déjalo en la estación de autobuses. A mí me da igual. Tú cerciórate de que está seguro. Te veré mañana.
Lana volvió al bar.
—Espero que hayas despedido a ese muchacho —dijo Darlene—. Alguien tendría que denunciarle a la brigada de represión de comercios fraudulentos.
—¡Juá!
—Vamos, Lana. Danos una oportunidad al pájaro y a mí. Será un éxito seguro.
—Antes, venía la gente del club Kiwanis a ver a una chica guapa moverse un poco, les gustaba. Ahora, tiene que ser un animal. ¿Sabes cuál es el problema de la gente de hoy? Que están enfermos. Cada día le resulta más difícil a una ganarse la vida honradamente —Lana encendió un cigarrillo y respondió con nubes a las nubes de Jones—. De acuerdo, probaremos al pájaro. Será más seguro para ti estar en mi escenario con un pájaro que en la barra con un policía. Trae a ese maldito pájaro.