—Oiga, señorita Lee, ¿aquel tipo gordo de la gorra verde, no volvió por aquí?
—No, gracias a Dios. Esos son los personajes que a una le arruinan la inversión.
—¿Y cuándo viene por aquí su amiguito el huérfano? ¡Caramba! Me gustaría sabe qué es de esos huerfanitos. Apuesto a que serían los primeros huérfanos por los que se interesase la poli.
—Ya le dije que envío cosas a los huérfanos. Un poco de caridad no hace daño a nadie. Le hace sentirse a una bien.
—Parece como si el Noche de Alegría hiciera caridá, cuando esos huérfanos pagan un montón de dinero por lo que se les da.
—Deje de preocuparse por los huérfanos y empiece a preocuparse de barrer el suelo. Ya tengo bastantes problemas. Darlene quiere bailar. Usted quiere un aumento. Y además de todo eso tengo problemas aún peores.
Lana pensó en los policías vestidos de paisano que habían empezado a aparecer en el club a última hora de la noche.
—Esto va muy mal.
—Sí. Esto puedo asegúralo. Estoy muriéndome de hambre en este burdel.
—Oiga, Jones, ¿ha estado usted en la comisaría últimamente? —preguntó Lana con mucha cautela, preguntándose si habría alguna posibilidad de que Jones fuera la causa de la presencia de los policías. Aquel Jones estaba resultando un quebradero de cabeza, pese al bajo salario.
—No, no he ido a vé a tos mis amigos policías. Espero conseguí alguna buena prueba —lanzó una formación de nimbos—. Estoy esperando alguna novedá en el caso del huérfano. ¡Juá!
Lana frunció sus labios de coral e intentó imaginar quién habría dado el soplo a la policía.