II

El patrullero Mancuso tuvo una buena idea, que le había proporcionado nada menos que Ignatius Reilly. Había telefoneado a la casa de los Reilly para preguntar a la señora Reilly cuándo podía ir a la bolera con él y con su tía. Cogió el teléfono Ignatius, y se puso a aullar:

—Deje de molestarnos, subnormal. Si tuviera algún sentido, estaría investigando en antros como ese Noche de Alegría en el que fuimos maltratados y expoliados mi querida madre y yo. Yo fui víctima, por desgracia, de una mujerzuela viciosa y depravada, una de esas chicas que se dedican a hacer beber a los clientes. Además, la propietaria es nazi. Suerte tuvimos de poder salir de allí con vida. Vaya a investigar a ese antro y déjenos en paz a nosotros, destroza-hogares.

En ese momento, la señora Reilly le arrebató el teléfono a su hijo. Al sargento le gustaría saber de aquel local. Puede que llegase incluso a felicitar al patrullero Mancuso por la información. El patrullero Mancuso carraspeó plantado ante el sargento y dijo:

—He recibido una información sobre un lugar donde hay chicas de esas que se dedican a hacer beber a los clientes.

—¿Ha recibido usted una información? —preguntó el sargento—. ¿Quién le ha dado esa información?

El patrullero Mancuso decidió no meter a Ignatius en el asunto por varias razones. Prefirió a la señora Reilly.

—Una señora que conozco —contestó.

—¿Y cómo sabe esa señora lo que pasa en un sitio así? —preguntó el sargento—. ¿Quién la llevó allí?

El patrullero Mancuso no podía decir «su hijo». Eso abriría de nuevo ciertas heridas. ¿Por qué tenían que ser siempre tan conflictivas sus conversaciones con el sargento?

—Estuvo allí sola —dijo al fin el patrullero Mancuso, intentando lograr que la entrevista no se convirtiera en un desastre.

—¿Una señora sola en un sitio como ése? —aulló el sargento—. ¿Qué clase de señora es ésa? Probablemente sea ella también una de esas chicas que se dedican a hacer beber a los clientes. Lárguese de aquí. Mancuso, y tráigame a un sospechoso. Todavía estoy esperando que me traiga uno. No me venga con informaciones de ese tipo. Vaya usted a mirar en su armario. Hoy le toca ser soldado. En marcha.

El patrullero Mancuso se dirigió muy triste a los armarios, preguntándose por qué nunca podía hacer nada a derechas para el sargento. En cuanto se fue, el sargento se volvió a un detective y le dijo:

—Envíe a un par de hombres a ese Noche de Alegría una noche de éstas. Puede haber alguien tan imbécil como para decirle la verdad a Mancuso. Pero a él no le diga nada. No quiero que ese mamarracho se lleve ningún mérito. Seguirá disfrazándose mientras no me traiga un sospechoso.

—Sabe, recibimos otra queja hoy a causa de Mancuso, de una señora que dice que un hombre bajito que llevaba sombrero le dio un empujón en un autobús anoche —dijo el detective.

—Ya estoy harto —dijo el sargento, enfurecido—. Otra queja como ésa y detenemos a Mancuso.