EL DECIMOSÉPTIMO DIA

Domingo, 19 de diciembre

El Octubre Rojo.

—Ocho horas más —susurró Ryan para sí mismo. Eso era lo que le habían dicho. Una carrera de ocho horas a Norfolk. Había vuelto a los controles del timón y los planos de inmersión a petición suya. Operarlos era lo único que sabía hacer, y tenía que hacer algo. Todavía era muy poca la gente que estaba en el Octubre. Casi todos los norteamericanos se hallaban colaborando en el reactor y los sectores de máquinas, a popa. Solamente Mancuso, Ramius y él estaban en la sala de control. Bugayev, con la ayuda de Jones, controlaba el equipo de sonar a pocos metros de distancia, y la gente de sanidad aún estaba ocupándose de Williams en la enfermería. EL cocinero iba y venía con emparedados y café, que Ryan encontró decepcionantes, probablemente mal acostumbrado por los de Greer. Ramius estaba medio sentado en el riel que rodeaba el pedestal del periscopio. La herida de la pierna no sangraba, pero debía de estar doliéndole más de lo que él admitía, dado que dejaba a Mancuso controlar los instrumentos y dirigir la navegación.

—Timón al través —ordenó Mancuso.

—Través. —Ryan giró la rueda hacia la derecha hasta centrarla, controlando el indicador del ángulo del timón—. Timón al través, rumbo uno-dos-cero.

Mancuso frunció el entrecejo mientras consultaba la carta, nervioso por tener que pilotar el enorme submarino en forma tan poco ortodoxa.

—Hay que tener cuidado por aquí. La barra de arena crece continuamente por el arrastre del litoral sur, y tienen que dragarla con mucha frecuencia. Las tormentas que han estado produciéndose en esta zona no pueden haber ayudado mucho. —Mancuso volvió a mirar por el periscopio.

—Me han dicho que ésta es una zona peligrosa —dijo Ramius.

—El cementerio del Atlántico —confirmó Mancuso—. Muchos barcos han terminado su vida en los Bancos Exteriores. El tiempo y las corrientes son bastante malos. Parece ser que los alemanes lo pasaron muy mal aquí durante la guerra. Las cartas no lo muestran, pero hay cientos de restos de buques en el fondo. —Volvió a la mesa de la carta de navegación—. De todos modos, evitamos el lugar con un amplio rodeo, y no viramos al norte hasta no llegar aquí. —Trazó una línea en la carta.

—Éstas son sus aguas —accedió Ramius.

Se hallaban en una formación suelta para los tres submarinos. El Dallas iba delante, hacia mar abierto; el Pogy cerraba la formación. Los tres submarinos navegaban semisumergidos, con las cubiertas casi a flor de agua y sin que nadie ocupara las posiciones del puente. Toda la navegación visual se hacía por periscopio. No operaba ningún equipo de radar. Ninguno de los tres submarinos producía ruido electrónico alguno. Ryan miró distraídamente la mesa de la carta. Habían salido ya de la ensenada, pero la carta estaba marcada con barras de arena durante varias millas más.

Tampoco estaban usando el sistema de impulsión caterpillar del Octubre Rojo. Había resultado ser casi exactamente lo que había predicho Skip Tyler. Había dos juegos de impulsores en los túneles: un par, a un tercio aproximadamente de la proa hacia atrás, y tres más, cerca de la mitad de la nave, ligeramente hacia popa. Mancuso y sus ingenieros habían examinado los planos y comentaron luego largamente las características del diseño del caterpillar.

Por su parte, Ramius no había querido creer que lo hubieran detectado tan pronto. Finalmente, Mancuso tuvo que llamar a Jones, quien se presentó con su mapa personal para mostrar el curso estimado del Octubre frente a Islandia. Aunque no coincidía exactamente con el libro de navegación del buque, las millas de diferencia eran tan pocas que no podía haber sido una coincidencia.

—El sonar que ustedes tienen debe de ser mejor de lo que esperábamos —gruñó Ramius, muy cerca de la posición de Ryan.

—Es bastante bueno —concedió Mancuso—. Pero mejor aún es Jones…, es el mejor sonarista que he tenido.

—Tan joven y tan eficiente.

—Recibimos muchos jóvenes así —sonrió Mancuso— Nunca tantos como nos gustaría, por supuesto, pero nuestros muchachos son todos voluntarios. Saben bien en qué se están metiendo. Somos cuidadosos para elegirlos y después los adiestramos hasta lo imposible.

—Control, aquí sonar. —Era la voz de Jones—. El Dallas se está sumergiendo, señor.

—Muy bien. —Mancuso encendió un cigarrillo mientras caminaba hacia el teléfono intercomunicador. Apretó el botón de la sala de máquinas—. Digan a Mannion que lo necesitamos delante. Vamos a sumergirnos dentro de pocos minutos. Sí. —Colgó el auricular y volvió a la carta.

—¿Y luego los tienen por más de tres años? —preguntó Ramius.

—Ah, sí. ¡Diablos!, de lo contrario estaríamos dejándolos que se fueran cuando están completamente entrenados, ¿no?

¿Por qué la Marina soviética no podía obtener y retener gente en esa forma?, pensó Ramius. Él sabía muy bien la respuesta. Los norteamericanos alimentaban decentemente a sus hombres, les daban comedores e instalaciones apropiadas, les pagaban lo que correspondía, y confiaban en ellos… todas las cosas por las cuales él había luchado veinte años.

—¿Me necesita para operar las válvulas? —preguntó Mannion, entrando.

—Sí, Pat, nos sumergimos dentro de uno o dos minutos. Mannion echó una rápida mirada a la carta cuando se dirigía a la consola de aireación.

Ramius cojeó hacia la cama.

—Nos dicen que ustedes eligen a sus oficiales en las clases burguesas para controlar a los marineros rasos de las clases trabajadoras.

Mannion deslizó sus manos sobre los controles de aireación. Eran realmente muchos. El día anterior había pasado dos horas para comprender el complejo sistema.

—Es verdad, señor. Nuestros oficiales proceden sin duda de las clases dirigentes. Fíjese en mí —dijo Mannion, imperturbable. Su piel era del color de los granos de café; su acento, puro de Bronx Sur.

—Pero usted es negro —objetó Ramius, sin darse cuenta de la ironía.

—Por supuesto; el nuestro es un submarino verdaderamente étnico. —Mancuso volvió a mirar por el periscopio—. Un comandante de Guinea, un navegador negro y un sonarista loco.

—¡Eso lo oí, señor! —gritó Jones a través del intercomunicador—. Mensaje del Dallas por el radioteléfono submarino. Todo parece ir bien. Están esperándonos. Último mensaje del «gertruden», por un rato.

—Control, comprendido. Por fin estamos en mar abierto. Podemos sumergirnos cuando usted quiera, capitán Ramius —dijo Mancuso.

—Camarada Mannion, abra los tanques de lastre —ordenó Ramius. El Octubre no había emergido a la superficie por completo en ningún momento y estaba todavía con los mandos regulados para inmersión.

—Comprendido, señor. —El teniente hizo girar la fila superior de llaves maestras en los controles hidráulicos.

Ryan se estremeció. El ruido le hizo pensar en la descarga de un millón de inodoros al mismo tiempo.

—Cinco grados abajo en los planos, Ryan —dijo Ramius.

—Cinco grados abajo, comprendido. —Ryan empujó el volante—. Planos cinco grados abajo.

—Es lento para sumergirse —comentó Mannion, observando el indicador de profundidad pintado a mano con que habían reemplazado el original—. Tan condenadamente grande.

—Sí —dijo Mancuso. La aguja pasaba por los veinte metros.

—Planos a ángulo cero, comprendido. —Ryan tiró del volante. Pasaron treinta segundos antes de que el submarino se estabilizara. Parecía muy lento para responder a los controles. Ryan había creído que los submarinos respondían igual que los aviones.

—Póngalo un poco más liviano, Pat. Lo suficiente como para que necesite un grado abajo para mantenerlo a nivel —dijo Mancuso.

—Ajá. —Mannion frunció el entrecejo, controlando el indicador de profundidad. Los tanques de lastre estaban en ese momento completamente inundados, y la maniobra de equilibrado debió haber sido efectuada con los tanques de compensación, mucho más pequeños. Necesitó cinco minutos para obtener el nivelado correcto.

—Lo siento, caballeros. Me temo que es demasiado grande para hacerlo más rápido —dijo, turbado.

Ramius estaba impresionado, pero demasiado incómodo como para demostrarlo. Había esperado que el capitán norteamericano se demorara mucho más tiempo que ése para actuar solo. Compensar y nivelar un submarino extraño en forma tan eficiente en su primer intento…

—Muy bien, ahora ya podemos caer al norte —dijo Mancuso. Habían sobrepasado dos millas la última barra registrada en la carta—. Recomiendo que el nuevo rumbo sea de cero-cero-ocho, capitán.

—Ryan, timón a la izquierda diez grados —ordenó Ramius—. Hasta cero-cero-ocho.

—Comprendido, timón diez grados izquierda —respondió Ryan, manteniendo un ojo en el indicador del timón y el otro en el repetidor del giroscopio—. Llegando a cero-cero-ocho.

—Cuidado, Ryan. Vira lentamente, pero cuando esté virando debe usar mucho timón atrás…

—Opuesto —corrigió amablemente Mancuso.

—Sí, timón opuesto para detenerlo en el rumbo deseado.

—Correcto.

—Capitán. ¿Tiene problemas de timón? —preguntó Mancuso—. Cuando íbamos siguiéndolo nos pareció que su círculo de viraje era muy amplio.

—Con el caterpillar lo es. El flujo de los túneles incide muy fuerte sobre el timón, y trepida si se usa demasiado timón. En nuestras primeras pruebas de mar sufrimos daños a causa de esto. Se produce por, ¿cómo se dice?, la concurrencia de los dos túneles del caterpillar.

—¿Afecta eso las operaciones con las hélices? —preguntó Mannion.

—No, sólo con el caterpillar.

A Mancuso no le gustaba eso. En realidad no importaba. El plan era simple y directo. Los tres submarinos harían un viaje recto hacia Norfolk. Los dos submarinos norteamericanos de ataque se adelantarían alternativamente a treinta nudos para que olfatearan las aguas al frente, mientras el Octubre avanzaba a una velocidad constante de veinte nudos.

Ryan empezó a quitar timón cuando la proa estaba por llegar. Esperó demasiado. A pesar de los cinco grados de timón a la derecha, la proa se pasó del rumbo deseado, y el repetidor del giroscopio fue marcando acusador cada tres grados hasta que se detuvo en cero-cero-uno. Pasaron otros dos minutos para volver al rumbo exacto.

—Lo siento. Ahora estamos en cero-cero-ocho —informó finalmente.

Ramius se mostró tolerante.

—Aprende pronto, Ryan. Tal vez algún día llegará a ser un verdadero marino.

—¡No, gracias! Si hay una cosa que he aprendido en este viaje es que ustedes se ganan hasta el último centavo que les dan.

—¿No le gustan los submarinos? —rio Mannion.

—No hay lugar para trotar.

—Es cierto. Señor, si usted no me necesita voy a volver a popa. En la sala de máquinas el personal es muy escaso —dijo Mannion.

Ramius asintió. ¿Era él de la clase dirigente?, se preguntó el capitán.

El V.K. Konovalov.

Tupolev había puesto rumbo al oeste de nuevo. La orden de la flota dio instrucciones a todo el mundo excepto a su Alfa y otro más, para que regresaran a su país a veinte nudos. Tupolev debía moverse hacia el oeste durante dos horas y media. En ese momento se encontraba siguiendo el rumbo recíproco a cinco nudos, aproximadamente la máxima velocidad en la cual el Alfa podía desplazarse sin emitir mucho ruido. La idea era que su submarino se perdiera en medio del intenso movimiento. Y bien, había un Ohio que se dirigía a Norfolk, o a Charleston más probablemente. En cualquiera de los dos casos Tupolev iba a describir círculos silenciosamente y a observar. El Octubre Rojo estaba destruido. Hasta allí él lo sabía por la orden de operaciones. Tupolev sacudió la cabeza. ¿Cómo pudo haber hecho semejante cosa Marko? Cualquiera que fuese la respuesta, había pagado su traición con la vida.

El Pentágono.

—Me sentiría mejor si tuviéramos un poco más de cobertura aérea —dijo el almirante Foster, apoyándose contra la pared.

—De acuerdo, señor, pero no podemos ponernos tan en evidencia, ¿no es cierto? —preguntó el general Harris.

Dos P-3B estaban barriendo en ese momento la ruta entre Hatteras y Virginia Capes, como si se hallasen en una misión rutinaria de entrenamiento. La mayor parte de los otros Orion se encontraba mucho más lejos dentro del mar. La flota soviética ya estaba a cuatrocientas millas de la costa. Los tres grupos de superficie habían vuelto a reunirse y se hallaban en ese momento rodeados por sus submarinos. El Kennedy, el America y el Nimitz estaban a quinientas millas de ellas hacia el este; el New Jersey había iniciado el regreso. Los rusos quedarían bajo vigilancia durante todo el viaje de vuelta a su país. Los grupos de batalla de los portaaviones los seguirían todo el camino hasta Islandia conservando una discreta distancia y manteniendo grupos aéreos en el borde de la cobertura de los radares soviéticos, tan sólo para que supieran que Estados Unidos todavía estaba alerta. El resto del viaje navegarían seguidos por aviones con base en Islandia.

El HMS Invincible estaba en ese momento fuera de la operación y aproximadamente a mitad de camino hacia su país. Los submarinos norteamericanos de ataque habían vuelto a sus operaciones normales de patrullaje, y se informaba que todos los submarinos soviéticos se encontraban lejos de la costa, aunque esa información era superficial. Estaban navegando en grupos aislados y el ruido que generaban hacía difícil el seguimiento de los patrulleros Orion, que tenían cantidades limitadas de sonoboyas. Con todo, la operación estaba prácticamente finalizada, a juicio del J-3.

—¿Usted va a viajar a Norfolk, almirante? —preguntó Harris.

—Pensé que podría reunirme con el Comandante en Jefe del Atlántico para una conferencia postoperaciones, usted comprende.

—Entendido, señor —dijo Harris.

El New Jersey.

Navegaba a doce nudos, con un destructor a cada lado. El comodoro Eaton estaba en el cuarto de navegación. Había terminado todo y no había pasado nada, gracias a Dios. Los soviéticos se hallaban ya cien millas adelante, dentro del alcance de los Tomahawk, pero bastante más allá del de todas las demás cosas. En general, estaba satisfecho. Su fuerza había operado con éxito con el Tarawa, que navegaba en ese momento hacia el sur, con destino a Mayport, Florida. Esperaba que pudieran volver a hacer esto pronto. Hacía mucho tiempo que un comandante de fuerza, a bordo de un acorazado, no tenía un portaaviones a sus órdenes. Habían mantenido bajo continua vigilancia a la fuerza del Kirov. De haberse producido una batalla, Eaton estaba convencido de que se habrían impuesto a Iván. Y lo más importante, estaba convencido de que Iván lo sabía. Todo lo que esperaban en ese momento era la orden para regresar a Norfolk. Sería bueno estar de vuelta en casa para Navidad. Consideraba que sus hombres se lo habían ganado. Muchos de los tripulantes del acorazado eran hombres de los viejos tiempos, y casi todos tenían familia.

El Octubre Rojo.

Ping…

Jones anotó la hora en su libro y gritó:

—Señor, acabo de recibir un ping del Pogy.

El Pogy estaba en ese momento diez millas delante del Octubre y el Dallas. La idea era que, después de situarse al frente y escuchar durante diez minutos, transmitiría un simple ping con su sonar activo, para significar que las diez millas hasta el Pogy, y las veinte o más a su frente se encontraban despejadas. El Pogy se desplazaría lentamente para confirmar eso y, a una milla al este del Octubre, el Dallas avanzaría a toda velocidad para adelantarse diez millas al otro submarino de ataque.

Jones estaba experimentando con el sonar ruso. El equipo activo, acababa de descubrirlo, no era tan malo. Pero con respecto a los sistemas pasivos… prefería no pensar. Mientras el Octubre Rojo esperaba inmóvil en el estrecho de Pamlico, le había resultado imposible detectar a los submarinos norteamericanos. También ellos estaban inmóviles —sus reactores sólo hacían girar a los generadores— pero no se hallaban a más de una milla de distancia. Jones estaba decepcionado. Pues no había podido localizarlos.

El oficial que estaba con él, Bugayev, era un tipo bastante simpático y amistoso. Al principio se había mostrado un poco frío como con aires de superioridad —«como si él fuera un lord y yo un siervo», pensaba Jones— hasta que vio cómo lo trataba el comandante. Eso sorprendió a Jones. Por lo poco que él sabía del comunismo, había esperado que todos fueran absolutamente iguales. «Bueno», decidió, «eso es lo que saco con leer Das Kapital en un primer curso de la universidad». Tenía mucho más sentido mirar lo que construían los comunistas. Basuras, en su mayor parte. Los tripulantes reclutados ni siquiera tenían su propio comedor. ¿No era eso una mierda? ¡Tener que comer en la propia litera!

Jones se había tomado una hora —en que se suponía que estaba durmiendo— para explorar el submarino. Mannion se había unido a él.

Comenzaron en el dormitorio. Los armarios bajos individuales no cerraban con llave, probablemente para que los oficiales pudieran revisarlos. Eso fue justamente lo que hicieron Jones y Mannion. No había nada de interés. Hasta el material pornográfico de los marineros era pésimo. Las poses eran estúpidas, y las mujeres… bueno, Jones se había criado en California. Basura. No le resultaba nada difícil comprender por qué los rusos querían desertar.

Los misiles habían sido interesantes. Mannion y él habían abierto la escotilla de inspección de uno de ellos para examinar el interior del misil. No tenía tan mal aspecto pensaron. Tal vez un ligero exceso de cables sueltos, pero eso probablemente facilitaba las inspecciones: Esos misiles parecían terriblemente grandes. «De modo», pensó, «que esto es con lo que los muy bastardos nos han estado apuntando». Se preguntó si la Marina se quedaría con unos cuantos de ésos. Si alguna vez era necesario mandarle algunos al viejo Iván, podrían muy bien incluir un par de los suyos. ¡Qué idea tonta, Jones!, se dijo a sí mismo. No quería que esas malditas cosas explotaran alguna vez. Pero una cosa era segura: todo lo que había dentro de ese balde sería retirado, probado, separado, probado de nuevo… y él era el experto número uno de la Marina en materia de sonares rusos. Tal vez él estuviera presente durante el análisis… Podría valer la pena quedarse unos pocos meses más en la Marina. Jones encendió un cigarrillo.

—¿Quiere uno de los míos, señor Bugayev? —Tendió su paquete al oficial de electrónica.

—Gracias, Jones. ¿Usted estuvo en la universidad? —El capitán tomó el cigarrillo americano que había estado deseando pero no había querido pedir por orgullo. Comenzaba a comprender, aunque muy lentamente, que ese tripulante reclutado era su equivalente técnico. Aunque no estaba calificado como oficial de guardia en sonar Jones podía operar y mantener los equipos tan bien como cualquiera de los que él conocía.

—Sí, señor. —Nunca estaba de más llamar «señor» a los oficiales, Jones lo sabía. Especialmente a los más estúpidos—. En el Instituto de Tecnología de California. Cinco semestres completos, calificación promedio A. Pero no terminé.

—¿Por qué abandonó?

Jones sonrió.

—Bueno, señor, usted tendría que comprender que el Técnico de California es… bueno… una especie de lugar divertido. Yo le hice una pequeña broma a uno de mis profesores. Estaba trabajando con luz estroboscópica para fotografía de alta velocidad y preparé una pequeña llave para conectar el estroboscopio con las luces de la habitación. Desgraciadamente se produjo un cortocircuito en la llave y se inició un incendio eléctrico. —Que había quemado íntegro un laboratorio, destruyendo la información de tres meses y quince mil dólares en equipos—. Eso violó los reglamentos.

—¿Qué estudiaba, Jones?

—Estaba encaminado para obtener el título en ingeniería electrónica, con algunas asignaturas secundarias en cibernética. Me faltaban tres semestres. Pero lo obtendré, y luego el de master; después el doctorado y finalmente volveré a trabajar en la Marina como civil.

—¿Por qué es operador de sonar? —Bugayev se sentó. Nunca había hablado en esa forma con un recluta.

—¡Dios, señor, es divertido! Cuando se está produciendo algo, usted sabe: un juego de guerra, el seguimiento de otro submarino, cosas como ésas, yo soy el comandante. Todo lo que hace él es responder a la información que le doy yo.

—¿Y a usted le gusta su comandante?

—¡Naturalmente! Es el mejor que he tenido… y he tenido tres. Mi jefe es un buen tipo. Si usted hace bien su trabajo, él no lo molesta. Si usted tiene algo que decirle, él sabe escucharlo.

—Usted dice que volverá a la universidad. ¿Cómo la paga? Nos han dicho que sólo los hijos de las clases dirigentes van a la universidad.

—Eso es mentira, señor. En California, si usted tiene la inteligencia suficiente como para ir, usted va. En mi caso, he estado ahorrando dinero…, no se gasta mucho en un submarino, ¿verdad?, y la Marina también contribuye. Ya tengo lo suficiente como para hacer toda mi carrera hasta el master. ¿Qué título tiene usted?

—Yo concurrí a una escuela naval superior. Como la de Annapolis de ustedes. Me gustaría obtener un título verdadero en electrónica —dijo Bugayev, confesando su sueño.

—No hay ningún problema. Yo puedo ayudarlo. Si usted es lo suficientemente bueno para el Técnico de California, yo puedo decirle con quién tiene que hablar. Le gustará California. Es el mejor lugar para vivir.

—Y quiero trabajar con una verdadera computadora —continuó Bugayev, pensativo.

Jones se rio suavemente.

—Entonces, cómprese una.

—¿Comprar una computadora?

—Por supuesto, en el Dallas tenemos un par de las más pequeñas, Apples. Le cuestan más o menos… unos dos mil dólares los buenos sistemas. Eso es mucho menos que lo que cuesta un coche.

—¿Una computadora por dos mil dólares? —Bugayev pasando de pensativo a desconfiado, seguro de que Jones estaba engañándolo.

—O menos. Por tres mil se puede conseguir un equipo realmente bueno. ¡Diablos!, si usted les dice a los de Apple quién es, probablemente le regalarían una, o tal vez lo hiciera la Marina. Si no le gustan las Apple, están las Commodore, las TRS-811, Atari. Hay de todo. Depende de cuál es el uso que usted quiere darle. Fíjese, solamente una compañía, la Apple, ha vendido más de un millón de máquinas. Son pequeñas, es cierto, pero son verdaderas computadoras.

—Nunca había oído hablar de esa… ¿Apple?

—Sí, Apple. Dos tipos fundaron la compañía cuando yo estaba en la escuela secundaria. Desde entonces han vendido más o menos un millón, como le dije… ¡y ahora vaya si son ricos! Yo no tengo una propia no hay lugar en un submarino, pero mi hermano tiene la suya, una IBM-PC. Usted todavía no me cree, no es…

—¿Un trabajador con su computadora propia? Es difícil de creer. —Aplastó el cigarrillo. El tabaco americano era demasiado suave, pensó.

—Bueno, señor, entonces puede preguntarle a cualquier otra persona. Como le dije, en el Dallas hay un par de Apple, para que las use la tripulación. Hay otro material para control de fuego, navegación y sonar, por supuesto. Pero usamos las Apple para los juegos… a usted van a encantarle los juegos de computadora con toda seguridad. Usted no sabrá lo que es divertirse hasta que haya probado el «Choplifter»,… y otras cosas, programas educativos, cosas como ésas. En serio, señor Bugayev, puede entrar en casi cualquiera de los centros comerciales y encontrará un lugar donde comprar una computadora. Lo verá.

—¿Cómo usa una computadora con el sonar?

—Eso llevaría un tiempo para explicarlo, señor, y probablemente tendría que pedir autorización al comandante. —Jones se recordó a sí mismo que ese tipo todavía era el enemigo, o algo así.

El V. K. Konovalov.

El Alfa navegaba lentamente sobre el borde de la plataforma continental, a unas cincuenta millas al sur de Norfolk. Tupolev ordenó reducir la planta del reactor a aproximadamente un cinco por ciento de su potencia total; lo suficiente como para operar los sistemas eléctricos y poco más. Eso también permitía que su submarino fuera casi totalmente silencioso. Las órdenes se transmitían verbalmente, de boca en boca.

El Konovalov estaba cumpliendo estrictamente un ejercicio de buque silencioso. Hasta el uso normal de la cocina había sido prohibido. Cocinar significaba mover ollas metálicas sobre hornillos y rejillas metálicas. Hasta nueva orden, la dotación estaba a dieta de emparedados de queso. Hablaban susurrando, cuando era imprescindible hacerlo. Cualquiera que hiciese ruido atraería la atención del comandante, y todos a bordo sabían lo que eso significaba.

Control del SOSUS (Control de Vigilancia de Sonar).

Quentin estaba revisando información enviada por enlace digital desde los Orion. Un submarino lanzamisiles con averías, el USS Georgia, navegaba rumbo a Norfolk después de una falla parcial de turbinas, escoltado por un par de submarinos de ataque. Habían estado manteniéndolo apartado, dijo el almirante, debido a toda la actividad de los rusos en la costa, y había llegado el momento de hacerlo entrar, repararlo y sacarlo nuevamente tan pronto como fuera posible. El Georgia llevaba veinticuatro misiles Trident, una considerable fracción de la fuerza disuasiva total del país. Repararlo era un trabajo de alta prioridad, ahora que los rusos se habían ido. Hacerlo entrar era seguro, pero querían que primero controlaran los Orion y vieran si algún submarino soviético se había quedado atrás aprovechando la confusión general.

Un P-3B estaba volando a doscientos sesenta metros de altura, a unas cincuenta millas al sudeste de Norfolk. El sensor infrarrojo de búsqueda frontal no mostraba nada, no había señales de temperatura en la superficie, y el detector magnético de anomalías tampoco comprobaba alteraciones considerables en el campo magnético de la Tierra, aunque el recorrido de vuelo de uno de los aviones lo llevó a menos de cien metros de la posición del Alfa. El casco del Konovalov estaba construido con titanio antimagnético. Una sonoboya que cayó a siete millas al sur de su posición también falló en la captación del sonido de la planta de su reactor. Continuamente estaban transmitiendo la información a Norfolk, donde el estado mayor de operaciones de Quentin la recibía y alimentaba con ella la computadora. El problema era que no todos los submarinos soviéticos habían podido ser comprobados.

«Bueno», pensó el capitán de Fragata, «eso lo tenemos en cuenta». Algunos de los submarinos habían aprovechado la oportunidad para escabullirse de sus posiciones registradas. Existía una lejana probabilidad —él lo había informado— de que uno o dos submarinos aislados estuvieran todavía allí, pero no había evidencias de eso. Se preguntaba qué tenía entre manos el Comandante en Jefe del Atlántico. Ciertamente se había mostrado muy complacido por algo, casi eufórico. La operación contra la flota soviética se había manejado bastante bien, lo que él había visto de ella, y allá afuera había quedado ese Alfa hundido. ¿Cuánto faltaría para que el Glomar Explorer saliera de la naftalina y fuera a recuperarlo? Se preguntó si él tendría la posibilidad de inspeccionar los restos. ¡Qué oportunidad!

Nadie estaba tomando demasiado en serio la operación actual. Era lógico. Si el Georgia estaba realmente entrando con fallos en la máquina, estaría navegando lentamente, y un Ohio lento hacía tanto ruido como una ballena virgen resuelta a conservar su estado. Y si el Comando en Jefe de la Flota del Atlántico estuviera tan preocupado por él, no habría encomendado la operación de limpieza a un par de P-3 piloteados por reservistas. Quentin levantó el auricular del teléfono y marcó en el dial Operaciones del Comando, para informarles una vez más que no había indicaciones de actividad hostil.

El Octubre Rojo.

Ryan controló el reloj. Ya habían pasado cinco horas. Un tiempo largo para estar sentado en un sillón, y de acuerdo con la mirada que echó de reojo a la carta parecía que la estimación de ocho horas había sido bastante optimista… o él no les había entendido bien. El Octubre Rojo iba recorriendo la línea de la plataforma continental, y pronto comenzaría a modificar su rumbo hacia el oeste, en busca de Virginia Capes. Tal vez tardaría otras cuatro horas. No podía ser demasiado rápido. Ramius y Mancuso parecían bastante cansados. Todos estaban cansados. Probablemente los hombres de la sala de máquinas más que el resto… no, el cocinero. Llevaba y traía emparedados y café para todo el mundo. Los rusos parecían especialmente hambrientos.

El Dallas / El Pogy.

El Dallas pasó al Pogy a treinta y dos nudos, para ocupar de nuevo la posición de frente, dejando al Octubre unas millas atrás. Al capitán de corbeta Wally Chambers, que se encontraba al mando, no le gustaba avanzar a ciegas durante el recorrido de treinta y cinco minutos, a pesar de la palabra del Pogy de que todo estaba despejado.

El Pogy captó su pasaje y viró para que su dispositivo lateral pudiera controlar al Octubre Rojo.

—Bastante ruidoso a veinte nudos —dijo el suboficial de sonar del Pogy a sus compañeros—. El Dallas hace menos ruido a treinta.

El V. K. Konovalov.

—Oigo un ruido hacia el sur —dijo el michman.

—¿Qué ruido, exactamente? —Tupolev había estado rondando la puerta durante horas, amargando la vida del sonarista.

—Es demasiado pronto como para decirlo, camarada comandante. Pero la marcación no cambia. Viene hacia aquí.

Tupolev volvió a la sala de control. Ordenó reducir más aún la potencia del sistema del reactor. Pensó en detener por completo la planta, pero los reactores llevan tiempo para volver a arrancar. Y hasta ese momento no había indicación sobre la distancia en la que podía estar el contacto. El comandante fumó tres cigarrillos antes de ir nuevamente a la sala del sonar. No hubiera sido bueno poner nervioso al michman. Ese hombre era su mejor operador.

—Una hélice, camarada comandante, un norteamericano, probablemente un Los Angeles, navegando a treinta y cinco nudos. La marcación sólo ha cambiado dos grados en quince minutos. Va a pasar cerca de aquí, y… espere… ha detenido los motores. —El sonarista, un hombre de cuarenta y cinco años, apretó los auriculares contra las orejas. Podía oír cómo disminuía la cavitación, y luego se detuvo completamente, con lo que el contacto se desvaneció hasta desaparecer del todo—. Se ha detenido para escuchar, camarada comandante.

Tupolev sonrió.

—No nos oirá, camarada. Corre y se detiene. ¿No puede oír nada más? ¿Podría estar escoltando algo?

El michman escuchó de nuevo en sus auriculares e hizo ciertos ajustes en el panel.

—Quizás… hay mucho ruido de superficie, camarada, y yo… espere. Parece que hay algún ruido. La última marcación de nuestro blanco era uno-siete-uno, y este ruido nuevo está a… uno-siete-cinco. Muy débil, camarada comandante; un ping, un solo ping de sonar activo.

—Bien. —Tupolev se apoyó contra el mamparo—. Buen trabajo, camarada. Ahora debemos tener paciencia.

El Dallas.

El suboficial Laval declaró despejada la zona. Los sensibles receptores del BQQ-5 no revelaron nada, ni siquiera después de haber usado el sistema de procesamiento algorítmico de la señal. Chambers maniobró la proa para que el ping único saliera hacia el Pogy, quien a su vez disparaba su propio ping hacia el Octubre Rojo para asegurarse de que recibía la señal. Todo estaba despejado en las próximas diez millas. El Pogy se adelantó a treinta nudos, seguido por el más nuevo de los submarinos lanzamisiles de la Marina de Estados Unidos.

El V. K. Konovalov.

—Dos submarinos más. Uno de una sola hélice, el otro de doble hélice, creo. Todavía débil. El submarino de la hélice única se mueve más rápido. Camarada comandante, ¿los norteamericanos tienen submarinos de dos hélices?

—Sí, creo que sí. —Tupolev se preguntó si era realmente así. La diferencia en las características de la señal no era tan pronunciada. En todo caso, ya lo verían. El Konovalov apenas se movía a dos nudos y a ciento cincuenta metros de profundidad. Cualquier cosa que fuera lo que venía, parecía estar dirigiéndose exactamente hacia ellos. Bueno, él enseñaría algo a los imperialistas después de todo.

El Octubre Rojo.

—¿Puede reemplazarme alguien en la rueda? —preguntó Ryan.

—¿Necesita estirarse un poco? —preguntó Mancuso.

—Sí. Y podría hacer un viaje al lavabo también. El café está por destrozarme los riñones.

—Yo lo relevaré, señor. —El capitán norteamericano se instaló en el asiento de Ryan. Jack se fue hacia popa, hasta el lavabo más cercano. Dos minutos después se sentía mucho mejor. De vuelta a la sala de control hizo algunas flexiones de rodillas para normalizar la circulación de la sangre en sus piernas y luego miró brevemente la carta. Parecía extraño, casi siniestro ver la costa de Estados Unidos marcada en ruso.

—Gracias, capitán.

—De nada. —Mancuso se puso en pie.

—Se ve que usted no es marino, Ryan. —Ramius había estado observándolo sin decir una palabra.

—Nunca pretendí serlo, capitán —dijo Ryan amablemente—. ¿Cuánto falta para Norfolk?

—Bueno… otras cuatro horas, máximo —dijo Mancuso—. La idea es llegar cuando esté oscuro. Tienen algo para hacernos entrar sin ser vistos pero yo no sé qué.

—Dejamos el estrecho con luz de día. ¿No podría habernos visto alguien? —preguntó Ryan.

—Yo no vi nada, pero si allí había alguien, todo lo que pudo haber visto fue tres torretas de submarinos sin ningún número en ellas. —Habían salido con luz de día para aprovechar un claro en la cobertura del satélite soviético.

Ryan encendió otro cigarrillo. Su mujer le habría organizado un escándalo por ello, pero estaba tenso todavía dentro de ese submarino. Sentado allí en el puesto del timonel no le quedaba otra cosa que hacer que vigilar continuamente ese puñado de instrumentos. Mantener el submarino a nivel era más fácil de lo que había esperado, y el único giro pronunciado que debió realizar mostró la fuerte tendencia del submarino para apartarse del rumbo hacia cualquier otra dirección. Más de treinta mil toneladas de acero, pensó, no es extraño.

El Pogy / El Octubre Rojo.

El Pogy pasó como tromba al Dallas a treinta nudos y continuó así durante veinte minutos, deteniéndose once millas más allá de él… ya tres millas del Kononalov, cuyos tripulantes apenas si respiraban en ese momento. El sonar del Pogy aunque carecía del nuevo sistema de procesamiento de la señal BC-III/SAPS, era sin embargo sumamente eficiente, pero resultaba imposible oír algo que no hacía en absoluto ningún ruido, y el Konovalov estaba silencioso.

El Octubre Rojo pasó al Dallas a las tres de la tarde, después de recibir la última señal de zona despejada. Su tripulación se hallaba muy cansada y deseando llegar a Norfolk, dos horas después de la puesta del sol. Ryan preguntaba con cuánta rapidez podría volar de regreso a Londres. Temía que la CIA quisiera interrogarlo por un tiempo prolongado. Mancuso y los tripulantes del Dallas se preguntaban si llegarían para ver a sus familias. Contaban con ello.

El V. K. Kononalov.

—Sea lo que fuere, es grande, muy grande, creo. Si sigue su rumbo pasará a menos de cinco kilómetros de nosotros.

—Un Ohio, como dijo Moscú —comentó Tupolev.

—Suena como un submarino de dos hélices, camarada comandante —dijo el michman.

—El Ohio tiene una sola hélice. Usted lo sabe.

—Sí, camarada. De cualquier manera estará con nosotros dentro de veinte minutos. El otro submarino de ataque se está moviendo a más de treinta nudos. Si mantienen el procedimiento, se adelantará unos quince kilómetros más allá de nosotros.

—¿Y el otro norteamericano?

—Unos pocos kilómetros en dirección a mar abierto, moviéndose muy lentamente, como nosotros. No tengo la medición de distancia exacta. Podría medirla con sonar activo. Pero eso…

—Conozco las consecuencias —le espetó Tupolev. Volvió a la sala de control.

—Informe a los maquinistas que estén listos para responder al telégrafo. ¿Todos los hombres están en los puestos de combate?

—Sí, camarada comandante —replicó el starpon—. Tenemos una excelente solución de fuego sobre el submarino de ataque norteamericano… es decir, el que se mueve. La manera en que se desplaza, a toda velocidad, nos lo hace más fácil. Al otro podemos localizarlo en pocos segundos.

—Bien, para variar —sonrió Tupolev—. ¿Ve lo que podemos hacer cuando las circunstancias nos favorecen?

—¿Y qué vamos a hacer?

—Cuando el más grande nos pase, vamos a acercarnos y vamos a agrandarle el agujero del culo. Ellos han hecho sus juegos. Ahora nosotros vamos a hacer los nuestros. Ordene a los maquinistas que aumenten la potencia. Pronto vamos a necesitar toda la potencia.

—Eso hará ruido, camarada —previno el starpon.

—Es cierto, pero no tenemos otra salida. Diez por ciento de potencia. Es imposible que el Ohio oiga eso y tal vez el submarino de ataque más cercano tampoco lo oiga.

El Pogy.

—¿De dónde vino eso? —El jefe de sonar hizo algunos ajustes en su tablero—. Control, aquí sonar, tengo un contacto, marcación dos-tres-cero.

—Control, recibido —contestó de inmediato el capitán de fragata Wood—. ¿Puede clasificarlo?

—No, señor. Apareció de repente. Una planta de reactor y ruidos de vapor, muy débil señor. No puedo identificar realmente la señal característica de la planta… —Deslizó al máximo los controles de ganancia—. No es uno de los nuestros, jefe, creo que a lo mejor tenemos un Alfa aquí.

—¡Ahh fantástico! ¡Haga un mensaje al Dallas ya mismo!

El suboficial lo intentó, pero el Dallas, corriendo a treinta y dos nudos, no captó los cinco rápidos pings. El Octubre Rojo se hallaba en ese momento a ocho millas de distancia.

El Octubre Rojo.

Los ojos de Jones se abrieron de pronto muy grandes.

—Señor Bugayev, diga al comandante que acabo de oír un par de pings.

—¿Un par?

—Más de uno, pero no pude contarlos.

El Pogy.

El capitán de fragata Wood tomó la decisión. La idea había consistido en enviar las señales de sonar en forma altamente direccional y con muy baja potencia, como para minimizar las posibilidades de revelar la propia posición. Pero el Dallas no las había captado.

—Máxima potencia suboficial. Golpee al Dallas con todo.

—Comprendido. —El suboficial movió los controles de potencia al tope. Pasaron algunos segundos hasta que el sistema estuvo en condiciones de emitir una explosión de energía de cien kilovatios. ¡Ping ping ping ping ping!

El Dallas.

—¡Uyyy! —exclamó el suboficial Laval—. ¡Control, sonar, señal de peligro del Pogy!

—¡Paren máquinas! —ordenó Chambers—. Silencio en el buque.

—Paren máquinas. —El teniente Goodman retransmitió las órdenes un segundo después. En popa, la guardia del reactor redujo la entrada de vapor, aumentando la temperatura en el reactor. Eso permitió que los neutrones escaparan de la pila, retardando rápidamente la reacción de la fisión.

—Cuando la velocidad llegue a cuatro nudos, pasen a una velocidad de un tercio —dijo Chambers al oficial de cubierta mientras él iba hacia popa, a la sala de sonar—. Frenchie, necesito información urgente.

—Todavía vamos demasiado rápido, señor —dijo Laval.

El Octubre Rojo.

—Capitán Ramius, creo que deberíamos reducir la velocidad —dijo prudentemente Mancuso.

—La señal no se repitió —contestó Ramius en desacuerdo. La segunda señal direccional no había sido captada por ellos, y el Dallas no había retransmitido todavía el mensaje de peligro porque estaba navegando demasiado rápido como para localizar al Octubre y pasarlo.

El Pogy.

—Señor, el Dallas ha disminuido la potencia.

Wood se mordió el labio inferior.

—Muy bien, vamos a encontrar a ese bastardo. A buscar con todo, suboficial, máxima potencia en el sonar. —Volvió a la sala de control—. A ocupar los puestos de combate. —Dos segundos más tarde comenzó a sonar la alarma. El Pogy ya estaba en alerta desde antes y, en menos de cuarenta segundos, todos los puestos de combate estaban ocupados. El segundo comandante, capitán de corbeta, Tom Reynolds, actuaba como coordinador de control de fuego. Su equipo de oficiales y técnicos estaba esperando los datos para alimentar la computadora de control de fuego Mark 117.

El domo del sonar, en la proa del Pogy, lanzaba verdaderas explosiones de energía sónica en el agua. Quince segundos después de haber comenzado, las primeras señales de retorno aparecieron en la pantalla del suboficial Palmer.

—Control, sonar, tenemos un contacto positivo, marcación dos-tres-cuatro, distancia seis mil metros. Clasificación probable clase Alfa, por la señal característica de su planta —dijo Palmer.

—¡Deme una solución! —dijo Wood con tono de urgencia.

—Comprendido. —Reynolds observó cómo introducían los datos mientras otro equipo de oficiales hacía un gráfico con papel y lápiz sobre la mesa de la carta. Computadora o no, tenía que haber un respaldo. Los datos desfilaron por la pantalla. Los cuatro tubos de torpedos del Pogy contenían un par de misiles cohete Harpoon, y dos torpedos Mark 48. Solamente los torpedos eran útiles en el momento.

El Mark 48 era el torpedo más poderoso en existencia: guiado por cable y capaz de llegar a su blanco gracias a su propio sonar activo, corría a más de cincuenta nudos y llevaba una cabeza de guerra de media tonelada.

—Jefe, tenemos una solución para los dos pescados. Tiempo de reconocido cuatro minutos, treinta y cinco segundos.

—Sonar, cierre el pinging —dijo Wood.

—Comprendido. Pinging cerrado, señor —Palmer cortó la energía a los sistemas activos—. Ángulo de elevación-depresión del blanco es casi cero, señor. Está a nuestra misma profundidad, más o menos.

—Muy bien, sonar. Manténgase sobre él. —Wood tenía en ese momento la posición de su blanco. Seguir enviando pings sólo habría servido para indicar mejor al otro su propia posición.

El Dallas.

—El Pogy estaba enviando señales ping a algo. Tuvieron un retorno, con una marcación uno-nueve-uno, aproximadamente —dijo el suboficial Laval—. Hay otro submarino allí. No sé bien cuál. Puedo captar cierta planta y ruidos de vapor, pero no lo suficiente como para identificarlo.

El Pogy.

—El lanzamisiles todavía se está moviendo, señor —informó el suboficial Palmer.

—Jefe —Reynolds levantó la mirada desde los ploteos de ruta—, el rumbo que tiene lo va atraer entre nosotros y el blanco.

—Bárbaro. Todo adelante un tercio, timón veinte grados izquierda. —Wood fue a la sala de sonar mientras se cumplían sus órdenes—. Suboficial, aumente la potencia y esté listo para enviar fuertes pings al lanzamisiles.

—Entendido, señor. —Palmer trabajó en sus controles—. Listo, señor.

—Envíele las señales directas y con fuerza. No quiero que deje de captarlas esta vez.

Wood observó el indicador de dirección del equipo de sonar y vio que se estaba produciendo un giro. El Pogy viraba rápidamente, pero no tan rápidamente como él quería. El Octubre Rojo —sólo él y Reynolds sabían que era ruso, aunque los tripulantes estaban especulando como locos— se acercaba demasiado rápido.

—Listo, señor.

—Envíele.

Palmer operó el control de impulso.

¡Ping ping ping ping ping!

El Octubre Rojo.

—Jefe —gritó Jones—. ¡Señal de peligro!

Mancuso saltó hacia el anunciador sin esperar a que Ramius reaccionara. Hizo girar el dial hasta la posición «Paren Máquinas». Después miró a Ramius.

—Lo siento, señor.

—Está bien. —Ramius miró la carta, frunciendo el entrecejo. Un momento después se oyó el timbre del teléfono. Lo tomó y habló en ruso durante varios segundos antes de volver a colgar—. Les dije que teníamos un problema pero no sabemos cuál es.

—Absolutamente cierto. —Mancuso se unió a Ramius frente a la carta. Los ruidos de máquinas iban disminuyendo, aunque no con la rapidez que hubiera deseado el norteamericano. El Octubre era silencioso para ser un submarino ruso, pero eso era todavía demasiado ruidoso para él.

—Vea si su sonarista puede localizar algo —sugirió Ramius.

—Bien. —Mancuso dio unos pasos atrás—. Jones, averigüe qué hay allí.

—Comprendo, jefe, pero no va a ser fácil con este equipo. —Él ya tenía los dispositivos sensores trabajando en dirección a los dos submarinos de ataque que los escoltaban. Jones ajustó la regulación de sus auriculares y empezó a trabajar con los controles de amplificación. ¡No tenía procesadores de señales ni sistema de procesamiento algorítmico, y los transductores no servían para nada! Pero ése no era momento para enfurecerse. Los sistemas soviéticos tenían que operarse electromecánicamente a diferencia de los controlados por computadoras a los que él estaba acostumbrado. Lenta y cuidadosamente alteró los dispositivos direccionales del receptor, en el domo del sonar, a proa, con la mano derecha retorciendo un paquete de cigarrillos y los ojos cerrados y apretados. No se dio cuenta de que Bugayev estaba junto a él, escuchando el mismo impulso.

El Dallas.

—¿Qué sabemos, suboficial? —preguntó Chambers.

—Tengo una marcación y nada más. El Pogy lo tiene perfectamente situado, pero nuestro amigo paró completamente su máquina después que lo detectaron, y a mí se me desvaneció. El Pogy tuvo un fuerte retorno de él. Probablemente está bastante cerca, señor.

Chambers había sido promovido a su puesto de segundo comandante hacía sólo cuatro meses. Era un brillante y experimentado oficial, y candidato seguro para tener mando, pero tenía solamente treinta y tres años y no había estado en submarinos más que esos cuatro meses.

Antes de eso, durante un año y medio, había sido instructor de reactores, en Idaho. El rigor que mostraba como parte de su trabajo —era el principal encargado de la disciplina a órdenes de Mancuso— ocultaba más inseguridad que la que le hubiera gustado admitir. En ese momento, su carrera estaba en un punto crucial. Sabía exactamente cómo era de importante esa misión. Su futuro dependería de las decisiones que adoptara.

—¿Puede localizar con un solo ping?

El suboficial del sonar lo pensó durante un segundo.

—No es suficiente como para una solución de tiro, pero nos daría algo.

—Un ping, hágalo.

—Comprendido. —Laval trabajó brevemente en su tablero, poniendo en funcionamiento los elementos activos.

El V. K. Konovalov.

Tupolev hizo una mueca. Había actuado demasiado rápido. Debió haber esperado hasta que hubiera pasado… aunque entonces, si él hubiese esperado tanto, habría tenido que moverse, y en ese momento tenía a los tres rondando muy cerca, casi inmóviles.

Los cuatro submarinos sólo se desplazaban a la velocidad mínima para mantener el control de profundidad. El Alfa ruso estaba orientado hacia el sudeste, y los cuatro se hallaban formando casi una figura aproximadamente trapezoidal, con el extremo abierto en dirección al mar.

El Pogy y el Dallas se encontraban hacia el norte del Konovalov; el Octubre Rojo estaba al sudeste de él.

El Octubre Rojo.

—Alguien acaba de enviarle una señal ping —dijo Jones con calma—. La marcación es más o menos noroeste, pero no está haciendo ruido suficiente como para que podamos captarlo. Señor, si tuviera que apostar, yo diría que está bastante cerca.

—¿Cómo sabe eso? —preguntó Mancuso.

—Oí el pulso directo… sólo un ping para obtener una medición de distancia, creo. Fue hecho por un BQQ-5. Después oímos salir el eco desde el blanco. Las matemáticas darían un par de posibilidades diferentes, pero le robaría la apuesta si le dijera que está entre nosotros y nuestra gente, y un poco hacia el oeste. Comprendo que esto no es muy exacto, señor, pero es lo mejor que tenemos.

—Distancia diez kilómetros, tal vez menos —comentó Bugayev.

—Eso tampoco es muy sólido, pero no es mal comienzo. No son muchos los datos, jefe. Lo siento. Es lo mejor que podemos hacer —dijo Jones.

Mancuso asintió con la cabeza y volvió a la sala de control.

—¿Qué pasa? —preguntó Ryan. Los controles de los planos debían mantenerse a fondo hacia adelante para conservar la profundidad.

Ryan no había captado el significado de lo que estaba ocurriendo.

—Hay un submarino hostil por aquí cerca.

—¿Qué información tenemos? —preguntó Ramius.

—No mucha. Hay un contacto al noroeste, distancia desconocida, pero probablemente no muy lejos. Sé con seguridad que no es uno de los nuestros. Norfolk dijo que esta zona estaba despejada. Eso deja una sola posibilidad. ¿Derivamos?

—Derivamos —dijo Ramius como un eco, levantando el teléfono. Impartió unas pocas órdenes.

Las máquinas del Octubre estaban dando potencia como para mover el submarino a poco más de dos nudos, apenas lo suficiente como para mantener la dirección, pero no lo bastante como para mantener la profundidad. Con una flotación ligeramente positiva, el Octubre estaba derivando hacia arriba a razón de unos pocos metros por minuto, a pesar de la colocación de los planos.

El Dallas.

—Volvamos otra vez hacia el sur. No me gusta la idea de que ese Alfa esté más cerca de nuestro amigo que nosotros. Caiga a la derecha a uno-ocho-cinco, a dos tercios —dijo finalmente Chambers.

—Comprendido —dijo Goodman—. Timonel, quince grados a la derecha, nuevo rumbo uno-ocho-cinco. Todo adelante dos tercios.

—Timón a la derecha quince grados, comprendido. —El timonel hizo girar la rueda—. Señor, mi timón está quince grados a la derecha, para nuevo rumbo de uno-ocho-cinco.

Los cuatro tubos de torpedos del Dallas estaban cargados con tres Mark 48 y un señuelo, un costoso simulador submarino móvil. Uno de sus torpedos se hallaba dirigido al Alfa, pero la solución de fuego era algo vaga. El «pescado» tendría que efectuar parte del seguimiento por sí mismo. Los dos torpedos del Pogy estaban orientados en una puntería casi perfecta.

El problema era que ninguno de los dos submarinos tenía autorización para disparar. Ambos submarinos de ataque se hallaban operando con las instrucciones de rutina. Podían disparar sólo en defensa propia, y defender al Octubre Rojo mediante la astucia y el engaño únicamente. La duda era si el Alfa sabía lo que era el Octubre Rojo.

El V. K. Konovalov.

—Ponga rumbo al Ohio —ordenó Tupolev—. Lleve la velocidad a tres nudos. Debemos ser pacientes, camaradas. Ahora que los norteamericanos saben dónde estamos no nos enviarán más pings. Nos apartaremos lentamente de nuestra posición.

La hélice de bronce del Konovalov giró más rápidamente. Cerrando algunos sistemas eléctricos no esenciales, los maquinistas pudieron aumentar la velocidad sin necesidad de aumentar la potencia que entregaba el reactor.

El Pogy.

En el Pogy, el más próximo de los submarinos de ataque, el contacto se desvanecía, desviando un poco la marcación direccional. El capitán de fragata Wood dudó si debía obtener otra marcación con el sonar activo, pero decidió no hacerlo. Si utilizaba el sonar activo, su situación sería como la de un policía que busca un ladrón en un edificio oscuro con una linterna encendida. Los ping del sonar seguramente iban a informar a su blanco más de lo que le informaban a él. El suboficial Palmer informó el paso del Dallas por el lado de babor: Tanto Wood como Chambers decidieron no usar el teléfono subacuático para comunicarse. No podían arriesgarse a producir ningún ruido en ese momento.

El Octubre Rojo.

Ya llevaban derivando una media hora. Ryan fumaba un cigarrillo tras otro en su puesto; tenía sudadas las palmas de las manos y luchaba por mantener la compostura. Ésa no era la clase de combate para la cual había sido adiestrado: estar allí encercado en un tubo de acero, incapacitado para ver ni oír nada. Sabía que por allí afuera andaba un submarino soviético, y sabía también qué órdenes tenía. Si su comandante se daba cuenta de quiénes eran ellos… ¿qué pasaría? Los dos comandantes, pensó, estaban asombrosamente tranquilos.

—¿Pueden protegernos sus submarinos? —preguntó Ramius.

—¿Disparar contra un submarino ruso? —Mancuso sacudió la cabeza—. Solamente si él dispara primero… contra ellos. De acuerdo con las reglas normales, nosotros no contamos.

—¿Qué? —Ryan estaba pasmado.

—¿Quiere iniciar una guerra? —Mancuso sonrió, como si le pareciera divertida la situación—. Eso es lo que sucede cuando los buques de guerra de dos naciones empiezan a intercambiar disparos. Tenemos que ingeniárnoslas para salir de esto.

—Quédese tranquilo, Ryan —dijo Ramius—. Éste es nuestro juego habitual. El submarino cazador trata de encontrarnos, y nosotros tratamos de que no nos encuentre. Dígame, capitán Mancuso, ¿a qué distancia nos escucharon frente a Islandia?

—No he revisado detenidamente su carta, capitán —murmuró Mancuso—. Tal vez a veinte millas, unos cuarenta kilómetros más o menos.

—Y entonces nosotros navegábamos a trece nudos… el ruido aumenta más rápido que la velocidad. Creo que podemos movernos hacia el este, lentamente, sin ser detectados. Usamos el caterpillar y nos movemos a seis nudos. Como usted sabe, el sonar soviético no es tan eficaz como el norteamericano. ¿Está de acuerdo, capitán?

Mancuso movió la cabeza asintiendo.

—El submarino es suyo, señor. ¿Puedo sugerirle nordeste? Eso tendría que situarnos detrás de nuestros submarinos de ataque dentro de una hora, tal vez menos.

—Sí. —Ramius cojeó hasta el tablero de control para abrir las escotillas de los túneles, después volvió al teléfono. Dio las órdenes necesarias. En un minuto los motores del caterpillar quedaron conectados y la velocidad fue creciendo lentamente.

—Timón a la derecha, diez, Ryan —dijo Ramius—. Y afloje los controles de los planos.

—Timón a la derecha diez, señor, aflojando los planos, señor. —Ryan cumplió las órdenes, alegrándose de estar haciendo algo.

—Su rumbo es cero-cuatro-cero, cayendo a la derecha por tres-cinco-cero. —Desde el asiento del timonel podía oír el agua que circulaba por el túnel de babor. Cada minuto aproximadamente se oía un extraño e intenso rumor que duraba tres o cuatro segundos. El indicador de velocidad, que tenía frente a él, pasó por los cuatro nudos.

—¿Tiene miedo, Ryan? —bromeó Ramius.

Jack juró para sus adentros. Le había vacilado la voz.

—Estoy un poco cansado, también.

—Sé que es difícil para usted. Lo está haciendo muy bien, para ser un hombre nuevo, sin ningún entrenamiento. Llegaremos tarde a Norfolk, pero llegaremos, ya lo verá. ¿Usted ha estado en un submarino lanzamisiles, Mancuso?

—Oh, seguro. Quédese tranquilo, Ryan. Esto es lo que hacen los lanzamisiles. Alguien viene a buscarnos, y nosotros desaparecemos. —El capitán de fragata norteamericano levantó la mirada de la carta. Había colocado monedas en las posiciones estimadas de los otros tres submarinos. Pensó marcarlos mejor, pero decidió no hacerlo. Había algunas anotaciones muy interesantes en esa carta costera… por ejemplo, posiciones programadas de disparo de misiles. El Servicio de Inteligencia de la flota se enloquecería con esa clase de información.

El Octubre Rojo estaba navegando en aquel momento hacia el noroeste, a seis nudos. El Konovalov se desplazaba hacia el sudeste a tres nudos. El Pogy se dirigía hacia el sur, a dos; y el Dallas, hacia el sur, a quince. Los cuatro submarinos se encontraban en ese instante dentro de un círculo de seis millas de diámetro, y todos convergían aproximadamente hacia el mismo punto.

El V. K. Konovalov.

Tupolev estaba divertido. Por alguna razón los norteamericanos habían preferido asumir una táctica conservadora que él no esperaba. La actitud inteligente, pensó, habría sido que uno de los submarinos de ataque se le aproximara y lo hostilizara, permitiendo que el submarino lanzamisiles pasara tranquilo con la otra escolta. Bueno, en el mar nada era dos veces exactamente igual. Bebió de su taza de té y eligió un emparedado.

El michman de su sonar notó un extraño sonido en su equipo. Sólo duró unos pocos segundos, luego desapareció. Algún rumor sísmico lejano, pensó al principio.

El Octubre Rojo.

Habían ascendido un poco, debido a la compensación positiva del Octubre Rojo, y en ese momento Ryan había puesto cinco grados de ángulo hacia abajo en los planos de inmersión, para recuperar la profundidad de cien metros. Oyó que los capitanes comentaban la ausencia de gradiente térmico. Mancuso explicó que no era extraño en la zona, particularmente después de tormentas violentas. Convinieron en que era mala suerte. Una capa térmica hubiera facilitado la evasión.

Jones estaba en la entrada posterior de la sala de control, frotándose las orejas. Los auriculares rusos no eran muy cómodos.

—Jefe, estoy recibiendo algo hacia el norte, viene y se va. No he podido hacer una marcación sobre él.

—¿De quién? —preguntó Mancuso.

—No puedo decirlo, señor. El sonar activo no es tan malo, pero el material pasivo no está a la altura de las circunstancias, jefe. No estamos ciegos, pero no falta mucho.

—De acuerdo, si oye algo, grite.

—Comprendido, señor. ¿Tiene un poco de café aquí? El señor Bugayev me envió a buscarlo.

—Haré que les lleven una cafetera.

—Bien. —Jones volvió a su trabajo.

El V. K. Konovalov.

—Camarada comandante, tengo un contacto, pero no sé qué es —dijo el michman a través del teléfono.

Tupolev volvió a la sala de sonar masticando su emparedado. Los rusos habían detectado tan pocas veces a los Ohio —tres veces para ser exactos, y en cada caso habían perdido la presa antes de pocos minutos— que nadie tenía mayor experiencia para captar sus características.

El michman entregó al comandante unos auriculares de repuesto.

—Puede demorar unos minutos, camarada. Viene y se va.

Las aguas frente a la costa norteamericana, aunque casi isotérmicas, no eran del todo perfectas para los sistemas de sonar. Muchas corrientes menores y remolinos establecían paredes móviles que reflejaban y canalizaban la energía sónica en forma aleatoria. Tupolev se sentó y escuchó pacientemente. Pasaron cinco minutos antes de que volviera la señal. La mano del michman se agitó.

—Ahora, camarada comandante.

—¿Marcación?

—Demasiado débil, y muy corta la señal para atraparla… pero tres grados en cada proa, uno-tres-seis a uno-cuatro-dos.

Tupolev arrojó sobre la mesa los auriculares y se marchó hacia proa. Agarró del brazo al oficial político y lo llevó rápidamente a la cámara de oficiales.

—¡Es el Octubre Rojo!

—Imposible. El mando de la Flota dice que su destrucción quedó confirmada por inspección visual de los restos. —El zampolit agitó la cabeza con énfasis.

—Nos han engañado. La señal acústica del caterpillar es única, camarada. Lo tienen los norteamericanos, y está allí afuera. ¡Debemos destruirlo!

—No. Debemos tomar contacto con Moscú y pedir instrucciones.

El zampolit era un buen comunista, pero por ser un oficial de buques de superficie no estaba acostumbrado a los submarinos, pensó Tupolev.

—Camarada zampolit, tardaríamos varios minutos en acercarnos a la superficie, quizá diez o quince para enviar un mensaje a Moscú, treinta más para que Moscú nos respondiera… ¡y luego pedirían confirmación! ¿Una hora en total, o dos, o tres? Para ese momento, el Octubre Rojo ya se habría ido. Nuestras órdenes originales son operativas todavía, y no hay tiempo para tomar contacto con Moscú.

—Pero ¿qué ocurrirá si usted está equivocado?

—¡No estoy equivocado, camarada! —exclamó el comandante—. Voy a anotar mi informe de contacto en el libro de navegación, y mis recomendaciones. Si usted lo prohíbe, ¡anotaré también eso! Yo estoy en lo cierto, camarada. Será su cabeza, no la mía. ¡Decida!

—¿Está completamente seguro?

—¡Absolutamente!

—Muy bien. —El zampolit pareció desinflarse—. ¿Cómo lo hará?

—Tan pronto como sea posible, antes de que los norteamericanos tengan la posibilidad de destruirnos a nosotros. Vaya a su puesto, camarada. —Los dos hombres volvieron a la sala de control. Los seis tubos de torpedos de proa del Konovalov estaban cargados con torpedos guiados por cable Mark C 533. Todo lo que necesitaban era que se les dijese adónde debían dirigirse.

—Sonar, ¡busque adelante con todos los sistemas activos! —ordenó el comandante.

El michman apretó el botón.

El Octubre Rojo.

—Ouch. —La cabeza de Jones se volvió bruscamente—. Jefe, nos están enviando pings. Lado de babor, mitad del buque, tal vez un poco hacia adelante. No es uno de los nuestros, señor.

El Pogy.

—Control, sonar, ¡el Alfa detectó al lanzamisiles! La marcación del Alfa es uno-nueve-dos.

—Todo adelante dos tercios —ordenó Wood inmediatamente.

—Todo adelante dos tercios, comprendido.

Las máquinas del Pogy explotaron a la vida, y pronto su hélice estaba sacudiendo las negras aguas.

El V. K. Konovalov.

—Distancia siete mil seiscientos metros. Ángulo de elevación cero —informó el michman. «Así que éste es el submarino que los habían enviado a cazar», pensó. Acababa de ponerse unos auriculares que le permitían informar directamente al comandante y al oficial de control de fuego.

El starpon era el supervisor de control de fuego. Rápidamente alimentó la computadora con los datos. Era un sencillo problema de geometría de blancos.

—Tenemos la solución para los torpedos uno y dos.

—Prepárese para abrir fuego.

—Inundar los tubos. —El starpon movió personalmente las llaves, estirando el brazo por encima del suboficial—. Puertas exteriores de los tubos abiertas.

—¡Vuelvan a comprobar la solución de tiro! —dijo Tupolev.

El Pogy.

El suboficial encargado de sonar del Pogy fue el único hombre que oyó el fugaz ruido.

—Control, sonar, el contacto Alfa… ¡acaba de inundar tubos, señor! Marcación del blanco es uno-siete-nueve.

El V. K. Konovalov.

—Solución confirmada, camarada comandante —dijo el starpon.

—Disparen uno y dos —ordenó Tupolev.

—Fuego el uno… fuego el dos. —El Konovalov se estremeció dos veces cuando las cargas de aire comprimido eyectaron los torpedos de propulsión eléctrica.

El Octubre Rojo.

Jones lo oyó primero.

—¡Hélices de alta velocidad a babor! —dijo con voz muy alta y clara—. ¡Torpedos en el agua a babor!

—¡Ryl nalyeva! —ordenó automáticamente Ramius.

—¿Qué? —preguntó Ryan.

—¡Izquierda, timón a la izquierda! —Ramius golpeó con el puño en el pasamanos.

—¡Todo a la izquierda, rápido! —dijo Mancuso.

—Timón todo a la izquierda, comprendido. —Ryan hizo girar la rueda hasta el tope y la mantuvo allí. Ramius estaba girando el anunciador a velocidad de flanco.

El Pogy.

—Dos torpedos corriendo —dijo Palmer—. La marcación cambia de derecha a izquierda. Repito, marcación de los torpedos cambiando rápidamente de derecha a izquierda en ambos torpedos. Están apuntados al submarino lanzamisiles.

El Dallas.

El Dallas también los oyó. Chambers ordenó velocidad de flanco y giró a babor. Con los torpedos en carrera sus opciones estaban limitadas, y hacía en ese momento lo que enseñaba la práctica norteamericana: poner rumbo a otra parte… y muy rápido.

El Octubre Rojo.

—¡Necesito un rumbo! —dijo Ryan.

—¡Jones, deme una marcación! —grito Mancuso.

—Tres-dos-cero, señor. Dos torpedos vienen hacia aquí —respondió Jones de inmediato, trabajando en sus controladores para fijar la marcación. No era momento para confusiones.

—Rumbo tres-dos-cero, Ryan —ordenó Ramius—, si es que podemos virar tan rápido.

«Muchas gracias», pensó fastidiado Ryan, observando el girocompás que pasaba en ese momento por tres-cinco-siete. El timón estaba aplicado al máximo y con el repentino aumento de potencia de los motores del caterpillar, pudo sentir en la rueda la agitación producida por el retroceso del empuje.

—Dos torpedos en esta dirección, marcación tres-dos-cero, repito, la marcación es constante —informó Jones, con mayor frialdad que la que realmente sentía—. Allá vamos, muchachos…

El Pogy.

Su mapa táctico mostraba al Octubre, al Alfa y a los dos torpedos. El Pogy estaba cuatro millas al norte de donde se desarrollaba la acción.

—¿Podemos abrir fuego? —preguntó el segundo comandante.

—¿Al Alfa? —Wood sacudió enfáticamente la cabeza—. No, maldita sea. De todos modos no habría ninguna diferencia.

El V. K. Konovalov.

Los dos torpedos Mark C avanzaban a cuarenta y un nudos, una velocidad baja para esa distancia, a fin de que pudieran ser guiados más fácilmente por los sistemas de sonar del Konovalov. Tenían un recorrido proyectado de seis minutos, y ya habían completado un minuto.

El Octubre Rojo.

—De acuerdo, pasando por tres-cuatro-cinco, aflojando el timón —dijo Ryan.

Mancuso se mantuvo en silencio. Ramius estaba usando una táctica que a él particularmente no le gustaba: virar para hacer frente al torpedo. Presentaba el mínimo perfil del blanco, pero les daba a los atacantes una solución de intercepción geométrica más simple. Presumiblemente, Ramius sabía lo que podían hacer los torpedos rusos. Así lo esperaba Mancuso.

—Firme en tres-dos-cero, comandante —dijo Ryan, con los ojos clavados en el repetidor del girocompás, como si eso importara. Una vocecita en el cerebro lo estaba felicitando por haber ido al lavabo una hora antes.

—Ryan, abajo, abajo al máximo en los planos de inmersión.

—Abajo al tope. —Ryan empujó la rueda a fondo. Estaba aterrorizado, pero más temeroso aún de ensuciarse encima. Tenía que suponer que ambos comandantes sabían lo que estaban haciendo. Nada podía decidir él. Bueno, pensó, sí sabía una cosa. A los torpedos guiados se los puede engañar. Como las señales de radar que se apuntan a la tierra, los pulsos del sonar se pueden interferir, especialmente cuando el submarino que ellos están tratando de localizar se encuentra cerca del fondo o de la superficie, zonas donde los pulsos tienden a reflejarse. Si el Octubre se sumergía más, podía perderse en un campo de opacidad… suponiendo que llegara allí con la suficiente rapidez.

El V. K. Konovalov.

—El aspecto del blanco ha cambiado, camarada comandante. Ahora el blanco es más pequeño —dijo el michman.

Tupolev consideró la información. Sabía todo lo que había sobre doctrina soviética de combate… y sabía que Ramius había escrito gran parte de ella. Marko iba a hacer lo que nos enseñó a todos que debía hacerse, pensó Tupolev. Virar para hacer frente a los proyectiles que se acercaban, a fin de minimizar la sección transversal del blanco, y hundirse hasta el fondo para perderse en la confusión de sonidos reflejados.

—El blanco intentará sumergirse hasta el campo de captura del fondo. Estén alertas.

—Comprendido, camarada. ¿Puede alcanzar el fondo lo suficientemente rápido? —preguntó el starpon.

Tupolev atormentó su cerebro para recordar las características de maniobra del Octubre.

—No, no puede sumergirse a esa profundidad en tan poco tiempo. Lo tenemos. —«Lo siento, viejo amigo, pero no tengo alternativa», pensó.

El Octubre Rojo.

Ryan se encogía cada vez que el impacto del sonar atravesaba el doble casco.

—¿No pueden interferir eso… o algo parecido? —preguntó.

—Paciencia, Ryan —dijo Ramius. Nunca se había visto enfrentado a ojivas de guerra verdaderas, pero había practicado ese problema cientos de veces en su carrera—. Primero lo dejaremos creer que ya nos tiene.

—¿No lleva aquí señuelos? —preguntó Mancuso.

—Cuatro, en la sala de torpedos, a proa; pero no tenemos torpedistas.

Ambos comandantes estaban rivalizando en frialdad, notó Ryan amargamente desde el interior de su aterrorizado pequeño mundo. Ninguno de los dos quería mostrar miedo ante su par. Pero ambos estaban entrenados para eso.

—Jefe —llamó Jones—, dos torpedos, marcación constante a tres-dos-cero… acaban de entrar en actividad. Repito, los torpedos ahora están activados… ¡Mierda!, suenan como los 48. Jefe, suenan como los torpedos Mark 48.

Ramius había estado esperando eso.

—Sí, nosotros les robamos el sonar del torpedo hace cinco años, pero no los motores de sus torpedos. ¡Bugayev!

En la sala de sonar, Bugayev había conectado energía al equipo de interferencia acústica tan pronto como supo que había lanzado los torpedos. En ese momento, reguló cuidadosamente el intervalo de sus pulsos de interferencia para que coincidieran con los de los torpedos que se acercaban. La regulación del tiempo tenía que ser exacta. Enviando ecos de retorno ligeramente distorsionados, podían crear blancos fantasmas. Ni demasiados, ni demasiado apartados. Apenas unos pocos, bastante cercanos, y podría confundir a los operadores de control de fuego del Alfa atacante. Movió cuidadosamente con el pulgar la llave de disparo, mientras mordía un cigarrillo americano.

El V. K. Konovalov.

—¡Maldito! Nos están interfiriendo. —El michman, al notar un par de nuevos pips, mostró sus primeras señales de emoción. El pip del verdadero contacto se iba desvaneciendo y quedaba en ese momento acompañado por otros dos nuevos uno al norte y muy cerca el otro al sur y un poco más lejos—. Comandante, el blanco está usando equipo soviético de interferencia.

—¿Ha visto? —dijo Tupolev al zampolit—. Con cuidado ahora —ordenó a su starpon.

El Octubre Rojo.

—Ryan, ¡todo arriba con los planos! —gritó Ramius.

—Todo arriba —repitió Ryan, tirando con fuerza la rueda contra el estómago y esperando que Ramius supiera qué diablos estaba haciendo.

—Jones, denos tiempo y distancia.

—Comprendido. —La interferencia les daba una imagen de sonar dibujada en las pantallas principales—. Dos torpedos, marcación tres-dos-cero. Distancia al número uno es dos mil metros; al número dos, dos mil trescientos… ¡Tengo un ángulo de depresión en el número uno! El torpedo número uno se está yendo un poco abajo, señor. —Tal vez Bugayev no era tan tonto después de todo, pensó Jones. Pero tenían que aguantarse dos pescados…

El Pogy.

El comandante del Pogy estaba enfurecido. Las condenadas reglas de empeño le impedían hacer una condenada cosa… excepto, quizás…

—¡Sonar, envíele pings a ese hijo de puta! ¡Máxima potencia! ¡Hágalo reventar al maldito!

El BQQ-5 del Pogy comenzó a lanzar frentes de ondas de energía reguladas en tiempo, que castigaron al Alfa. El Pogy no podía abrir fuego, pero a lo mejor el ruso no lo sabía, y tal vez ese castigo podría interferir el sonar de búsqueda de blancos.

El Octubre Rojo.

—Ahora en cualquier momento… uno de los pescados tiene captura, señor. No sé cuál de ellos. —Jones se quitó los auriculares de un oído y levantó la mano, lista para quitarse los del otro con un golpe. El sonar de orientación de uno de los torpedos lo estaba dirigiendo en ese momento hacia ellos. Malas noticias. Si ésos eran como los Mark 48… Jones sabía demasiado bien que esas cosas no erraban mucho. Oyó funcionar los mecanismos de cambio de las hélices cuando pasaron debajo del Octubre Rojo—. Uno erró, señor. El número uno pasó por debajo de nosotros. El número dos viene hacia aquí; los intervalos entre los pings se hacen cada vez menores. —Estiró el brazo y dio unos golpecitos en el hombro de Bugayev. A lo mejor era realmente el genio de a bordo que los rusos decían que era.

El V. K. Konovalov.

El segundo torpedo Mark C se abría paso en el agua a cuarenta y un nudos. Eso componía una velocidad de acercamiento del torpedo al blanco de cincuenta y cinco nudos aproximadamente. El circuito de guía y definición era sumamente complejo. Incapaces de imitar el sistema de orientación por computadora del Mark 48, los soviéticos hacían que el sonar de orientación al blanco que llevaba el torpedo informara a la nave que lo había lanzado, a través de un cable aislado. El starpon podía elegir la información de sonar que deseara para dirigir los torpedos: la del sonar montado en el submarino o la de los propios torpedos. En el caso del primer torpedo, la interferencia lo había burlado al crear imágenes fantasmas que habían duplicado las recibidas por el sonar del torpedo en esa frecuencia. Para el segundo, el starpon estaba usando el sonar de proa, de más baja frecuencia. El primer torpedo había errado al pasar muy bajo, él lo sabía en ese momento. Eso significaba que el blanco era el pip del medio. El michman hizo un rápido cambio de frecuencia que despejó la imagen del sonar por unos pocos segundos antes de que la interferencia pudiera actuar. Fríamente y con destreza, el starpon dirigió el segundo torpedo para que eligiera el blanco central. Hacia allí fue, directo y exacto.

La cabeza nuclear de doscientos cincuenta kilos dio en el blanco con un golpe oblicuo, poco más atrás de la mitad del buque, inmediatamente delante de la sala de control. Explotó una milésima de segundo después.

El Octubre Rojo.

La fuerza de la explosión arrojó de su asiento a Ryan, que golpeó con la cabeza en la cubierta. Después de un momento de inconsciencia volvió en sí en la oscuridad y con fuertes zumbidos en los oídos. La conmoción producida por la explosión había causado cortocircuitos en varios tableros de llaves eléctricas, y pasaron algunos segundos antes de que se encendieran las luces rojas de combate. Atrás, Jones se había quitado de un golpe los auriculares justo a tiempo, pero Bugayev, intentando engañar al torpedo hasta el último segundo, no lo había hecho. Estaba en el suelo, revolcándose de dolor, totalmente sordo, con un tímpano destrozado.

En la sala de máquinas los hombres se esforzaban para ponerse de pie. Allí las luces habían permanecido encendidas, y el primer acto de Melekhin fue mirar el tablero de situación de control de averías. La explosión había tenido lugar en el casco exterior, un recubrimiento de acero liviano. Dentro de él había un tanque de lastre lleno de agua, un panel de deflectores celulares de dos metros de espesor. Ubicados después del tanque había botellones de aire comprimido de alta presión. Después venía el banco de baterías del Octubre y el casco interior presurizado. El torpedo había golpeado en el centro de una chapa de acero del casco exterior, a varios metros de cualquiera de las uniones soldadas. La fuerza de la explosión había hecho un agujero de tres metros y medio de diámetro; destrozó los deflectores interiores del tanque de lastre, y despedazó media docena de botellones de aire, pero mucha de su fuerza ya se había disipado. El daño final fue soportado por treinta de las enormes baterías de níquel-cadmio. Los ingenieros soviéticos las habían ubicado allí deliberadamente. Sabían que esa posición dificultaría el mantenimiento y la recarga y, lo peor, las expondría a la contaminación del agua de mar. Habían aceptado todo eso en beneficio del segundo propósito, que era el de servir de blindaje adicional para el casco. Las baterías del Octubre lo salvaron. De no haber sido por ellas, la fuerza de la explosión habría actuado sobre el casco presurizado. En cambio, quedó en gran parte reducida por el sistema defensivo de varias capas que no tenía ningún submarino de Occidente.

Se había producido una fisura en una junta soldada del casco interior, y una lluvia de agua penetraba en la sala de radio, cómo si proviniese de una manguera de alta presión, pero no alcanzaba a afectar la seguridad del casco.

En la sala de control, Ryan volvió enseguida a su puesto y trató de determinar si sus instrumentos todavía funcionaban. Alcanzaba a oír el ruido del agua que penetraba en el compartimiento anterior. No sabía qué hacer. Sabía que no era el momento para dejarse llevar por el pánico, aunque su cerebro le pedía a gritos que dejara de contenerse.

—¿Qué debo hacer?

—¿Todavía con nosotros? —La cara de Mancuso tenía un aspecto satánico con las luces rojas.

—No, maldita sea, estoy muerto… ¿qué debo hacer?

—¿Ramius? —Mancuso vio que el comandante sostenía una linterna que había retirado de un soporte en el mamparo posterior.

—Abajo, sumérjase hasta el fondo. —Ramius tomó el teléfono y llamó a la sala de máquinas para ordenar que detuvieran los motores. Melekhin ya había dado la orden.

Ryan empujó hacia adelante los controles. «En un maldito submarino que tiene una maldita pinchadura, le dicen a uno que tiene que ir al fondo», pensó.

El V. K. Konovalov.

—Un impacto sólido, camarada comandante —informó el michman—. Detuvo los motores. Oigo ruidos de crujidos en el casco y está cambiando la profundidad. —Intentó algunos pings adicionales, pero no logró nada. La explosión había causado grandes perturbaciones en el agua. Había ecos que retumbaban de la explosión inicial y continuaban reverberando en el mar. Se habían formado trillones de burbujas, creando alrededor del blanco una «zona insonorizada» que lo oscureció rápidamente. Los pings activos se reflejaban en las nubes de burbujas y la capacidad de escucha pasiva se reducía por los rumores recurrentes. Todo Lo que él sabía con seguridad era que uno de los torpedos había hecho impacto, probablemente el segundo. Era un hombre experimentado que trataba de diferenciar cuáles eran ruidos y cuáles señales, pero que había reconstruido correctamente la mayor parte de los hechos.

El Dallas.

—Anoten un tanto a favor de los bandidos —dijo el suboficial de sonar. El Dallas estaba navegando demasiado rápido como para poder utilizar con propiedad su sonar, pero era imposible dejar de oír la explosión. Toda la tripulación la oyó a través del casco.

En el centro de ataque, Chambers estimó su posición a dos millas de donde había estado el Octubre. El resto de los hombres que se hallaban en el compartimiento miró el instrumental sin mostrar emociones. Diez de sus camaradas del buque acababan de sufrir un ataque con éxito, y el enemigo estaba del otro lado de la pared de ruido.

—Reduzca a un tercio —ordenó Chambers.

—Todo adelante un tercio —repitió el oficial de cubierta.

—Sonar, consígame alguna información —dijo Chambers.

—Estoy trabajando en eso, señor. —El suboficial Laval se esforzaba por dar algún sentido a lo que oía. Pasaron algunos minutos hasta que el Dallas redujo su velocidad a menos de diez nudos.

—Control, sonar, el lanzamisiles recibió un impacto. No oigo sus motores… pero no hay ruidos de desintegración. Repito, señor, no hay ruidos de desintegración.

—¿Puede oír al Alfa?

—No, señor, el agua está demasiado enrarecida.

La cara de Chambers se arrugó en una mueca. «Eres un oficial» se dijo, «te pagan para pensar. Primero, ¿qué está pasando? Segundo, ¿qué haces al respecto? Piénsalo bien después actúa».

—¿Distancia estimada del blanco?

—Algo así como nueve mil metros, señor —dijo el teniente Goodman, leyendo la última solución de la computadora de control de fuego—. Estará en la parte más alejada de la zona insonorizada.

—Vamos a tomar ciento ochenta metros de profundidad. —El oficial de inmersión retransmitió la orden al timonel. Chambers consideró la situación y decidió cuál sería su curso de acción. Deseaba que Mancuso y Mannion hubieran estado allí. El comandante y el navegador eran los otros dos miembros de lo que pasaba por ser el comité de conducción táctica del Dallas. Necesitaba intercambiar ideas con otros oficiales de experiencia… pero no había ninguno.

—Escuchen. Vamos a descender. Las perturbaciones de la explosión van a mantenerse bastante estacionarias. Si se mueven algo irán hacia arriba. Muy bien, nosotros iremos debajo de ellas. Primero, queremos localizar el lanzamisiles. Si no está allí quiere decir que se ha ido al fondo. Aquí hay solamente trescientos metros, de manera que puede estar en el fondo con su tripulación con vida. Esté o no en el fondo, tenemos que situarnos entre él y el Alfa. —«Además», continuó pensando, «si el Alfa dispara en ese momento, voy a hacer pedazos a ese canalla, y que las reglas de rutina se vayan a la mierda». Tenían que burlar a ese tipo. ¿Pero cómo? ¿Y dónde estaba el Octubre Rojo?

El Octubre Rojo.

Se sumergía más rápido de lo esperado. La explosión había dañado también un tanque de compensación y eso causaba una flotación negativa mayor que la original.

La entrada de agua en la sala de radio era bastante seria, pero Melekhin había advertido La inundación en su tablero de control de daños y reaccionó de inmediato. Cada compartimiento tenía su propia bomba eléctrica. La bomba de la sala de radio, completada con otra bomba del sector que también había sido activada por Melekhin, estaba logrando, a duras penas, impedir que la inundación se agravara. Las radios ya estaban destruidas, pero nadie pensaba enviar ningún mensaje.

—Ryan, todo arriba y timón a fondo a la derecha —ordenó Ramius.

—Timón a fondo a la derecha, todo arriba en los planos —respondió Ryan—. ¿Vamos a golpear el fondo?

—Trate de que no ocurra —dijo Mancuso—. Podría abrir más la fisura.

—Magnífico —contestó Ryan con un gruñido.

EL Octubre comenzó a descender más lentamente, virando hacia el este, debajo de la zona insonorizada. Ramius quería mantenerla entre él y el Alfa. Mancuso pensó que —después de todo— tal vez lograran sobrevivir. En ese caso tendría que inspeccionar mejor los planos de ese submarino.

El Dallas.

—Sonar, envíe dos pings de baja potencia al lanzamisiles. No quiero que los oiga nadie más, suboficial.

—Comprendido. —El suboficial naval efectuó los ajustes apropiados y envió las señales—. ¡Ya está! ¡Control, sonar, lo tengo! Marcación dos-cero-tres, distancia dos mil metros. No está, repito, no está en el fondo, señor.

—Timón izquierda quince grados, rumbo a dos-cero-tres —ordenó Chambers.

—¡Timón izquierda quince grados, comprendido! —cantó el timonel—. Nuevo rumbo dos-cero-tres. Señor, mi timón está a la izquierda quince grados.

—¡Suboficial, infórmeme sobre el lanzamisiles!

—Señor, tengo… ruido de bombas, creo… y se está moviendo un poco, la marcación es ahora dos-cero-uno. Puedo seguirlo con el pasivo, señor.

—Thompson, trace el curso del lanzamisiles. Señor Goodman, ¿todavía tenemos el señuelo listo para el lanzamiento?

—Así es, señor —respondió el oficial torpedista.

El V. K. Konovalov.

—¿Lo destruimos? —preguntó el zampolit.

—Probablemente —contestó Tupolev, dudando si sería o no así. Debemos acercarnos para estar seguros. Adelante lento.

—Adelante lento.

El Pogy.

El Pogy estaba en ese momento a menos de dos mil metros del Konovalov y seguía aún enviándole fuertes pings despiadadamente.

—Se está moviendo, señor. Ahora ya puedo recibirlo con el pasivo —dijo el suboficial sonarista Palmer.

—Muy bien, termine señales ping —dijo Wood.

—Comprendido, señales ping terminado.

—¿Tenemos una solución de tiro?

—Asegurada en firme —respondió Reynolds—. Tiempo de recorrido es de un minuto dieciocho segundos. Ambos torpedos listos.

—Todo adelante un tercio.

—Todo adelante un tercio, comprendido. —El Pogy disminuyó la velocidad. Su comandante se preguntaba qué excusa podría encontrar para abrir fuego.

El Octubre Rojo.

—Jefe, ese sonar que nos envió pings es de los nuestros, hacia el noroeste. Ping de baja potencia, señor, debe de estar cerca.

—¿Cree que puede alcanzarlo con el teléfono subacuático?

—¡Sí, señor!

—¿Comandante? —preguntó Mancuso—. Permiso para comunicarme con mi buque.

—Sí.

—Jones, llámelo ahora mismo.

—Comprendido. Aquí Jones llamando a Frenchie, ¿me recibe? —El sonarista frunció el entrecejo ante el altavoz—. Frenchie, contésteme.

El Dallas.

—Control, sonar, tengo a Jones en el teléfono subacuático.

Chambers levantó el auricular «gertruden» de la sala de control.

—Jones, aquí Chambers. ¿Cuál es su estado?

Mancuso tomó el micrófono que tenía su sonarista.

—Wally, aquí Bart —dijo—. Recibimos uno a mitad del buque pero se mantiene bien. ¿Puedes enviar interferencias para nosotros?

—¡Comprendido! Comienzo en este instante, cambio y corto. —Chambers volvió a poner el auricular en su soporte—. Goodman, inunde el tubo del señuelo. Vamos a entrar detrás del señuelo. Si el Alfa le dispara, lo sacamos. Regúlenlo para que corra en línea recta en dos mil metros; después, que vire al sur.

—Listo. Puerta exterior abierta, señor.

—Disparen.

—Señuelo disparado, señor.

El simulador de torpedo corrió hacia adelante a veinte nudos durante dos minutos para alejarse del Dallas, después disminuyó la velocidad. Tenía un cuerpo de torpedo; su porción anterior llevaba un poderoso transductor de sonar que activaba un grabador de cinta y emitía el sonido grabado de un submarino clase 688. Cada cuatro minutos cambiaba de operación normal a silenciosa. El Dallas siguió al señuelo unos mil metros, situándose algunas decenas de metros debajo de su trayectoria.

El Konovalov se acercó a la pared de burbujas con precaución, mientras el Pogy se desplazaba hacia el norte.

—Dispárale al señuelo, hijo de puta —dijo Chambers en voz baja.

Los tripulantes que ocupaban el centro de ataque lo oyeron, y asintieron con gesto severo.

El Octubre Rojo.

Ramius apreció que la zona insonorizada estaba en ese momento entre él y el Alfa. Ordenó que volvieran a poner en marcha los motores, y el Octubre Rojo continuó avanzando con rumbo hacia el noroeste.

El V. K. Konovalov.

—Timón a la izquierda diez grados —ordenó Tupolev con tranquilidad—. Vamos a rodear por el norte la zona muerta y veremos si está todavía con vida cuando viremos para volver. Primero debemos despejar el ruido.

—Nada todavía —informó el michman—. No hay impacto contra el fondo ni ruidos de colapso… Nuevo contacto, marcación uno-siete-cero… Sonido diferente, camarada comandante, una hélice… suena como norteamericano.

—¿Qué rumbo?

—Sur, me parece. Sí, sur…, el sonido está cambiando. Es norteamericano.

—Un submarino norteamericano que ha lanzado un señuelo. Vamos a ignorarlo.

—¿Ignorarlo? —dijo el zampolit.

—Camarada, si usted estuviera navegando con rumbo norte y resultara torpedeado, ¿viraría entonces al sur? Sí, usted lo haría… pero no Marko. Es demasiado evidente. Este norteamericano ha lanzado un señuelo para tratar de alejarnos de él. No ha sido demasiado astuto. Marko lo habría hecho mejor. Y él continuará hacia el norte. Yo lo conozco, sé cómo piensa. Ahora está navegando hacia el norte, tal vez al nordeste. Ellos no lanzarían un señuelo si estuviera destruido. Ahora sabemos que está todavía con vida, aunque lisiado. Lo encontraremos y acabaremos con él —dijo tranquilamente Tupolev, atrapado en todos sus sentidos por la caza del Octubre Rojo, recordando todo lo que le habían enseñado. En ese momento probaría que él era el nuevo maestro. Su conciencia estaba en paz. Tupolev estaba cumpliendo su destino.

—Pero los norteamericanos…

—No abrirán fuego, camarada —dijo el comandante con una fina sonrisa—. Si ellos pudieran disparar, ya habría acabado con nosotros el que está al norte. No pueden disparar sin permiso. Tienen que pedir permiso, igual que nosotros… pero nosotros ya tenemos el permiso, y la ventaja. Ahora estamos en el lugar donde recibió el torpedo, y cuando salgamos de la perturbación lo encontraremos de nuevo. Entonces lo tendremos.

El Octubre Rojo.

No podían usar el caterpillar. Uno de los lados estaba deshecho por el impacto del torpedo. El Octubre se estaba moviendo a seis nudos, impulsado por sus hélices, que hacían más ruido que el otro sistema. Eso era muy parecido al empleo de la táctica normal para proteger un submarino lanzamisiles. Pero el ejercicio presuponía siempre que los submarinos de ataque que hacían de escoltas podían disparar para ahuyentar a los bandidos…

—Timón a la izquierda, rumbo recíproco —ordenó Ramius.

—¿Qué? —Mancuso estaba pasmado.

—Piense, Mancuso —dijo Ramius, mirando para asegurarse de que Ryan materializaba la orden.

Ryan lo hizo, sin saber por qué.

—Piense, capitán Mancuso —repitió Ramius—. ¿Qué ha sucedido? Moscú ordenó que un submarino de ataque se quedara atrás, probablemente un submarino de la clase Politovskiy… ustedes lo llaman Alfa. Yo conozco a todos sus comandantes. Son todos jóvenes y todos… ejem… ¿agresivos? Sí, agresivos. Él debe de saber que no estamos destruidos. Si lo sabe, nos perseguirá. Entonces, nos volveremos atrás como un zorro y lo dejaremos pasar.

A Mancuso no le gustó. Ryan hubiera podido decirlo sin necesidad de mirarlo.

—Nosotros no podemos disparar. Sus hombres no pueden disparar. No podemos escapar de él… él tiene más velocidad. No podemos escondernos… su sonar es mejor. Él se desplazará hacia el este, usará su velocidad para atajarnos y su sonar para localizarnos. Si nosotros nos vamos al oeste, tenemos la mejor probabilidad de escapar. Él no esperará eso.

A Mancuso todavía no le gustaba, pero debió admitir que era astuto. Condenadamente astuto. Volvió a bajar la mirada hacia la carta. No era su submarino.

El Dallas.

—Ese bastardo pasó de largo. O ignoró el señuelo o simplemente no lo oyó. Está por el través de nosotros, pronto estaremos en el sector de sus ángulos muertos —informó el suboficial naval.

Chambers juró silenciosamente.

—Vaya con la idea. Timón quince grados a la derecha. —Por lo menos no había oído al Dallas. El submarino respondió rápidamente a los controles—. Vamos a ponernos detrás de él.

El Pogy.

El Pogy estaba en ese momento a una milla de distancia del Alfa, en su cuarto de babor. Tenía al Dallas en su sonar y notó el cambio de rumbo. El capitán de fragata Wood no sabía sencillamente qué hacer en ese momento. La solución más fácil era disparar, pero no podía. Consideró la posibilidad de abrir fuego sin autorización. Todo su instinto le decía que lo hiciera. El Alfa estaba dando caza a norteamericanos… Pero no podía ceder a su instinto. El deber estaba primero.

No había nada peor que el exceso de confianza, reflexionó amargamente. La suposición asumida para la operación era que no iba a haber nadie en la zona, y que, en caso de haberlo, los submarinos de ataque podrían alertar al lanzamisiles con bastante anticipación como para que pudiera escapar. Había una lección en eso, pero Wood no quiso ponerse a pensar en ella justo en ese momento.

El V. K. Konovalov.

—Contacto —dijo el michman por el micrófono—. Al frente, casi exactamente al frente. Usando hélices y viajando a baja velocidad. Marcación cero-cuatro-cuatro, distancia desconocida.

—¿Es el Octubre Rojo? —preguntó Tupolev.

—No puedo decirlo, camarada comandante. Podría ser un norteamericano. Viene en esta dirección, creo.

—¡Maldición! —Tupolev paseó la vista por la sala de control. ¿Sería posible que hubieran pasado al Octubre Rojo? ¿Podrían haberlo destruido ya?

El Dallas.

—¿Sabe que estamos aquí, Frenchie? —preguntó Chambers al suboficial naval cuando regresó a la sala de sonar.

—No tiene forma de saberlo, señor. —Laval sacudió la cabeza—. Estamos directamente detrás de él. Espere un momento… —el suboficial frunció el entrecejo—. Otro contacto, del otro lado del Alfa. Ese tiene que ser nuestro amigo, señor. ¡Cristo! Creo que viene hacia aquí. Y está usando las ruedas, no esa cosa rara.

—¿Distancia del Alfa?

—Menos de tres mil metros, señor.

—¡Todo adelante dos tercios! ¡Caiga a la izquierda diez grados! —ordenó Chambers—. Frenchie, envíele pings, pero use el sonar para debajo de hielo. Puede que no sepa qué es eso. Hagámosle pensar que somos el lanzamisiles.

—¡Comprendido, señor!

El V. K. Konovalov.

—¡Señales ping de alta frecuencia a popa! —gritó el michman—. No suena como un sonar norteamericano, camarada.

Tupolev quedó de pronto desconcertado. ¿Era un norteamericano hacia el lado de mar abierto? El otro, en su cuarto de babor, era ciertamente un norteamericano. Tenía que ser el Octubre. Marko seguía siendo un zorro. ¡Se había quedado inmóvil, dejándolos pasar, de manera que pudiera abrir fuego contra ellos!

—¡Todo adelante, máxima velocidad; timón todo a la izquierda!

El Octubre Rojo.

—¡Contacto! —cantó fuerte Jones—. Directo al frente. Espere… ¡Es un Alfa! ¡Está cerca! Parece que está virando. Alguien le está mandando pings desde el otro lado. ¡Cristo!, está realmente cerca. Jefe, el Alfa ya no es fuente puntual. Estoy recibiendo señales separadas entre el motor y la hélice.

—Capitán —dijo Mancuso. Los dos comandantes se miraron y comunicaron uno a otro el mismo pensamiento, como por telepatía. Ramius asintió.

—Deme la distancia.

—Jones, mándele pings al sinvergüenza. —Mancuso corrió atrás.

—Comprendido. —Dio la máxima potencia a los sistemas. Luego disparó un solo ping para medir la distancia—. Distancia mil quinientos metros. Ángulo de elevación cero, señor. Estamos al mismo nivel que él.

—Mancuso, ¡haga que su hombre nos siga dando distancia y marcación! —Ramius retorció el mango del telégrafo salvajemente.

—Muy bien, Jones, usted es nuestro control de fuego. Siga a mamá.

El V. K. Konovalov.

—Un ping de sonar activo a estribor, distancia desconocida, marcación cero-cuatro-cero. El blanco del lado de mar abierto acaba de tomar distancia de nosotros —dijo el michman.

—Deme una distancia —ordenó Tupolev.

—Está demasiado atrás del través, camarada. Lo estoy perdiendo hacia atrás.

Uno de ellos era el Octubre… pero ¿cuál? ¿Podía él arriesgarse a abrir fuego contra un submarino norteamericano? ¡No!

—¿Solución para el blanco del frente?

—No es buena —replicó el starpon—. Está maniobrando y aumentando la velocidad.

El michman se concentró en el blanco del oeste.

—Comandante, el contacto al frente no es, repito, no es soviético. El contacto al frente es norteamericano.

—¿Cuál? —chilló Tupolev.

—El del oeste y el del noroeste son ambos norteamericanos. El blanco del este desconocido.

—Mantenga timón a fondo.

—Timón está a fondo —respondió el timonel.

—El blanco está detrás de nosotros. Debemos fijar el cálculo de tiro y abrir fuego cuando viremos. Maldición, vamos demasiado rápido. Disminuya la velocidad a un tercio.

El Konovalov viraba normalmente con gran rapidez, pero la reducción de potencia hizo que la hélice actuara como un freno, retardando la maniobra. Con todo, Tupolev estaba haciendo lo correcto. Tenía que apuntar los tubos de sus torpedos cerca de la marcación del blanco, y tenía que desacelerar lo suficientemente rápido como para que su sonar pudiera darle una exacta información de tiro.

El Octubre Rojo.

—El Alfa continúa su giro, ahora está yendo de derecha a izquierda… los ruidos de propulsión han bajado un poco. Acaba de reducir la potencia —dijo Jones, observando la pantalla. Su cerebro trabajaba furiosamente para computar rumbo, velocidad y distancia—. Ahora la distancia es de mil doscientos metros. Todavía está virando. ¿Hacemos lo que estoy pensando?

—Parece que sí.

Jones colocó el sonar activo en la posición de envío automático de señales ping.

—Tenemos que ver para qué hace ese giro, señor. Si es astuto se irá hacia el sur para escaparse primero.

—Entonces recemos para que no sea astuto —dijo Mancuso desde el pasillo—. ¡Mantenga el rumbo!

—Mantengo el rumbo —dijo Ryan, preguntándose si el próximo torpedo los mataría a todos.

—Continúa el giro. Ahora nosotros estamos por su través de babor, tal vez a babor de su proa. —Jones levantó la mirada—. Va a dar la vuelta primero. Aquí vienen los pings.

El Octubre Rojo aceleró a dieciocho nudos.

El V. K. Konovalov.

—Lo tengo —dijo el michman—. Distancia mil metros, marcación cero-cuatro-cinco. Ángulo cero.

—Preparen —ordenó Tupolev.

—Tendrá que ser un tiro de ángulo cero. Estamos virando demasiado rápido —dijo el starpon. Preparó el tiro tan rápido como pudo. Los submarinos estaban acercándose en ese momento a más de cuarenta nudos—. ¡Listo para el tubo cinco solamente! Tubo inundado, puerta… abierta. ¡Listo!

—¡Fuego!

—¡Fuego al cinco! —El starpon apoyó su dedo en el botón de disparo.

El Octubre Rojo.

—Distancia disminuye a novecientos metros… ¡hélices de alta velocidad directamente al frente! Tenemos un torpedo en el agua directamente al frente. ¡Un torpedo, viene justo hacia aquí!

—¡Olvídelo, siga al Alfa!

—Comprendido, marcación al Alfa dos-dos-cinco, manteniéndose. Tenemos que caer un poco a la izquierda, señor.

—Ryan, caiga a la izquierda cinco grados; su rumbo es ahora dos-dos-cinco.

—Timón cinco izquierda, cayendo a dos-dos-cinco.

—El torpedo se acerca rápidamente, señor —dijo Jones.

—¡Déjelo! ¡Siga al Alfa!

—Comprendido. La marcación sigue siendo dos-dos-cinco. La misma que para el torpedo.

La suma de velocidades devoró rápidamente la distancia entre los submarinos. El torpedo se acercaba al Octubre con mayor velocidad aún, pero tenía un dispositivo de seguridad. Para impedir que pudieran volar sus propias plataformas de lanzamiento, los torpedos no podían armarse hasta no haber alcanzado de quinientos a mil metros de distancia del submarino que les había disparado. Si el Octubre se acercaba al Alfa con la suficiente rapidez, no podía sufrir ningún daño.

El Octubre estaba en ese momento pasando los veinte nudos.

—Distancia al Alfa de setecientos metros, marcación dos-dos-cinco. El torpedo está cerca, señor, unos pocos segundos más. —Jones se encogió mirando la pantalla con los ojos muy abiertos.

¡Klonk!

El torpedo hizo impacto en el Octubre Rojo exactamente en el centro de su proa hemisférica. El cierre de seguridad necesitaba todavía unos cien metros de recorrido para activarse. El impacto lo partió en tres pedazos, que rebotaron hacia un costado del submarino lanzamisiles lanzado en plena aceleración.

—¡No explotó! —rio Jones—. ¡Gracias, Dios! La marcación al blanco sigue siendo dos-dos-cinco, distancia seiscientos cincuenta metros.

El V. K. Konovalov.

—¿No hubo explosión? —se preguntó Tupolev.

—¡Los cierres de seguridad! —renegó el starpon. Había tenido que efectuar la preparación demasiado rápido.

—¿Dónde está el blanco?

—Marcación cero-cuatro-cinco, camarada. La marcación es constante —respondió el michman—, acercándose rápidamente.

Tupolev palideció.

—¡Timón todo izquierda; flanco todo adelante!

El Octubre Rojo.

—Virando, ¡virando de izquierda a derecha! —dijo Jones—. La marcación es ahora dos-tres-cero, abriéndose un poco. Necesitamos un poquito de timón a la derecha, señor.

—Ryan, caiga a la derecha cinco grados.

—Timón está cinco a la derecha —respondió Jack.

—No. Timón diez a la derecha —rectificó Ramius la orden. Había estado siguiendo una trayectoria con papel y lápiz. Y él conocía el Alfa.

—A la derecha diez grados —dijo Ryan.

—Efecto de campo cercano, distancia disminuye a cuatrocientos metros; marcación en dos-dos-cinco al centro del blanco. El blanco se reparte ahora a izquierda y derecha, la mayor parte a la izquierda —dijo Jones rápidamente—. Distancia… trescientos metros. Angulo de elevación es cero; estamos al mismo nivel con el blanco. Distancia doscientos cincuenta, marcación dos-dos-cinco al centro del blanco. No podemos errar, jefe.

—¡Vamos a chocar! —gritó Mancuso.

Tupolev debió haber cambiado la profundidad. Como estaba la situación, él dependía de la maniobrabilidad y aceleración del Alfa, olvidando que Ramius sabía exactamente cuáles eran.

—El contacto se agranda como todos los diablos… ¡retorno instantáneo, señor!

—¡Prepárense para impacto!

Ramius había olvidado la alarma de colisión. Tiró de ella sólo unos segundos antes del impacto.

El Octubre Rojo chocó con el Konovalov un poco más atrás de la mitad de la nave, en un ángulo de treinta grados. La fuerza de la colisión partió el casco presurizado de titanio del Konovalov y arrugó la proa del Octubre como si hubiera sido una lata de cereza.

Ryan no se había afirmado lo suficiente. Se sintió lanzado hacia delante y dio con la cara en el panel de instrucciones. A popa, Williams fue catapultado de su cama y recogido por Noyes antes de que su cabeza golpeara contra el piso. Los sistemas de sonar de Jones quedaron inutilizados. El submarino lanzamisiles se encaramó sobre la parte superior del Alfa, arrasando con la quilla la cubierta superior de la nave más pequeña, mientras la inercia lo impulsaba hacia arriba y adelante.

El V. K. Konovalov.

El Konovalov había estado en condiciones de estanqueidad absoluta. Pero eso no significó diferencia alguna. Dos compartimientos quedaron instantáneamente abiertos al mar, y el mamparo que separaba la sala de control del resto de los compartimentos de popa se destrozó un momento más tarde por deformación del casco. Lo último que pudo ver Tupolev fue una cortina de espuma blanca que llegaba desde el lado de estribor. El Alfa se volcó hacia babor arrastrado por la fricción de la quilla del Octubre. En pocos segundos el submarino estaba cabeza abajo. A lo largo de todo su casco los hombres y los equipos caían y rodaban como dados. La mitad de la dotación ya se estaba ahogando.

En ese momento terminó el contacto con el Octubre, mientras los compartimentos inundados del Konovalov lo hacían caer de popa hacia el fondo. El último acto consciente del oficial político fue tirar de la manija de la radiobaliza de auxilio para desastres, pero no sirvió de nada: el submarino estaba invertido, y el cable se enredó en la torreta. Lo único que quedó marcando la tumba del Konovalov fue un conglomerado de burbujas.

El Octubre Rojo.

—¿Estamos vivos todavía? —La cara de Ryan sangraba profusamente.

—¡Arriba, arriba con los planos! —gritó Ramius.

—¡Arriba hasta el tope! —Ryan tiró el mando con la mano izquierda, aplicando la derecha sobre las heridas.

—Informe de daños —dijo Ramius en ruso.

—El sistema del reactor está intacto —contestó enseguida Melekhin—. El tablero de control de daños muestra una inundación en la sala de torpedos… creo. Yo he enviado aire a alta presión hacia allí, y la bomba está activada. Recomiendo que salgamos a la superficie para comprobar los daños.

—¡Da! —Ramius cojeó hasta el múltiple de aire y sopló todos los tanques.

El Dallas.

—¿Santo Dios? —dijo el suboficial del sonar—, ha debido de haber un choque. Tengo ruidos de rupturas que se van hacia abajo y ruidos de crujidos de casco que van subiendo. No puedo decir cuál es cuál, señor. Ambos motores están detenidos.

—¡Vamos a profundidad de periscopio, rápido! —ordenó Chambers.

El Octubre Rojo.

Eran las dieciséis y cincuenta y cuatro —hora local— cuando el Octubre Rojo rompió la superficie del Océano Atlántico por primera vez, cuarenta y siete millas al sudeste de Norfolk. No había ningún otro buque a la vista.

—El sonar está inutilizado, jefe. —Jones estaba cortando la energía de sus cajas—. No servirá más. Tenemos unos hidrófonos laterales que no sirven de mucho. Nada de material activo, ni siquiera el «gertruden».

—Vaya hacia popa, Jones. Buen trabajo.

Jones sacó el último cigarrillo del paquete.

—En cualquier momento, señor…, pero pienso irme el próximo verano, puede estar seguro.

Bugayev lo siguió hacia proa, todavía ensordecido y aturdido por la explosión del torpedo.

El Octubre estaba inmóvil sobre la superficie, algo hundido de proa y escorado veinte grados a babor, por los tanques de lastre inundados.

El Dallas.

—¡Qué le parece! —dijo Chambers. Levantó el micrófono—. Habla el capitán Chambers. ¡Destruyeron el Alfa! Nuestros hombres están a salvo. Vamos a subir ahora a la superficie. ¡Prepárese el equipo de incendio y salvamento!

El Octubre Rojo.

—¿Usted está bien, capitán Ryan? —Jones le torció cuidadosamente la cabeza—. Parece que rompió algún vidrio de un golpe, señor.

—No se preocupe hasta que deje de sangrar —dijo Ryan algo mareado.

—Supongo que sí. —Jones puso un pañuelo sobre las heridas—. Pero realmente me imagino que no conducirá siempre tan mal, señor.

—Capitán Ramius, ¿permiso para subir al puente a comunicarme con mi buque? —solicitó Mancuso.

—Vaya, podemos necesitar ayuda por los daños.

Mancuso se puso su chaqueta, cerciorándose de que su pequeña radio de entrada a puerto estuviera todavía en el bolsillo en que la había dejado. Treinta segundos más tarde se encontraba en lo alto de la torreta. Cuando recorrió con la vista el horizonte, el Dallas estaba emergiendo a la superficie. El cielo nunca le había parecido tan hermoso.

No pudo reconocer la cara, a casi cuatrocientos metros de distancia, pero tenía que ser Chambers.

—Dallas, aquí Mancuso.

—Jefe, aquí Chambers. ¿Están todos bien?

—¡Sí! Pero podemos necesitar algo de ayuda. La proa está dañada y recibimos un torpedo en medio del buque.

—Lo veo muy bien, Bart. Mire hacia abajo.

¡Cristo! El agujero, de bordes dentados irregulares, estaba a flor de agua, y el submarino tenía bastante hundida la proa. Mancuso se preguntó cómo podía estar todavía a flote, pero no era el momento de averiguar por qué.

—Acérquese, Wally, y saquen el bote.

—Vamos para allá. Incendio y salvamento está alistado, yo… ahí está el otro amigo nuestro —dijo Chambers.

El Pogy salió a la superficie a trescientos metros, directamente detrás del Octubre.

—El Pogy dice que la zona está despejada. Aquí no hay nadie más que nosotros. ¿Oyó decir eso antes? —Chambers lanzó una risita con cierto deje de tristeza—. ¿Qué le parece si llamamos a tierra?

—No, primero veamos si podemos manejarnos bien. —El Dallas se aproximaba al Octubre. En pocos minutos el submarino habitualmente mandado por Mancuso se hallaba a setenta metros a babor, y diez hombres en un bote luchaban contra el oleaje. Hasta ese instante, sólo un puñado de los hombres del Dallas sabía lo que estaba ocurriendo.

En ese momento todos lo sabían. Mancuso podía ver a sus hombres que señalaban y conversaban. ¡Qué historia tenían!

Los daños no eran tan graves como habían temido. La sala de torpedos no se había inundado… un sensor, dañado por el impacto, había dado una falsa lectura. Los tanques de lastre delanteros estaban abiertos al mar, pero el submarino era tan grande y sus tanques de lastre estaban tan divididos que la nave sólo se hallaba hundida unos dos metros y medio a proa. La escora a babor no era más que una molestia. En dos horas lograron cerrar la fisura que permitía entrar agua a la sala de radio, y después de una larga conversación entre Ramius, Melekhin y Mancuso, decidieron que podían sumergirse otra vez si mantenían baja la velocidad y no sobrepasaban los treinta metros de profundidad.

Iban a llegar a Norfolk más tarde de lo previsto.