El Dallas.
—¡Crazy Ivan! —gritó Jones con la suficiente fuerza como para que lo oyeran en el centro de ataque—. ¡Virando a estribor!
—¡Jefe! —Thompson repitió la alarma.
—¡Paren máquinas! —ordenó rápidamente Mancuso—. ¡Preparen la nave para ultra-silencio!
Mil metros delante del Dallas, su contacto acababa de iniciar un marcado viraje hacia la derecha. Había estado haciendo lo mismo cada dos horas aproximadamente desde que lograron hacer contacto de nuevo, aunque los giros no eran con intervalos lo suficientemente regulares como para que el Dallas pudiera afirmarse siguiendo un cómodo patrón. Quien sea el que está comandando ese submarino lanzamisiles conoce bien su negocio, pensó Mancuso. El submarino lanzamisiles soviético estaba describiendo un círculo completo, de modo que su sonar —montado a proa— pudiera detectar a cualquiera que se escondiera en los ángulos muertos de su popa.
Contrarrestar esa maniobra no era sólo simplemente difícil: era peligroso, especialmente en la forma en que lo hacía Mancuso. Cuando el Octubre Rojo cambió de rumbo, su popa, como la de todos los buques, se movió en dirección opuesta a la del giro. Quedó así como una barrera de acero directamente en el camino del Dallas, durante todo el tiempo que le llevó moverse en la iniciación del giro; y el submarino de ataque, de siete mil toneladas, empleaba considerable espacio para detenerse.
El número exacto de colisiones ocurridas entre submarinos norteamericanos y soviéticos era un secreto muy bien guardado; pero no en cambio que tales colisiones se habían producido. Una característica rusa para obligar a los norteamericanos a mantener las distancias era un estilizado giro llamado Crazy Ivan en la Marina de los Estados Unidos.
Durante las primeras horas en que siguieron a ese contacto, Mancuso había tenido cuidado de mantener la distancia. Se había dado cuenta de que el submarino no viraba con rapidez. Estaba más bien maniobrando en forma perezosa, y parecía subir de quince a veinticinco metros cuando viraba, inclinándose casi como un avión. Sospechó que el comandante soviético no estaba usando toda su capacidad de maniobra: un recurso inteligente para ser practicado por cualquier comandante, mantener parte de su capacidad en reserva para utilizarla como sorpresa. Esos hechos permitieron que el Dallas se acercara mucho en el seguimiento, y dio a Mancuso una oportunidad para disminuir su velocidad y derivar al frente, de manera que apenas esquivaba la popa del ruso. Estaba haciéndolo cada vez mejor… demasiado bien, murmuraban sus oficiales. La última vez habían logrado evitar las hélices del ruso por no más de ciento cincuenta metros. El amplio círculo de giro del contacto lo llevaba completamente alrededor del Dallas, mientras éste husmeaba el recorrido de su presa.
Evitar la colisión era la parte más peligrosa de la maniobra, pero no la única. Además, el Dallas tenía que permanecer invisible para los sistemas pasivos de sonar de su víctima. Para poder lograrlo, los maquinistas debían cortar potencia en su reactor S6G hasta una minúscula fracción de su rendimiento total. Afortunadamente, el reactor podía funcionar con tan baja potencia sin necesidad de usar una bomba de enfriamiento, ya que el refrigerante podía transferirse por circulación de convección normal. Cuando las turbinas de vapor se detenían, todos los ruidos de propulsión cesaban por completo. Además, se acentuaban los procedimientos de estricto silencio en la nave. No se permitía en el Dallas ninguna actividad que pudiera generar ruido, y la dotación lo tomaba con tanta seriedad que hasta enmudecían las conversaciones ordinarias en la mesa.
—Velocidad en descenso —informó el teniente de corbeta Goodman. Mancuso decidió que el Dallas no sería esa vez parte de una encerrona y se dirigió a popa, hacia el sonar.
—El blanco todavía está virando a la derecha —informó Jones con calma—. Ya debería estar despejado. Distancia a la popa, tal vez doscientos metros, tal vez un poquito menos… Sí, ya está despejado ahora, la marcación cambia más rápidamente. Velocidad y ruido de máquinas son constantes. Un lento giro a la derecha. —Jones captó al comandante por el rabillo del ojo y se volvió para arriesgar una observación—. Jefe, este tipo realmente tiene confianza en sí mismo. Realmente confiado.
—Explique —dijo Mancuso, imaginando que sabía la respuesta.
—Señor, él no está reduciendo la velocidad como lo hacemos nosotros, y nosotros viramos mucho más cerrado que esto. Es casi como si… como si estuviera haciendo esto fuera de lo que acostumbra, ¿sabe? Como si tuviera prisa por llegar a alguna parte, y realmente no creyera que nadie pueda seguirlo… espere… Sí, muy bien, acaba de invertir el rumbo ahora marcación a estribor, a unos ochocientos metros… Todavía girando muy lentamente. Otra vez volverá a pasar alrededor de nosotros. Señor, si él sabe que aquí atrás hay alguien, lo está haciendo con mucha sangre fría. ¿Qué te parece, Frenchie?
El suboficial de sonar Laval sacudió la cabeza.
—Ese tipo no sabe que estamos aquí.
El suboficial no quiso decir nada más. Pensaba que el seguimiento tan cercano de Mancuso era imprudente. El hombre tenía pelotas, jugando de esa manera con un 688, pero cualquier pequeño problema y se iba a encontrar en tierra con un balde y una pala.
—Pasando por el lado de estribor. No hace emisiones de sonar. —Jones sacó su calculadora y apretó varios números—. Señor, este régimen angular de giro, a esta velocidad, da una distancia aproximada de mil metros. ¿A usted le parece que este sistema raro de impulsión puede quitar algo de efectividad a sus timones?
—Puede ser. —Mancuso tomó unos auriculares de reserva y los conectó para escuchar.
El ruido era el mismo. Una especie de silbido y cada cuarenta o cincuenta segundos un zumbido extraño, de baja frecuencia. A tan poca distancia, podían oír también las pulsaciones y el gorgoteo de la bomba del reactor. Hubo un ruido agudo, tal vez producido por un cocinero que movía una olla sobre una parrilla metálica. No se había dado la orden de silencio completo en ese submarino. Mancuso sonrió para sí mismo. Era como ser un ladrón de balcones, acechando desde tan cerca a un submarino enemigo… no, no enemigo, no exactamente, oyendo todo. En mejores condiciones acústicas hasta podrían haber oído conversaciones. No lo suficientemente bien como para comprenderlas, por supuesto, sino como ocurre en una reunión social, cuando se oye parlotear a una docena de parejas al mismo tiempo.
—Pasando a popa y todavía en viraje. Su radio de giro debe de ser de unos buenos mil metros —observó Mancuso.
—Sí, jefe, más o menos eso —coincidió Jones.
—No puede estar usando el timón y usted tiene razón, Jones y, está actuando con una maldita naturalidad. Hummm, se supone que los rusos son paranoicos… pero este chico no.
—«Tanto mejor», pensó Mancuso.
Si en algún momento iba a detectar al Dallas sería en ese mismo instante, con el sonar montado en la proa apuntado casi directamente a ellos. Mancuso se quitó los auriculares para escuchar su propio submarino. El Dallas era una tumba. Las palabras Crazy Ivan habían pasado de unos a otros, y en contados segundos su tripulación había respondido. «¿Cómo se puede recompensar a una tripulación completa?», se preguntó Mancuso. Sabía que a veces les exigía mucho, pero ¡Santo Dios! ¡Cómo respondían!
—Marcación a babor —dijo Jones—. Exactamente por el través ahora; la velocidad sin cambios, parece navegar un poco más recto quizá; distancia, unos mil cien, creo. —El sonarista sacó un pañuelo del bolsillo trasero y lo usó para secarse las manos.
Había tensión, sin duda, pero era imposible saberlo al escuchar al muchacho, pensó el comandante. Todo el mundo en su tripulación estaba actuando como un profesional.
—Ya nos pasó. Por el ángulo de proa a babor, y creo que el giro ha cesado. Apostaría a que vuelve a ponerse como estaba, con rumbo uno-nueve-cero. —Jones levantó la mirada con una sonrisa—. Lo hicimos de nuevo, jefe.
—Buen trabajo, muchachos. —Mancuso volvió al centro de ataque. Todos esperaban expectantes. El Dallas estaba inmóvil en el agua, derivando lentamente hacia abajo, con un reglaje ligeramente negativo.
—Vamos a poner en marcha las máquinas otra vez. Aceleren lentamente hasta trece nudos. —Pocos segundos después comenzó un ruido casi imperceptible cuando la planta del reactor aumentó de potencia. Y un momento más tarde, el indicador de velocidad mostró el incremento. El Dallas se estaba moviendo de nuevo.
—Atención, les habla el comandante —dijo Mancuso por el sistema de intercomunicación. Los altavoces eléctricos estaban apagados, y sus palabras tendrían que ser retransmitidas de compartimiento a compartimiento—. Otra vez describieron un círculo alrededor de nosotros sin detectarnos. Muy bien la actuación de todos. Ya podemos respirar de nuevo. —Apoyó la bocina en su lugar—. Señor Goodman, volvamos a ponernos en la cola.
—Comprendido, jefe. Timonel, timón izquierda cinco grados.
—Timón izquierda cinco grados, comprendido. —El timonel repitió la orden, girando su rueda mientras lo hacía. Diez minutos después, el Dallas había vuelto a situarse a popa de su contacto.
En el director de ataque fijaron una solución constante de control de fuego. Los torpedos Mark 48 apenas tendrían distancia suficiente como para autoarmarse antes de dar contra el blanco, en veintinueve segundos.
Ministerio de Defensa, Moscú.
—¿Cómo te sientes, Misha?
Mikhail Semyonovich Filitov levantó la mirada de una gran pila de documentos. Aún se le veía con el rostro encendido y aspecto febril. Dmitri Ustinov, el ministro de Defensa, estaba preocupado por su viejo amigo. Debió haberse quedado en el hospital unos días más, como recomendó el doctor. Pero Misha nunca había sido hombre de recibir consejos, sólo órdenes.
—Me siento bien, Dmitri. Siempre que uno sale de un hospital se siente bien… aunque esté muerto. —Filitov sonrió.
—Todavía tienes aspecto de enfermo —observó Ustinov.
—¡Ah! A nuestra edad uno siempre parece enfermo. ¿Una copa, camarada ministro de Defensa? —Filitov sacó una botella de vodka Stolychnaya del cajón de su escritorio.
—Bebes demasiado, amigo mío —bromeó Ustinov.
—No bebo lo suficiente. Un poquito más de anticongelante y no me hubiera pescado ese resfriado la semana pasada. —Llenó dos vasos hasta la mitad y tendió uno de ellos a su visitante—. Aquí tienes, Dmitri, hace frío fuera.
Ambos hombres alzaron sus vasos, bebieron un trago del líquido transparente y expelieron el aliento con un explosivo pah.
—Ya me siento mejor. —La risa de Filitov surgió ronca—. Dime, ¿qué fue de aquel lituano renegado?
—No estamos seguros —dijo Ustinov.
—¿Todavía no? ¿Puedes decirme ahora qué decía su carta?
Ustinov bebió otro trago antes de explicar. Cuando terminó la historia, Filitov estaba encorvado sobre su escritorio, con una verdadera conmoción.
—¡Madre de Dios! ¿Y todavía no lo han encontrado? ¿Cuántas cabezas?
—El almirante Korov ha muerto. Lo arrestó la KGB, por supuesto, y poco después murió de una hemorragia cerebral.
—Una hemorragia de nueve milímetros, estoy seguro —observó Filitov con frialdad—. ¿Cuántas veces lo he dicho? ¿Para qué nos sirve una maldita Marina? ¿Podemos usarla contra los chinos? ¿O los ejércitos de la OTAN que nos amenazan?… ¡No! Cuántos rublos cuesta construir y abastecer de combustible esos bonitos barcos para Gorshkov, y qué sacamos de ellos… ¡nada! Ahora pierde un submarino y toda la condenada flota no puede encontrarlo. Es una gran cosa que Stalin no esté vivo.
Ustinov estuvo de acuerdo. Era lo suficientemente viejo como para recordar lo que sucedía en aquella época a cualquiera que presentara resultados inferiores al éxito total.
—En todo caso Padorin puede haber salvado el pellejo. Hay un elemento de control extra en el submarino.
—¡Padorin! —Filitov bebió otro trago de su vaso—. ¡Ese eunuco! Yo me he encontrado con él solamente… tres veces. Un pobre diablo, hasta para comisario. Nunca se ríe, ni siquiera cuando bebe. ¡Vaya ruso que es! ¿A qué se debe, Dmitri, que Gorshkov mantenga alrededor tantos viejos como ése?
Ustinov sonrió con el vaso cerca de sus labios.
—Por la misma razón que lo hago yo, Misha. —Ambos hombres rieron.
—Y bien, ¿qué hará el camarada Padorin para salvar nuestros secretos y conservar el pellejo? ¿Inventará una máquina del tiempo?
Ustinov explicó a su viejo amigo. No había muchos hombres a quienes el ministro de Defensa pudiera hablar y sentirse cómodo. Filitov estaba retirado como coronel de tanques y todavía usaba el uniforme con orgullo. Había afrontado por primera vez el combate el cuarto día de la Gran Guerra Patriótica, cuando los invasores fascistas avanzaban hacia el este. El teniente Filitov los había encontrado al sudeste de Brest Litovsk con un grupo de tanques T-34/76. Era un buen oficial, que había sobrevivido a su primer encuentro con los panzers de Guderian retirándose en orden y peleando en una constante acción de movilidad durante varios días, antes de que lo atraparan en la gran trampa de Minsk. Había logrado escapar luchando contra esa trampa, y más tarde contra otra en Vyasma. Luego mandó un batallón que hizo de punta de lanza en el contragolpe de Zhukov desde los suburbios de Moscú. En 1942, Filitov había tomado parte de la desastrosa contraofensiva hacia Kharkov, pero de nuevo pudo escapar, esa vez a pie, conduciendo a los maltrechos restos del regimiento desde aquel espantoso hervidero sobre el río Dnieper. Más tarde, ese mismo año y con otro regimiento, condujo el avance que destrozó al Ejército italiano sobre el flanco de Stalingrado y rodeó a los alemanes.
Herido dos veces en esa campaña, Filitov adquirió la reputación de ser un comandante a la vez bueno y afortunado. Pero la suerte había desaparecido en Kursk, donde luchó contra las tropas de la división de las SS, Das Reich. Mientras conducía a sus hombres en un furioso combate de tanques, Filitov y su vehículo habían avanzado directamente hacia una emboscada de cañones de ochenta y ocho milímetros. Fue un milagro que sobreviviera. Aún tenía en el pecho las cicatrices del incendio de su tanque, y el brazo derecho le quedó casi inutilizado. Eso fue lo suficiente para retirar a un agresivo comandante táctico que había ganado no menos de tres veces la estrella de oro del Héroe de la Unión Soviética, y una docena de otras condecoraciones.
Después de pasar varios meses cambiando de un hospital a otro, fue nombrado representante del Ejército Rojo ante las fábricas de armamentos trasladadas a los Urales, al este de Moscú. Ese empuje que había hecho de él un soldado combatiente de primera iba a servir aun mejor al Estado detrás de las líneas. Organizador nato, Filitov pronto aprendió a dirigir sin miramientos a los jefes de fábricas para perfeccionar la producción, y logró mediante halagos que los ingenieros de diseño realizaran los pequeños pero a veces cruciales cambios en los productos que eventualmente salvarían tripulaciones y ganarían batallas.
Fue en esas fábricas donde se conocieron Filitov y Ustinov, el aguerrido combatiente veterano y el tosco hombre de empuje destacado por Stalin para producir las herramientas suficientes como para hacer retroceder a los odiados invasores. Después de unos cuantos choques, el joven Ustinov tuvo que reconocer que Filitov era un hombre que nada temía y que no se dejaría intimidar en asuntos referidos a control de calidad o eficiencia para el combate. En medio de uno de aquellos desacuerdos, Filitov había arrastrado prácticamente a Ustinov al interior de la torreta de un tanque para llevarlo a realizar un recorrido de entrenamiento de combate, a fin de demostrarle su punto de vista.
Ustinov era de aquellos que sólo necesitan aprender algo una sola vez, y pronto se lucieron grandes amigos. No podía dejar de admirar el coraje de un soldado capaz de decir que no al comisario de armamentos del pueblo. Hacia mediados de 1944, Filitov formaba parte de su plana mayor en forma permanente, un inspector especial… En pocas palabras, un hombre de peso. Cuando había un problema en una fábrica, Filitov se ocupaba de arreglarlo, rápidamente. Las tres estrellas de oro y la muestra de sus heridas eran por lo general suficientes como para persuadir a los jefes de fábricas para que corrigieran sus decisiones… de lo contrario, Misha tenía la voz tronante y el vocabulario necesario como para asustar a un sargento.
Sin haber sido nunca un alto oficial del partido, Filitov proporcionaba a su jefe un valioso empuje de la gente del llano. Seguía trabajando con los equipos de diseño y producción de tanques; tomaba a menudo un modelo de prototipo, o de la línea de producción elegido al azar, y lo llevaba en un recorrido de prueba acompañado por un equipo de veteranos, para comprobar por sí mismo cómo funcionaban las cosas. Con su brazo inválido o no, se decía que Filitov estaba entre los mejores artilleros de la Unión Soviética. Y era un hombre humilde. En 1965, Ustinov pensó en sorprender a su amigo con las estrellas de general y, hasta cierto punto, llegó a enfadarse por la reacción de Filitov: no las había ganado en el campo de batalla, y ésa era la única forma en que un hombre podía ganar estrellas. Una observación nada política, ya que Ustinov usaba el uniforme de mariscal de la Unión Soviética, ganado por el trabajo para su partido y la producción industrial; sin embargo, el concepto demostraba que Filitov era un verdadero Nuevo Hombre Soviético, orgulloso de lo que era y consciente de sus limitaciones.
Era una desgracia, pensaba Ustinov, que Misha hubiera sido tan desafortunado en otros aspectos. Se había casado con una mujer encantadora, Elena Filitova, que era bailarina de número en el Kirov cuando el joven oficial la conoció. Ustinov la recordaba con cierto deje de envidia; había sido la perfecta esposa de un soldado. Había dado al Estado dos magníficos hijos. Ambos estaban muertos en ese momento. El mayor había muerto en 1956, todavía muchacho, cadete de oficial enviado a Hungría por su fiabilidad política. Lo mataron los contrarrevolucionarios antes de su decimoséptimo cumpleaños. Era un soldado y había aceptado la suerte de un soldado. Pero el menor se había matado en un accidente de entrenamiento, destrozado en una explosión del mecanismo defectuoso de una recámara en un tanque T-55 absolutamente nuevo, en 1959. Eso había sido una desgracia. Y Elena había muerto poco después, de pena más que de cualquier otra cosa. Muy triste.
Filitov no había cambiado mucho. Bebía demasiado, como muchos soldados, pero era un bebedor tranquilo. En 1961, más o menos, según recordaba Ustinov, se había dedicado a practicar cross country en esquíes. Mejoraba su salud y lo dejaba agotado, que era probablemente lo que él quería realmente, junto con la soledad. Todavía era un buen oyente. Cuando Ustinov tenía una nueva idea para exponer ante el Politburó, generalmente la comentaba antes con Filitov para ver su reacción. No era un hombre sofisticado, y sí en cambio de una agudeza mental poco frecuente, que tenía además el instinto del soldado para descubrir las debilidades y explotar las fortalezas. Su valor como oficial de enlace era insuperable. Pocos hombres con vida tenían tres estrellas de oro ganadas en el campo de batalla. Eso le valía la atención de los demás, y todavía motivaba que oficiales mucho más antiguos que él lo escucharan.
—Y bien, Dmitri Fedorovich, ¿tú crees que esto dará resultado? ¿Puede un solo hombre destruir un submarino? —preguntó Filitov—. Tú entiendes de cohetes, yo no.
—Ciertamente. Es sólo una cuestión de matemáticas. Hay suficiente energía en un cohete como para fundir el submarino.
—¿Y qué pasará con nuestro hombre? —preguntó Filitov. Soldado combatiente, como siempre, era de los que se preocuparían por un hombre valiente aislado en territorio enemigo.
—Haremos lo mejor que podamos, por supuesto, pero no hay mucha esperanza.
—¡Debe ser rescatado, Dmitri! ¡Debe ser! No olvides, jóvenes como ése tienen un valor que va más allá de sus hechos, no son simples máquinas que cumplen con sus deberes. Son símbolos para nuestros jóvenes oficiales, y con vida valen más que cien nuevos tanques o buques. El combate es así, camarada. Hemos olvidado eso… ¡y mira lo que ha ocurrido en Afganistán!
—Tienes razón, mi amigo, pero… ¿sólo unos pocos cientos de kilómetros de la costa norteamericana, si es que llega a eso?
—Gorshkov habla tanto sobre lo que su Marina es capaz de hacer, ¡que sea él quien haga esto! —Filitov se sirvió otro vaso—. Uno más, creo.
—No vas a ir a esquiar otra vez, Misha. —Ustinov había notado que a menudo se fortificaba antes de viajar conduciendo su automóvil hacia los bosques, al este de Moscú—. No lo permitiré.
—Hoy no, Dmitri, lo prometo… aunque pienso que me haría bien. Hoy voy a ir al banya a tomar vapor y sudar el resto de los venenos de este viejo cuerpo. ¿Quieres venir conmigo?
—Tengo que trabajar hasta tarde.
—El banya te hace bien —insistió Filitov. Pero era perder el tiempo y ambos lo sabían. Ustinov era miembro de la «nobleza», y no estaba dispuesto a mezclarse en los baños públicos de vapor. Misha no tenía semejantes pretensiones.
El Dallas.
Exactamente veinticuatro horas después de haber vuelto a detectar al Octubre Rojo, Mancuso convocó a sus oficiales más antiguos a una reunión en la cámara de oficiales. De alguna manera las cosas se habían estabilizado. Mancuso hasta había podido escurrirse un par de veces para dormir durante cuatro horas, y se sentía de nuevo vagamente humano. En ese momento tenían tiempo para construir una imagen exacta de sonar de la presa, y la computadora estaba afinando una clasificación de las características propias de la señal, que podría distribuirse a los otros submarinos de ataque de la flota en pocas semanas. Gracias al seguimiento, tenían un modelo bastante exacto del ruido particular del sistema de propulsión, y gracias a los círculos que describía cada dos horas habían podido formarse el cuadro del tamaño del buque y de las especificaciones de la planta de propulsión.
El segundo comandante, Wally Chambers, hacía girar un lápiz entre los dedos como si hubiera sido una batuta.
—Jones tiene razón. Es la misma planta de propulsión que tienen los Oscar y los Typhoon. Han logrado hacerla un poco menos ruidosa, pero las características propias son virtualmente idénticas. El problema es ¿qué hace girar a las hélices? Suena como si hubieran canalizado de alguna manera las hélices, o las hubieran cubierto. Una hélice direccional rodeada por un collar, podría ser, o una especie de empuje por un túnel. ¿No lo intentamos nosotros, una vez?
—Hace mucho tiempo —dijo el teniente de corbeta Butler, el oficial de máquinas—. Oí hablar de eso cuando yo estaba en Arco. No dio buen resultado, pero no recuerdo por qué. Sea lo que fuera realmente ha matado los ruidos de propulsión. Aunque ese zumbido… Es alguna clase de armónica, sí… pero ¿una armónica de qué? Usted sabe, de no haber sido por eso nunca hubiéramos podido detectarlo.
—Puede ser —dijo Mancuso—. Jones afirma que los procesadores de señales han mostrado tendencia a filtrar ese ruido y eliminarlo, como si los soviéticos hubieran sabido lo que hace el SAPS, diseñando entonces un sistema a medida para vencerlo. Pero eso es difícil de creer. —Hubo acuerdo general sobre ese punto. Todos conocían los principios sobre los cuales operaba el SAPS, pero probablemente no eran más de cincuenta los hombres del país capaces de explicar todos sus detalles.
—¿Estamos todos de acuerdo en que es un lanzamisiles? —preguntó Mancuso. Butler movió la cabeza asintiendo.
—No habría forma de acomodar esa planta de propulsión a un casco de ataque. Y lo que es más importante: actúa como un submarino lanzamisiles.
—Podría ser un Oscar —sugirió Chambers.
—No. ¿Por qué enviar un Oscar a tanta distancia hacia el sur? El Oscar es una plataforma anti-buque. No, no; este tipo está tripulando un lanzamisiles. Él ha recorrido la ruta a la misma velocidad en que lo está haciendo ahora… y eso es actuar como un submarino lanzamisiles —observó el teniente de corbeta Mannion—. Pero la verdadera pregunta es: ¿qué se proponen con toda esa otra actividad? A lo mejor están tratando de llegar furtivamente hasta nuestra costa… solamente para ver si pueden hacerlo. Ya lo han hecho antes, y esa otra actividad bien puede ser una diversión táctica de todos los demonios.
Todos consideraron la idea. Era una estratagema que había sido intentada anteriormente por ambos lados. En el hecho más reciente, en 1978, un submarino lanzamisiles soviético de la clase Yankee se había acercado hasta el borde de la plataforma continental, frente a la costa de Nueva Inglaterra. El objetivo evidente había sido comprobar si Estados Unidos podía o no detectarlo. La Marina norteamericana lo había logrado, y entonces el problema consistió en si debían o no reaccionar y hacérselo saber a los soviéticos.
—Bueno, yo creo que podemos dejar la gran estrategia a los tipos que están en tierra. Vamos a transmitirles esto. Teniente Mannion, comunique al oficial de cubierta que nos lleve a profundidad de periscopio dentro de veinte minutos. Vamos a intentar alejarnos un poco y volver sin que se dé cuenta. —Mancuso frunció el entrecejo. Eso nunca era fácil.
Media hora más tarde, el Dallas transmitía su mensaje.
Z140925ZDIC.
ULTRA SECRETO THEO.
DE: USS DALLAS.
A: COMSUBLANT (Comando Fuerza de Submarinos del Atlántico).
INFO: CINCLANTFLT (Comando en Jefe Flota del Atlántico).
A. USS DALLAS Z090414ZDIC.
1. CONTACTO ANÓMALO DETECTADO NUEVAMENTE.
0538Z 13 DIC POSICIÓN ACTUAL LAT 42.º 35’. LONG 49.º 12’.
RUMBO 194 VELOCIDAD 13 PROFUNDIDAD 600. HEMOS RASTREADO 24 HORAS SIN CONTRADETECCIÓN. CONTACTO EVALUADO COMO SUBMARINO FLOTA ROJA GRAN PORTE, CARACTERÍSTICAS MÁQUINAS INDICATIVAS CLASE TYPHOON. SIN EMBARGO CONTACTO USA NUEVO SISTEMA PROPULSIÓN SIN REPITO SIN HÉLICES. HEMOS ESTABLECIDO PERFIL DETALLADO CARACTERÍSTICAS PROPIAS.
2. VOLVEMOS A OPERACIONES RASTREO. SOLICITO ASIGNACIÓN ZONA OPERACIONES ADICIONAL. ESPERO RESPUESTA 1030Z.
Operaciones, Comando Submarinos del Atlántico.
—¡Bingo! —exclamó para sí mismo Gallery. Volvió caminando a su oficina, cuidando de cerrar la puerta antes de usar la línea codificadora automática con Washington.
—Sam, habla Vince. Escucha. El Dallas informa que está rastreando un lanzamisiles ruso que tiene un nuevo sistema silencioso de propulsión, a unas seiscientas millas al sudoeste de los Grand Banks, rumbo uno-nueve-cuatro, velocidad trece nudos.
—¡Muy bien! ¿Ése es Mancuso? —dijo Dodge.
—Bartolomeo Vito Mancuso, mi apuesta favorita —confirmó Gallery. No había sido fácil darle ese mando debido a su edad. Gallery había intercedido en favor de él—. Te dije que el muchacho era bueno, Sam.
—Cristo, ¿ves qué cerca están del grupo del Kiev? —Dodge estaba mirando el despliegue táctico.
—Se están acercando —coincidió Gallery—. Pero el Invincible no está demasiado lejos, y yo tengo también allí al Pogy. Lo desplazamos de la plataforma cuando llamamos de regreso al Scamp. Supongo que el Dallas va a necesitar ayuda. El problema es determinar hasta cuánto queremos que sea evidente.
—No mucho. Mira, Vince, tengo que hablar con Dan Foster sobre esto.
—De acuerdo. Yo tengo que contestar al Dallas dentro de… diablos, cincuenta y cinco minutos. Tú sabes cómo es eso. Tiene que romper el contacto para dirigirse a nosotros, y luego escurrirse de nuevo sin que lo detecten. Apresúrate, Sam.
—Correcto, Vince. —Dodge apretó algunos botones en su teléfono—. Habla el almirante Dodge. Necesito comunicarme con el almirante Foster de inmediato.
El Pentágono.
—Entre el Kiev y el Kirov. Qué bien. —El teniente general Harris sacó de su bolsillo una maqueta para representar al Octubre Rojo. Era un pequeño submarino tallado en madera con un Jolly Roger agregado. Harris tenía un particular sentido del humor—. ¿Dice el Presidente que podemos intentar conservarlo? —preguntó.
—Si podemos llevarlo al lugar que queremos en el momento en que queramos —respondió el general Hilton—. ¿Puede comunicarse con él el Dallas?
—Sería bueno, general. —Foster sacudió la cabeza—. Primero lo primero. Vamos a mandar allí al Pogy y al Invincible para empezar, después veremos cómo podemos alertarlo. Por la ruta que lleva con este rumbo… Cristo, va directamente hacia Norfolk. ¿Se dan cuenta las pelotas que tiene este tipo? Si las cosas empeoran, podemos intentar escoltarlo para que entre.
—Entonces tendremos que devolver el submarino —objetó el almirante Dodge.
—Tenemos que tener una posición de retirada, Sam. Si no podemos alertarlo, podemos mandarle un montón de buques que naveguen con él para impedir que Iván le tire.
—La ley del mar es de su jurisdicción, no de la mía —comentó el general Barnes, jefe del Estado Mayor de la Fuerza Aérea—, pero desde mi punto de vista, hacer eso podría considerarse cualquier cosa, desde piratería hasta un abierto acto de guerra. ¿No está ya bastante complicado este ejercicio?
—Buena observación, general —dijo Foster.
—Caballeros, creo que necesitamos tiempo para considerar esto.
—Muy bien, todavía tenemos tiempo, pero por ahora digamos al Dallas que se mantenga cerca y rastree al tipo —sugirió Harris—. Y que informe cualquier cambio de rumbo o velocidad. Creo que tenemos unos quince minutos para hacer esto. Después podemos situar al Pogy y al Invincible sobre la ruta que van a recorrer.
—De acuerdo, Eddie. —Hilton se volvió en dirección al almirante Foster—. Si usted lo aprueba, hagamos eso ahora mismo.
—Envíen el mensaje, Sam —ordenó Foster.
—Comprendido. —Dodge se acercó al teléfono y ordenó al almirante Gallery que enviara la respuesta.
Z141030ZDIC.
ULTRASECRETO.
DE: COMSUBLANT.
A: USS DALLAS.
A. USS DALLAS Z140925ZDIC.
1. CONTINÚE RASTREO. INFORME TODO CAMBIO DE CURSO O VELOCIDAD. AYUDA EN LA RUTA.
2. TRANSMISIÓN «G». EXTRA BAJA FRECUENCIA DESIGNA DIRECTIVA OPERACIONES URGENTES LISTA PARA USTED.
3. SU ÁREA DE OPERACIONES IRRESTRICTA. BRAVO ZULU DALLAS MANTENGA COMO HASTA AHORA. V.
ALM GALLERY ENVÍA.
—Bueno, veamos esto —dijo Harris—. Todavía no está resuelto qué se proponen los rusos, ¿verdad?
—¿Qué quieres decir, Eddie? —preguntó Hilton.
—La composición de su fuerza, por un lado. La mitad de estas plataformas de superficie son antiaéreas o antisuperficie, y no primordialmente efectivos antisubmarinos. ¿Y para qué traer el Kirov? Acepto que es un magnífico buque insignia, pero podrían hacer la misma cosa con el Kiev.
—Ya hemos hablado de eso —observó Foster—. Ellos reconocieron la lista de lo que tenían en condiciones de viajar a esta distancia y a alta velocidad de avance, y tomaron todo lo que pudiera navegar. Lo mismo con los submarinos que enviaron, la mitad de ellos son aptos para atacar buques de superficie, pero tienen limitada utilidad contra submarinos. El motivo, Eddie, es que Gorshkov quiere aquí todas las plataformas de que pueda disponer. Un buque de mediana capacidad es mejor que nada. Hasta uno de los viejos Echo podría tener suerte, y es probable que Sergey esté doblando las rodillas todas las noches y rezando para tener suerte.
—Aun así, han dividido sus grupos de superficie en tres fuerzas, cada una con elementos antiaéreos y antisuperficie, y en cambio no tienen mucho en materia de cascos antisubmarinos. Ni han enviado sus aviones antisubmarinos para que operen desde Cuba. Eso es curioso —señaló Harris.
—Pero les haría pedazos su historia de encubrimiento. No se buscan submarinos accidentados con aviones… bueno, podrían, pero si empezaran a usar grupos de Bears desde Cuba, el Presidente se volvería loco —dijo Foster—. Los acosaríamos de tal forma que jamás lograrían nada. Para nosotros, sería una operación técnica, pero ellos meten el factor político en todo lo que hacen.
—Muy bien, pero eso todavía no explica nada. Todos los buques antisubmarinos y helicópteros que tienen están usando sus sonares activos como locos. Se puede buscar un submarino muerto de esa manera, pero el Octubre no está muerto, ¿no es así?
—No comprendo, Eddie —dijo Hilton.
—¿Cómo debe buscarse un submarino aislado, dadas estas circunstancias? —preguntó Harris a Foster.
—No de esa manera —contestó enseguida Foster—. Si usaran sonares activos de superficie alertarían al submarino y escaparía mucho antes de que pudieran lograr un buen contacto. Los submarinos lanzamisiles tienen buenos sonares pasivos. Los escucharían acercarse y se marcharían lejos de la ruta. Tiene razón, Eddie, es un engaño.
—Entonces, ¿qué demonios es lo que buscan sus buques de superficie? —preguntó Barnes, intrigado.
—La doctrina naval soviética establece que deben usarse buques de superficie para apoyar las operaciones submarinas —explicó Harris—. Gorshkov es un táctico teórico decente y, en ocasiones, un caballero afecto a las innovaciones. Hace muchos años dijo que para que los submarinos operaran con eficacia debían tener ayuda del exterior, efectivos aéreos o de superficie, en apoyo directo o cercano. No pueden usar aviones a esta distancia de su país, excepto que utilicen Cuba y, en el mejor de los casos, encontrar un submarino en mar abierto —que no quiere ser encontrado— sería una tarea sumamente difícil.
—Por otra parte, ellos saben adónde se dirige, un número limitado de zonas discretas, y las llenan con cincuenta y ocho submarinos. Por lo tanto, el propósito de las fuerzas de superficie no es participar en la caza propiamente dicha, aunque si tienen suerte no dudarán en hacerlo. El propósito de las fuerzas de superficie es impedir que nosotros causemos interferencias a sus submarinos. Pueden hacerlo situando las fuerzas de superficie en las zonas donde probablemente estemos nosotros, y observando qué hacemos —Harris hizo una pausa— Eso es muy hábil. Nosotros tenemos que cubrirlos, ¿correcto? Y como ellos están en una misión de «rescate», tenemos que hacer más o menos lo mismo que están haciendo ellos; entonces usamos también nuestros sonares activos, y ellos pueden utilizar nuestra propia pericia antisubmarina contra nosotros y para sus propios propósitos. Les hacemos su juego.
—¿Por qué? —preguntó Barnes otra vez.
—Estamos obligados a ayudar en la búsqueda. Si nosotros encontramos su submarino, ellos estarán lo suficientemente cerca como para descubrirlo, detectarlo, localizarlo y abrirle fuego… ¿y qué podemos hacer nosotros? Absolutamente nada.
—Como dije, ellos esperan localizarlo y hacer fuego con sus submarinos. Una detección desde superficie sería pura suerte, y no se hacen planes para la suerte. De modo que el objetivo primario de la flota de superficie es vigilar y atraer a nuestras fuerzas lejos de sus submarinos. En segundo lugar, pueden actuar como batidores, que empujan la caza hacia los tiradores y… de nuevo, como nosotros estamos usando el sonar activo, los estamos ayudando. Les estamos proveyendo un pretexto adicional —Harris sacudió la cabeza con gesto de admiración pese a sí mismo—. No está mal, ¿verdad? Si el Octubre Rojo los oye venir, corre un poco más rápido a cualquiera de los puertos que elija el comandante, para entrar justo en una estrecha y bonita trampa. Dan, ¿qué probabilidades hay de que puedan atraparlo entrando en Norfolk, digamos?
Foster bajó la mirada hacia la carta. Los submarinos rusos estaban ocupando posiciones frente a todos los puertos, desde Maine hasta Florida.
—Tienen más submarinos que puertos nosotros. Ahora sabemos que pueden agarrar a este tipo, y que hay solamente una zona limitada para cubrir frente a cada puerto, y hasta fuera de los límites territoriales… Tiene razón, Eddie. Las probabilidades de destruirlo son más que grandes. Nuestros grupos de superficie están demasiado lejos como para hacer nada al respecto. Nuestros submarinos no saben qué está ocurriendo, tenemos órdenes de no decírselo, y aunque pudiésemos, ¿cómo podrían interferir ellos? ¿Disparar contra los submarinos rusos antes de que puedan hacerlo ellos… y comenzar una guerra? —Foster dejó escapar un largo suspiro—. Tenemos que advertirle.
—¿Cómo? —preguntó Hilton.
—Sonar, un mensaje por teléfono subacuático tal vez —fue lo que sugirió Harris.
El almirante Dodge sacudió la cabeza.
—Eso puede oírse a través del casco. Si seguimos suponiendo que solamente los oficiales están en esto… Bueno, la tripulación podría deducir lo que está sucediendo, y es imposible predecir las consecuencias. ¿Creen que podemos usar el Nimitz y el America para obligarlos a retirarse de las costas? Pronto van a estar cerca como para participar en la operación. ¡Maldición! Yo no quiero que este tipo se acerque tanto, y que luego lo hagan volar en pedazos justo frente a nuestra costa.
—No hay ninguna probabilidad —dijo Harris—. Desde que se hizo la incursión sobre el Kirov han estado actuando muy dócilmente. Eso también es muy astuto. Apostaría a que lo han calculado. Saben que el hecho de tener tantos buques de ellos operando frente a nuestra costa tiene forzosamente que provocarnos, entonces hacen la primera jugada, nosotros ponemos nuestra cuota, y ellos simplemente se pliegan… de manera que, si ahora nosotros seguimos presionando sobre ellos, somos los villanos. Ellos sólo están cumpliendo una operación de rescate, sin amenazar a nadie. Esta mañana, el Post informó que tenemos un superviviente ruso en el hospital naval de Norfolk. De cualquier manera, la noticia buena es que ellos han calculado mal la velocidad del Octubre. Estos dos grupos van a pasarlo por la derecha y la izquierda, y con su ventaja de siete nudos van a dejarlo atrás.
—¿Desatender por completo los grupos de superficie? —preguntó Maxwell.
—No —dijo Hilton—, eso les estaría diciendo que ya no creemos en la historia de encubrimiento. Se preguntarán por qué… pero todavía tenemos que cubrir sus grupos de superficie. Son una amenaza, ya sea que estén actuando como honestos mercantes o no.
—Lo que podemos hacer es fingir que prescindimos del Invincible. Con el Nimitz y el America listos para entrar en el juego, podemos mandarlo a su casa. Después de que pasen al Octubre podemos usar eso como ventaja para nosotros. Ponemos el Invincible fuera de sus grupos de superficie como si estuviera navegando hacia su país y lo interponemos en la ruta del Octubre. Pero todavía tenemos que encontrar una forma de comunicarnos con él. Sabemos cómo colocar los efectivos en su lugar, pero queda ese obstáculo. Por ahora, ¿estamos de acuerdo en situar al Invincible y al Pogy para la interceptación?
El Invincible.
—¿A qué distancia está de nosotros? —preguntó Ryan.
—Doscientas millas. Podemos estar allá en diez horas. —El capitán de navío Hunter marcó la posición en la carta—. El USS Pogy viene desde el este y tendría que estar en posición de encontrarse con el Dallas aproximadamente una hora después que nosotros. Eso nos colocará a unas cien millas al este del grupo de superficie cuando llegue el Octubre. Maldita sea, el Kiev y el Kirov están a cien millas al este y al oeste de él.
—¿Usted supone que su comandante lo sabe? —Ryan miró la carta, midiendo las distancias con los ojos.
—Es poco probable. Él está a mucha profundidad, y los sonares pasivos de ellos no son tan buenos como los nuestros. Además, las condiciones del mar no le son favorables. Un viento de superficie de veinte nudos puede hacer estragos con el sonar, aun a esa profundidad.
—Tenemos que advertirle —el almirante White miraba el despacho de operaciones—, sin usar medios acústicos.
—¿Cómo diablos se hace eso? No se puede alcanzar esa profundidad con una radio —observó Ryan—. Hasta yo sé eso. ¡Santo Dios!, este tipo ha venido desde cuatro mil millas, y van a matarlo a la vista de su objetivo.
—¿Cómo comunicarse con un submarino?
El capitán de fragata Barclay se incorporó.
—Caballeros, no estamos tratando de comunicarnos con un submarino, estamos tratando de comunicarnos con un hombre.
—¿Qué está pensando? —preguntó Hunter.
—¿Qué sabemos sobre Marko Ramius? —Los ojos de Barclay se entrecerraron.
—Es un cowboy, típico comandante de submarino, cree que puede caminar sobre el agua —dijo el capitán Carstairs.
—Que pasó la mayor parte de su carrera en submarinos de ataque —agregó Barclay—. Marko ha apostado su vida a que podría entrar furtivamente en un puerto norteamericano sin ser detectado por nadie. Tenemos que sacudirle esa confianza para prevenirlo.
—Antes tendremos que hablar con él —dijo Ryan vivamente.
—Y así lo haremos —sonrió Barclay; la idea ya había tomado forma en su cabeza—. Él es un ex comandante de submarinos de ataque. Todavía estará pensando cómo atacar a sus enemigos, ¿y cómo hace eso un comandante de submarino?
—¿Y bien? —preguntó Ryan.
La respuesta de Barclay fue obvia. Discutieron la idea durante una hora más, luego Ryan la transmitió a Washington solicitando su aprobación. Siguió después un rápido intercambio de información técnica. El Invincible tendría que hacer la reunión a la luz del día, y no había tiempo para eso. La operación fue postergada doce horas. El Pogy se reunió en formación con el Invincible, actuando como vigilancia de sonar veinte millas hacia el este. Una hora antes de medianoche, el transmisor de frecuencia extra-baja, del norte de Michigan, transmitió un mensaje: «G». Veinte minutos después, el Dallas se acercó a la superficie para recibir sus órdenes.