Marta le había propuesto al marido que el primer día libre que tuviera desde que vivían en el Centro lo emplearan yendo a la casa de la alfarería a recoger algunas cosas que, según ella, estaba echando de menos, En una mudanza se suele transportar todo lo que se tiene, pero ése no es nuestro caso, es más, estoy convencida de que tendremos que ir más veces, en el fondo hasta tiene cierta gracia, podemos pasar la noche en nuestra cama y venirnos a la mañana siguiente, como tú hacías antes. Marcial respondió que no le parecía bien crear una situación en la que acabarían por no saber dónde vivían realmente, Tu padre pretende darnos la impresión de que está muy divertido descubriendo los secretos del Centro, pero yo lo conozco, por detrás de esa cara la cabeza sigue trabajando, No me ha dicho ni una sola palabra de lo que pasó en casa de Isaura, se ha cerrado totalmente, y no es su hábito, de una u otra manera, incluso irritado, incluso con malos modos, siempre acaba abriéndose conmigo, pienso que si fuésemos a casa tal vez le sirviese de ayuda, es lógico que quiera ver cómo está Encontrado, conversaría otra vez con ella, Muy bien, si ésa es tu idea, iremos, pero acuérdate de lo que te digo, o vivimos aquí, o vivimos en la alfarería, pretender vivir como si los dos lugares fueran uno solo sería como vivir en ningún sitio, Quizá para nosotros tenga que ser así, Así, cómo, Vivir en ningún sitio, Todas las personas necesitan una casa, y nosotros no somos una excepción, Nos quitaron la casa que teníamos, Sigue siendo nuestra, Pero no como lo era antes, Ahora nuestra casa es ésta. Marta miró alrededor y dijo, No creo que llegue a serlo nunca. Marcial se encogió de hombros, pensó que estos Algores son personas difíciles de comprender, pero que, aun así, por nada de este mundo los cambiaría. Se lo decimos a tu padre, preguntó, Sólo a última hora, para que no se esté reconcomiendo y se envenene la sangre.
Cipriano Algor no llegó a saber que la hija y el yerno tenían proyectos para él. El día libre de Marcial Gacho fue cancelado, y lo mismo le sucedió a sus colegas de turno. Bajo sigilo absoluto, a los guardas residentes, y sólo a ellos, por ser considerados dignos de más confianza, se les comunicó que las obras para la construcción de los nuevos depósitos frigoríficos habían sacado a la luz en el piso cero-cinco algo que exigiría una cuidadosa y demorada investigación, Por ahora el acceso al lugar está restringido, dijo el comandante a los guardas, dentro de algunos días un equipo mixto de especialistas estará trabajando allí, habrá geólogos, arqueólogos, sociólogos, antropólogos, médicos, legistas, técnicos de publicidad, incluso me han dicho que forman parte del grupo dos filósofos, no me pregunten por qué. Hizo una pausa, pasó los ojos por los veinte hombres alineados ante él, y continuó, Queda prohibido hablar con quienquiera que sea de lo que les acabo de comunicar o de lo que lleguen a saber en el futuro, y cuando digo sea con quienquiera que sea es con quienquiera que sea, mujer, hijos, padres, secreto total y absoluto es lo que estoy exigiendo, entendido, Sí señor, respondieron a coro los hombres, Muy bien, la entrada de la gruta, me había olvidado de decir que se trata de una gruta, el acceso está en el piso cero-cinco, permanecerá guardada día y noche, sin interrupción, en turnos de cuatro horas, en esta pizarra pueden ver el orden en que se hará la vigilancia, son las cinco de la tarde, a las seis comenzamos. Uno de los hombres levantó la mano, quería saber, si era posible, cuándo se había descubierto la gruta y quién estuvo de guardia desde entonces, Sólo seremos responsables de la seguridad, dijo, a partir de las seis, por tanto no se nos podrá responsabilizar de algo incorrecto que haya sucedido antes, La entrada de la gruta fue descubierta esta mañana cuando se estaba removiendo manualmente la tierra, el trabajo fue interrumpido acto seguido y la administración informada, a partir de ese momento tres ingenieros de la dirección de obras se han mantenido en el lugar todo el tiempo, Hay alguna cosa dentro de la gruta, quiso saber otro guarda, Sí, respondió el comandante, tendréis ocasión de ver de qué se trata con vuestros propios ojos, Es peligroso, conviene que vayamos armados, preguntó el mismo guarda, Por lo que se sabe, no existe ningún peligro, sin embargo, por precaución, no debéis tocar ni acercaros demasiado, ignoramos las consecuencias que podrían derivarse de un contacto, Para nosotros o para lo que hay allí, se decidió Marcial a preguntar, Para unos y para otros, Hay más de uno en la gruta, Sí, dijo el comandante, y su rostro mudó de expresión. Después, como si hubiera hecho un esfuerzo para sobreponerse, continuó, Y ahora, si no tienen otras cuestiones que exponer, tomen nota de lo siguiente, en primer lugar, en cuanto a la duda de ir armado o no, considero suficiente que lleven la porra, no porque piense que tengan necesidad de usarla, sino para que se sientan más reconfortados, la porra es como una prenda de vestir fundamental, sin ella el guarda uniformado se siente desnudo, en segundo lugar, quien no esté de guardia deberá vestirse de paisano y circular por todos los pisos con el fin de escuchar conversaciones que tengan o parezcan tener alguna relación con la gruta, en el caso de que eso suceda, aunque las probabilidades sean prácticamente inexistentes, el servicio central deberá ser informado de inmediato para tomar las providencias necesarias. El comandante hizo una pausa y concluyó, Es todo cuanto necesitaban saber, y, una vez más, atención a la consigna, sigilo absoluto, es vuestra carrera la que está en juego. Los guardas se aproximaron a la pizarra donde se encontraban establecidos los turnos de vigilancia, Marcial vio que el suyo era el noveno, por tanto estaría de centinela entre las dos de la madrugada y las seis de la mañana del segundo día después de éste. Allí abajo, a treinta o cuarenta metros de profundidad, no se notaría la diferencia entre el día y la noche, ciertamente no habría más que tinieblas cortadas por la luz cruda de los proyectores y las de posición. Mientras el ascensor lo llevaba al trigésimo cuarto piso, iba pensando en lo que podría decirle a Marta sin faltar demasiado al compromiso asumido, la prohibición le parecía absurda, una persona tiene, más que el derecho, la obligación de confiar en su propia familia, sin embargo, esto son teorías, por más vueltas que le dé al asunto no tendrá otro remedio que acatar el mandato, órdenes son órdenes. El suegro no estaba en casa, andaría en sus exploraciones de niño curioso, a la búsqueda de los sentidos de las cosas y con astucia suficiente para encontrarlos por más escondidos que estuviesen. Le dijo a Marta que había cambiado temporalmente de servicio, ahora iría de paisano, no sería siempre, sólo unos días. Marta preguntó por qué y él respondió que no estaba autorizado a decirlo, que era confidencial, Di mi palabra de honor, justificó, y no era verdad, el comandante no le había exigido que se comprometiese por el honor, son fórmulas de otro tiempo y de otra costumbre que de cuando en cuando nos salen sin pensar, como sucede con la memoria, que siempre tiene más para darnos que lo poquísimo que le reclamamos. Marta no respondió, abrió el armario y retiró de la percha uno de los dos trajes del marido, Supongo que te servirá éste, dijo, Me sirve perfectamente, dijo Marcial, satisfecho por estar de acuerdo en tan importante punto. Pensó que lo mejor sería avisarla ya del resto, resolver la cuestión de una vez, si estuviese en el lugar del colega que dentro de poco entrará de guardia estaría comunicándole a Marta en este preciso momento, Tengo un servicio desde las seis a las diez, no me preguntes nada, es secreto, esta misma frase sirve, sólo es preciso cambiarle las horas y los días, Tengo un servicio pasado mañana, desde las dos de la madrugada hasta las seis de la mañana, no me preguntes nada, es secreto. Marta lo miró intrigada, A esa hora el Centro está cerrado, Bueno, no será propiamente en el Centro, Entonces será fuera, Es dentro, pero no es en el Centro, No lo comprendo, Preferiría que no me hicieras preguntas, Sólo estoy diciendo que no entiendo cómo puede ocurrir una cosa, al mismo tiempo, dentro y fuera de un lugar, Es en las excavaciones destinadas a los almacenes frigoríficos, pero no te diré nada más, Encontraron petróleo, una mina de diamantes o la piedra que señala el sitio del ombligo del mundo, preguntó Marta, No sé lo que han encontrado, Y cuándo lo sabrás, Cuando sea mi turno de guardia, O cuando le preguntes a tus colegas que han estado antes, Nos han prohibido hablar entre nosotros del asunto, dijo Marcial, desviando los ojos porque éstas no eran palabras que mereciesen el nombre de verdaderas, mas sí una versión interesada de las órdenes y recomendaciones del comandante, libremente adaptada a sus dificultades retóricas de la ocasión, Gran misterio, por lo visto, dijo Marta, Parece que sí, condescendió Marcial, mientras intentaba concertar con preocupación exagerada los puños de la camisa para que apareciesen en la medida justa por debajo de las mangas de la chaqueta. Vestido de paisano aparentaba más edad de la que realmente tenía. Vienes a cenar, preguntó Marta, No tengo ninguna orden en contra, pero, si no puedo venir, telefoneo. Salió antes de que a la mujer se le ocurriera hacerle otras preguntas, aliviado por haber conseguido escapar a su insistente curiosidad, pero también disgustado porque la conversación no había sido, por su parte, un recomendable modelo de lealtad, Fui leal, sí señor, se justificó ante sí mismo, de entrada la avisé de que se trataba de un secreto. Pese a la vehemencia y la razón que asistían a su justificación, Marcial no consiguió convencerse. Cuando, una hora después, Cipriano Algor, apenas recuperado de los sustos del tren fantasma, regresó a casa, Marta le preguntó, Vio a su yerno, No, no lo he visto, Probablemente, aunque lo hubiese visto no sería capaz de reconocerlo, Por qué, Vino a cambiarse de ropa, ahora hace la vigilancia vestido de paisano, Y eso, Son las órdenes que ha recibido, Vigilancia de paisano no es vigilancia, es espionaje, sentenció el padre. Marta le contó lo que sabía, que era casi nada, pero era lo bastante para que Cipriano Algor sintiese esfumársele el interés por el río amazonas con indios adonde había hecho intención de viajar al día siguiente. Es extraño, desde el principio tuve como un presentimiento de que algo se estaba preparando aquí, Qué quiere decir con eso, desde el principio, preguntó Marta, Ese suelo que sentí temblar, vibrar, el barullo de las máquinas excavadoras, te acuerdas, cuando vinimos a ver el apartamento, Estaríamos apañados si tuviésemos presentimientos cada vez que oímos una máquina excavadora trabajando, como aquel ruido de máquina de coser que creíamos oír en la pared de la cocina y que madre decía que era señal de la condena de una modista, pobrecilla, por el pecado de haber trabajado en domingo, Pero esta vez parece que acerté de lleno, Parece que sí, dijo Marta, repitiendo palabras del marido, Veremos lo que nos cuenta cuando llegue, dijo Cipriano Algor. No supieron más. Marcial se encerró en las respuestas que ya había dado, las repitió una y otra vez, y por fin decidió poner punto final al asunto, Seré el primero, si insisten, en admitir que la orden es disparatada, pero es la que he recibido, y sobre esto no hay más que hablar, Al menos dinos por qué de pronto haces la patrulla vestido de paisano, pidió el suegro, Nosotros no hacemos patrullas, velamos por la seguridad del Centro, nada más, Muy bien, sea, No tengo nada que añadir, no insista, por favor, cortó Marcial, irritado. Miró a la mujer como preguntándole por qué motivo estaba callada, por qué no lo defendía, y ella dijo, Marcial tiene razón, padre, no insista, y, dirigiéndose a él, al mismo tiempo que le besaba en la frente, Perdona, nosotros, los Algores, somos un poco brutos. Después de cenar vieron un programa de televisión transmitido por el canal interno del Centro, exclusivo para residentes, después se recogieron en sus dormitorios. Ya con las luces apagadas, Marta volvió a pedir disculpas, Marcial le dio un beso, y si no siguió adelante con segundos y terceros fue porque comprendió a tiempo que, por ese camino, acabaría contándole todo. Sentado en su cama, con la luz encendida, Cipriano Algor pensaba y volvía a pensar, para concluir que tenía 'que descubrir lo que pasaba en las profundidades del Centro, que, si había otra puerta secreta, al menos esta vez no podrían decirle que al otro lado no había nada. Volver a la carga con Marcial no valía la pena, aparte de que estaban cometiendo una injusticia con el pobre mozo, si tenía órdenes de no hablar y las cumplía, debería ser felicitado por eso, no someterlo a las variadas e impúdicas modalidades de chantaje sentimental en que las familias son eximias, yo soy tu suegro, tú eres mi yerno, cuéntamelo todo, Marta tenía razón, pensó, nosotros, los Algores, somos bastante brutos. Mañana dejaría tranquilo el río amazonas con indios y se dedicaría a recorrer el Centro de una punta a otra oyendo las conversaciones de la gente. En lo esencial, un secreto es más o menos como la combinación de una caja fuerte, aunque no la conozcamos sabemos que se compone de seis dígitos, que es posible que incluso se repita alguno o algunos de ellos, y que por muy numerosas que sean las variables posibles, no son infinitas. Como en todas las cosas de la vida es una cuestión de tiempo y de paciencia, una palabra aquí, otra palabra allá, un sobrentendido, un intercambio de miradas, un súbito silencio, pequeñas grietas dispersas que se van abriendo en el muro, el arte del investigador está en saber aproximarlas, en eliminar las aristas que las separan, llegará siempre un momento en que nos preguntemos si el sueño, la ambición, la esperanza secreta de los secretos no será, finalmente, la posibilidad, aunque vaga, aunque remota, de dejar de serlo. Cipriano Algor se desnudó, apagó la luz, pensó que iba a pasar una noche de insomnio, pero al cabo de cinco minutos ya dormía en un sueño tan espeso, tan opaco, que ni siquiera Isaura Madruga habría podido escudriñar tras la última puerta que en él se cerraba.
Cuando Cipriano Algor salió del dormitorio, más tarde de lo que solía, el yerno ya se había marchado al trabajo. Todavía medio soñoliento dio los buenos días a la hija, se sentó a desayunar, y en ese instante sonó el teléfono. Marta fue a atender y volvió sin tardar, Es para usted. El corazón de Cipriano Algor dio un salto, Para mí, quién puede querer hablar conmigo, preguntó, ya segurísimo de que la hija le iba a responder, Es Isaura, pero lo que ella dijo fue, Es del departamento de compras, un subjefe. Indeciso entre la decepción de que la llamada no procediera de quien le gustaría y el alivio de no tener que explicar a la hija la razón de estas intimidades con la vecina, aunque no debamos olvidar que podría simplemente tratarse de algún asunto referente a Encontrado, la tristeza de la ausencia, por ejemplo, Cipriano Algor se dirigió al teléfono, dijo quién era y poco después tenía al otro lado de la línea al subjefe simpático, Ha sido una sorpresa para mí saber que se había venido a vivir al Centro, como ve, el diablo no está siempre detrás de la puerta, es un dicho antiguo, pero mucho más verdadero de lo que se imagina, De hecho es así, dijo Cipriano Algor, El motivo de esta llamada es pedirle que se pase por aquí esta tarde para cobrar las figurillas, Qué figurillas, Las trescientas que nos entregó para el muestreo, Pero esos muñecos no fueron vendidos, por tanto no hay nada que cobrar, Querido señor, dijo el subjefe con inesperada severidad en la voz, permita que seamos nosotros los jueces de esa cuestión, de todos modos quede sabiendo desde ya que, aunque un pago represente un perjuicio de más del cien por cien, como ha sucedido en este caso, el Centro liquida siempre sus cuentas, es una cuestión de ética, ahora que vive con nosotros podrá empezar a comprender mejor, De acuerdo, pero no entiendo por qué el perjuicio se eleva a más del cien por cien, Por no pensar en estas cosas las economías familiares van a la ruina, Qué pena no haberlo sabido antes, Tome nota, en primer lugar vamos a pagar por las figurillas el valor exacto que nos fue facturado, ni un céntimo menos, Hasta ahí llega mi entendimiento, En segundo lugar, obviamente, también tendremos que pagar el sondeo, es decir, los materiales usados, a las personas que analizaron los datos, el tiempo que se empleó en todo esto, aunque piense que esos materiales, esas personas y ese tiempo podrían ser aplicados en tareas rentables, no necesitará estar dotado de gran inteligencia para llegar a la conclusión de que se trató de hecho de una pérdida superior al cien por cien, considerando lo que no se vendió y lo que se gastó para concluir que no lo deberíamos vender, Lamento haber ocasionado tantos perjuicios al Centro, Son gajes del oficio, unas veces se pierde, otras veces se gana, en cualquier caso no fue grave, se trata de un negocio minúsculo, Yo podría, dijo Cipriano Algor, invocar también mis propios escrúpulos éticos para negarme a cobrar por un trabajo que las personas rehusaron comprar, pero el dinero me viene bien, Es una buena razón, la mejor de todas, Pasaré por ahí a la tarde, No necesita preguntar por mí, vaya directamente a la caja, ésta es la última operación comercial que hacemos con su extinta empresa, queremos que guarde los mejores recuerdos, Muchas gracias, Y ahora disfrute del resto de la vida, está en el lugar ideal para eso, Eso me ha parecido, señor, Aproveche la racha de suerte, Es lo que estoy haciendo. Cipriano Algor colgó el teléfono, Nos pagan las figurillas, dijo, no lo hemos perdido todo. Marta hizo un gesto con la cabeza que podría significar cualquier cosa, conformidad, desacuerdo, indiferencia, y se retiró a la cocina. No te sientes bien, le preguntó el padre, asomándose a la puerta, Sólo un poco cansada, será el embarazo, Te encuentro apática, ajena, deberías distraerte, dar unas vueltas por ahí, Como usted, Sí, como yo, Le interesa mucho todo lo que hay fuera, preguntó Marta, piense dos veces antes de responderme, Es suficiente con que lo piense una, no me interesa nada, sólo finjo, Ante usted mismo, claro, Ya eres bastante mayor para saber que no hay otra manera, aunque lo parezca, no fingimos ante los otros, fingimos ante nosotros mismos, Me alegra oírlo de su boca, Por qué, Porque confirma lo que pensaba de usted en el asunto de Isaura Madruga, La situación se ha modificado, Todavía me alegra más, Si la ocasión llega hablaré, ahora soy como Marcial, una boca cerrada.
La expedición auricular de Cipriano Algor no obtuvo resultado alguno, después, durante el almuerzo, por una especie de acuerdo tácito, ninguno de los tres osó tocar el delicado asunto de las excavaciones y de lo que allí habría sido encontrado. Suegro y yerno salieron al mismo tiempo, Marcial para retomar su trabajo de escucha y espionaje, tan infructífero, probablemente, como había sido, para uno y otro, el de la mañana, y Cipriano Algor para preguntar, por primera vez, cómo se llegaba al departamento de compras desde el interior del Centro. Constató que su distintivo de residente, también con retrato e impresión digital, le proporcionaba ciertas facilidades de circulación, cuando el guarda a quien hizo la pregunta le indicó el camino como si se tratara de la cosa más natural del mundo, Vaya por este pasillo, siempre recto, al llegar al final sólo tendrá que seguir las indicaciones, no tiene pérdida, dijo. Estaba en el piso bajo, en algún lugar del recorrido tendría que descender al nivel del subterráneo donde, en tiempos más felices, juicio que seguramente el subjefe simpático no compartiría, se presentaba para descargar sus platos y sus tazas. Una flecha y una escalera mecánica le dijeron por dónde ir. Estoy bajando, pensó. Estoy bajando, estoy bajando, repetía, y luego, Qué estupidez, es evidente que estoy bajando, para eso sirven las escaleras cuando no sirven para subir, en una escalera, aquellos que no bajan, suben, y aquellos que no suben, bajan. Parecía haber alcanzado una conclusión incontestable, de esas para las que no existe ninguna posibilidad de respuesta lógica, pero de súbito, con el fulgor y la instantaneidad del relámpago, otro pensamiento le cruzó la cabeza, Descender, descender hasta allí. Sí, descender hasta allí. La decisión que Cipriano Algor acaba de tomar es que esta noche intentará bajar hasta donde Marcial está haciendo su guardia, entre las dos de la madrugada y las seis de la mañana, no lo olvidemos. El sentido común y la prudencia, que en estas situaciones siempre tienen una palabra que decir, ya le están preguntando cómo imagina que va a llegar, sin conocer los caminos, a un lugar tan recóndito, y él respondió que las combinaciones y composiciones de las casualidades, siendo efectivamente muchísimas, no son infinitas, y que más vale que nos arriesguemos a subir a la higuera para intentar alcanzar el higo que tumbarnos bajo su sombra y esperar a que nos caiga en la boca. El Cipriano Algor que se presentó en la caja del departamento de compras después de haberse perdido dos veces, pese a las ayudas de las flechas y de los letreros, no era aquel que nos habíamos acostumbrado a conocer. Si las manos le temblaron tanto no se debía a la excitación mezquina de estar cobrando por su trabajo un dinero con el que no contaba, sino porque las órdenes y las orientaciones del cerebro, ocupado ahora en asuntos de más trascendente importancia, llegaban inconexas, confusas, contradictorias a las respectivas terminales. Cuando regresó al área comercial del Centro parecía un poco más tranquilo, la agitación le había pasado al lado de dentro. Dispensado de preocuparse con las manos, el cerebro maquinaba sucesivamente astucias, mañas, ardides, estratagemas, tramas, sutilezas, llegaba hasta el punto de admitir la posibilidad de recurrir a la telequinesia para, en un santiamén, transportar del trigésimo cuarto piso a la misteriosa excavación este cuerpo impaciente que tanto le cuesta gobernar.
Aunque todavía tuviese ante él largas horas de espera, Cipriano Algor decidió volver a casa. Quiso darle a la hija el dinero recibido, pero ella dijo, Guárdelo para usted, no me hace falta, y después preguntó, Quiere un café, Pues sí, es una buena idea. El café fue hecho, servido en una taza, bebido, todo indica que por ahora no habrá más palabras entre ellos, parece, como Cipriano Algor ha pensado algunas veces, aunque de estos sus pensamientos no hayamos dejado registro en el momento justo, que la casa, ésta donde ahora viven, tiene el don maligno de hacer callar a las personas. Sin embargo, al cerebro de Cipriano Algor, que ya tuvo que dejar a un lado, por falta de adiestramiento suficiente, el recurso de la telequinesia, le es indispensable una cierta y determinada información sin la cual su plan para la incursión nocturna se irá, pura y simplemente, agua abajo. Por eso lanza la pregunta, mientras, como si estuviese distraído, mueve con la cuchara el resto del café que quedó en el fondo de la taza, Sabes a qué profundidad se encuentra la excavación, Por qué quiere saberlo, Simple curiosidad, nada más, Marcial no ha hablado de eso. Cipriano Algor disimuló lo mejor que pudo la contrariedad y dijo que iba a dormir una siesta. Pasó la tarde toda en su habitación, y sólo salió cuando la hija lo llamó para cenar, ya Marcial estaba sentado a la mesa. Hasta el final de la cena, tal como sucedió en el almuerzo, no se habló de la excavación, fue sólo cuando Marta sugirió al marido, Deberías dormir hasta la hora de bajar, vas a pasar la noche en claro, y él respondió, Es demasiado temprano, no tengo sueño, cuando Cipriano Algor, aprovechando la inesperada relajación, repitió su pregunta, A qué profundidad está esa excavación, Por qué quiere saberlo, Para tener una idea, por mera curiosidad. Marcial dudó antes de responder, pero le pareció que la información no debería formar parte del grupo de las estrictamente confidenciales, El acceso es por el piso cero-cinco, dijo por fin, Pensé que las excavadoras estaban trabajando mucho más profundo, En todo caso son quince o veinte metros bajo tierra, dijo Marcial, Tienes razón, es una buena profundidad. No se volvió a hablar del asunto. Marcial no dio la impresión de quedarse contrariado por la breve conversación, al contrario, se diría que hasta algo le alivió el haber podido, sin entrar en materias peligrosas y reservadas, hablar un poco de una cuestión que lo viene preocupando como fácilmente se nota. Marcial no es más medroso que el común de las personas, pero no le agrada nada la perspectiva de pasar cuatro horas metido en un agujero, en absoluto silencio, sabiendo lo que tiene detrás. No hemos sido entrenados para una situación de éstas, le dijo uno de sus colegas, ojalá los especialistas de quienes habló el comandante se presenten rápidamente para que seamos retirados de este servicio, Tuviste miedo, preguntó Marcial, Miedo, lo que se llama miedo, tal vez no, pero te aviso que vas a sentir, en cada momento, como si alguien detrás de ti fuera a ponerte una mano en el hombro, No sería lo peor que podría suceder, Depende de la mano, si quieres que te hable con toda franqueza, son cuatro horas luchando contra un deseo loco de huir, de escapar, de desaparecer de allí, Hombre prevenido vale por dos, así ya sé lo que me espera, No lo sabes, sólo lo imaginas, y mal, corrigió el colega. Ahora es la una y media de la madrugada, Marcial está despidiéndose de Marta con un beso, ella le pide, No te entretengas cuando acabes el turno, Vendré corriendo, mañana te lo cuento todo, lo prometo. Marta lo acompañó a la puerta, se besaron una vez más, después volvió adentro, ordenó primero algunas cosas, y luego se acostó. No tenía sueño. Se decía a sí misma que no había motivo de preocupación, que ya otros guardas estuvieron de centinelas y no aconteció nada, cuántas veces sucede que se arman por un quítame allá esas pajas misterios terribles, como si fuesen auténticas serpientes de siete cabezas, y cuando se miran de cerca no son más que humo, viento, ilusión, voluntad de creer en lo increíble. Los minutos pasaban, el sueño andaba lejos, Marta se acababa de decir a sí misma que haría mejor encendiendo la luz y poniéndose a leer un libro, cuando le pareció oír que se abría la puerta del dormitorio del padre. Como él no tenía hábito de levantarse durante la noche, aguzó el oído, probablemente iría al cuarto de baño, sin embargo, los pasos, poco a poco, comenzaron a sonar cautelosos pero perceptibles, en la pequeña sala de la entrada. Quizá vaya a la cocina a beber agua, pensó. El ruido inconfundible de una cerradura hizo que se levantara rápidamente. Se puso la bata a toda prisa y salió. El padre tenía la mano en el tirador de la puerta. Adonde va a estas horas, preguntó Marta, Por ahí, dijo Cipriano Algor, Tiene derecho a ir a donde quiera, es mayor y está vacunado, pero no puede irse sin decir ni una palabra, como si no hubiese nadie más en casa, No me hagas perder tiempo, Por qué, tiene miedo de llegar después de las seis, preguntó Marta, Si ya sabes adonde quiero ir, no necesitas más explicaciones, Al menos piense que le puede crear problemas a su yerno, Como tú misma has dicho, soy mayor y estoy vacunado, Marcial no puede ser responsabilizado por mis actos, Quizá sus patrones sean de otra opinión, Nadie me verá, y en caso de que aparezca alguien echándome atrás, le digo que padezco sonambulismo, Sus gracias están fuera de lugar en este momento, Entonces hablaré en serio, Espero que sea así, Está pasando algo ahí abajo que necesito saber, Haya lo que haya no podrá permanecer en secreto toda la vida, Marcial me ha dicho que nos lo contaría todo cuando volviera del turno, Muy bien, pero a mí una descripción no me basta, quiero ver con mis propios ojos, Siendo así, vaya, vaya, y no me atormente más, dijo Marta, ya llorando. El padre se aproximó a ella, le pasó un brazo por los hombros, la abrazó, Por favor, no llores, dijo, lo malo de todo esto, sabes, es que ya no somos los mismos desde que nos mudamos aquí. Le dio un beso, después salió cerrando la puerta con cuidado. Marta fue a buscar una manta y un libro, se sentó en uno de los sillones de la sala, se cubrió las rodillas. No sabía cuánto tiempo iba a durar la espera.
El plan de Cipriano Algor no podía ser más simple. Se trataba de bajar en un montacargas hasta el piso cero-cinco y a partir de ahí entregarse a la suerte y a la casualidad. Con muchas menos armas se han ganado batallas, pensó. Y con muchas más se han perdido, añadió por escrúpulo de imparcialidad. Había observado que los montacargas, probablemente por el hecho de que se destinaban casi exclusivamente para el transporte de materiales, no estaban provistos de cámara de vídeo, por lo menos que se vieran, y si alguna hubiese, de ésas minúsculas y camufladas, lo más seguro sería que la atención de los vigilantes de la central se encontrara fijada en los accesos exteriores y en los pisos comerciales y de atracciones. De estar equivocado no tardaría en saberlo. En primer lugar, suponiendo que los pisos de viviendas sobre el nivel del suelo formaran un bloque con los diez pisos subterráneos, le convenía usar el montacargas más cercano a la fachada interior para no tener que perder tiempo buscando un camino entre los mil contenedores de todo tipo y tamaño que imaginaba guardados en los sótanos, en particular en el tal piso cero-cinco que le interesaba. No se quedó demasiado sorprendido cuando se encontró con un espacio amplio, abierto, despejado de mercancías, que obviamente se destinaba a facilitar el acceso al lugar de la excavación. Un paño de pared maestra, entre dos pilares, había sido demolido, por allí se entraba. Cipriano Algor miró el reloj, eran las dos y cuarenta y cinco minutos, pese a ser reducida, la iluminación permanente del piso subterráneo no dejaba distinguir si alguna luz en el interior de la excavación amortiguaba la negritud de la bocacha que lo iba a engullir. Debería haber traído una linterna, pensó. Entonces recordó que un día había leído que la mejor manera de acceder a un lugar a oscuras, si se quiere ver inmediatamente lo de dentro, es cerrar los ojos antes de entrar y abrirlos después. Sí, pensó, es eso lo que tengo que hacer, cierro los ojos y me caigo por ahí abajo, hasta el centro de la tierra. No se cayó. Casi a ras de suelo, a su izquierda, había una luminosidad tenue que no tardó en concretarse, pasos andados, en una hilera de bombillas dispuestas a todo lo largo. Iluminaban una rampa de tierra que formaba al fondo un rellano desde donde nacía otro declive. Tan espeso, tan denso era el silencio que Cipriano Algor podía oír el batir de su propio corazón. Vamos allá, pensó, Marcial se va a llevar el mayor susto de su vida. Comenzó a bajar la rampa, llegó al rellano, bajó la rampa siguiente, un rellano más, ahí paró. Ante él, dos focos colocados a un extremo y a otro, de manera que la luz no diera de lleno en el interior, mostraban la forma oblonga de la entrada de una gruta. En un terraplén a la derecha había dos pequeñas excavadoras. Marcial estaba sentado en un escabel, a su lado una mesa y sobre ella una linterna. Todavía no había visto al suegro. Cipriano Algor salió de la media penumbra del último rellano y dijo en voz alta, No te asustes, soy yo. Marcial se levantó precipitadamente, quiso hablar pero la garganta no dio paso a las palabras, no era para menos, que tire la primera piedra quien crea que diría con toda la calma del mundo, Hola, usted por aquí. Sólo cuando el suegro se encontraba ante él, Marcial, aunque costándole, consiguió articular, Qué hace aquí, cómo se le ha ocurrido la estúpida idea de venir, sin embargo, al contrario de lo que mandaría la lógica, no había enfado en la voz, lo que se notaba, aparte del alivio natural de quien finalmente no está siendo amenazado por una aparición nefasta, era una especie de satisfacción vergonzosa, algo así como un emocionado sentimiento de gratitud que tal vez algún día acabe confesándose. Qué hace aquí, repitió, Vine a ver, dijo Cipriano Algor, Y no se le ha ocurrido pensar en los problemas que me caerán encima si se llega a saber, no piensa que esto puede costarme el empleo, Dirás que tu suegro es un redomado idiota, un irresponsable que debería estar internado en un manicomio, enfundado en una camisa de fuerza, Ganaría mucho con esas explicaciones, no hay duda. Cipriano Algor volvió los ojos hacia la cavidad y preguntó, Viste lo que hay ahí dentro, Lo he visto, respondió Marcial, Qué es, Compruébelo usted mismo, aquí tiene una linterna, si quiere, Vienes conmigo, No, yo también he ido solo, Hay algún camino trazado, algún paso, No, tiene que ir siempre por la izquierda y no perder el contacto con la pared, al fondo encontrará lo que busca. Cipriano Algor encendió la linterna y entró. Me olvidé de cerrar los ojos, pensó. La luz indirecta de los focos todavía permitía ver unos tres o cuatro metros de suelo, el resto era negro como el interior de un cuerpo. Había un declive no muy pronunciado, pero irregular. Cautelosamente, rozando la pared con la mano izquierda, Cipriano Algor comenzó a bajar. A cierta altura le pareció que a su derecha había algo que podría ser una plataforma y un muro. Se dijo a sí mismo que cuando volviera averiguaría de qué se trataba, Probablemente es una obra para retener las tierras, y siguió bajando. Tenía la impresión de que había andado mucho, tal vez unos treinta o cuarenta metros. Miró atrás, hacia la boca de la gruta. Recortada contra la luz de los focos, parecía realmente distante, No anduve tanto, pensó, lo que pasa es que estoy desorientándome. Percibía que el pánico comenzaba, insidiosamente, a rasparle los nervios, tan valiente que se imaginara, tan superior a Marcial, y ahora estaba casi a punto de volverse de espaldas y correr a trompicones pendiente arriba. Se apoyó en la roca, respiró hondo, Aunque tenga que morir aquí, dijo, y recomenzó a andar. De repente, como si hubiese girado sobre sí misma en ángulo recto, la pared se presentó ante él. Había alcanzado el final de la gruta. Bajó el foco de la linterna para cerciorarse de la firmeza del suelo, dio dos pasos e iba a la mitad del tercero cuando la rodilla derecha chocó con algo duro que le hizo soltar un gemido. Con el choque la luz osciló, ante sus ojos surgió, durante un instante, lo que parecía un banco de piedra, y luego, en el instante siguiente, alineados, unos bultos mal definidos aparecieron y desaparecieron. Un violento temblor sacudió los miembros de Cipriano Algor, su coraje flaqueó como una cuerda a la que se le estuvieran rompiendo los últimos hilos, pero en su interior oyó un grito que lo obligaba, Recuerda, aunque tengas que morir. La luz trémula de la linterna barrió despacio la piedra blanca, tocó levemente unos paños oscuros, subió, y era un cuerpo humano sentado lo que allí estaba. A su lado, cubiertos con los mismos paños oscuros, otros cinco cuerpos igualmente sentados, erectos todos como si un espigón de hierro les hubiese entrado por el cráneo y los mantuviese atornillados a la piedra. La pared lisa del fondo de la gruta estaba a diez palmos de las órbitas hundidas, donde los globos oculares habrían sido reducidos a un grano de polvo. Qué es esto, murmuró Cipriano Algor, qué pesadilla es ésta, quiénes eran estas personas. Se aproximó más, pasó lentamente el foco de la linterna sobre las cabezas oscuras y resecas, éste es hombre, ésta es mujer, otro hombre, otra mujer, y otro más, y otra mujer, tres hombres y tres mujeres, vio restos de ataduras que parecían haber servido para inmovilizarles los cuellos, después bajó el foco de la linterna, ataduras iguales les prendían las piernas. Entonces, despacio, muy despacio, como una luz que no tuviera prisa en aparecer, aunque llegaba para mostrar la verdad de las cosas hasta en sus más oscuros y recónditos escondrijos, Cipriano Algor se vio entrando otra vez en el horno de la alfarería, vio el banco de piedra que los albañiles dejaron abandonado y se sentó en él, y otra vez escuchó la voz de Marcial, ahora con palabras diferentes, llaman y vuelven a llamar, inquietas, desde lejos, Padre, me oye, respóndame, la voz retumba en el interior de la gruta, los ecos van de pared a pared, se multiplican, si Marcial no se calla un minuto no será posible que oigamos la voz de Cipriano Algor diciendo, distante, como si ella misma fuese también un eco, Estoy bien, no te preocupes, no tardo. El miedo había desaparecido. La luz de la linterna acarició una vez más los míseros rostros, las manos sólo piel y hueso cruzadas sobre las piernas, y, más aún, guió la propia mano de Cipriano Algor cuando tocó, con respeto que sería religioso si no fuese humano simplemente, la frente seca de la primera mujer. Ya nada le retenía allí, Cipriano Algor había comprendido. Como el camino circular de un calvario, que siempre encuentra un calvario delante, la subida fue lenta y dolorosa. Marcial bajó a su encuentro, alargó la mano para ayudarlo, al salir de la oscuridad hacia la luz venían abrazados y no sabían desde cuándo. Exhausto de fuerzas, Cipriano Algor se dejó caer en el escabel, inclinó la cabeza sobre la mesa y, sin ruido, apenas se notaba el estremecimiento de los hombros, comenzó a llorar. No se contenga, padre, yo también he llorado, dijo Marcial. Poco después, más o menos recompuesto de la emoción, Cipriano Algor miró al yerno en silenció, como si en aquel momento no tuviera una manera mejor de decirle que lo estimaba, después preguntó, Sabes qué es aquello, Sí, leí algo hace tiempo, respondió Marcial, Y también sabes que lo que está ahí, siendo lo que es, no tiene realidad, no puede ser real, Lo sé, Y con todo yo he tocado con esta mano la frente de una de esas mujeres, no ha sido una ilusión, no ha sido un sueño, si volviese ahora encontraría los mismos tres hombres y las mismas tres mujeres, las mismas cuerdas atándolos, el mismo banco de piedra, la misma pared ante ellos, Si no son los otros, puesto que no existieron, quiénes son éstos, preguntó Marcial, No sé, pero después de verlos pienso que tal vez lo que realmente no exista sea eso a lo que damos el nombre de no existencia. Cipriano Algor se levantó lentamente, las piernas todavía le temblaban, pero, en general, las fuerzas del cuerpo habían regresado. Dijo, Cuando bajaba tuve la sensación de ver algo que podría ser un muro y una plataforma, si pudieras mudar la orientación de uno de esos focos, no necesitó terminar la frase, Marcial ya estaba girando una rueda, accionando una manilla, y luego la luz se extendió suelo adentro hasta chocar con la base de un muro que atravesaba la gruta de lado a lado, pero sin llegar a las paredes. No había ninguna plataforma, sólo un paso a lo largo del muro. Falta una cosa, murmuró Cipriano Algor. Avanzó algunos pasos y de repente se detuvo, Aquí está, dijo. En el suelo se veía una gran mancha negra, la tierra estaba requemada en ese lugar, como si durante mucho tiempo allí hubiera ardido una hoguera. No merece la pena seguir preguntando si existieron o no, dijo Cipriano Algor, las pruebas están aquí, cada cual sacará las conclusiones que crea justas, yo ya tengo las mías. El foco volvió a su sitio, la oscuridad también, después Cipriano Algor preguntó, Quieres que me quede haciéndote compañía, No, gracias, dijo Marcial, vuelva a casa, Marta debe de estar angustiada, pensando lo peor, Entonces, hasta luego, Hasta luego, padre, hizo una pausa, y luego, con una sonrisa medio constreñida, como de un adolescente que se retrae en el mismo instante en que se entrega, añadió, Gracias por haber venido.
Cipriano Algor miró el reloj cuando llegó al piso cero-cinco. Eran las cuatro y media. El montacargas lo llevó al trigésimo cuarto piso. Nadie lo había visto. Marta le abrió la puerta silenciosamente, con los mismos cuidados volvió a cerrarla, Cómo está Marcial, preguntó, Está bien, no te preocupes, tienes un gran hombre, te lo digo yo, Qué hay abajo, Deja que me siente primero, estoy como si me hubiesen dado una paliza, estos esfuerzos ya no son para mi edad, Qué hay abajo, volvió a preguntar Marta después de haberse sentado, Abajo hay seis personas muertas, tres hombres y tres mujeres, No me sorprende, era exactamente lo que pensaba, que se trataría de restos humanos, sucede con frecuencia en las excavaciones, lo que no comprendo es por qué todos estos misterios, tanto secreto, tanta vigilancia, los huesos no huyen, y no creo que robarlos mereciese el trabajo que daría, Si hubieses bajado conmigo comprenderías, todavía estás a tiempo de ir allí, Deje esas ideas, No es fácil dejar esas ideas después de haber visto lo que he visto, Qué ha visto, quiénes son esas personas, Esas personas somos nosotros, dijo Cipriano Algor, Qué quiere decir, Que somos nosotros, yo, tú, Marcial, el Centro todo, probablemente el mundo, Por favor, explíquese, Pon atención, escucha. La historia tardó media hora en ser contada. Marta la oyó sin interrumpir una sola vez. Al final, dijo, Sí, creo que tiene razón, somos nosotros. No hablaron más hasta que llegó Marcial. Cuando entró, Marta se le abrazó con fuerza, Qué vamos a hacer, preguntó, pero Marcial no tuvo tiempo de responder. Con voz firme, Cipriano Algor decía, Vosotros decidiréis vuestras vidas, yo me voy.