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A partir de ese día, Cipriano Algor sólo interrumpió el trabajo en la alfarería para comer y dormir. Su poca experiencia en las técnicas le hizo desentenderse de las proporciones de yeso y agua en la fabricación de los táceles, empeorarlo todo cuando se equivocó en las cantidades de barro, agua y fundente necesarias para una mezcla equilibrada de la barbotina de relleno, verter con excesiva rapidez la mezcla obtenida, creando burbujas de aire en el interior del molde. Los tres primeros días se le fueron haciendo y deshaciendo, desesperándose con los errores, maldiciendo su torpeza, estremeciéndose de alegría siempre que lograba salir bien de una operación delicada. Marta ofreció su ayuda, pero él le pidió que lo dejase en paz, manera de expresarse verdaderamente nada coincidente con la realidad de lo que se estaba viviendo dentro del viejo taller, entre yesos que endurecían demasiado pronto y aguas que llegaban tarde al encuentro, entre pastas que no estaban suficientemente secas y mezclas demasiado espesas que se negaban a dejarse filtrar, mucho más acertado hubiera sido que él dijera Déjame en paz con mi guerra. En la mañana del cuarto día, como si los maliciosos y esquivos duendes, que eran los diferentes materiales, se hubiesen arrepentido del modo cruel con que habían tratado al inesperado principiante en el nuevo arte, Cipriano Algor comenzó a encontrar suavidades donde antes sólo había enfrentado asperezas, docilidades que lo llenaban de gratitud, secretos que se desvelaban. Tenía el manual auxiliar encima del tablero, húmedo, manchado por dedos sucios, le pedía consejo de cinco en cinco minutos, a veces entendía mal lo que había leído, otras veces una súbita intuición le iluminaba una página entera, no es un despropósito afirmar que Cipriano Algor oscilaba entre la infelicidad más dilacerante y la más completa de las bienaventuranzas. Se levantaba de la cama con la primera luz del alba, despachaba el desayuno en dos bocados y se metía en la alfarería hasta la hora del almuerzo, después trabajaba durante toda la tarde y hasta bien entrada la velada, haciendo apenas un intervalo rápido para cenar, con una frugalidad que nada quedaba debiéndole a las otras refecciones. La hija protestaba, Se me va a poner enfermo, trabajando de esa manera y comiendo tan poco, Estoy bien, respondía él, nunca me he sentido tan bien en la vida. Era cierto y no lo era. A la noche, cuando finalmente se iba a acostar, limpio de los olores del esfuerzo y de las suciedades del trabajo, sentía que las articulaciones le crujían, que su cuerpo era un continuo dolor. Ya no puedo lo que podía, se decía a sí mismo, pero, muy en el fondo de su conciencia, una voz que también era suya lo contrariaba, Nunca pudiste tanto, Cipriano, nunca pudiste tanto. Dormía como se supone que una piedra deberá dormir, sin sueños, sin estremecimientos, parecía que hasta sin respiración, descansando sobre el mundo el peso todo de su infinita fatiga. Alguna vez, como una madre inquieta, anticipando, sin haber pensado en eso, desasosiegos futuros, Marta se levantó a medianoche para ver cómo estaba el padre. Entraba silenciosamente en el cuarto, se aproximaba despacio a la cama, se inclinaba un poco para escuchar, después salía con los mismos cuidados. Aquel hombre grande, de pelo blanco y rostro castigado, su padre, era también como un hijo, poco sabe de la vida quien se niegue a entender esto, las telas que enredan las relaciones humanas, en general, y las de parentesco, en particular, sobre todo las próximas, son más complejas de lo que parecen a primera vista, decimos padres, decimos hijos, creemos que sabemos perfectamente de qué estamos hablando, y no nos interrogamos sobre las causas profundas del afecto que allí hay, o la indiferencia, o el odio. Marta sale del cuarto y va pensando Duerme, he aquí una palabra que aparentemente no hace más que expresar la verificación de un hecho, y con todo, en seis letras, en dos sílabas, fue capaz de traducir todo el amor que en un cierto momento puede caber en un corazón humano. Conviene decir, para ilustración de los ingenuos, que, en asuntos de sentimiento, cuanto mayor sea la parte de grandilocuencia, menor será la parte de verdad.

El cuarto día correspondió con aquel en que debía ir a buscar a Marcial al Centro para su jornada de descanso, a la que naturalmente llamaríamos semanal si no fuese, como sabemos, una decena, es decir, de diez en diez. Marta le dijo al padre que iría ella, que no interrumpiese el trabajo, pero Cipriano Algor respondió que no, que ni pensase en eso, Los robos en la carretera han disminuido, es cierto, pero hay siempre un riesgo, Si hay peligro para mí, también lo habrá para usted, En primer lugar, soy hombre, en segundo lugar, no estoy embarazado, Respetables razones que sólo le adornan, Falta todavía la tercera razón, que es la importante, Dígala, No podría trabajar mientras no regresases, por eso el trabajo no se perjudicará, aparte de eso el viaje me va a servir para airear la cabeza, que bien necesitada está, sólo consigo pensar en moldes, táceles y mezclas, También servirá para que yo me airee, así que iremos ambos a buscar a Marcial, y Encontrado se queda guardando el castillo, Si es eso lo que quieres, Déjelo, estaba bromeando, usted suele ir a buscar a Marcial, yo suelo quedarme en casa, viva la costumbre, En serio, vamos, En serio, vaya. Sonrieron los dos y el debate de la cuestión central, es decir, las razones objetivas y subjetivas de la costumbre, quedó pospuesto. A la tarde, llegada la hora, y sin haberse mudado la ropa de trabajo para no perder tiempo, Cipriano Algor se puso en camino. Cuando ya iba a salir del pueblo se dio cuenta de que no había vuelto la cabeza al pasar ante la calle donde vive Isaura Madruga, y cuando aquí se dice volver la cabeza, tanto se entiende hacia un lado como hacia el otro, pues Cipriano Algor, en días pasados, unas veces había mirado para ver si veía, otras veces para donde tenía la seguridad de que no vería. Le cruzó la idea de preguntarse a sí mismo cómo interpretaba la desconcertante indiferencia, pero una piedra en medio de la carretera lo distrajo, y la ocasión se perdió. El viaje hacia la ciudad transcurrió sin dificultad, sólo tuvo que sufrir un atraso causado por una barrera de la policía que detenía un coche sí un coche no a fin de examinar los documentos de los conductores. Mientras esperaba que se los devolviesen, Cipriano Algor tuvo tiempo de observar que la línea limítrofe de las chabolas parecía haberse dislocado un poco en dirección a la carretera, Cualquier día vuelven a empujarlas hacia atrás, pensó.

Marcial ya estaba a la espera. Disculpa que me haya retrasado, dijo el suegro, debía haber salido más temprano de casa, y luego la policía quiso meter la nariz en los papeles, Cómo está Marta, preguntó Marcial, ayer no pude telefonear, Creo que se encuentra bien, en todo caso deberías hablarle, está comiendo poco, sin apetito, ella dice que en las mujeres embarazadas es normal, puede que lo sea, de esas cosas no entiendo, pero yo que tú no me fiaría, Hablaré con ella, esté tranquilo, a lo mejor está así porque es el principio del embarazo, No sabemos nada, ante estas cosas somos como un niño perdido, tienes que llevarla al médico. Marcial no respondió. El suegro se calló. Seguramente estaban los dos pensando en lo mismo, que en el hospital del Centro la observarían como en ningún otro lugar, por lo menos es lo que proclama la voz popular, y más, siendo mujer de un empleado, aunque no es condición residir allí para ser competentemente atendida. Pasado un minuto, Cipriano Algor dijo, Cuando quieras yo traigo a Marta. Habían salido de la ciudad, podían circular más deprisa. Marcial preguntó, Cómo va el trabajo, Todavía estamos en el principio, ya hemos cocido las estatuillas que habíamos modelado, ahora estoy a vueltas con los moldes, Y qué tal, Uno se engaña, cree que todo barro es barro, que quien hace una cosa hace otra, y después descubre que no es así, que tenemos que aprender todo desde el principio. Hizo una pausa para después añadir, Pero estoy contento, es un poco como si estuviese intentando nacer otra vez, con perdón de la exageración, Mañana le echo una mano, dijo Marcial, sé menos que poco, aunque para alguna cosa he de servir, No, tú vas a estar con tu mujer, salid, dad una vuelta por ahí, Una vuelta, no, pero mañana tendremos que ir a almorzar a casa de mis padres, ellos todavía no saben que Marta está embarazada, cualquier día comienza a notársele, imagine lo que tendría que oír, Y será con razón, hay que ser justos, dijo Cipriano Algor. Otro silencio. El tiempo es bueno, observó Marcial, Ojalá se mantenga así dos o tres semanas, dijo el suegro, los muñecos tienen que ir al horno lo más secos que se pueda. Nuevo silencio, éste dilatado. La policía ya había levantado la barrera, la carretera estaba libre. Dos veces Cipriano Algor hizo intención de hablar, a la tercera habló por fin, Hay alguna novedad acerca de tu ascenso, preguntó, Nada, de momento, respondió Marcial, Crees que habrán cambiado de idea, No, se trata sólo de una cuestión de trámites, el aparato burocrático del Centro es tan tiquismiquis como el de este mundo de fuera, Con patrullas de policía verificando carnés de conducir, pólizas de seguros y certificados de salud, Es más o menos eso, Parece que no sabemos vivir de otra manera, Tal vez no haya otra manera de vivir, O tal vez sea demasiado tarde para que haya otra manera. No volvieron a hablar hasta la entrada del pueblo. Marcial pidió al suegro que parase ante la puerta de la casa de los padres, Es sólo el tiempo de avisarlos de que vendremos mañana a almorzar. La espera, de hecho, no fue larga, pero, una vez más, Marcial no parecía satisfecho cuando entró en la furgoneta, Qué te pasa ahora, preguntó Cipriano Algor, Lo que me pasa es que todo me sale mal con mis padres, No exageres, hombre, la vida de las familias nunca ha sido lo que se podría llamar un mar de rosas, vivimos algunas horas buenas, algunas horas malas, y tenemos mucha suerte de que casi todas sean así así, Entré, en casa sólo estaba mi madre, mi padre no había llegado, le expliqué a lo que iba y, para animar la conversación, usando un tono solemne y alegre al mismo tiempo, la previne de que mañana tendrían una gran sorpresa, Y luego, Es capaz de adivinar cuál fue la respuesta de mi madre, A tanto no llegan mis dotes adivinatorias, Me preguntó si la gran sorpresa era que se vendrían a vivir conmigo al Centro, Y tú, qué le dijiste, Que no, y que finalmente no merecía la pena reservar la sorpresa para mañana, queden ya sabiendo, dije yo, que Marta está embarazada, vamos a tener un hijo, Se puso contenta, por supuesto, Claro, no paraba de darme abrazos y besos, De qué te quejas, entonces, Es que con ellos siempre tiene que haber una nube oscura en el cielo, ahora es esa idea fija de vivir en el Centro, Ya sabes que no me importaría ceder mi lugar, Ni pensarlo, eso está fuera de cuestión, y no es porque yo cambie padres por suegro, sino porque los padres se tienen el uno al otro, mientras que el suegro se quedaría solo, No sería la única persona en este mundo que viviría sola, Para Marta, sí, le garantizo que lo sería, Me dejas sin saber qué responderte, Hay cosas que son tanto lo que son, que no necesitan de ninguna explicación. Ante una tan categórica manifestación de sabiduría básica, el alfarero se encontró por segunda vez sin respuesta. Otro motivo había contribuido también para la repentina mudez, la circunstancia de que estuvieran pasando, en ese preciso instante, frente a la calle de Isaura Madruga, hecho al que la consciencia de Cipriano Algor, al contrario de lo que había sucedido en el viaje de ida, no encontró manera de permanecer indiferente. Cuando llegaron a la alfarería, Marcial tuvo el placer inesperado de verse recibido por Encontrado como si en lugar de su intimidatorio uniforme de guarda del Centro llevase puestas encima las más pacíficas y paisanas de todas las vestimentas. Al sensible corazón del mozo, aún dolorido por la desafortunada conversación con la progenitora, tanto le conmovieron las efusivas demostraciones del animal, que se abrazó a él como la persona a quien más amase. Son momentos especiales, no es necesario recordar que la persona a quien Marcial más ama en la vida es a su mujer, esta que espera a su lado con una tierna sonrisa su turno de ser abrazada, pero así como hay ocasiones en que una simple mano en el hombro casi nos hace derretirnos en lágrimas, también puede suceder que la alegría desinteresada de un perro nos reconcilie durante un breve minuto con los dolores, las decepciones y los disgustos que el mundo nos ha causado. Como Encontrado sabe poco de sentimientos humanos, cuya existencia, tanto en lo positivo como en lo negativo, se encuentra satisfactoriamente probada, y Marcial menos todavía de sentimientos caninos, sobre los que las certezas son pocas y miríadas las dudas, alguien tendrá que explicarnos un día por qué diablo de razones, comprensibles a uno y otro, estuvieron estos dos aquí abrazados cuando ni siquiera a la misma especie pertenecen. Como la elaboración de moldes era en la alfarería una novedad absoluta, Cipriano Algor no podía dejarle de mostrar al yerno lo que había hecho en estos días, pero su amor propio, que ya lo indujo a rechazar la ayuda de la hija, sufría con la idea de que se pudiera apercibir de algún error, de alguna inepcia mal enmendada, de cualquiera de las innumerables señales que fácilmente denunciarían la agonía mental en que había vivido en el interior de aquellas cuatro paredes. Aunque Marcial estuviese demasiado ocupado con Marta para prestar atención a barros, silicatos de sodio, yesos, cajas y moldes, el alfarero decidió no trabajar hoy después de la cena, hacerles compañía en la sobremesa, lo que acabó por abrirle campo para discurrir con bastante exactitud teórica sobre una materia de la que, mejor que nadie, sabía hasta qué punto y con qué desastrosas consecuencias le había fallado la práctica. Marcial avisó a Marta de que al día siguiente almorzarían con los padres, pero ni de pasada tocó el penoso diálogo mantenido con la madre, de manera que hizo pensar al suegro que se trataba de un asunto que pasaba al foro privado, un problema para analizar en la intimidad del dormitorio, no para reiterar y pormenorizar en una conversación a tres, salvo si, con la más admirable de las prudencias, Marcial pretendía simplemente evitar que se cayese una y otra vez en el debate sobre la espinosa cuestión de la mudanza al Centro, ahondo hemos visto cómo comienza, ahondo hemos visto cómo suele terminar.

A la mañana siguiente, ya Cipriano Algor estaba entregado a su tarea, Marcial entró en la alfarería, Buenos días, dijo, se presenta el aprendiz. Marta venía con él, pero no se ofreció para trabajar, aunque estuviese segura de que el padre no la echaría esta vez. La alfarería era como un campo de batalla donde una sola persona hubiese andado durante cuatro días peleándose contra sí misma y contra todo lo que la rodeaba, Esto está un poco desordenado, se disculpó Cipriano Algor, nada es como antes, cuando hacíamos cacharrería teníamos una norma, una rutina establecida, Es sólo cuestión de tiempo, dijo Marta, con el tiempo las manos y las cosas acaban habituándose unas a otras, a partir de ese día ni las cosas aturrullan ni las manos se dejan aturrullar, Por la noche me siento tan cansado que se me caen los brazos sólo de pensar que debería ordenar este caos, Con todo gusto me encargaría yo de la tarea si no se me hubiese prohibido la entrada aquí, dijo Marta, No te la he prohibido, Con esas precisas y exactas palabras, no, Es que no quiero que te canses, cuando sea el momento de comenzar a pintar será diferente, trabajarás sentada, no tendrás que hacer esfuerzos, Vamos a ver si a esa altura no se le ocurre decirme que el olor de las pinturas perjudica al niño, Está visto que con esta mujer no es posible conversar, dice Cipriano Algor a Marcial como quien se ha resignado a pedir ayuda, La conoce hace más tiempo que yo, tenga paciencia, pero que esto necesita una limpieza en serio y una organización capaz, no hay duda, Puedo tener una idea, preguntó Marta, me autorizan los señores a tener una idea, Ya la has tenido, reventarías si no la echaras afuera, rezongó el padre, Cuál es, preguntó Marcial, Esta mañana la pasta descansa, vamos a poner todo esto en condiciones decentes, y como mi querido padre no quiere que me canse trabajando, daré las órdenes. Cipriano Algor y Marcial se miraron el uno al otro, a ver quién hablaría primero, y como ni uno ni otro se decidía a tomar la palabra, acabaron diciendo a coro, De acuerdo. Antes de la hora en que Marcial y Marta salieran para el almuerzo, la alfarería y todo lo que en ella se contiene estaba tan limpio y aseado cuanto se podría esperar de un lugar de trabajo donde la lama es la materia prima del producto fabricado. En verdad, si juntamos y mezclamos agua y barro, o agua y yeso, o agua y cemento, podremos dar las vueltas que queramos a la imaginación para inventarles un nombre menos grosero, menos prosaico, menos ordinario, pero siempre, más pronto o más tarde acabaremos llegando a la palabra justa, la palabra que dice lo que hay que decir, lama. Muchos dioses, de los más conocidos, no quisieron otro material para sus creaciones, pero es dudoso si esa preferencia representa hoy para la lama un punto a favor o un punto en contra.

Marta dejó preparado el almuerzo del padre, Es sólo calentarlo, dijo al salir con Marcial. El ruido débil del motor de la furgoneta disminuyó y se desvaneció rápidamente, el silencio se adueñó de la casa y de la alfarería, durante un poco más de una hora Cipriano Algor estará solo. Aliviado de la situación nerviosa de los últimos tiempos, no tardó mucho en notar que el estómago comenzaba a darle señales de insatisfacción. Llevó primero la comida a Encontrado, después entró en la cocina, destapó la cacerola y olió. Olía bien y aún estaba caliente. No había ninguna razón para esperar. Cuando acabó de comer, ya sentado en su sillón de reposo, se sintió en paz. Es de sobra conocido que el gozo del espíritu no es del todo insensible a una alimentación suficiente del cuerpo, sin embargo, si en este momento Cipriano Algor se sentía en paz, si experimentaba una especie de transporte casi jubiloso en todo su ser, no se debía sólo al hecho material de haber comido. Por orden, contribuyeron también para ese venturoso estado de ánimo su innegable avance en el dominio de las técnicas de modelado, la esperanza de que a partir de ahora se acaben los problemas o pasen a mostrarse menos intratables, el excelente entendimiento de Marta y Marcial, que, como suele decirse, entra por los ojos de cualquiera, y, finalmente, pero no de menor importancia, la limpieza a fondo de la alfarería. Los párpados de Cipriano Algor cayeron despacio, se levantaron todavía una vez, después otra con mayor esfuerzo, la tercera no pasó de una tentativa enteramente desprovista de convicción. Con el alma y el estómago en estado de plenitud, Cipriano Algor se dejó deslizar hacia el sueño. Fuera, bajo la sombra del moral, Encontrado también dormía, podrían quedarse así hasta el regreso de Marcial y Marta, pero de repente el perro ladró. El tono no era de amenaza ni de susto, no pasaba de una alerta convencional, un quién va por deber del cargo, Aunque conozca a la persona que acaba de llegar, tengo que ladrar porque es eso lo que se espera que haga. No fueron, sin embargo, los ladridos desenfadados de Encontrado los que despertaron a Cipriano Algor, pero sí una voz, una voz de mujer que desde fuera llamaba, Marta, y luego preguntaba, Marta, estás en casa. El alfarero no se levantó del sillón, apenas enderezó el cuerpo como si estuviese preparándose para huir. El perro ya no ladraba, la puerta de la cocina estaba abierta, la mujer venía ahí, se aproximaba cada vez más, iba a aparecer, si este nuevo encuentro no es efecto de un incidente fortuito, de una mera y casual coincidencia, si estaba previsto y registrado en el libro de los destinos, ni siquiera un terremoto le podrá impedir el camino. Abaneando el rabo, Encontrado fue el primero en entrar, luego apareció Isaura Madruga. Ah, exclamó ella, sorprendida. No le resultó fácil a Cipriano Algor levantarse, el sillón bajo y las piernas súbitamente flojas tuvieron la culpa de la triste figura que sabía que estaba haciendo. Dijo él, Buenas tardes. Dijo ella, Buenas tardes, buenos días, no sé bien qué hora es. Dijo él, Ya es más de mediodía. Dijo ella, Creía que era más temprano. Dijo él, Marta no está, pero haga el favor de entrar. Dijo ella, No quiero molestarlo, vengo en otro momento, lo que me traía no tiene ninguna urgencia. Dijo él, Fue con Marcial a almorzar a casa de los suegros, no tardarán. Dijo ella, Sólo venía para decirle a Marta que conseguí un trabajo. Dijo él, Consiguió trabajo, dónde. Dijo ella, Aquí mismo, en el pueblo, felizmente. Dijo él, En qué va a trabajar. Dijo ella, En una tienda, atendiendo el mostrador, podría ser peor. Dijo él, Le gusta ese trabajo. Dijo ella, En la vida no siempre podemos hacer aquello que nos gusta, lo principal, para mí, era quedarme aquí, a esto no respondió Cipriano Algor, se quedó callado, confundido por las preguntas que, casi sin pensar, le habían salido de la boca, salta a la vista de cualquiera que si una persona pregunta es porque quiere saber, y si quiere saber es porque tiene algún motivo, ahora la cuestión de principio que Cipriano Algor tiene que elucidar en el desorden de sus sentimientos es el motivo de preguntas que, entendidas literalmente, y no se ve que pueda existir en este caso otro modo de entenderlas, demuestran un interés por la vida y por el futuro de esta mujer que excede en mucho lo que sería natural esperar de un buen vecino, interés ese, por otro lado, como sabemos de sobra, en contradicción radical e inconciliable con decisiones y pensamientos que, a lo largo de estas páginas, el mismo Cipriano Algor ha venido tomando y produciendo con relación a Isaura, primero Estudiosa y actualmente Madruga. El problema es serio y exigiría una extensa y concienzuda reflexión, pero la lógica ordenadora y la disciplina del relato, aunque alguna que otra vez puedan ser desacatadas, o incluso, cuando así convenga, deban serlo, no nos permiten que dejemos más tiempo a Isaura Madruga y Cipriano Algor en esta angustiosa situación, constreñidos, callados uno ante otro, con un perro que los mira y no comprende lo que pasa, con un reloj de pared que se estará preguntando, en su tic tac, para qué querrán estos dos el tiempo si no lo aprovechan. Es necesario, por tanto, hacer alguna cosa. Sí, hacer alguna cosa, pero no cualquier cosa. Podremos y deberemos faltar el respeto a la lógica ordenadora y a la disciplina del relato, pero jamás de los jamases a eso que constituye el carácter exclusivo y esencial de una persona, es decir, a su personalidad, a su modo de ser, a su propia e inconfundible presencia. Se admiten en el personaje todas las contradicciones, pero ninguna incoherencia, y en este punto insistimos particularmente porque, al contrario de lo que suelen preceptuar los diccionarios, incoherencia y contradicción no son sinónimos. Es en el interior de su propia coherencia donde una persona o un personaje se van contradiciendo, mientras que la incoherencia, por ser, más que la contradicción, una constante del comportamiento, repele de sí a la contradicción, la elimina, no se entiende viviendo con ella. Desde este punto de vista, aunque arriesgándonos a caer en las telas paralizadoras de la paradoja, no debería ser excluida la hipótesis de que la contradicción sea, al final, y precisamente, uno de los más coherentes contrarios de la incoherencia. Ay de nosotros, estas especulaciones, quizá no del todo desprovistas de interés para aquellos que no se satisfacen con el aspecto superficial y consuetudinario de los conceptos, nos distraerán todavía más de la difícil situación en que habíamos dejado a Cipriano Algor e Isaura Madruga, ahora a solas uno con el otro, porque Encontrado, comprendiendo que allí no se ataba ni se desataba, tuvo por bien apartarse y regresar a la sombra del moral para proseguir el sueño interrumpido. Es, pues, tiempo de buscar una solución para este inadmisible estado de cosas, haciendo, por ejemplo, que Isaura Madruga, más resuelta por el hecho de ser mujer, pronuncie unas pocas palabras sólo para comprobar que da igual, tanto servirían éstas como otras, Bueno, entonces me voy, muchas veces no es necesario más, basta romper el silencio, mover ligeramente el cuerpo como quien hace ademán de retirarse, por lo menos en este caso fue remedio bendito, aunque al alfarero Cipriano Algor, lamentablemente, no se le ocurrió nada mejor que dejar salir una pregunta que más tarde le hará darse puñetazos en la cabeza, juzgue cada uno de nosotros si el suceso es para tanto, Qué me dice de nuestro cántaro, preguntó él, sigue prestándole buen servicio. Cipriano Algor se infligirá puñetazos como castigo por lo que consideró una estupidez sin perdón, pero esperemos que más tarde, cuando se le pase la furia autopunitiva, recuerde que Isaura Madruga no soltó una insultante carcajada a cambio, no se rió inclemente, no sonrió siquiera aquella mínima sonrisa de ironía que la situación parecía pedir, y que, al contrario, se puso muy sería, cruzó los brazos sobre el pecho como si estuviese todavía abrazando el cántaro, ese que Cipriano Algor sin darse cuenta del desliz verbal había llamado nuestro, tal vez luego a la noche, mientras el sueño llega, esta palabra lo interrogue sobre qué intención efectiva habría tenido cuando le dijo, si el cántaro era nuestro porque un día pasó de una mano a otra y porque de él se hablaba en ese momento, o nuestro por ser nuestro, nuestro sin rodeos, nuestro sólo, nuestro de los dos, nuestro y punto final. Cipriano Algor no responderá, mascullará como otras veces, Qué estupidez, pero lo hará de manera automática, en tono asaz vehemente, seguro, pero sin real convicción. Ahora que Isaura Madruga se ha retirado después de haber dicho en un murmullo Hasta otro día, ahora que ha salido por esa puerta como una sombra sutil, ahora que Encontrado, después de haberle hecho compañía hasta el principio de la rampa que conduce a la carretera, acaba de entrar en la cocina con una expresión claramente interrogante en la inclinación de la cabeza, en el meneo de la cola y en el levantar de las orejas, es cuando Cipriano Algor se da cuenta de que ninguna palabra había respondido a su pregunta, ni un sí, ni un no, sólo aquel gesto de abrazar el propio cuerpo, tal vez para encontrarse en él, tal vez para defenderlo o de él defenderse. Cipriano Algor miró alrededor perplejo, como si estuviese perdido, tenía las manos húmedas, el corazón disparado en el pecho, la ansiedad de quien acaba de escapar de un peligro de cuya gravedad no llegó a tener una noción clara. Y entonces se dio el primer puñetazo en la cabeza.

Cuando Marta y Marcial regresaron del almuerzo, lo encontraron en la alfarería, echando yeso líquido en un molde, Cómo lo ha pasado sin nosotros, preguntó Marta, No me he muerto de nostalgia, si era eso lo que querías decir, di de comer al perro, almorcé, descansé un poco, y aquí estoy otra vez, y por aquella casa, qué tal las cosas, Nada de especial, dijo Marcial, como ya les había dicho lo de Marta, no hubo grandes fiestas, los besos y los abrazos de rigor en estas ocasiones, del resto no se habló, Mejor así, dijo Cipriano Algor, y siguió vertiendo la mezcla de yeso dentro del molde. Le temblaban un poco las manos. Ya vengo a ayudarlo, voy a cambiarme de ropa, dijo Marcial. Marta no siguió al marido. Un minuto después, Cipriano Algor, sin mirarla, le preguntó, Quieres algo, No, no quiero nada, sólo estaba viendo su trabajo. Pasó otro minuto, y fue el turno de que Marta preguntara, No se siente bien, Claro que me siento bien, Lo encuentro muy extraño, diferente, Eso son tus ojos, En general, mis ojos están de acuerdo conmigo, Tienes suerte, yo nunca sé con quién estoy de acuerdo, respondió el padre secamente. Marcial no podría tardar mucho. Marta volvió a preguntar, Ha pasado algo en nuestra ausencia. El padre dejó el cubo en el suelo, se limpió las manos con un trapo, y respondió mirando a la hija de frente, Apareció por aquí Isaura, esa Estudiosa, o Madruga, o comoquiera que se llame, venía para hablar contigo, Isaura vino, Con más palabras, creo que ha sido lo que acabo de decirte, No todos tenemos sus capacidades analíticas, y qué quería, si se puede saber, Darte noticia de que ha encontrado trabajo, Dónde, Aquí, Me alegro, me alegro mucho, luego iré a su casa. Cipriano Algor había pasado a ocuparse de otro molde, Padre, comenzó a decir Marta, pero él la interrumpió, Si es sobre este asunto, te pido que no sigas, lo que me pidieron que te transmitiera ya lo sabes, sobran cualesquiera otras palabras, A las semillas también las entierran, y acaban naciendo, perdone si el asunto es el mismo. Cipriano Algor no respondió. Entre la salida de la hija y el regreso del yerno se daría otro puñetazo en la cabeza.