Autoritarias, paralizantes, circulares, a veces elípticas, las frases de efecto, también jocosamente llamadas pepitas de oro, son una plaga maligna de las peores que pueden asolar el mundo. Decimos a los confusos, Conócete a ti mismo, como si conocerse a uno mismo no fuese la quinta y más dificultosa operación de las aritméticas humanas, decimos a los abúlicos, Querer es poder, como si las realidades atroces del mundo no se divirtiesen invirtiendo todos los días la posición relativa de los verbos, decimos a los indecisos, Empezar por el principio, como si ese principio fuese la punta siempre visible de un hilo mal enrollado del que basta tirar y seguir tirando para llegar a la otra punta, la del final, y como si, entre la primera y la segunda, hubiésemos tenido en las manos un hilo liso y continuo del que no ha sido preciso deshacer nudos ni desenredar marañas, cosa imposible en la vida de los ovillos y, si otra frase de efecto es permitida, en los ovillos de la vida. Marta dijo al padre, Empecemos por el principio, y parecía que sólo faltaba que uno y otro se sentaran delante del tablero para modelar muñecos con unos dedos súbitamente ágiles y exactos, con la antigua habilidad recuperada de una larga letargia. Puro engaño de inocentes y desprevenidos, el principio nunca ha sido la punta nítida y precisa de un hilo, el principio es un proceso lentísimo, demorado, que exige tiempo y paciencia para percibir en qué dirección quiere ir, que tantea el camino como un ciego, el principio es sólo el principio, lo hecho vale tanto como nada. De ahí que hubiese sido mucho menos categórico lo que Marta recordó a continuación, Sólo tenemos tres días para preparar la presentación del proyecto, así es como se dice en el lenguaje de los negocios y de los ejecutivos, creo yo, Explícate, no tengo cabeza para seguirte, dijo el padre, Hoy es lunes, recogerá a Marcial el jueves por la tarde, luego tendrá que llevarle ese día al jefe del departamento de compras nuestra propuesta de fabricación de muñecos, con diseños, modelos, precios, en fin todo lo que los induzca a comprar y los habilite para tomar una decisión que no se retrase hasta el año que viene. Sin darse cuenta de que estaba repitiendo las palabras, Cipriano Algor preguntó, Por dónde empezamos, pero la respuesta de Marta ya no es la misma, Tendremos que fijarnos en media docena de tipos, o todavía menos, para que no se nos complique demasiado el trabajo, calcular cuántas figuras podremos hacer al día, y eso depende de cómo las concibamos, si modelamos el barro como quien esculpe directamente en la masa o si hacemos figuras iguales de hombre y de mujer y después las vestimos de acuerdo con las profesiones, me refiero, claro está, a muñecos de pie, en mi opinión deben ser todos así, son los más fáciles de trabajar, A qué llamas tú vestir, Vestir es vestir, es pegar al cuerpo de la figura desnuda las vestimentas y los accesorios que la caracterizan y le dan individualidad, creo que dos personas trabajando de esta manera se desenvolverán mejor, después sólo hay que tener cuidado con la pintura para que no se emborrone, Veo que has pensado mucho, dijo Cipriano Algor, No se crea, pero sí he pensado deprisa, Y bien, No haga que me sonroje, Y mucho, aunque digas que no, Fíjese cómo estoy ya de colorada, Afortunadamente para mí, eres capaz de pensar deprisa, de pensar mucho y de pensar bien, todo al mismo tiempo, Ojos de padre, amores de padre, errores de padre, Y qué figuras crees tú que debemos hacer, No demasiado antiguas, hay muchas profesiones que han desaparecido, hoy nadie sabe para qué servían esas personas, qué utilidad tenían, y creo que tampoco deben ser figuras de las de ahora, para eso están los muñecos de plástico, con sus héroes, sus rambos, sus astronautas, sus mutantes, sus monstruos, sus superpolicías y superbandidos, y sus armas, sobre todo sus armas, Estoy pensando, de vez en cuando también consigo expresar algunas ideas, aunque no tan buenas como las tuyas, Déjese de falsas modestias, no le pegan nada, Estaba pensando en echar una ojeada por los libros ilustrados que tenemos, por ejemplo aquella enciclopedia vieja que compró tu abuelo, si encontramos ahí modelos que sirvan directamente para los muñecos tendremos al mismo tiempo resuelta la cuestión de los diseños que llevaré, el jefe del departamento no se dará cuenta si copiamos, incluso dándose cuenta no lo considerará importante, Sí señor, he ahí una idea que merece un diez, Me doy por satisfecho con un seis, que es menos llamativo, Vamos a trabajar.
Como es fácil de imaginar, la biblioteca de la familia Algor no es extensa en cantidad ni excelsa en calidad. De personas populares, y en un sitio como éste, apartado de la civilización, no cabría esperar excesos de sapiencia, pero, a pesar de eso, pueden contarse por dos o tres centenas los libros colocados en las estanterías, viejos unos cuantos, en la media edad otros, y éstos son la mayoría, los restantes más o menos recientes, aunque sólo algunos recientísimos. No hay en el pueblo un establecimiento que haga justicia al nombre y vetusto título de librería, existe apenas una pequeña papelería que se encarga de encomendar a los editores de la ciudad los libros de estudio necesarios, y muy de tarde en tarde, alguna obra literaria de la que se haya hablado con insistencia en la radio y en la televisión y cuyo contenido, estilo e intenciones correspondan satisfactoriamente a los intereses medios de los habitantes. Marcial Gacho no es persona de frecuentes y concienzudas lecturas, en todo caso, cuando aparece en la alfarería con un libro de regalo para Marta, hay que reconocer que consigue notar la diferencia entre lo que es bueno y lo que no pasa de mediocre, aunque sea cierto que sobre estos escurridizos conceptos de bueno y mediocre nunca nos han de faltar motivos sobre los que discurrir y discrepar. La enciclopedia que padre e hija acaban de abrir sobre la mesa de la cocina fue considerada la mejor en la época de su publicación, pero hoy sólo puede servir para indagar en saberes en desuso o que, por aquel entonces, estaban todavía articulando sus primeras y dudosas sílabas. Colocadas en fila, una tras otra, las enciclopedias de hoy, de ayer y de anteayer representan imágenes sucesivas de mundos paralizados, gestos interrumpidos en su movimiento, palabras a la búsqueda de su último o penúltimo sentido. Las enciclopedias son como cicloramas inmutables, máquinas de proyectar prodigiosas cuyos carretes se quedaron bloqueados y exhiben con una especie de maníaca fijeza un paisaje que, condenado de esta forma a ser, para siempre jamás, aquello que fue, se irá volviendo al mismo tiempo más viejo, más caduco y más innecesario. La enciclopedia comprada por el padre de Cipriano Algor es tan magnífica e inútil como un verso que no conseguimos recordar. No seamos, sin embargo, soberbios y desagradecidos, traigamos a la memoria la sensata recomendación de nuestros mayores cuando nos aconsejaban guardar lo que no era necesario porque, más pronto o más tarde, encontraríamos ahí lo que, sin saberlo entonces, nos acabaría haciendo falta. Asomados sobre las viejas y amarillentas páginas, respirando el olor húmedo durante años recluido, sin el toque del aire ni el aliento de la luz, en la espesura blanda del papel, padre e hija aprovechan hoy la lección, buscan lo que necesitan en aquello que consideraban que nunca más serviría. Ya encontraron en el camino un académico con bicornio de plumas, espadín y chorreras en la camisa, ya encontraron un payaso y un equilibrista, ya encontraron un esqueleto con guadaña y siguieron adelante, ya encontraron una amazona a caballo y un almirante sin barco, ya encontraron un torero y un hombre de jubón, ya encontraron un púgil y su adversario, ya encontraron un carabinero y un cardenal, ya encontraron un cazador con su perro, ya encontraron un marinero de permiso y un magistrado, un bufón y un romano de toga, ya encontraron un derviche y un alabardero, ya encontraron un guardia fiscal y el escriba sentado, ya encontraron un cartero y un faquir, también encontraron un gladiador y un hoplita, una enfermera y un malabarista, un lord y un menestral, encontraron un maestro de esgrima y un apicultor, un minero y un pescador, un bombero y un flautista, encontraron dos títeres, encontraron un barquero, encontraron un labrador, encontraron un santo y una santa, encontraron un demonio, encontraron la santísima trinidad, encontraron soldados y militares de todas las graduaciones, encontraron un buzo y un patinador, vieron un centinela y un leñador, vieron un zapatero con gafas, encontraron uno que tocaba tambor y otro que tocaba corneta, encontraron una vieja con toquilla y pañuelo, encontraron un viejo con pipa, encontraron una venus y un apolo, encontraron un caballero de sombrero alto, encontraron un obispo mitrado, encontraron una cariátide y un atlante, encontraron un lancero montado y otro a pie, encontraron un árabe con turbante, encontraron un mandarín chino, encontraron un aviador, encontraron un condotiero y un panadero, encontraron un mosquetero, encontraron una sirvienta con delantal y un esquimal, encontraron un asirio de barbas, encontraron un guardagujas del ferrocarril, encontraron un jardinero, encontraron un hombre desnudo con los músculos a la vista y el mapa de sus sistemas nervioso y circulatorio, también encontraron una mujer desnuda, pero ésa se tapaba el pubis con la mano derecha y los senos con la mano izquierda, encontraron muchos más que no convenían a los fines que tenían en perspectiva, ya sea porque la elaboración de las figuras sería demasiado complicada en el barro, ya sea porque un inconveniente aprovechamiento de las celebridades antiguas y modernas con cuyos retratos, ciertos, plausibles o imaginados, la enciclopedia se ilustraba, podría ser interpretado malévolamente como una falta de respeto, y hasta dar ocasión, en el caso de los famosos vivos, o de muertos famosos con herederos interesados y vigilantes, a ruinosos procesos judiciales por ofensas, daños morales y abuso de imagen. A quiénes vamos a escoger entre esta gente toda, preguntó Cipriano Algor, piensa que con más de tres o cuatro no daríamos abasto, sin contar con que hasta entonces, mientras el Centro decide si compra o no compra, tendremos que practicar mucho si queremos aparecer con obra aseada, presentable, En todo caso, padre, creo que lo mejor sería que les propusiésemos seis, dijo Marta, o están de acuerdo y nosotros dividimos la producción en dos fases, es cuestión de concertar los plazos de entrega, o bien, y eso será lo más probable, ellos mismos comenzarán señalando dos o tres muñecos para sondear la curiosidad y ponderar la posible respuesta de los clientes, Podrían quedarse ahí, Es cierto, pero creo que si les llevamos seis diseños tendremos más posibilidades de convencerlos, el número cuenta, el número influye, es una cuestión de psicología, La psicología nunca ha sido mi fuerte, Ni el mío, pero hasta la propia ignorancia es capaz de tener intuiciones proféticas, No encamines esas proféticas intuiciones hacia el futuro de tu padre, él siempre prefiere conocer en cada día lo que cada día, para bien o para mal, decide traerle, Un hecho es lo que el día trae, otro hecho es lo que nosotros, por nosotros mismos, le aportamos, La víspera, No entiendo lo que quiere decir, La víspera es lo que aportamos a cada día que vamos viviendo, la vida es acarrear vísperas como quien acarrea piedras, cuando ya no podemos con la carga se acaba el transporte, el último día es el único al que no se le puede llamar víspera, No me entristezca, No, hija mía, pero tal vez tú seas la culpable, Culpable de qué, Contigo siempre acabo hablando de cosas serias, Entonces hablemos de algo mucho más serio, elijamos nuestros muñecos. Cipriano Algor no es hombre de risas, e incluso las sonrisas leves son raras en su boca, como mucho se le nota brevemente en los ojos un brillo repentino que parece haber mudado de lugar, algunas veces también se puede entrever un cierto rictus en los labios, como si tuviesen que sonreír para evitar sonreír. Cipriano Algor no es hombre de risas, pero acaba de verse ahora que el día de hoy tenía una risa guardada que todavía no había podido aparecer. Vamos a ello, dijo, yo escojo uno, tú escoges otro, hasta tener seis, pero atención, teniendo siempre en cuenta la facilidad del trabajo y el gusto conocido o presumible de las personas, De acuerdo, haga el favor de empezar, El bufón, dijo el padre, El payaso, dijo la hija, La enfermera, dijo el padre, El esquimal, dijo la hija, El mandarín, dijo el padre, El hombre desnudo, dijo la hija, El hombre desnudo, no, no puede ser, tendrás que elegir otro, al hombre desnudo no lo querrán en el Centro, Por qué, Por eso mismo, porque está desnudo, Entonces que sea la mujer desnuda, Peor todavía, Pero ella está tapada, Taparse de esa manera es más que mostrarse toda, Me estoy quedando sorprendida con sus conocimientos sobre esas materias, Viví, miré, leí, sentí, Qué hace ahí el leer, Leyendo se acaba sabiendo casi todo, Yo también leo, Por tanto algo sabrás, Ahora ya no estoy tan segura, Entonces tendrás que leer de otra manera, Cómo, No sirve la misma forma para todos, cada uno inventa la suya, la suya propia, hay quien se pasa la vida entera leyendo sin conseguir nunca ir más allá de la lectura, se quedan pegados a la página, no entienden que las palabras son sólo piedras puestas atravesando la corriente de un río, si están allí es para que podamos llegar a la otra margen, la otra margen es lo que importa, A no ser, A no ser, qué, A no ser que esos tales ríos no tengan dos orillas sino muchas, que cada persona que lee sea, ella, su propia orilla, y que sea suya y sólo suya la orilla a la que tendrá que llegar, Bien observado, dijo Cipriano Algor, una vez más queda demostrado que no les conviene a los viejos discutir con las generaciones nuevas, siempre acaban perdiendo, en fin, hay que reconocer que también aprenden algo, Muy agradecida por la parte que me toca, Volvamos al sexto muñeco, No puede ser el hombre desnudo, No, Ni la mujer desnuda, No, Entonces que sea el faquir, Los faquires, en general, como los escribas y los alfareros, están sentados, un faquir de pie es un hombre igual a otro hombre, y sentado sería más pequeño que los otros, En ese caso, el mosquetero, El mosquetero no estaría mal, pero tendríamos que resolver el problema de la espada y de las plumas del sombrero, con las plumas todavía podríamos hacer algo, pero la espada sólo pegándola a la pierna, y una espada pegada a la pierna parecería más una tablilla, Entonces el asirio de las barbas, Sugerencia aceptada, nos quedaremos con el asirio de las barbas, es fácil, es compacto, Llegué a pensar en el cazador con el perro, pero el perro nos traería complicaciones todavía mayores que la espada del mosquetero, Y la escopeta también, confirmó Cipriano Algor, y hablando de perro, qué estará haciendo Encontrado, nos hemos olvidado de él completamente, Se habrá dormido. El alfarero se levantó, apartó la cortina de la ventana, No lo veo en la caseta, dijo, Andará por ahí, cumpliendo su obligación de guardián de la casa, vigilando las cercanías, Si es que no se ha ido, Todo puede suceder en la vida, pero no lo creo. Inquieto, receloso, Cipriano Algor abrió bruscamente la puerta y casi tropezó con el perro. Encontrado estaba extendido en el felpudo, atravesado en el umbral, con el hocico vuelto hacia la entrada. Se levantó cuando vio aparecer al dueño y esperó. Está aquí, anunció el alfarero, Ya veo, respondió Marta desde dentro. Cipriano Algor comenzó cerrando la puerta, Está mirándome, dijo, No será la única vez, Qué hago, O cierra la puerta y lo deja fuera, o le hace una señal para que entre y cierra la puerta, No bromees, No estoy bromeando, tendrá que decidir hoy si quiere o no quiere admitir a Encontrado en casa, sabe que si entra, entra para siempre, Constante también entraba cuando le apetecía, Sí, prefería la independencia de la caseta, pero éste, si no me equivoco, necesita tanto de compañía como de pan para la boca, Esa razón me parece buena, dijo el alfarero. Abrió la puerta completamente e hizo un gesto, Entra. Sin apartar los ojos del dueño, Encontrado dio un paso tímido, después, como para demostrar que no tenía la certeza de haber comprendido la orden, se detuvo. Entra, insistió el alfarero. El perro avanzó despacio y se paró en medio de la cocina. Bienvenido a casa, dijo Marta, pero te advierto que es mejor que comiences ya a conocer el reglamento doméstico, las necesidades de perro, tanto las sólidas como las líquidas, se satisfacen fuera, la de comer también, durante el día podrás entrar o salir cuantas veces te apetezca, pero por la noche te recogerás en la caseta, para guardar la casa, y con esto no creas que estoy dispuesta a quererte menos que tu dueño, la prueba está en que he sido yo quien le ha dicho que eres un perro necesitado de compañía. Durante el tiempo que duró el aleccionamiento, Encontrado nunca desvió los ojos. No podía entender lo que Marta le indicaba, pero su pequeño cerebro de perro comprendía que para saber hay que mirar y escuchar. Esperó todavía unos instantes cuando Marta dejó de hablar, después fue a enroscarse a un rincón de la cocina, aunque no llegó a calentar el sitio, apenas Cipriano Algor acababa de sentarse mudó de lugar para tumbarse junto a su silla. Y para que no quedasen dudas en el espíritu de los dueños sobre el claro sentido que tenía de sus obligaciones y de sus responsabilidades, todavía no había transcurrido un cuarto de hora y ya se levantaba de allí para echarse al lado de Marta, un perro sabe muy bien cuándo alguien necesita de su compañía.
Fueron tres días de actividad intensa, de nerviosa excitación, de un continuo hacer y deshacer en el papel y en el barro. Ninguno de ellos quería admitir que el resultado de la idea y del trabajo que estaban realizando para darle solidez podría ser un rechazo brusco, sin otras explicaciones que no fueran, El tiempo de estos muñecos ya ha pasado. Náufragos, remaban hacia una isla sin saber si se trataba de una isla real o de su espectro. De los dos, la más habilidosa para el dibujo era Marta, por eso fue ella quien se encargó de la tarea de trasladar al papel los seis tipos escogidos, aumentándolos, por el clásico proceso de la cuadrícula, hasta el tamaño exacto en que los muñecos deberían quedar después de cocidos, un palmo bien medido, no de los de ella, que tiene la mano pequeña, sino de los del padre. Siguió la operación de dar color a los dibujos, complicada no por exageradas preocupaciones de primor en la ejecución, sino porque era necesario escoger y combinar colores que no se sabía si corresponderían al natural de las figuras, dado que la enciclopedia, ilustrada de acuerdo con las tecnologías gráficas del tiempo, sólo contenía grabados a talla dulce, minuciosos en el pormenor pero sin otros efectos cromáticos que las variaciones de un aparente gris resultante de la impresión de los trazos negros sobre el fondo invariable del papel. De todos, el más fácil de pintar es, obviamente, la enfermera. Toca blanca, blusa blanca, falda blanca, zapatos blancos, todo blanco blanco blanco, todo de impecable albura, como si se tratase de un ángel de caridad que baja a la tierra con el mandato de aliviar las angustias y mitigar los dolores mientras, antes o después, no tenga que ser llamado deprisa otro ángel vestido igual para mitigarle y aliviarle a ella sus propios dolores y aflicciones. Tampoco el esquimal presenta demasiadas dificultades, las pieles que lo revisten pueden ser pintadas de un color mitad beige mitad pardo, cortado por unas cuantas motas blanquecinas, simulando la piel de un oso vuelta del revés, lo importante es que el esquimal tenga cara de esquimal, que para serlo es para lo que vino al mundo. En cuanto al payaso, los problemas van a ser mucho más serios por la sencilla razón de que es pobre. Si, en vez del trapillo pobretón que es, fuese un payaso rico, un color vivo cualquiera, brillante, salpicado de lentejuelas distribuidas a voleo por el birrete, por la camisa y por los calzones, resolvería la cuestión. Pero el payaso es pobre, pobre de pobreza, viste un traperío sin gusto ni criterio, heterogéneo, remendado de arriba abajo, una chaqueta que le llega a las rodillas, unos pantalones anchos que acaban en la pantorrilla, una camisa donde entrarían tres cuellos holgadamente, un lazo que parece un ventilador, un chaleco delirante, unos zapatos como barcas. Todo esto podría ser pintado tranquilamente, pues, tratándose de un payaso pobre, nadie perdería su tiempo comprobando si los colores de este engendro de barro tienen la decencia de respetar los colores con que se presenta la realidad del pobre, incluso cuando no ejerza de payaso. Lo malo es que, vistas bien las cosas, este batiburrillo no será más fácil de modelar que el cazador y el mosquetero que tantas dudas habían levantado. Pasar de aquí al bufón será pasar de lo parecido a lo igual, de lo semejante a lo idéntico, de lo similar a lo análogo. Diversamente aplicados los colores de uno pueden servir al otro, y dos o tres alteraciones en la vestimenta transformarán rápidamente al bufón en payaso y al payaso en bufón. Bien mirado son figuras que tanto en la indumentaria como en la función casi parecen réplicas una de otra, la única diferencia que se observa entre ellas, desde un punto de vista social, es que no es habitual que el payaso vaya al palacio del rey. Tampoco el mandarín con su sayo y el asirio con su túnica exigirán atenciones especiales, con dos breves toques en los ojos la cara del esquimal servirá al chino y las opulentas y onduladas barbas del asirio harán más fácil el trabajo sobre la parte inferior del rostro. Marta hizo tres series de diseños, la primera totalmente fiel a los originales, la segunda desahogada de accesorios, la tercera limpia de pormenores superfinos, de esta manera se facilitaría el respectivo examen a quien en el Centro tuviera la última palabra sobre el destino de la propuesta, y, en caso de que fuese aprobada, tal vez se redujera, por lo menos así se esperaba, la posibilidad de futuras reclamaciones por diferencias entre lo apreciado en el dibujo y lo ejecutado en el barro. Mientras Marta no pasó a la tercera fase, Cipriano Algor se había limitado a seguir la marcha de las operaciones, impaciente por no poder ayudar, y más todavía por tener la conciencia de que cualquier intromisión por su parte sólo serviría para dificultar y atrasar el trabajo. Sin embargo, cuando Marta colocó ante sí la hoja de papel en la que iba a comenzar la última serie de ilustraciones, reunió rápidamente las copias iniciales y se fue a la alfarería. La hija todavía tuvo tiempo de decirle, No se irrite si no le sale bien a la primera. Hora tras hora, durante el resto de ese día y parte del día siguiente, hasta el momento en que iría a buscar a Marcial al Centro, el alfarero hizo, deshizo y rehizo muñecos con figuras de enfermeras y de mandarines, de bufones y de asirios, de esquimales y de payasos, casi irreconocibles en las primeras tentativas, aunque ganando forma y sentido a medida que los dedos comenzaban a interpretar por cuenta propia y de acuerdo con sus propias leyes las instrucciones que les llegaban de la cabeza. Verdaderamente son pocos los que saben de la existencia de un pequeño cerebro en cada uno de los dedos de la mano, en algún lugar entre falange, falangina y falangeta. Ese otro órgano al que llamamos cerebro, ese con el que venimos al mundo, ese que transportamos dentro del cráneo y que nos transporta a nosotros para que lo transportemos a él, nunca ha conseguido producir algo que no sean intenciones vagas, generales, difusas y, sobre todo, poco variadas, acerca de lo que las manos y los dedos deberán hacer. Por ejemplo, si al cerebro de la cabeza se le ocurre la idea de una pintura o música, o escultura, o literatura, o muñeco de barro, lo que hace él es manifestar el deseo y después se queda a la espera, a ver lo que sucede. Sólo porque despacha una orden a las manos y a los dedos, cree, o finge creer, que eso era todo cuanto se necesitaba para que el trabajo, tras unas cuantas operaciones ejecutadas con las extremidades de los brazos, apareciese hecho. Nunca ha tenido la curiosidad de preguntarse por qué razón el resultado final de esa manipulación, siempre compleja hasta en sus más simples expresiones, se asemeja tan poco a lo que había imaginado antes de dar instrucciones a las manos. Nótese que, cuando nacemos, los dedos todavía no tienen cerebros, se van formando poco a poco con el paso del tiempo y el auxilio de lo que los ojos ven. El auxilio de los ojos es importante, tanto como el auxilio de lo que es visto por ellos. Por eso lo que los dedos siempre han hecho mejor es precisamente revelar lo oculto. Lo que en el cerebro pueda ser percibido como conocimiento infuso, mágico o sobrenatural, signifique lo que signifique sobrenatural, mágico e infuso, son los dedos y sus pequeños cerebros quienes lo enseñan. Para que el cerebro de la cabeza supiese lo que era la piedra, fue necesario que los dedos la tocaran, sintiesen su aspereza, el peso y la densidad, fue necesario que se hiriesen en ella. Sólo mucho tiempo después el cerebro comprendió que de aquel pedazo de roca se podría hacer una cosa a la que llamaría puñal y una cosa a la que llamaría ídolo. El cerebro de la cabeza anduvo toda la vida retrasado con relación a las manos, e incluso en estos tiempos, cuando parece que se ha adelantado, todavía son los dedos quienes tienen que explicar las investigaciones del tacto, el estremecimiento de la epidermis al tocar el barro, la dilaceración aguda del cincel, la mordedura del ácido en la chapa, la vibración sutil de una hoja de papel extendida, la orografía de las texturas, el entramado de las fibras, el abecedario en relieve del mundo. Y los colores. Manda la verdad que se diga que el cerebro es mucho menos entendido en colores de lo que cree. Es cierto que consigue ver más o menos claramente lo que los ojos le muestran, pero la mayoría de las veces sufre lo que podríamos designar como problemas de orientación cuando llega la hora de convertir en conocimiento lo que ha visto. Gracias a la inconsciente seguridad con que el transcurso de la vida le ha dotado, pronuncia sin dudar los nombres de los colores a los que llama elementales y complementarios, pero inmediatamente se pierde perplejo, dubitativo, cuando intenta formar palabras que puedan servir de rótulos o dísticos explicativos de algo que toca lo inefable, de algo que roza lo indecible, ese color todavía no nacido del todo que, con el asentimiento, la complicidad, y a veces la sorpresa de los propios ojos, las manos y los dedos van creando y que probablemente nunca llegará a recibir su justo nombre. O tal vez ya lo tenga, pero sólo las manos lo conocen, porque compusieron la tinta como si estuvieran descomponiendo las partes constituyentes de una nota de música, porque se ensuciaron en su color y guardaron la mancha en el interior profundo de la dermis, porque sólo con ese saber invisible de los dedos se podrá alguna vez pintar la infinita tela de los sueños. Fiado en lo que los ojos creen haber visto, el cerebro de la cabeza afirma que, según la luz y las sombras, el viento y la calma, la humedad y la secura, la playa es blanca, o amarilla, o dorada, o gris, o violácea, o cualquier cosa entre esto y aquello, pero después vienen los dedos y, con un movimiento de recogida, como si estuviesen segando la cosecha, levantan del suelo todos los colores que hay en el mundo. Lo que parecía único era plural, lo que es plural lo será aún más. No es menos verdad, con todo, que en la fulguración exaltada de un solo tono, o en su modulación musical, estén presentes y vivos todos los otros, tanto los de los colores que ya tienen nombre, como los que todavía lo esperan, de la misma manera que una extensión de apariencia lisa podrá estar cubriendo, al mismo tiempo que las manifiesta, las huellas de todo lo vivido y acontecido en la historia del mundo. Toda arqueología de materiales es una arqueología humana. Lo que este barro esconde y muestra es el tránsito del ser en el tiempo y su paso por los espacios, las señales de los dedos, los arañazos de las uñas, las cenizas y los tizones de las hogueras apagadas, los huesos propios y ajenos, los caminos que eternamente se bifurcan y se van distanciando y perdiendo unos de los otros. Este grano que aflora a la superficie es una memoria, esta depresión, la marca que quedó de un cuerpo tumbado. El cerebro preguntó y pidió, la mano respondió e hizo. Marta lo dijo de otra manera, Ya le ha cogido el tranquillo.