24

Gladstone se trasladó a la Casa de Gobierno y entró en el Centro de Mando Táctico seguida por Leigh Hunt y media docena de asistentes. La sala estaba atestada: Morpurgo, Singh, Van Zeid y varios otros representaban a las fuerzas armadas, aunque Gladstone advirtió que faltaba el joven héroe naval, el teniente Lee; estaban presentes la mayoría de los ministros, entre ellos Allan Imoto, de Defensa; Garion Persov, de Diplomacia y Barbre Dan-Gyddis, de Economía; los senadores seguían llegando, algunos con expresión adormilada.

La «curva de poder» de la mesa oval incluía a los senadores Kolchev, de Lusus; Richeau, de Vector Renacimiento; Roanquist, de Nordholm; Kakinuma, de Fuji; Sabenstorafem, de Sol Draconi Septem y Peters, de Deneb Drei. El presidente provisional Denzel-Hiat-Amin mostraba una expresión de desconcierto y la calva le brillaba bajo las lámparas; su joven colega, Gibbons, el portavoz de la Entidad Suma, revelaba impaciencia sentado al borde del asiento, las manos en las rodillas. La proyección del asesor Albedo estaba sentada frente a la silla vacía de Gladstone. Todos se pusieron en pie cuando entró Gladstone, quien atravesó el pasillo, se sentó y los invitó a imitarla.

—Quiero explicaciones —exigió Gladstone.

El general Morpurgo se levantó, le hizo una seña a un subalterno y las luces se atenuaron mientras surgían los holos.

—¡Olvide el espectáculo visual! —exclamó Meina Gladstone—. Cuéntenos.

Los holos se esfumaron y retornaron las luces. Morpurgo parecía aturdido y ausente. Miró su puntero luminoso, frunció el ceño y lo guardó en un bolsillo.

—Ejecutiva, senadores, ministros, presidente y portavoces, honorables… —Morpurgo carraspeó—. Los éxters han librado con éxito un devastador ataque por sorpresa. Sus enjambres de combate se ciernen sobre media docena de mundos de la Red.

La conmoción lo obligó a callar. «¡Mundos de la Red!», exclamaron varias voces. Políticos, ministros y funcionarios ejecutivos protestaban.

—Silencio —ordenó Gladstone, y se hizo el silencio—. General, usted nos aseguró que las fuerzas hostiles estaban a un mínimo de cinco años de la Red. ¿Cómo y por qué ha cambiado esto?

El general miró a la FEM.

—Ejecutiva, por lo que sabemos, todas las estelas Hawking eran señuelos. Los enjambres apagaron sus motores hace décadas y enfilaron hacia sus objetivos a velocidad sublumínica…

Un parloteo nervioso lo obligó a callar.

—Continúe, general —indicó Gladstone, y los murmullos murieron.

—A velocidad sublumínica (algunos enjambres deben de haber viajado así durante cincuenta años estándar o más) no había manera de detectarlo. No ha sido culpa de…

—¿Qué mundos peligran, general? —preguntó Gladstone en voz baja.

Morpurgo miró el aire vacío como si buscara un apoyo visual, volvió a mirar la mesa. Apretó los puños.

—Nuestra actual información, basada en avistamientos de motores de fusión seguidos por un cambio a motores Hawking cuando fueron descubiertos, sugiere que la primera oleada llegará a Puertas del Cielo, Bosquecillo de Dios, Mare Infinitum, Asquith, Ixión, Tsingtao-Hsishuang Panna, Acteón, Mundo de Barnard y Tempe dentro de quince a setenta y dos horas.

Esta vez no hubo modo de silenciar la reacción. Gladstone dejó que los gritos y exclamaciones continuaran varios minutos antes de alzar la mano para controlar el grupo.

El senador Kolchev estaba de pie.

—¿Cómo diablos ocurrió esto, general? ¡Usted nos dio absoluta seguridad!

Morpurgo no cedió terreno. No había cólera en su voz.

—Sí, senador, pero basado en datos incompletos. Nos equivocamos porque nuestros supuestos eran erróneos. La FEM tendrá mi renuncia dentro de una hora, los demás jefes de estado mayor comparten esa decisión.

—¡Al demonio con su renuncia! —gritó Kolchev—. Todos estaremos colgados de las vigas de los teleyectores antes de que esto acabe. La pregunta es qué diablos piensa hacer ante la invasión.

—Gabriel —murmuró Gladstone—, calma, por favor. Ésa era mi próxima pregunta, general, almirante. Supongo que ustedes ya han impartido órdenes para la defensa de esos mundos.

El almirante Singh se levantó y se acercó a Morpurgo.

—Ejecutiva, hemos hecho todo lo posible. Lamentablemente, de todos los mundos amenazados por la primera oleada, sólo Asquith posee un contingente de FUERZA. La flota puede llegar a los demás, pues ninguno carece de teleyector, pero es imposible concentrar las defensas para protegerlos todos. Y por desgracia… —Singh hizo una pausa y elevó la voz ante el creciente tumulto—. Por desgracia, el despliegue de la reserva estratégica para reforzar la campaña de Hyperion ya se ha iniciado. El sesenta por ciento de las doscientas unidades que comprometimos en este nuevo despliegue se han trasladado al sistema de Hyperion o a bases alejadas de sus posiciones defensivas de vanguardia en la periferia de la Red.

Meina Gladstone se frotó la mejilla. Advirtió que todavía llevaba la capa, aunque sin la cogulla de protección. Se la desabrochó y la colgó del respaldo de la silla.

—Usted dice, almirante, que estos mundos están indefensos y no hay manera de lograr que nuestras fuerzas regresen a tiempo. ¿Es eso?

Singh se cuadró, poniéndose rígido como un condenado ante el pelotón de fusilamiento.

—En efecto, FEM.

—¿Qué se puede hacer? —preguntó Gladstone en medio de la nueva baraúnda.

Morpurgo dio un paso adelante.

—Estamos usando la matriz teleyectora civil para trasladar infantes y marines de FUERZA a los mundos amenazados, junto con artillería ligera y defensas aeroespaciales.

El ministro de Defensa Imoto se aclaró la garganta.

—Pero esos efectivos no tendrán mucha capacidad sin una flota.

Gladstone miró a Morpurgo.

—Es verdad —concedió el general—. A lo sumo nuestras fuerzas realizarán una acción de retaguardia mientras se lleva a cabo un intento de evacuación…

La senadora Richeau se levantó.

—¡Un intento  de evacuación! General, ayer declaró usted que no era práctico evacuar a los dos o tres millones de civiles de Hyperion. ¿Ahora dice que podemos evacuar… —consultó el implante comlog— a siete mil millones de personas antes que llegue la fuerza de invasión éxter?

—No —replicó Morpurgo—. Podemos sacrificar tropas para salvar a… funcionarios escogidos, primeras familias, líderes comunitarios e industriales necesarios para continuar el esfuerzo bélico.

—General —dijo Gladstone—, ayer este grupo autorizó la transferencia inmediata de tropas de FUERZA a la flota de refuerzo que se trasladaba a Hyperion. ¿Eso constituye un problema en este nuevo reordenamiento?

El general Van Zeidt de los marines se levantó.

—Sí, Ejecutiva. Los efectivos fueron teleyectados a sus transportes una hora después de la decisión. Casi dos tercios de los cien mil efectivos designados se trasladaron al sistema de Hyperion a las… —echó una ojeada a su antiguo cronómetro— 0530 horas estándar. Hace unos veinte minutos. Transcurrirán por lo menos de ocho a quince horas antes que estos transportes puedan regresar a sus bases en el sistema de Hyperion y retornar a la Red.

—¿Y cuántos efectivos de FUERZA están disponibles en la Red? —preguntó Gladstone. Se tocó el labio inferior con el nudillo.

Morpurgo cobró aliento.

—Unos treinta mil, Ejecutiva.

El senador Kolchev dio una palmada en la mesa.

—De manera que no sólo privamos a la Red de sus naves de combate, sino de la mayoría de sus efectivos.

No era una pregunta y Morpurgo no la respondió.

La senadora Feldstein de Mundo de Barnard se puso en pie.

—Ejecutiva, es preciso advertir a mi mundo… o a todos los mundos mencionados. Si usted no está dispuesta a efectuar un anuncio inmediato, yo debo hacerlo.

Gladstone asintió.

—Anunciaré la invasión en cuanto termine esta reunión, Dorothy. Facilitaremos el contacto con los votantes a través de todos los medios.

—Al demonio con los medios —espetó la mujer baja de cabello oscuro—. Me teleyectaré a casa en cuanto terminemos aquí. Sea cual fuere el destino de Mundo de Barnard, he de compartirlo. Caballeros y damas, si la noticia es cierta, todos merecemos que nos cuelguen de las vigas. —Feldstein se sentó entre murmullos y susurros.

El portavoz Gibbons se levantó y aguardó que se hiciera el silencio.

—General —dijo con voz tensa—, habló usted de la primera oleada. ¿Es una cauta jerga militar o tiene usted informes de que habrá más ataques? En tal caso, ¿qué otros mundos de la Red y el Protectorado quedarán involucrados?

Morpurgo abría y cerraba las manos. Escrutó el aire vacío, se volvió hacia Gladstone.

—Ejecutiva, ¿puedo usar un gráfico?

Gladstone accedió.

Era el mismo holo que habían usado los militares en su informe de Olympus; la Hegemonía, oro; las estrellas del Protectorado, verdes; los vectores de los enjambres éxter, líneas rojas con estelas que viraban al azul; la flota de la Hegemonía, naranja. No cabía duda de que los vectores rojos se habían alejado de sus rumbos anteriores, penetrando en el espacio de la Hegemonía como lanzas ensangrentadas. Las ascuas anaranjadas estaban concentradas en el sistema de Hyperion, mientras otras se desperdigaban en rutas de teleyección como abalorios en una cadena.

Algunos senadores con experiencia militar jadearon ante lo que veían.

—De la docena de enjambres cuya existencia conocemos —declaró Morpurgo—, todos parecen estar dedicados a la invasión de la Red. Varios se han dividido en grupos de ataque múltiples. Estimamos que la segunda oleada llegará a sus blancos entre cien y doscientas cincuenta horas después de la primera, y sus vectores son los que vemos aquí.

Reinaba el silencio en la sala. Gladstone se preguntó si los demás también contenían el aliento.

—Los blancos de la segunda oleada incluyen Hebrón, dentro de cien horas; Vector Renacimiento, ciento diez horas; Renacimiento Menor, ciento doce horas; Nordholm, ciento veintisiete horas; Alianza-Maui, ciento treinta horas; Talía, ciento cuarenta y tres horas; Deneb Drei y Vier, ciento cincuenta horas; Sol Draconi Septem, ciento sesenta y nueve horas; Freeholm, ciento setenta horas; Nueva Tierra, ciento noventa y tres horas; Fuji, doscientas cuatro horas; Nueva Meca, doscientas cinco horas; Pacem, Armaghast y Svoboda, doscientas veintiuna horas; Lusus, doscientas treinta horas; y Centro Tau Ceti, doscientas cincuenta horas.

El holo se esfumó. El silencio se prolongó.

—Suponemos —prosiguió el general Morpurgo— que los enjambres de la primera oleada tendrán blancos secundarios después de las invasiones iniciales, pero los tiempos de tránsito con sistema Hawking tendrán deudas temporales estándar en la Red, desde nueve semanas hasta tres años.

Retrocedió y adoptó la posición de descanso.

—Dios mío —susurró alguien detrás de Gladstone.

La Ejecutiva Máxima se frotó el labio inferior. Para salvar a la humanidad de lo que consideraba una eternidad de esclavitud —o, peor aún, la extinción— estaba dispuesta a franquearle la entrada al lobo mientras la mayor parte de la familia se ocultaba arriba y cerraba las puertas con llave. Sólo que había llegado el día y los lobos entraban por todas las puertas y ventanas. Casi sonrió ante la justicia de todo ello, ante su extrema necedad al suponer que podía desencadenar el caos y luego controlarlo.

—Primero —declaró—, no habrá renuncias ni autorrecriminaciones hasta que yo las autorice. Es muy posible que este gobierno caiga, que muchos miembros de este gabinete, yo incluida, cuelguen de las vigas, como Gabriel ha dicho con certeza. Pero mientras tanto, somos el gobierno de la Hegemonía y debemos actuar como tal.

»Segundo, me reuniré con este comité y los representantes de otros comités senatoriales dentro de una hora para revisar el discurso que pronunciaré ante la Red a las 0800, hora estándar. Agradeceré cualquier sugerencia en ese momento.

»Tercero, ordeno y autorizo que las autoridades de FUERZA, aquí y en toda la Hegemonía hagan todo lo que esté en su mano para preservar y proteger a los ciudadanos de la Red y el Protectorado y su propiedad, aunque deban recurrir a medios extraordinarios. General, almirante, quiero que las tropas sean devueltas a los mundos amenazados dentro de diez horas. No me importa cómo, pero debe hacerse.

»Cuarto, después de mi discurso, convocaré a una sesión plenaria del Senado y la Entidad Suma. En ese momento, declararé que existe un estado de guerra entre la Hegemonía Humana y las naciones éxter. Gabriel, Dorothy, Tom, Eiko… todos estaréis muy ocupados en las próximas horas. Preparad vuestros discursos para vuestros mundos, pero votar a favor. Necesito apoyo unánime del Senado. Portavoz Gibbons, sólo puedo pedirle que ayude a moderar el debate de la Entidad Suma. Es esencial que contemos con un voto de la Entidad Suma a las 1200 de hoy. No puede haber sorpresas.

»Quinto, evacuaremos a los ciudadanos de los mundos amenazados por la primera oleada. —Gladstone alzó la mano y acalló las objeciones y explicaciones de los expertos—. Evacuaremos a todos los que podamos en el tiempo de que disponemos. Los ministros Persov, Imoto, Dan-Gyddis y Crunnens del Ministerio de Tránsito crearán y conducirán el Consejo de Coordinación de Evacuaciones y me presentarán un informe detallado y un plan de acción hoy a las 1300. FUERZA y la Oficina de Seguridad de la Red supervisarán el control de multitudes y la protección del acceso a los teleyectores.

»Por último, deseo ver al asesor Albedo, al senador Kolchev y al portavoz Gibbons en mis aposentos privados dentro de tres minutos. ¿Alguna pregunta?

Ojos desconcertados se clavaron en ella. Gladstone se levantó.

—Buena suerte —deseó—. Trabajen todos ustedes deprisa. No permitan que cunda innecesariamente el pánico. Y Dios salve a la Hegemonía.

Dio media vuelta y se marchó.

Gladstone estaba sentada al escritorio, con Kolchev, Gibbons y Albedo frente a ella. La tensión que palpitaba en el ambiente se agudizó cuando Gladstone miró en silencio al asesor Albedo.

—Usted nos ha traicionado —masculló al fin.

La cortés sonrisa de la proyección no se inmutó.

—Jamás, FEM.

—Entonces, tiene un minuto para explicar por qué el TecnoNúcleo, y concretamente el Consejo Asesor IA, no predijo esta invasión.

—Basta una palabra para explicarlo, Ejecutiva —respondió Albedo—. Hyperion.

—¡Y una mierda! —exclamó Gladstone, descargando un palmetazo sobre el escritorio en un inusitado ataque de cólera—. Estoy harta de oír hablar de variables imposibles de descomponer en factores y de Hyperion como el agujero negro de las predicciones, Albedo. O bien el Núcleo puede ayudarnos a comprender las probabilidades, o nos ha mentido durante cinco siglos. ¿Cuál es la respuesta?

—El Consejo predijo la guerra, FEM —señaló la imagen cana—. Nuestros consejos confidenciales para usted y el círculo de notables explicaron la incertidumbre de los hechos cuando interviniera Hyperion.

—Pamplinas —rezongó Kolchev—. Se supone que esas predicciones son infalibles en cuanto a las tendencias generales. Este ataque se planeó hace decenios, quizá siglos.

Albedo se encogió de hombros.

—Sí, senador, pero es posible que sólo la determinación de este gobierno de iniciar una guerra en el sistema de Hyperion haya impulsado a los éxters a poner en práctica el plan. Nos opusimos a todas las decisiones concernientes a Hyperion.

El portavoz Gibbons se inclinó hacia delante.

—Usted nos proporcionó los nombres de los individuos necesarios para la Peregrinación del Alcaudón.

Albedo no volvió a encogerse de hombros, pero conservó su postura serena y confiada.

—Ustedes nos pidieron nombres de individuos de la Red cuyas solicitudes al Alcaudón cambiaran el desenlace de la guerra que predijimos.

Gladstone alargó los dedos y se tamborileó la barbilla.

—¿Y han determinado ustedes cómo cambiarían esas solicitudes el resultado de esa guerra… esta guerra?

—No —respondió Albedo.

—Asesor —dijo la FEM Meina Gladstone—, sepa que a partir de este momento y según lo que suceda en los próximos días, el gobierno de la Hegemonía del Hombre considera la posibilidad de declarar un estado de guerra entre nosotros y la entidad conocida como TecnoNúcleo. Siendo usted embajador de facto de dicha entidad, le encomiendo que comunique esta situación.

Albedo sonrió y extendió las manos.

—Ejecutiva, el choque de esta terrible noticia sin duda la ha incitado a hacer una broma de mal gusto. Declarar la guerra contra el Núcleo sería como… como si un pez le declarase la guerra al agua, como si un conductor atacara su VEM porque se ha enterado de que ha habido un accidente en otra parte.

Gladstone no sonrió.

—En Patawpha tenía un abuelo —dijo lentamente, enfatizando su acento dialectal— que le metió seis balas al VEM de la familia porque no arrancó una mañana. Puede usted marcharse, asesor.

Albedo parpadeó y desapareció. Esa repentina partida era una transgresión deliberada de la etiqueta —la proyección por lo general salía de la habitación o esperaba a que se marcharan los demás para desvanecerse—, o un indicio de que la inteligencia que controlaba el Núcleo se había conmocionado ante el diálogo.

Gladstone asintió ante Kolchev y Gibbons.

—No los retendré, caballeros. Pero sepan que espero respaldo total cuando dentro de cinco horas se presente la declaración de guerra.

—La tendrá usted —aseguró Gibbons. Los dos hombres se marcharon.

Entraron ayudantes por puertas y paneles ocultos, la acribillaron a preguntas y pidieron instrucciones a los comlogs.

Gladstone alzó un dedo.

—¿Dónde está Severn? —preguntó. Al ver que nadie respondía, añadió—: Me refiero al poeta, al artista. El que dibuja mis retratos.

Varios asistentes se miraron como si la Ejecutiva hubiera perdido el juicio.

—Todavía duerme —informó Leigh Hunt—. Tomó somníferos, y nadie pensó en despertarlo para la reunión.

—Lo quiero aquí dentro de veinte minutos —ordenó Gladstone—. Quiero que lo pongan al corriente de todo. ¿Dónde está el teniente Lee?

Niki Cardon, la joven a cargo del enlace militar, habló:

—Morpurgo y el jefe del sector naval de FUERZA lo asignaron anoche a patrullas de perímetro. Saltará de un mundo oceánico a otro durante veinte años de nuestro tiempo. Ahora acaban de trasladarlo al centro naval de FUERZA en Bressia y aguarda transporte hacia otro mundo.

—Que regrese aquí —exigió Gladstone—. Quiero que lo asciendan a contraalmirante o el rango que sea necesario y me lo asignen a mí, no a la Casa de Gobierno ni a la Rama Ejecutiva. Si es necesario, portará el maletín nuclear.

Gladstone miró la pared. Pensó en los mundos que había recorrido esa noche: Mundo de Barnard, la luz de los faroles entre las hojas, antiguos edificios académicos de ladrillo; Bosquecillo de Dios, globos amarrados y zeplens flotantes saludando el alba; Puertas del Cielo, con su bulevar. Todos ellos eran blancos primarios. Meneó la cabeza.

—Leigh, quiero que usted, Tarra y Brindenath me presenten los primeros borradores de ambos discursos, el anuncio general y la declaración de guerra; dentro de cuarenta y cinco minutos. Breve. Preciso. Consulte en los archivos, bajo Churchill y Strudensky. Realista pero desafiante, optimista pero templado por una terca resolución. Niki, necesito monitorización en tiempo real de cada decisión de los jefes de estado mayor. Quiero mis propios mapas de mando, retransmitidos a través de mi implante. FEM ÚNICAMENTE. Barbre, tú serás mi prolongación de la diplomacia por otros medios en el Senado. Entra allí y pide notas, mueve hilos, soborna, seduce, pero hazles comprender que si me irritan en las próximas votaciones desearán haber salido a luchar contra los éxters.

»¿Alguna pregunta? —Gladstone esperó tres segundos y a continuación batió palmas—. ¡Bien, entonces manos a la obra!

En el breve intervalo siguiente, antes que entrara la siguiente oleada de senadores, ministros y asistentes, Gladstone se volvió hacia la pared vacía, alzó el dedo al techo y sacudió la cabeza.

Se volvió de nuevo justo cuando entraba la siguiente horda de personajes importantes.